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En la mañana del jueves 30 de junio se desató una tormenta mediática en Washington que ha afectado a buena parte de los medios de comunicación planetarios. El grupo Support Precision Agriculture había organizado el acto de presentación de una carta que, el viernes 8 de julio de 2016, afirmaba haber sido apoyada por 110 premios Nobel. El veredicto de tan acreditado tribunal es contundente: Greenpeace es culpable de haber encabezado la oposición al arroz dorado, un cultivo transgénico con capacidad de producir en el endosperma (el grano comestible) beta-caroteno, precursor de la vitamina A, cuya carencia afecta severamente a millones de personas (especialmente niños) en países menos desarrollados. Según los firmantes, a causa de esta oposición, el arroz dorado no ha podido ser distribuído a millones de campesinos pobres, condenados a sufrir estas deficiencias. La carta acaba con la inquietante pregunta de ¿Cuántos pobres deben morir en el mundo antes de que consideremos esto como un crimen contra la Humanidad?
Más allá de algunas deficiencias formales (como que los principales encausados aparentemente no fuesen autorizados a asistir al acto, o que Alfred G. Gilman, premio Nobel de Medicina en 1994, firmante de la carta, hubiese fallecido en diciembre del pasado año), la operación parece haber tenido un importante impacto en la opinión pública. En estas líneas quisiera hacer dos precisiones y proponer una hipótesis que ayuden a poner en perspectiva el tema y contribuyan a una mejor información y comprensión de su significado.
Conviene señalar previamente que frente a las supuestas virtudes nutricionales del arroz dorado para combatir la carencia en vitamina A que argumentan sus defensores, las críticas se centran en el supuesto uso propagandístico como caballo de Troya por parte de la industria transgénica así como su supuesta ineficiencia como método de prevención de la avitaminosis y su falta de efecto demostrado.
Las ‘culpas’ de Greenpeace
Greenpeace es uno de los actores del campo antitransgénico, enfrentado en una larga guerra al campo de la agricultura transgénica. Dos han sido sus intervenciones más destacadas en el tema del arroz dorado que le han llevado a convertirse en la bestia negra de la agroindustria transgénica y sus promotores. Por una parte, la campaña denunciando las limitaciones del pretendido éxito anunciado a bombo y platillo en la portada de la revista Time en julio del 2000, fecha en la que las primeras plantas de arroz dorado (SGR1) daban resultados muy desalentadores acerca de su contenido en beta-caroteno. Hay que recordar que las exageraciones de Time sobre las virtudes del arroz dorado de 2000 no solo fueron denunciadas por Greenpeace. El propio Gordon Conway, entonces presidente de la Fundación Rockefeller (que como veremos ha sido un actor importante en relación a la investigación internacional sobre el arroz), reconocía en relación al artículo de Time que la utilización del arroz dorado como campaña de relaciones públicas “ha ido demasiado lejos”. De hecho, hasta 2004 no se consiguieron nuevas plantas (SGR2) con un contenido significativo de beta-carotenos, cuyos resultados se publicaron en la revista Nature en 2005.
Por otra parte, la denuncia de Greenpeace-Asia del Este sobre el empleo de niños chinos como cobayas atrajo la atención de las autoridades académicas y sanitarias en China y los EEUU sobre los problemas éticos derivados del artículo liderado por la Dra. Guangwen Tang de la Universidad de Tufts (EEUU) en el que participaron investigadores estadounidenses y chinos y publicado en 2012 en el American Journal of Clinical Nutrition. El estudio comparaba el valor del arroz dorado como fuente de beta-caroteno utilizando una muestra de 72 niños de una zona rural pobre de la provincia de Hunan (China), y concluía que el beta-caroteno del arroz dorado era tan eficiente como las cápsulas de beta-caroteno puro y mejor que una ración de espinacas como fuente de vitamina A en niños sanos de 6 a 8 años. El artículo fue retractado por la revista el pasado año tras un largo proceso al no haber podido demostrar los autores del trabajo que contaban con la preceptiva aprobación de los comités de ética y el consentimiento de los padres de los niños implicados. Los autores fueron sancionados por sus respectivas autoridades, el artículo quedó invalidado como prueba científica, y sobre Greenpeace cayó la acusación de haber bloqueado un trabajo científico que demostraba la eficacia vitamínica del arroz dorado (para una lectura contrapuesta a la anterior ver Nestlé 2015).
