El drama de ser adolescente
Los españoles de entre 16 y 18 años se enfrentan a una compleja situación para trabajar: la tasa de paro joven pasó del 31% en 2007 al 63,7% en 2015
Gorka Castillo 8/06/2016
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Cristian Pérez tiene 18 años y reconoce que hace unos meses quería dejar de estudiar. Hoy es diferente. En septiembre se matriculó en un Centro de Formación de Adultos (CEPA) de la Comunidad de Madrid que le cambió la perspectiva del mundo: “Seré fontanero. Sé cómo montar un baño y conozco los componentes de una caldera. En fin. Estoy preparado para trabajar”. Dominicano de nacimiento, Cristian tiene el pelo alborotado y mientras habla se limpia sus blanquecinas manos, manchadas con polvo de cemento. Le quedan apenas tres semanas para terminar el curso y apura sus horas dispuesto a enrolarse en el ejército de jóvenes buscadores de empleo en un país como España que, con el 46,6% de paro juvenil, lidera el rankingde la UE. Pero Cristian dice no tener miedo al futuro que le aguarda a la vuelta de la esquina. “Me gustaría también estudiar algo relacionado con los negocios para así crear mi propia empresa. Sería una forma de unir las dos piezas porque reconozco que las posibilidades de trabajar son escasas”, asegura con contundencia.
A medida que se aproxima la fecha de su graduación, Cristian acelera el rastreo del mercado y ahora siente la inquietud de imaginarse sin trabajo en una selva donde la competencia reina. “Pero soy optimista”, afirma, y añade: “Creo que España tiene margen de mejora en el tema laboral”. A él le gusta hablar de política porque tiene sus propias convicciones. Afirma que no es utópico ni soñador “sino más bien realista” y no cree en los milagros económicos. Ya con la mayoría de edad recién cumplida exhibe sin dobleces su ponderada fórmula para cambiar las cosas. “Cuando comience a asentarse el trabajo sólido, en lugar de los recados (el temporal) que tratan de imponernos, la economía del país mejorará. Es la clave”, afirma con energía. Y por eso irá a votar el 26 de junio. Será la primera vez. Pero Cristian no oculta sus preferencias políticas porque le gusta decir lo que piensa. Entonces, se pone serio. “El PP no me gusta nada y Unidos Podemos tiene una propuesta económica muy poco viable”, indica. Confía más en el PSOE y en Ciudadanos para que el porvenir borrascoso que auguran a los jóvenes se vuelva un poco más luminoso. Las elecciones coincidirán con el fin de este curso de formación que le ha abierto la puerta a un escenario nuevo que no le garantiza ni autonomía económica ni bienestar. “Aún no tengo decidido mi voto pero las cosas mejorarán porque a peor no pueden ir”, concluye.
Nacho tiene 17 años. Es rubio y alto, y se ha dejado crecer una minúscula perilla como dándose un cierto aire misterioso. Estudia 4º de la ESO en el Instituto de Mariano José de Larra del barrio madrileño de Aluche. Su sueño es convertirse en médico y triunfar pero intuye “que lo más probable es que termine siendo un desempleado más”. No alberga la más mínima duda de que la catastrófica deriva del mercado laboral está milimétricamente planificada, para que “sólo los niños de papá, los enchufados, encuentren trabajo y sean felices”. Para Nacho, el futuro de España es “asqueroso” y estará presidido, “si alguien no lo remedia”, por una especie de orden donde el fin sirva para justificar los medios. “Gracias al cual a muchos nos tocará emigrar”, asiente. Y lo dice en voz alta para que sus compañeros puedan escucharle y, entre bromas y veras, aplaudan su opinión. “Las empresas ya no contratan por lo que uno vale sino por lo que quieren pagar”, agrega. Una triste realidad que afecta a sus propios padres y a varios de sus amigos, todos de familias golpeadas por una crisis brutal. “Mi padre y mi madre están buscando trabajo”, afirma.
Una de las chicas que le acompaña asegura conocer gente con “dos carreras que se ha tenido que dedicar a poner hamburguesas y a limpiar cristales”. La que habla es Inés y con 16 años aparenta tener la cabeza bien plantada sobre los hombros. Es una de las alumnas que más claro tiene que lo suyo pasa por estudiar una carrera universitaria, aunque con una titulación todavía incierta. Quizá Psicología. “Una profesora me ha dicho que no tiene mucha salida y que intente mirar otras posibilidades pero a mí me gusta la psicología”, insiste.
