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Aún se puede ver en el cine High Rise, la (un poco redicha) versión cinematográfica del director Ben Wheatley de Rascacielos, la novela de J. G. Ballard. En la obra, el escritor inglés imaginaba una distopía localizada en un edificio de 25 plantas con una oferta de servicios para cubrir todas las necesidades de los más pudientes: piscina, supermercados, salones de belleza, escuela… Tan completa que finalmente se convierte en un lugar aparte, una sociedad propia que, como tal, va potenciando sus vicios y olvidando sus virtudes y, así, yéndose al carajo.
No está bien valorar las obras de ciencia ficción por sus aciertos y errores en las predicciones; hay que tomarse éstas como contextos para un mensaje que va más allá y que, en cualquier caso, conforma una obra literaria, no una quiniela. Sin embargo, la cosa viene muy a cuento por una noticia que demuestra que la distopía ha acabado siendo la contraria. Pero no mejor.
En Londres hay un edificio que simboliza las nuevas costumbres inmobiliarias, económicas y vitales de los ricos de todo el mundo, una construcción de 50 plantas y 214 casas llamada la Torre en el desarrollo de St. George Wharf, en Vauxhall. Un completo reportaje de The Guardiancuenta muchas cosas: que dos tercios de los apartamentos son de propiedad foránea (y un cuarto de ellos están registrados en compañías localizadas en paraísos fiscales), que entre los propietarios hay varios oligarcas rusos, ricachones de Singapur y un exministro nigeriano y que la mayoría de las viviendas están vacías todo el año y cumplen sólo la función de activos financieros para esos inversores. Estamos hablando de casas que cuestan entre 760.000 y 13 millones de euros. Aquello es un juego para ricos, no un espacio a habitar.
Nada que cualquier habitante de Londres no lleve tiempo percibiendo por toda su ciudad. Mi amigo Marcos, que tiene negocios allí y está siempre en busca de locales para extenderlos, me cuenta cómo los barrios más jugosos se han ido vaciando a medida que se convertían en tableros para la ludopatía de inversionistas de todo el mundo. Incluso el nuevo alcalde, Sadiq Kahn, ha empezado su mandato criticandoque su ciudad se haya convertido en un Monopoly en el que los ciudadanos tienen menos derechos que los números.
¿Es algo endémico de la capital económica del mundo? No. El otro día lo explicaba muy bien Raquel Rolnik en su ponencia dentro del programa de Ciudades Democráticas, la extraordinaria conferencia sobre tecnologías de los comunes y derechos de las ciudades organizada por D-Cent y el Ayuntamiento de Madrid. “Vivimos en una nueva fase del capitalismo —decía esta urbanista brasileña que ha sido dos veces relatora de la ONU sobre el Derecho a la Vivienda—, vivimos en un momento en que la vivienda se ha convertido en mercancía, en un activo financiero internacional”. Este nuevo modelo está transformando, a peor, nuestra forma de vida. Como contaba Rolnik, no es casualidad que nuestros centros urbanos sean cada vez más iguales, con las mismas tiendas, los mismos restaurantes, los mismos hoteles y los mismos centros comerciales, es que el nuevo capitalismo se está quedando con el espacio público para convertirlo en un producto. Los intereses de unos pocos predominan sobre los de la mayoría.
Y, para comprobarlo, no hace falta irse a Londres. Lo mismo está pasando en Barcelona y Madrid, ciudades en las que fondos de inversión están adquiriendo edificios enteros, lugares a los que también llegan de compras millonarios rusos, árabes y latinoamericanos para colocar su dinero en inmuebles, casillas del tablero internacional de Monopoly que es ahora el mundo.
La cuestión es si aquí nos estamos enterando. En la misma conferencia donde la Rolnik dijo todas estas verdades, Manuela Carmena había proclamado unos minutos antes que el objetivo de su legislatura iba a ser la vivienda digna para todos. No lo dijo de broma y, sin embargo, pareció un chiste malo. En Madrid sube el precio de las casas en venta y en alquiler, en algunos barrios estrepitosamente. La gente tiene cada vez más dificultades para acceder a una vivienda (no lo digo yo, es el titular de un medio poco sospechoso de radical) y los que lo viven señalan que “los fondos se están haciendo con el mercado”. No hay reacción a la vista a este respecto por parte de los que mandan en Cibeles, tan sólo aplausos cuando se insiste en que Madrid sí es ciudad atractiva para los inversores.
El juego está empezando y ya sabemos el resultado: vamos a perder la ciudad.
Aún se puede ver en el cine High Rise, la (un poco redicha) versión cinematográfica del director Ben Wheatley de Rascacielos, la novela de J. G. Ballard. En la obra, el escritor inglés imaginaba una distopía localizada en...
Autor >
Pedro Bravo
Pedro Bravo es periodista. Ha publicado el ensayo 'Biciosos' (Debate, 2014), sobre la ciudad y la bicicleta, y la novela 'La opción B' (Temas de Hoy, 2012). En esta sección escribe cartas a nuestro director desde un lugar distópico que a veces se parece mucho a éste.
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