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Una de las situaciones más temidas para los mercados financieros ha aparecido de golpe y porrazo y sin avisar: el denominado cisne negro, un acontecimiento que a priori casi nunca aparece pero que lo ha hecho repetidas veces a lo largo del tiempo. Sin duda la votación en Reino Unido, que ha dado como ganador al Leave European Union, es un cisne negro en toda regla y además muy difícil de manejar.
Quizá por exceso de confianza en las encuestas y casas de apuestas o por una pura cuestión táctica, las manos fuertes del mercado habían apostado en los últimos días por el riesgo en forma de inversión en Bolsa y en activos denominados en libras esterlinas. Sin embargo, en los gráficos de los principales índices y divisas, se podía ver una conducta no muy convencida de los inversores, dejando algunos gapsy liquidaciones incompletas de títulos por si acaso. Además, la mayor parte de ellos estaban invertidos en un 80% en activos libres de riesgo y valores refugio tipo oro, bono alemán, francos suizos o yenes japoneses.
Rápidamente, según avanzaba el Brexit en el escrutinio, los inversores han ido deshaciéndose de forma masiva de sus posiciones en Bolsa y buscando refugio de nuevo en yenes y dólares tanto en el mercado asiático como en el mercado de futuros. Esto ha dado lugar a la peor apertura europea de la Historia de los mercados a nivel mundial, con caídas superiores al 17% para índices como el español (IBEX 35) o incluso del 25% para el MIB italiano. Ni en lo peor de la crisis de Lehman Brothers se había producido semejante huída de la Bolsa y muy probablemente para no volver hasta dentro de unos días cuando pase la tempestad.
El movimiento de los mercados financieros empeora, sin duda, la difícil solución política que va a tener la separación de Reino Unido y la Unión Europea. Introduce más incertidumbre y más nerviosismo para un proceso que no es único en nuestra Historia pero que ahora reviste unos tintes mucho más complejos. Para un mundo que cada vez está más integrado económicamente, un fenómeno centrífugo como éste, causará tanto a corto como a medio plazo una larga lista de costes económicos y políticos.
En la decisión de más de 17 millones de británicos ha pesado más los costes de pertenecer a Europa (regulación de Bruselas, estructuras burocratizadas, ser contribuyentes netos a rescates de países,…) que los beneficios que, sin duda, tiene una unión económica y aduanera. La pregunta de oro en este momento para los ciudadanos británicos de a pie y para los inversores es esta: ¿van a ser capaces de aguantar los enormes costes que tiene el Leave?
A día de hoy, dos años de incertidumbre y negociaciones con Bruselas le puede costar a Reino Unido entrar en recesión y afrontar un agujero en la balanza por cuenta corriente superior al 9% del PIB. Su posición comercial con respecto al exterior es débil ya que sus exportaciones se dirigen principalmente a Estados Unidos, Alemania y Holanda, mientras que sus importaciones vienen de Alemania y Suiza. Sólo el 75% del PIB que genera el distrito de Londres proviene de la City. Por ello, es más que imprescindible mantener el valor de la divisa para evitar un agujero mayor en las cuentas exteriores.
Pero los costes de este proceso no sólo los va a afrontar Reino Unido. España podría perder entre un 0,1 y un 0,2% de tasa de crecimiento de la economía en los próximos dos años, mientras que para la Unión Europea la merma de crecimiento llegaría 0,5% en términos interanuales. Esto, en román paladino, supone destrucción de empleo, contracción del grado de movimiento de los capitales y más debilidad para una ya de por sí debilitada Europa.
Para las Bolsas, la tensión seguirá pero con un elemento importante: las mayores caídas se las han llevado los valores más expuestos a Reino Unido y el sector financiero, lo cual indica el grado de desconfianza en un acuerdo final entre Londres y Bruselas. Sin embargo, después de varios meses de volatilidad inacabable en los parqués y con empresas que siguen generando beneficios, caja y rentabilidad, grandes empresas europeas se encuentran ante una oportunidad histórica de compra.
Así lo entenderán en los próximos días los inversores que busquen valor después de ver desplomes totales del 15% en grandes índices como la media europea Eurostoxx 50. Lo mismo ocurre en tres mercados clave: el mercado interbancario, el mercado de deuda pública y el mercado de divisas.
Todos ellos operan bajo la promesa tácita de una acción coordinada entre el Banco de Inglaterra y el Banco Central Europeo (BCE) que estabilizará la situación. Al fin y al cabo, los Bancos Centrales tienen que cumplir su papel de prestamistas de última instancia para disipar cualquier tensión. Es muy relevante (aunque así puesto no lo parezca) el mercado interbancario, ya que cualquier tensión en él provocaría escasez de liquidez en sucursales bancarias y cajeros automáticos. Lo peor que podría suceder y esperemos que no suceda es una “corrida bancaria” en la que los depositantes acudan masivamente a sus bancos a retirar sus ahorros.
El dinero, en suma, huele este miedo. Pero como suele pasar en mercado, las sobre-reacciones nunca son buenas y menos ante episodios como el actual. Un “cisne negro” no es una hecatombe sino algo que hay que gestionar. En juego hay miles de millones de pensiones de toda Europa y los ahorros de millones de personas, cuyo dilema en este momento es si dejar el dinero debajo del colchón sine die o cometer un error de manual en todos los desplomes bursátiles: vender cuando más bajo está el mercado.
Una de las situaciones más temidas para los mercados financieros ha aparecido de golpe y porrazo y sin avisar: el denominado cisne negro, un acontecimiento que a priori casi nunca aparece pero que lo ha hecho repetidas veces a lo largo del tiempo. Sin duda la votación en Reino Unido, que ha...
Autor >
Javier Santacruz Cano
Es economista y socio de China Capital.
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