Klaartje Zwarte-Walvis
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La golpean, la humillan, llueve, hace frío y tiene que permanecer quieta, durante horas, en el patio. Los hombres de las SS aceleran sus motos y frenan a unos metros de separación de ella, para burlarse de su miedo a morir. Tiene hambre, la observan desnuda y es obligada a acudir a las fiestas de sus torturadores. ¿Y qué hace la joven mujer? ¿Cómo reacciona ante la bestialidad, ante el dolor, ante la tristeza? ¡Se ríe a carcajadas!
"Yo partía del pensamiento de que no eran personas quienes nos hacían todo aquello. ¿Por qué iba a sentirme ofendida? Entonces, todo me parecía un teatro y comenzaba a reírme en alto, para alivio de algunos de mis conocidos que, aunque al principio solo tenían ganas de llorar, terminaban riendo conmigo".
Klaartje Zwarte-Walvisch anotó estas líneas en el campo de Vught, al sur de Holanda, el que sería el último campo de concentración oficial de las SS en la Europa occidental, y donde se encontraba internada desde abril de 1943. Tres meses y medio después la asesinaban en la cámara de gas del campo de exterminio de Sobibor, Polonia.
Zwarte-Walvisch, que solo cumplió 32 años, fue víctima de la máquina de matar de los nacionalsocialistas. Pero la costurera tuvo un arma: la palabra. Hasta doce días antes del final, narró las estaciones de su martirio, llenando una libreta y tres cuadernos de colegio con precisión despiadada e ironía punzante.
El valor histórico de la narración, de la que se acaba de publicar la primera edición en alemán (Mein geheimes Tagebuch. März - Juli 1943), es innegable. Son muy escasos los testimonios detallados de las víctimas del Holocausto en sus últimos pasos antes de ser asesinados por los nazis. Además, tal y como destaca el escritor Leon de Winter en el epílogo del libro, muy pocos judíos "corrientes", no intelectuales, escribían entonces un diario.
La crónica de Zwarte-Walvisch comienza justo en el punto en el que termina la de Anne Frank. En su detención, en Ámsterdam. La tarde del 22 de marzo de 1943 dos hombres llamaron al timbre de la casa en la que vivían Klaartje y su marido Joseph en la calle Tweede Oosterparkstraat 245 de la capital de Holanda. La pareja fue llevada a la central de recogida en la Hollandsche Schouwburg desde la que serían deportados con otros prisioneros. "Primera entrada al infierno", escribiría Zwarte-Walvisch después sobre el que sería el inicio de su odisea a través de los campos de concentración hasta acabar en el de exterminio.
Klaartje, de origen humilde y nacida en 1911, no escribía con la finura de la educada hija de comerciante Anne Frank, cuya breve vida en la casa trasera de sus padres se recoge una vez más en el cine. Por primera vez, dirigida por un cineasta alemán, Hans Steinbichler, quien expresó en una entrevista en la DPA su intención "de mostrar la vida de una adolescente como tantas, con sus típicos altibajos y sus esperanzas” en el largometraje estrenado el pasado 3 de marzo en las salas del país.
El diario secreto de Klaartje Zwarte-Walvisch es el diario furioso de una mujer furiosa que no se deja doblegar. Aunque el estilo literario de Zwarte-Walvisch no sea comparable al de Frank, a ambas les unen las circunstancias y, sobre todo, la actitud ante éstas. Como Anne, Klaartje no perdió el humor, tampoco en los momentos de mayor desesperanza. Y ella también deseaba que algún día sus diarios fueran encontrados y leídos. "Espero encarecidamente que todo lo que dejo aquí escrito llegue algún día al mundo exterior. No para hacer propaganda, sino solo para que aquellos que ignoren nuestras condiciones de vida, y de estos hay suficientes, las conozcan".