La denuncia de Greenpeace-Asia del Este sobre el empleo de niños chinos como cobayas atrajo la atención de las autoridades académicas y sanitarias en China y los EEUU
Las razones del retraso en el desarrollo del arroz dorado según el IRRI
El Instituto Internacional de Investigación del Arroz (IRRI) ubicado en Los Baños, Filipinas, tiene una larga trayectoria en investigación sobre este cultivo. Bastión de la Revolución Verde como parte del CGIAR, fue creado en 1959 con el apoyo de las Fundaciones Rockefeller y Ford y de él partieron las variedades híbridas que aumentaron espectacularmente los rendimientos de este cultivo. El 20 de enero de 2001 el IRRI firmaba un acuerdo con los Drs. Potrykus y Beyer –copatentadores en 1999 del primer arroz dorado--. Justo en la misma fecha los dos investigadores firmaban otro acuerdo con la recién creada Syngenta (resultado de la fusión de Astra-Zeneca y Novartis el 13 de noviembre de 2000). En él se transferían los derechos de lo que hasta entonces había sido un proyecto público de investigación financiado por la Fundación Rockefeller a través del Programa Internacional de Investigación sobre Arroz. Dos días después de la firma de ambos acuerdos llegaban las primeras semillas de arroz dorado al IRRI, iniciándose así esta singular asociación entre sectores privado y público que ha sido considerada por algunos como modélica. Testigo de este acuerdo y actor principal de la polémica fue Adrian Dubock, a la sazón director de Fusiones, Adquisiciones, Acuerdos y Patentes de Syngenta, que narra su versión de los hechos en el artículo ‘The present status of Golden Rice’.
El IRRI ha sido fundamental para llevar a cabo la introgresión de la inserción transgénica original (evento en la terminología biotecnológica) realizada sobre una variedad de arroz javanica (variante tropical del grupo japónica, la más común en zonas templadas y tropicales de montaña) a una del grupo indica, más adecuada a zonas tropicales de Asia. El Golden Rice Humanitarian Board (GRHB, auténtico directorio en la sombra de toda esta historia) había identificado la necesidad de establecer estos cultivos experimentales sobre genotipos y condiciones de cultivo asiáticas, dados los niveles de pobreza y subnutrición y la importancia del arroz en la dieta en este continente. A este fin había seleccionado (previa auditoría de Syngenta) el IRRI y el Indian Agricultural Research Institute (IARI) como los centros donde desarrollar los experimentos.
Sin embargo, India aplicaba de un modo más estricto el Protocolo de Cartagena sobre Seguridad de la Biotecnología (parte del Convenio sobre Diversidad Biológica), lo que obligó a la construcción de una costosa y compleja instalación donde experimentar de forma controlada. Según narra Dubock, estas condiciones artificiales dieron malos resultados. Por el contrario, Filipinas tenía una regulación más laxa, lo que favoreció la experimentación en condiciones menos restrictivas, logrando eventualmente mejores resultados. El trabajo del IRRI y los centros filipinos de investigación agronómica asociados comenzó en 2006; la experimentación en parcelas confinadas arrancó en 2008. Previamente, el GRHB había acordado en 2006 rebautizar la variedad de arroz dorado SGR1 (Syngenta Golden Rice 1) y la segunda versión mejorada SGR2, con contenidos muy superiores de beta-caroteno, como GR1 y GR2 eliminando la ‘S’ de Syngenta para evitar las suspicacias que podría generar.
El IRRI ha sido fundamental para llevar a cabo la introgresión de la inserción transgénica original
La introgresión transgénica de arroz dorado en el grupo indica se había iniciado utilizando el arroz híbrido de alto rendimiento IR64, un bien público (o ‘regulatory clean’ en la terminología del GRHG) producido por el IRRI y sobre el que se había trabajado tanto en los EEUU como en Japón. Ignoro qué variedades se han estado utilizando en España, país que aparentemente ha participado también en esta experimentación al menos desde 2003. La experimentación en el IRRI se realizó utilizando el IR64 y otras variedades híbridas también desarrolladas en dicho centro y por tanto todas ellas bienes públicos. Merecería la pena analizar la influencia que el carácter de bien público de la investigación generada por el IRRI haya podido tener en todo este proceso. Igualmente, la decisión ‘filantrópica’ de Astra-Zeneca de patrocinar la creación del Golden Rice Humanitarian Board en el año 2000 y posteriormente Syngenta de participar en el consorcio público-privado y cederle parcialmente los derechos de distribución, así como de la Fundación Bill y Melinda Gates de apoyar este proyecto. Pero ello nos desviaría del propósito central de este artículo.
