TRIBUNA
Ciudadanos contra gente. Los límites del republicanismo
El pluralismo reivindicativo y de resistencia, que afirma a los de abajo y fuerza la extensión de las fronteras, está en la base del populismo como alternativa filosófica
Fernando Broncano 5/09/2016
Ciudadano Kant
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Que en España se están debatiendo distintos programas políticos, es claro. Que se están debatiendo además distintas maneras de hacer política, es bastante seguro a pesar de que las miradas más cínicas pretendan afirmar que “todos son casta”. Que hay concepciones de la política en juego, lo que en la jerga llamaríamos “filosofías políticas”, no ha sido percibido con tanta claridad. Pero también está en disputa esta concepción. Cuando en el último debate de investidura Albert Rivera se dirigió a Pablo Iglesias diciendo “yo prefiero hablar de “ciudadanos” más que de “gente”, estaba haciendo una afirmación rotunda de filosofía política republicana contra el presunto populismo.
El republicanismo ha aparecido como un refugio de supervivencia en el bosque de las opciones políticas del presente
En primer curso de filosofía política te enseñan que hay tres grandes concepciones de la gobernanza de una sociedad: el liberalismo, el comunitarismo y el republicanismo. El liberalismo, en su extraña deformación que se llama "neoliberalismo", ha sido, y es, la concepción hegemónica en la cultura política contemporánea, lo que hemos llamado "pensamiento único" desde la caída del Muro de Berlín. Quizá ha perdido su pretensión de ser el único juego en el pueblo, pero sigue siendo la concepción más extendida para legitimar las políticas dominantes. El comunitarismo ha sido, y es, una suerte de horizonte utópico para el sueño zen de una supuesta vuelta a las sociedades pequeñas lejos de las cosmópolis contemporáneas. El republicanismo ha aparecido tardíamente como un refugio ideológico de supervivencia en el bosque de las opciones políticas del presente. Así, cuando José Luis Rodríguez Zapatero quiso darle nombre a su intención de distanciarse de la socialdemocracia de “tercera vía” de Tony Blair y Felipe González, sostuvo que él era “republicano” como opción filosófica y pidió a uno de sus defensores académicos, Philip Pettit, que “evaluase” los logros de sus primeras medidas políticas. Por su parte, Ciudadanos, que no ha querido ser calificado como “neoliberal” recalcitrante, y que nació para oponerse a los supuestos “populismos” de los nacionalistas primero, más tarde extendido a Podemos, hizo del término “ciudadanos” un nombre propio para señalar sus simpatías republicanas. He dejado fuera de este catálogo la palabra fantasma que recorre la prensa biempensante europea, el "populismo", pues suponen los editorialistas que no es una filosofía política sino un término denigratorio de la decadencia de las otras formas. Pero es la cuarta filosofía política en disputa.
Cuando Albert Rivera confronta “ciudadanos” con “gente”, manifiesta así uno de los eslóganes del republicanismo: en la sociedad no nos reconocemos si no es como ciudadanos. Ni los individuos del liberalismo, ni las personas del comunitarismo, ni la gente del populismo, sino los ciudadanos. El ciudadano está ligado al Estado por vínculos de derechos y deberes. Se le concede una "carta de ciudadanía" que le obliga a prestar su apoyo a los grandes proyectos comunes para recibir a cambio el amparo de la fuerza del Estado y del derecho. Defendido por una larga tradición de autores como Maquiavelo y Hobbes, Rousseau y Robespierre, Habermas o, recientemente, Philip Pettit, se presenta como novedad conceptual frente a la dicotomía de los discursos conservadores o de izquierdas. La idea de fondo es muy aristotélica: somos animales políticos pues es la forma social de Estado la que nos reconoce como algo más que cuerpos semovientes. El estado nos protege y nos obliga.
Cuando Rivera confronta “ciudadanos” con “gente”, manifiesta uno de los eslóganes del republicanismo: en la sociedad no nos reconocemos sino es como ciudadanos
No negaré el atractivo del republicanismo, al que hay que concederle muchísimas buenas razones que iluminan el pensamiento político contemporáneo. Yo diría que hay un trasfondo republicano que ya no puede ser abandonado, aunque también diría lo mismo respecto al liberalismo y al comunitarismo. Una buena filosofía política debería conceder a las visiones alternativas aquellos puntos sin los que ya no es posible ordenar bien una sociedad. Sin embargo, el republicanismo tiene dificultades para entender los nuevos problemas que presentan las sociedades contemporáneas bajo las formas de la globalización, el pluralismo y el cosmopolitismo que definen nuestro régimen social en el mundo de hoy. Y entiendo por cosmopolitismo la conversión de facto del planeta Tierra en una inmensa urbe como la de Trántor de La Fundación de Isaac Asimov.
Este nuevo contorno socioeconómico de la globalización fue el motivo intelectual más importante de lo que llamamos el “posmodernismo”, que tuvo múltiples variedades de jardín, pero que coincidió en señalar una nueva característica de nuestras sociedades con la que todas las filosofías políticas del momento se sintieron incómodas: el pluralismo. Pluralismo de maneras de estar en el mundo motivadas por la cultura, por los orígenes sociales, étnicos, de género o preferencia sexual. Los papas más conservadores declararon el relativismo multicultural como el gran peligro del tiempo contemporáneo. Y para los republicanos, este peligro es también su razón de ser: toda diferencia es sospechosa. No es sino una condición anecdótica y contingente que el Estado resuelve bajo el paraguas de la ciudadanía. No es casual que uno de los tropiezos de Rivera fuese con el feminismo. Su filosofía espontánea es negar las diferencias, por más que tenga que hacer concesiones.