Que la posteridad descubriera finalmente el destino de Klaartje se debe al azar. A principios de 2008, dos documentalistas hallaron los cuadernos azules en el archivo del Museo Histórico Judío de Amsterdam. La hija de uno de los supervivientes del Holocausto, Salomon de Zwarte, había encontrado los cuadernos en la herencia de su padre, y los envío por correo certificado a Europa. Descifrar su autoría fue complicado: como no aparecía en ningún lugar el nombre de la dueña, solo una línea del 15 de junio de 1943 dio la pista definitiva: "Hoy es el cumpleaños de mi hermana". De la comparación de este dato con los de las listas de deportación resultó que debía tratarse del diario de Klaartje Zwarte-Walvisch, la cuñada de Salomon de Zwarte.
"Afloró nuestro orgullo femenino"
A él, al último familiar que la vio con vida, confió sus escritos en secreto antes de que fuera deportada y gaseada. En las anotaciones de Salomon, se lee: "Acabo de llevar a Klaartje al tren. He hecho todo lo posible para que esté bien. Es admirable lo valiente que es. Una de las muchas que he visto irse de aquí". De los 140.000 judíos holandeses solo sobrevivieron al Holocausto 28.000.
El diario de Zwarte-Walvisch tiene muchas preguntas sin respuesta. Día a día soportaba la humillación, la arbitrariedad, todas los horrores que le deparaba el campo. Un día tuvieron que transportar piedras enormes, y las prisioneras que se derrumbaban eran apaleadas para seguir. Al tambalearse las mujeres por la noche de vuelta al campo, eran recibidas con música: eran los hombres, obligados a tocar la marcha fúnebre de Chopin en honor a las martirizadas.
Cuando Zwarte-Walvisch se enteró de que iba a ser deportada a Westerbork sin su marido Joseph, internado en el campo exterior Moerdijk, sufrió un ataque de nervios. Después, sin embargo, sus diarios reflejan cómo volvió a recabar fuerzas. La joven mujer no se dejó someter, defendió su dignidad hasta el final, se dejó llevar a la muerte con la cabeza alta. "Afloró nuestro orgullo femenino. Solo queríamos ser mujeres judías valientes. Queríamos enseñarles a los alemanes que no caminábamos encorvadas bajo todo el dolor que se nos infligía", escribió Zwarte-Walvisch la noche antes de ser trasladada.
La última entrada de su diario, del 4 de julio de 1943, narra la llegada al campo de concentración de Westerbork. Habiendo escapado del infierno del campo de Vught, concibe incluso nuevas esperanzas. "Tengo la sensación de haber vuelto a la civilización". La realidad era la contraria.
El campo de exterminio, emplazado en Polonia oriental, al que fue trasladada, estaba diseñado y construido con forma de un rectángulo de 400 x 600 metros. Rodeado por una valla de alambre de espino de tres metros de alto con ramas de árboles enganchadas para camuflar el recinto, tenía un camino de tres metros de ancho y 150 metros de largo para conducir a las víctimas desnudas a las cámaras de gas. En 2014, un equipo de arqueólogos descubrió enterrados bajo una carretera los restos de las ocho cámaras de gas de Sobibor, donde se estima que fueron asesinados 250.000 judíos.
En el intento de robarle dinero, un oficial de guardia alemán en Westerbrook estuvo a punto de encontrar los diarios, que Zwarte-Walvisch se había cosido en el forro de su bolsillo. Durante mucho tiempo el hombre rebuscó entre sus pertenencias. Después, la dejó marchar.
Fuera esperaban sus familiares, quienes sabían de la existencia de los diarios y temían por ella. Las anotaciones de Klaartje de Zwarte-Walvisch acaban con esta frase: "Se alegraron por mí, porque todo hubiese terminado tan bien". Doce días más tarde era asesinada.
La golpean, la humillan, llueve, hace frío y tiene que permanecer quieta, durante horas, en el patio. Los hombres de las SS aceleran sus motos y frenan a unos metros de separación de ella, para burlarse de su miedo a morir. Tiene hambre, la observan desnuda y es obligada a acudir a las fiestas de sus...
Autor >
Laura Alzola Kirschgens
Reportera e investigadora. Migración, educación, discurso y cambio social. Múnich, Hamburgo y ahora, Barcelona. Periodista. Máster en Inmigración por la Pompeu Fabra. Extranjera, como lo son todos en algún lugar
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