Lo más relevante para nuestra historia es que el IRRI, desde hace una década foco central de la investigación sobre el arroz dorado, ha explicado claramente las razones para el atraso en su desarrollo y puesta a disposición de los campesinos. El primer documento (probablemente elaborado en 2012), ¿Por qué ha tardado tanto en desarrollarse el arroz dorado?, da las siguientes respuestas: en realidad el plazo transcurrido está dentro de lo habitual en este tipo de biotecnologías, que suelen tardar en promedio unos 13 años desde su descubrimiento hasta su comercialización; el trabajo para producir una nueva versión de Golden Rice que mejore sustancialmente la producción de beta-caroteno está todavía en desarrollo y evaluación; solo se pondrá a disposición de los agricultores y consumidores si la autoridad regulatoria nacional (filipina) lo aprueba y se demuestra que reduce la deficiencia en vitamina A en las condiciones [de producción y consumo, nota del autor] de las comunidades [campesinas]. Este proceso se estimaba que duraría aún 2 o 3 años.
Un segundo documento, Clarificación de noticias recientes sobre el arroz dorado, elaborado en 2013 (y por tanto posterior al artículo publicado por Tang et al. sobre las cualidades vitamínicas del arroz dorado), puntualizaba diversos artículos aparecidos en la prensa (en concreto, uno de Lomborg en Project Syndicate y otro publicado en The Guardian que citaba extensamente a Dubock y al artículo de Tang) que anunciaban la inmediatez de la disponibilidad del arroz dorado, sus virtudes y las grandes expectativas al respecto. En dicho documento, ya retirado de la web pero cuya URL en marzo de 2014 era ésta, se negaba que el arroz dorado fuese a estar disponible en pocos meses y, tras glosar el trabajo de Tang, se decía: ‘Sin embargo, aún no ha sido demostrado que el consumo diario de arroz dorado mejore el estado de vitamina A de personas con deficiencia en esta vitamina …’ anunciando que si las autoridades regulatorias aprobaban el arroz dorado, Helen Keller International y centros universitarios emprenderían un estudio controlado con comunidades para dilucidar si el consumo diario de arroz dorado mejora el estado de la vitamina A.
El tercer documento, cuya primera versión data de 2014, ¿Cuál es el estado del proyecto Arroz Dorado coordinado por el IRRI?, actualiza las informaciones anteriores añadiendo una pieza clave: que los resultados en campo llevados a cabo en distintas localidades mostraban que el arroz dorado producía de modo regular cantidades altas de beta-caroteno y que su calidad era comparable a la de las variedades convencionales, pero … (punto importante) que los rendimientos de las líneas experimentadas daban resultados variables según localidades y estaciones del año. Esto había llevado a abrir nuevas líneas de investigación probando eventos como el GR-2E y otros como base para la introgresión transgénica (la cita literal de la primera versión de este documento referida por Dubock señala más explícitamente: “Mientras que se alcanzó el objetivo del nivel de beta-caroteno en el grano, los rendimientos medios fueron por desgracia menores que los de las variedades locales equivalentes preferidas por los campesinos”). El documento reitera que hasta que no hubiese la preceptiva aprobación por las autoridades regulatorias y se demostrase su eficacia como fuente de vitamina A en condiciones reales de cultivo no comenzaría su distribución.
¿Por qué es tan importante esta última salvedad? Para entenderlo, recomiendo la lectura del recién publicado artículo de Stone y Glover en la revista Agriculture and Human Values. En resumen, la población local que vive en condiciones aisladas y cuya cultura está profundamente enraizada en el arroz, ha mostrado hasta la fecha una baja apreciación por un arroz con rendimientos inferiores y/o irregulares, culinariamente menos apetitoso y que compite con las variedades tradicionales mejor adaptadas a las condiciones locales. Por cierto, el propio IRRI tiene un proyecto con estas variedades tradicionales que está siendo exitoso.
¿Entonces, por qué la exagerada e hipermediatizada campaña contra Greenpeace?
Antes de apuntar algunas hipótesis sobre los motivos de la virulenta campaña desatada, conviene hacer un resumen de lo anterior: a) las críticas iniciales de Greenpeace (y otros) sobre el reducido potencial vitamínico de los primeros experimentos de arroz dorado eran razonables, aunque el (S)GR2 desarrollado posteriormente haya superado ese obstáculo; b) la crítica a la ética de un diseño experimental que no había informado del alcance del mismo a las familias de los niños que iban a participar en el eran pertinentes; la investigación sobre la capacidad del arroz dorado de mejorar la disponibilidad en vitamina A en las condiciones reales de poblaciones pobres y subnutridas está en marcha pero aún no hay resultados finales concluyentes [Nota: estos dos puntos no significan necesariamente que yo apruebe el estilo de campañas de Greenpeace]; c) las razones para el retraso en la disponibilidad de arroz dorado no han tenido en lo fundamental que ver con estas campañas de Greenpeace, sino con la complejidad (técnica, regulatoria, nutricional y sociocultural) de un proceso que, a pesar de los importantes recursos con los que ha contado, aún está por concluir; y, d) esto es conocido por los principales actores, que incluyen al GRHB, otros organizadores de la campaña (aunque dudo que sean conscientes de ello la mayoría de los Nobel firmantes de la carta), el IRRI, y el propio Greenpeace.