El republicanismo odia el término "identidad", pero el caso es que es una máquina de producirla
El problema que les presenta el pluralismo es que señala directamente los límites del pensamiento y el orden republicanos. El pluralismo nace de aquellos rasgos o estigmas que producen la desidentificación, el desapego y aun la exclusión de enormes grupos del reconocimiento de la república. El pluralismo apunta a la condición de alienados, extrañados o excluidos del territorio común. Esos rasgos o estigmas, por su naturaleza excluyente, manchan el rostro y producen una nueva máscara que se traduce en señas de identidad. El republicanismo odia el término "identidad", pero el caso es que es una máquina de producirla. El republicano odia las manifestaciones de la diferencia, los burkinis del mundo, y de este modo los eleva a la categoría de máscaras de diferencia.
Las tres formas del pluralismo
Hay tres modalidades de pensar el pluralismo. La primera es el relativismo, que coincide más o menos con el modelo posmoderno de pluralismo. El relativismo postula una sociedad pluricultural, cada uno en su barrio sin molestar a los otros, pero tampoco sin interpelarles ni entrar en debate con ellos. Es un pluralismo de la tolerancia vacía. El relativismo es, por muchas razones, una concepción errónea y primitiva. Se sostiene sobre un sueño imaginario de lo que es "nuestra cultura" que nos diferencia de las "otras", reconoce al otro pero solamente como diferente, no como pregunta o como interpelación directa a nosotros. Y, sobre todo, se basa en prejuicios sobre la propia cultura, como si pudiese ser delimitada y no estuviese basada en señas que ocultan profundos autoengaños. Es el pluralismo de las comunidades imaginadas (las hegemónicas y muchas veces las subalternas).
La segunda es el pluralismo optimista del consenso. Es la opción meliorista y perfeccionista de la buena voluntad de quienes creen que la pluralidad nos enseña a largo plazo una sociedad mejor. El pluralismo meliorista es, por otras razones, una concepción más interesante, y hay mucho de verdad en lo que sostuvieron los pensadores que lo siguen (mayoritariamente norteamericanos, como Dewey), pero tiene el problema de que la búsqueda de los consensos suele ser una estrategia rápida para ocultar el fondo de las reivindicaciones de los excluidos. El consenso que busca esta forma de pluralismo solamente es aceptable cuando es un resultado y subproducto de la política, no un objetivo. Lo mismo que el sueño del insomne, solamente llega cuando deja de buscarse.
La tercera forma de pluralismo es el pluralismo reivindicativo y de resistencia. Es el pluralismo que afirma a los de abajo, el que se resume en el grito continuo "¿acaso no soy yo también ciudadano?, ¿acaso no soy ciudadana?". Es el pluralismo que enseña a los republicanos su condición parroquiana, el corto alcance de los muros y fronteras que han trazado para construir su república. Es el pluralismo que fuerza la extensión de las fronteras de la república. Es el pluralismo que expresa el grito de “lo llaman democracia y no lo es”, o que manifiestan las acciones de la Plataforma Anti-Desahucios. Es el pluralismo que está en la base del populismo como alternativa filosófica.
Más allá de los ciudadanos está la gente, que aspira a llegar a ser pueblo
Los fundadores de la urbe republicana de Roma usaron unos bueyes para trazar las fronteras de la ciudad. El republicanismo siempre tiene en la cuadra una pareja de bueyes para trazar estas fronteras. Bajo un lenguaje de orden y gobernanza, sus dispositivos siempre están trazando fronteras invisibles que dejan fuera de lo visible y audible a quienes están al otro lado. Aunque sean vecinos y tengan carnet de identidad o pasaporte. El republicanismo convierte la sociedad en una suerte de carnaval donde los ciudadanos visten trajes y máscaras públicas admisibles. Existen mientras son calificados bajo alguno de los dispositivos normalizadores del Estado.
Pero hay gente que no es ciudadana, cuyos cuerpos no son vistos y oídos porque su lenguaje no se entiende, o se oye como un grito ininteligible, como el del viejo que se queja en la madrugada y cuyo dolor se sospecha fingido. Más allá de los ciudadanos está la gente. Sí: cuerpos que desean y quieren ser vistos y oídos, que, como peregrinos de una historia interminable, aspiran a llegar a ser pueblo. Y por esta razón el populismo se despega del republicanismo. Porque sabe que el antagonismo es la forma de aprender, que, como enseñaba Aristóteles: todos persiguen el bien, pero cada uno lo entiende a su manera. Es muy difícil saber qué es el bien común. El bien común del republicano es un horizonte vacío. Pero es mucho más fácil conocer el mal. Quizá no sepamos adónde queremos ir, pero es más sencillo conocer adónde no queremos volver. En toda su pluralidad, la gente lo sabe.
Fernando Broncano es catedrático de Filosofía de la Ciencia en la Universidad Carlos III.
Que en España se están debatiendo distintos programas políticos, es claro. Que se están debatiendo además distintas maneras de hacer política, es bastante seguro a pesar de que las miradas más cínicas pretendan afirmar que “todos son casta”. Que hay concepciones de la política en juego, lo que en la...
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