El voto a los 16 años, reforma democrática urgente
10 millones de votantes con más de 65 años desequilibran demográficamente el sufragio universal
Bonifacio de la Cuadra 8/06/2016
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Sara Campbells Solá, una catalana de El Prat (Barcelona), que a finales de 1998, cuando tenía 17 años, no pudo votar en las elecciones municipales solo porque le faltaba un día para cumplir los 18, creyó injusta esa norma electoral, pero pensó, con ironía, que pronto adquiriría madurez suficiente para saber votar. Relataba así la transición a la edad de votar y la sorpresa que se llevó al día siguiente, cuando ya tenía 18 años: “Me porté bien y me acosté pronto, esperando que la metamorfosis aconteciera. A la mañana siguiente me asusté. Seguía pensando que mi opción de voto habría sido la misma que el día anterior”. Dieciocho años después continúa aumentando el desequilibrio demográfico del electorado español, con más de diez millones de ciudadanos con derecho a votar que sobrepasan los 65 años, mientras menos de un millón con 16 y 17 años no pueden ejercer su derecho al voto, esencial en una democracia para el sufragio universal.
El voto a los 16 años, propugnado por el Consejo de Europa en 2011, en una resolución contra “la creciente marginación” política de los jóvenes, “dominados” por los mayores, se ha puesto de actualidad en las recientes elecciones presidenciales austriacas, en donde la escasa diferencia de votos obtenidos por los dos candidatos a la jefatura del Estado --144.006 a favor del ultranacionalista Norbert Hofer, de 45 años, antes del escrutinio de los votos emitidos por correo, y 31.026 a favor del candidato Alexander Van der Bellen, de 72 años, en el resultado definitivo--, suscita especial curiosidad sobre el sentido del voto de los aproximadamente 200.000 votantes austriacos de 16 y 17 años. La circunstancia de que Austria es el primer país de Europa en el que se bajó la edad del voto, para todo tipo de elecciones, de 18 a 16 años, puede haber sido determinante en esos comicios presidenciales.
En España la breve legislatura derivada de las elecciones del 20-D de 2015 aprobó en abril de 2016 una propuesta de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) en favor de adelantar la edad de votar a los 16 años. Todos los grupos parlamentarios --excepto PP y Ciudadanos-- votaron a favor de la propuesta, si bien esa democrática reforma legal, mayoritariamente aprobada por el Congreso de los Diputados, ha decaído con la disolución de las Cámaras para convocar nuevas elecciones.
Objeciones al voto juvenil
La nueva mayoría parlamentaria que surja de los comicios del 26-J, y que seguramente no será muy diferente de la anterior, reactivará probablemente esa iniciativa. No es previsible que en la próxima legislatura prosperen los argumentos minoritarios en contra del derecho a votar a los 16 años: desde la supuesta intención atribuida a ERC de reclutar votos juveniles en favor del independentismo catalán hasta la pretendida falta de madurez de las personas en ese tramo de edad, pasando por la inventada necesidad de una reforma constitucional para amparar el voto a los 16 años.
Aunque en las elecciones españolas el voto juvenil no resulte tan determinante como seguramente lo ha sido recientemente en Austria, la propia configuración del censo electoral resultará democratizadora si la ampliación de votantes senectos, incrementada cada año sin freno, gracias al aumento de la longevidad, logra compensarse en parte demográficamente mediante la incorporación de ciudadanos de menor edad a la hasta ahora legal de 18 años, con lo que eso significará también de apertura democrática para los jóvenes. Entre otros preceptos constitucionales, el artículo 48 de la Norma Suprema dice que “los poderes públicos promoverán las condiciones para la participación libre y eficaz de la juventud en el desarrollo político”.
Establecer la edad mínima de los votantes desde 18 a 16 años (es muy probable que más pronto que tarde, a la par que acuden a las urnas más votantes ancianos, estemos reivindicando el voto a los 15 y a los 14 años) tiene que configurarse como una reforma democrática urgente, porque afecta al derecho de sufragio universal, pilar esencial de participación de los ciudadanos en las decisiones básicas del Estado de Derecho. Téngase en cuenta que antes de los 18 años, la edad mínima de votar fue 21 años, antes 23 y con anterioridad 25.