Volviendo a la pregunta, 2015 fue un año agridulce para los promotores de los organismos modificados genéticamente (OMGs). Por un lado, los espectaculares avances en nuevas biotecnologías como CRISPR/Cas9 permiten editar y modificar el genoma con una precisión impensable hace sólo un lustro. Esta explosión biotecnológica abre la puerta a nuevas aplicaciones impulsando el desarrollo de OMGs de segunda generación con un potencial teórico (que a medida que se desplieque habría que ir analizando cuidadosamente en sus distintas dimensiones) de hacer una contribución real al desafío alimentario. La industria transgénica ha dado ya por amortizada la vieja y burda tecnología que dio pie al nacimiento de los dos tipos de cultivos transgénicos realmente existentes, los resistentes a herbicidas y los productores de toxinas que afectan a insectos considerados como plagas (y a otra variedad de animales en diversa medida). El desafío principal al que se enfrentan sus promotores en la actualidad es de carácter regulatorio.
Esta explosión biotecnológica abre la puerta a nuevas aplicaciones e impulsa el desarrollo de OMGs de segunda generación con un potencial teórico
Por otro lado, en marzo de 2015 la IARC (Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer, parte de la Organización Mundial de la Salud, OMS) catalogó al glifosato como probable carcinogénico, lo que amenazaba a los cultivos resistentes a dicho herbicida, característica presente en el 86% de los cultivos transgénicos a nivel global. En abril de ese mismo año una juez de distrito sentenció contra la pretensión de la industria de producción y distribución alimentaria de los EEUU (Grocery Manufacturers Association, GMA, que incluye a gigantes de la industria agroalimentaria como Monsanto) de paralizar cautelarmente mientras se resuelve su recurso de inconstitucionalidad el Acta 120 aprobada en 2014 por el gobernador de Vermont y que obliga al etiquetado de los productos que contengan transgénicos. Tras la decisión judicial, el Acta de Vermont entraba en vigor el 1 de julio de 2016, justo el día siguiente del inicio de la campaña contra Greenpeace. Y en julio del 2015 se produce la mencionada retracción del artículo de Tang et al. (cuyo último firmante era Robert Russell, responsable de los temas de nutrición del GRHB) después de perder otra batalla judicial esta vez emprendida por la investigadora contra la revista y contra su universidad. El litigio fue financiado según Dubock por un rico y generoso filántropo cuyo nombre no ha querido revelar. Añadido a esta serie de reveses, 2015 marca el primer año oficialmente reconocido por el ISAAA de caída en la superficie cultivada de transgénicos a nivel global.
La industria transgénica ha reaccionado de diversas formas ante estos contratiempos. Mi hipótesis es que la campaña contra el supuesto ‘crimen contra la humanidad’ de Greenpeace se enmarca dentro de estas respuestas. La recogida de firmas fue coordinada por Richard Roberts, premio Nobel de Medicina junto con Sharp en 1993 por sus trabajos sobre los intrones y actual director científico de la empresa biotecnológica New England Biolabs. La inclusión de un premio Nobel fallecido en diciembre de 2015 en la lista de firmantes sugiere que el inicio de la campaña fue anterior a esa fecha, lo que ha sido confirmado en la versión actualizada de la lista de firmantes, donde se ha incluido una nota aclaratoria (ausente los primeros días) probablemente como respuesta a las observaciones recibidas en este sentido.
El diseño de la campaña parece responder a una jugada a cuatro bandas. El objetivo central sería modificar el marco regulatorio. Dos piezas fundamentales del mismo son el Principio de Precaución y el Protocolo de Cartagena sobre Bioseguridad, a los que aluden como obstáculos principales diversos actores de esta historia como Potrykus y Dubock. La sustitución de un marco regulatorio basado en el proceso a uno basado en el producto, así como la redefinición de las variedades obtenidas con nuevas tecnologías como CRISPR de modo que no deban seguir los procedimientos aplicables a los transgénicos clásicos forman parte de esta estrategia que ya está dando sus frutos.
