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En ocasiones veo muertos. En realidad no están muertos pero ya solo viven en la memoria: Ronaldo, Bebeto, Mauro Silva, por no hablar de Pelé y los clásicos; incluso el efímero Adriano. Lo de Brasil, más que una travesía por el desierto, comienza a parecerse a una maldición de dimensiones bíblicas y Dunga no es Moisés. Después de la humillación sufrida en casa ante Alemania hace dos años, la otrora poderosa canarinha cae ahora como un simple combinado de circunstancia como es Perú. Y lo hace por un gol con la mano que solo debería haber subido al marcador en el universo paralelo en el que el domingo pitaba el colegiado uruguayo Andrés Cunha.
Hubo en esa jugada que nunca debió de acabar en gol una cierta justicia, no sé si poética. Con el Uruguay de Luis Suárez y Cavani con las maletas en el avión, Brasil se marcha de la Copa América en su edición número 100 por la puerta de atrás, tras haber empatado con Ecuador (que pasa a cuartos con Perú) y haberle endosado un inservible 7-0 a la meritoria (por estar aquí) Haití. No hizo nada Perú para llevarse el encuentro pero esta la desgracia de Brasil al que le valía el empate pero que en su ausencia de talento (Neymar ha venido a EEUU de espectador; estará en los Juegos y tras la eliminación de la que ya llaman “el peor Brasil de la historia” cargó contra todos para defender a sus compañeros) es una sombra de lo que fue solo aliviada por los destellos de Coutinho y la tímida aparición de Lucas Lima. Este último entró por la ausencia del madridista Casemiro, un jugador oficioso en quien los aficionados quieren ver a Mauro Silva porque cada uno ve lo que quiere ver y, en ocasiones, todos vemos muertos. Dunga, el menos brasileño de los brasileños, lo fía todo al respeto que la pentacampeona perdió hace tiempo. Y cuando no, siempre está William, el eléctrico jugador del Chelsea que tendrá sus defensores pero que, en carrera, un servidor no diferencia de un pollo descabezado.
Al final, Brasil fue el reflejo de lo que llevamos de competición: una mezcla insufrible de ráfagas (30 minutos de Messi y otros tantos de México) y la nada.
Con Brasil y Uruguay fuera, esta Copa América se la jugarán Argentina, Chile o México, pacificada tras la llegada al banquillo del técnico colombiano Juan Carlos Osorio. La Colombia de James es como su estrella, sigue sin decidir qué quiere ser de mayor y EEUU continúa jugando a ráfagas, en permanente estado de work in progress. Aquí el fútbol que se juega con el pie sigue siendo una cosa de chicas a la que paulatinamente se incorporan ellos gracias a la presión de la comunidad latina, mayoría en los estadios. En la lenta introducción del fútbol en EEUU hay una segunda cuestión y tiene que ver a partes iguales con la economía y la salud. La grandeza de este deporte es que se puede jugar en un poblado de chabolas en un suburbio africano con una lata que encajar entre dos piedras, por lo que cuánto mejor en el imperio del llamado primer mundo. No menos importante es el hecho de que uno no se juega la vida practicándolo, por lo que la estrategia del soccer en USA es una maniobra envolvente que halla su foco de crecimiento en los polos opuestos: inmigrantes y clases acomodadas blancas. El baloncesto y el football sigue siendo campo de afroamericanos mientras que baseball y hockey mantienen su propio target en caribeños (cuyos jugadores copan las grandes ligas del todavía considerado “deporte nacional”) y blancos de clase trabajadora respectivamente.
Por todo esto, la selección de Chicharito, que consiguió el lunes el primer puesto del grupo tras un trabajado empate con una sorprendente Venezuela (segunda, a cuartos y tras ganar a Uruguay) cuenta con la ventaja de jugar en casa. Si de soccer hablamos en estas latitudes, EEUU es tierra (re)conquistada.
En ocasiones veo muertos. En realidad no están muertos pero ya solo viven en la memoria: Ronaldo, Bebeto, Mauro Silva, por no hablar de Pelé y los clásicos; incluso el efímero Adriano. Lo de Brasil, más que una travesía por el desierto, comienza a parecerse a una maldición de dimensiones bíblicas y...
Autor >
Diego E. Barros
Estudió Periodismo y Filología Hispánica. En su currículum pone que tiene un doctorado en Literatura Comparada. Es profesor de Literatura Comparada en Saint Xavier University, Chicago.
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