Inés pertenece al primer escalón, o al último, según se mire, del grupo de población más vulnerable de caer en las afiladas garras de la pobreza. De hecho, un exhaustivo estudio presentado el pasado año por investigadores sociales y periodistas de la Fundación PorCausa destapó que la tasa de paro de jóvenes entre 16 y 19 años pasó del 31% en 2007 al 63,7% en 2015, y que el 21,3% de los trabajadores entre 18 y 24 años son pobres. Unas cifras estratosféricas que si fueran tomadas en serio por los responsables políticos actuales serían elevadas a una cuestión de Estado. Justo lo contrario de lo que ha ocurrido. La reforma laboral realizada por el PP y el deterioro de la gran mayoría de los servicios públicos asistenciales sufrido durante los últimos años ha incrementado de manera desoladora las privaciones de estos jóvenes. El periodista e investigador José Luis Marín formó parte del equipo que elaboró el informe y sus conclusiones son demoledoras: “Estamos hablando de que esta situación de exclusión tendrá unas consecuencias nefastas en el futuro inmediato de toda la sociedad. La más grave es que un amplio sector no cotiza a la Seguridad Social y, por lo tanto, llegará un momento en el que no se podrán pagar las pensiones. Pero es que además se están invirtiendo recursos en la formación de una generación que, al final, no repercutirá en el bienestar colectivo”. Marín cree que se ha estigmatizado a muchos jóvenes con apelativos cargados de alusiones peyorativas como el de “Ni ni”, que ni estudian ni trabajan y que no están buscando trabajo o recibiendo la formación necesaria para encontrarlo, lo que no es del todo cierto si se analizan con atención las bolsas de trabajo.
Es el caso de Leire, bilbaína de 19 años, que piensa matricularse en un curso formativo para soldadores. Considera que los jóvenes “son presa fácil” de calificativos que tratan de justificar el abandono al que han sido recluidos por un sistema laboral que, a tenor de los números, no funciona. “Estoy cansada de escuchar que no nos esforzamos para encontrar trabajo y que vivir en casa de los padres es muy cómodo”, aclara. Leire está inscrita en la bolsa de trabajo del Instituto vasco de Empleo (Lanbide) y en otra del instituto de formación profesional donde estudió. Hasta ahora nadie la ha llamado. “Es que a la mayoría nos obligan a seguir conviviendo en el hogar familiar. ¿Qué otra opción nos queda, aparte de emigrar?”, repite con un indisimulado enfado. No le faltan razones. El estudio sobre los riesgos de exclusión de la población juvenil elaborado por la Fundación PorCausa refleja que, en este asunto, España también encabeza la lista de países europeos donde la edad de emancipación es más tardía. Si en 2007, el 73,6% de la población de entre 16 y 29 años vivía con sus padres, en 2013 aumentó al 76,1% hasta situarse 10 puntos por encima de la media de la UE. Y aún peor. Si el riesgo de caer en la pobreza de estos jóvenes emancipados era del 21,9% antes de la explosión de la crisis, el último dato se acerca al 33,5%.
“En España faltan apoyos a la juventud. A la vista está que no es suficiente una política pública caracterizada por un modelo de bienestar en el que la única protección que ofrece es el subsidio por desempleo”, declara José Luis Marín, y así lo refleja en el macroestudio, consciente de que la sensación de seguridad para las nuevas generaciones de trabajadores se quiebra cada día un poco más tras décadas de abandono.
La esperanza de Leire es rebelarse contra la autocomplacencia que muestran los políticos ante las gélidas cifras. “Sobre todo, cuando nos dicen que antes, refiriéndose a lo que sufrieron nuestros abuelos o padres, fue mucho peor. Entonces, ¿para qué nos formamos? Así no podemos continuar porque el país terminará empobrecido en todos los niveles”, se queja. Para Marín, “carece de toda lógica comparar ambas situaciones porque de lo que se trata es de arreglar lo que pasa ahora”. Hace algunos años, España vivió una gran depresión tras un proceso feroz de transformación productiva que cambió la fisonomía del país pero dejó a miles de personas con las manos cruzadas. Fueron los años de la desindustrialización que acompañó a la entrada en el club europeo. Los lunes al sol. El látigo del paro fustigó a muchas comarcas que quedaron atrapadas entre dos dilemas: adaptarse a los nuevos tiempos o resistir. El problema de hoy es más sombrío porque los jóvenes miran hacia adelante y sólo intuyen tinieblas.
Cristian Pérez tiene 18 años y reconoce que hace unos meses quería dejar de estudiar. Hoy es diferente. En septiembre se matriculó en un Centro de Formación de Adultos (CEPA) de la Comunidad de Madrid que le cambió la perspectiva del mundo: “Seré fontanero. Sé cómo montar un baño y conozco los...
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Gorka Castillo
Es reportero todoterreno.
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