El arroz dorado se presta particularmente bien a este fin. Frente a la compleja realidad de su desarrollo y lo que se sabe hasta la fecha de su potencial en condiciones reales de nutrición, diversos actores de esta campaña han contribuido a forjar lo que Brooks denomina una ‘imagen virtual’ separada y alejada de la primera pero que encapsula bien todas las propiedades adscritas al conjunto de los OGMs por sus proponentes. La carta firmada por los premios Nobel se nutre precisamente de este arroz dorado virtual, que es utilizado como un dilema moral (identificado por el propio Greenpeace ya en el año 2000) para atraer la simpatía sobre el conjunto del sector.
La imagen real puesta de manifiesto en los documentos del IRRI (probablemente desconocida por numerosos firmantes de la carta) confronta esta imagen virtual. La no aceptación explícita del trabajo de Tang et al. (que, recuerdo, aún no había sido retractado cuando el IRRI emite su nota) como prueba definitiva de las virtudes vitamínicas del arroz dorado y el reconocimiento de sus inferiores cosechas, lo coloca en línea de colisión con las premisas centrales de la carta. Ello me lleva a sospechar que ha debido ser también, aunque de modo mucho más sutil, parte del objetivo de la campaña. Dubock (director ejecutivo del GRHB desde 2010 y sobre cuyas declaraciones se basa buena parte del artículo de The Guardian desautorizado por la segunda nota del IRRI a la que hago referencia) deja caer en 2014 diversas críticas veladas a este instituto internacional. Ejemplos de ello son insinuaciones sobre falta de diligencia en el uso de los datos moleculares del arroz dorado suministrado exclusivamente al IRRI por Syngenta, el puenteo participando en reuniones con Syngenta a las que no habrían sido invitados otros actores habituales, o la competencia desleal contra otros investigadores como Beyer para conseguir fondos de la Fundación Bill y Melinda Gates.
El lanzamiento de la campaña el día previo a la entrada en vigor del Acta de Vermont que obliga a etiquetar a los productos que contengan transgénicos y una semana antes de la crucial votación en el Senado de una ley nacional de etiquetado que acaba de pasar su primera ronda de votaciones el 6 de julio y se espera sea aprobada definitivamente en los próximos días es muy improbable que sea mera coincidencia. Esta ley, percibida como farragosa y entorpecedora de opciones más avanzadas como la aprobada por el Estado de Vermont, es considerada una victoria para los grupos agroindustriales y posiblemente acabará anulando a la de este Estado. Es muy probable que una de las funciones de la campaña haya sido hacer presión para la aprobación de dicha ley.
El lanzamiento de la campaña el día previo a la entrada en vigor del Acta de Vermont que obliga a etiquetar a los productos que contengan transgénicos
El propio Adrian Dubock publica una nota en el Genetic Literacy Project (conocido lobby de difusión pro-transgénico) el mismo día de presentación de la carta. En ella acusa a Greenpeace y a los críticos de los OGMs de tergiversación del proyecto humanitario que preside. Lo novedoso es el ataque al trabajo de Stone y Glover, publicado en abril y que había recibido una cierta atención en la prensa de divulgación científica. Estas coincidencias apoyan la idea de una meticulosa campaña preparada desde hace meses por una red interconectada de organizaciones e intereses pro-transgénicos.
La pregunta final es ¿Cuál es el papel de Greenpeace en todo esto? Creo que Greenpeace ha sido una pieza más de una campaña magistralmente orquestada, que ha sabido aprovechar una gran contradicción de esta organización. Al reconocerle a Greenpeace una influencia en el desarrollo del arroz dorado que realmente no ha tenido, se apoya en la propia publicidad de este grupo sobre la eficacia de sus campañas, invirtiendo así los términos, responsabilizándolo de una debacle humanitaria y dando credibilidad al planteamiento de la carta firmada por los Nobel. Es de suponer que los diseñadores de la campaña del ‘crimen contra la humanidad’ cometido por Greenpeace pensarán que le pagan a ésta organización con su misma moneda.
Parafraseando a un egregio y ya retirado político español, Greenpeace ha sido la ‘tinta de calamar’. El menú está servido. Este narrador les advierte que su consumo puede resultar algo indigesto.
Manuel Ruiz Pérez es profesor titular en el Departamento de Ecología de la UAM
En la mañana del jueves 30 de junio se desató una tormenta mediática en Washington que ha afectado a buena parte de los medios de comunicación planetarios. El grupo Support Precision Agriculture había organizado el acto de presentación de una
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Manuel Ruiz Pérez
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