No hay duda de que el voto desde los 16 años contribuirá a compensar demográficamente el aumento de los votantes ancianos. Pero esa compensación tiene que ser razonable, desde una perspectiva de idoneidad electoral de esos juveniles votantes, no a cualquier precio. La descalificación de la reciente propuesta de ERC de adelantar la edad de votar a los 16 años, por la vía de que, tras esa iniciativa, estaba la voluntad de ERC de reclutar votos independentistas, probablemente no se sostiene, pero, incluso aunque fuera así, lo relevante es poner en manos de esos jóvenes ciudadanos las papeletas de voto, sea cual sea la opción que introduzcan en las urnas.
La madurez y las edades
Más consistencia aparenta tener la pretendida falta de madurez de los jóvenes de 16 y 17 años para poner en sus manos el derecho a votar. En línea con una serie de artículos sobre el adelanto de la edad de votar, que publiqué en El País entre 1988 y 2007 (a los que me refiero en mi libro Democracia de papel, Editorial Catarata, 2015), el catedrático de Derecho Constitucional Jorge de Esteban, a propósito de la madurez juvenil por el acceso de los adolescentes actuales a la información y a las nuevas herramientas del conocimiento y la comunicación social, explicaba en 1999, en un artículo titulado Edad y ciudadanía: “Un adolescente actual de 15 años es probable que sepa más del mundo y sus circunstancias (…) que un joven de 20 años de hace cuatro décadas”.
De Esteban denunciaba que, al excluir de la participación electoral a los ciudadanos de 16 y 17 años, “se priva a los jóvenes pertenecientes a esa franja de edad del derecho al voto, mientras que, por el contrario, se les reconoce, sin tope de edad, a los ancianos”. Porque cualquier preocupación que se manifieste hacia una pretendida falta de cualificación de los votantes de 16 y 17 años para emitir su voto nos da licencia para poner el foco sobre los ancianos votantes. Sin embargo, muchos de los que objetan la cualificación juvenil para decidir su opción electoral silencian o pasan de puntillas sobre las lógicas deficiencias mentales o de comprensión cerebral para decidir su voto del octogenario, nonagenario o centenario sujeto a algún problema sanitario por su elevada edad y sus achaques, y de ningún modo se ha planteado la revisión mental del votante aquejado de exceso de años. Simplemente, su voto viene siendo aceptado en las urnas.
De esos más de diez millones de españoles mayores de 65 años, que tienen, todos ellos, intacto su derecho al voto, pueden formar parte personas calificadas de no aptas para la actividad laboral o profesional o en condiciones de decrepitud manifiesta. Una inyección de votos juveniles, además de contribuir a equilibrar el peso político legítimo de la tercera edad y a ensanchar la universalidad del sufragio universal por su flanco joven, probablemente también haría volver la cabeza de los políticos hacia problemas educativos, de paro juvenil y formación profesional que ahora se abordan desde la única perspectiva de unos representantes elegidos por votantes mayores de 18 años. Y en todo caso, quienes con 16 años pueden afrontar responsabilidades laborales o penales, ¿por qué no disfrutan también del derecho al voto?
Otra objeción a la propuesta parlamentaria de ERC de esta primavera, que también he oído a algún portavoz del PP, consistente en que establecer el voto a los 16 años exigiría una reforma de la Constitución, está completamente descartada. Porque no se trataría de modificar la mayoría de edad, que sí está constitucionalizada, ni siquiera de rebajar la edad para ser candidato --vinculada también a la mayoría de edad--, sino únicamente de establecer en la legislación electoral que el derecho al voto se ejerce desde los 16 años.
Las reflexiones de Sara Campbells Solá, en 1998, tras comprobar que con 18 años votaría a los mismos políticos que con 17, muestran la necesidad urgente de que se abra a los ciudadanos de 16 y 17 años el derecho al voto: “... Han pasado ya algunos años y sigo dándole vueltas al tema. La preocupación ha ido in crescendo, pues en la actualidad sigo votando la misma opción. Me pregunto: ¿cuánto tiempo más habré de esperar para que la deseada madurez me embargue? Una idea más inquietante me martiriza desde hace algún tiempo. Sé que no tiene sentido, pero, ¿no podría ser que con 17 años ya fuera lo suficientemente madura como para votar? No sé yo, no sé yo. Esperaré a cumplir 40, y si aún sigo votando lo mismo, quizá empiece a considerar esta posibilidad”.
Sara Campbells Solá, una catalana de El Prat (Barcelona), que a finales de 1998, cuando tenía 17 años, no pudo votar en las elecciones municipales solo porque le faltaba un día para cumplir los 18, creyó injusta esa norma electoral, pero pensó, con ironía, que pronto adquiriría madurez suficiente para saber...
Autor >
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí