ANIMACIÓN
Dibujar en Japón, un sueño occidental
La animación japonesa tiene cada vez más filón en Europa, también en lo laboral. Eddie, Cedric y Yann son tres artistas franceses que trabajan en Japón en la prolífica industria del anime
Manuel Gare 23/09/2016
Un animador japonés, en el estudio Production I.G.
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Nacieron en Europa o Estados Unidos y desde jóvenes sintieron que algo les llamaba en Japón. Una generación de artistas que en algún momento de sus vidas quedaron prendados de la cultura japonesa y decidieron adentrarse en su mundo, a pesar de las barreras idiomáticas y las diferencias en la forma de trabajar. Cada vez son más los casos en los que el sueño occidental de la animación japonesa se convierte en una realidad. Un viaje a lo desconocido que parece funcionar a quien decide emprenderlo, pero que va de la mano de un esfuerzo adicional con respecto a sus compañeros japoneses, quienes poco a poco les han ido abriendo las fronteras de una industria tan complicada como llena de oportunidades.
Francia es uno de los países europeos que más importa creaciones japonesas. Su gran mercado de licencias en lo referente al manga y anime, así como la apuesta constante por la cultura nipona, han terminado por normalizar la tendencia en el país vecino, lo que se ha traducido, también, en la exportación de talento, siendo no pocos los artistas que deciden dar el salto. Cada motivación nace de un lugar distinto, de unas aspiraciones diferentes, pero el objetivo es el mismo: llegar a trabajar en la industria de la animación japonesa. Eddie, Cedric y Yann son tres ejemplos de esto. Artistas franceses hoy consolidados, que estudiaron animación a principios de siglo y que llevan buena parte de su carrera profesional en Japón.
Eddie Mehong trabaja como animador, dando vida a cada frame, haciendo que los personajes cobren vida. Su sueño empezó con la factoría de Mickey Mouse. Para Eddie, animar en Disney era entonces su mejor opción. “También era un sueño que tenía mi madre, así que pensé que hacer su sueño realidad sería algo bonito”. Sin embargo, sus metas cambiaron. “Descubrí la animación japonesa y me enamoré de ella”, confiesa.
Cuando empezó a trabajar en Japón, llegaba desde Francia con un buen bagaje a sus espaldas: había sido director de animación, diseñador y dibujante de storyboard. “Todo eso da igual en Japón si no entiendes el proceso de producción. Así que decidí empezar desde cero”, dice Eddie. Tras ir ganando experiencia, al mismo tiempo que pasaba por varios estudios y aprendía de otros animadores, consiguió construir su propia red de trabajo y se convirtió en freelance.
Habían pasado cuatro años desde su primera incursión en la industria. Acabó constituyendo su propia empresa y actualmente realiza encargos tanto para japoneses como para estudios de fuera. “Japón necesita animadores, y les parece bien que entre más gente en la industria siempre y cuando se respeten sus códigos de trabajo”, apunta. Consciente del sacrificio que supone para un extranjero vivir y trabajar como un animador japonés, Eddie nunca ha tirado la toalla: “Quiero producir una película que demuestre que trabajar con algunos de los mejores animadores japoneses es posible. Es algo en lo que estoy involucrado ahora mismo y de lo que espero poder hablar más en los próximos meses”.
Poco dinero, aún menos horas de sueño
Cedric Herole descubrió las series de anime en televisión cuando era solo un crío. Luego llegaría el manga y un interés creciente en la cultura japonesa, que le llevaron a estudiar el idioma por su cuenta cuando apenas tenía catorce años. Al principio le atraía más la corriente del cómic nipón, pero tras estudiar en una escuela de animación 3D acabó por sentir más apego a las imágenes en movimiento. Fue en un viaje a Japón, hace quince años, cuando viendo El castillo en el cielo de Hayao Miyazaki terminó por descubrir lo mucho que le gustaban dichas animaciones.
Ahora Cedric trabaja en el proceso de animación, igual que Eddie. Cuando empezó, lo hizo en un estudio de animación 3D. “Creo que es más fácil trabajar en un estudio en Japón que se dedique al 3D en vez de producir en dos dimensiones, ya que el el estilo de animación europeo es mucho más fácil de adaptar. Además, algunas personas hablaban inglés, lo que me ayudó al principio porque mi nivel de japonés no era demasiado bueno”, explica. Fue su primera experiencia en Japón, que duró cinco años. Aunque, dice, pudo avanzar sin problema gracias a su motivación, el calendario de entregas era lo que peor llevaba: “Trabajaba una media de 12 horas al día y me quedaba algunas noches. Siempre estaba implicado en dos o tres proyectos al mismo tiempo”.
Me pasé un año trabajando 14 horas diarias, 7 días a la semana, y trasnochaba una o dos veces por semana
Cuando se pasó al estilo tradicional de animación 2D, el genga, lo más difícil para Cedric fue “convencer a los estudios de que puedes dibujar a los personajes con un estilo japonés”. Lo rechazaron en varias compañías debido a su condición de extranjero y a que su estilo era demasiado diferente. También estaba lo de su edad. “Los animadores japoneses suelen empezar a trabajar con 20 años, yo tenía 30. La única manera de convencerles era diciéndoles que hablaba japonés, algo importante ya que nadie habla inglés en la industria del 2D”, cuenta. Acabó por conseguir una oportunidad en la división japonesa del estudio francés Ankama tras un mes de prueba, donde estuvo trabajando durante un año.
“El verdadero infierno llegó con mi primer año como freelance después de aquello”, apunta Cedric. No tenía suficiente experiencia, así que tuvo que hacer un esfuerzo para seguir el ritmo a los demás y conseguir un salario en condiciones. “Me pasé un año entero trabajando 14 horas diarias, 7 días a la semana, además de trasnochar una o dos veces por semana”. Cuando aquel año llegó a su fin, colapsó. “Estuve dos días sin salir de la cama. No podía levantarme ni moverme de lo que me dolía la espalda. Me llevó varios meses recuperarme, y aún hoy me sigue doliendo”. Aunque desconoce si a los japoneses para los que trabajaba les gustaban o no sus dibujos, le reconforta saber que al menos sí valoraron su empeño y esfuerzo.
Cuando habla de su salario, Cedric evita referirse a él como algo importante. “Un buen salario no puede ser la meta en este trabajo. No nos metemos a esto, si esperamos grandes cantidades de dinero. Después de unos cuantos años en el abismo podemos ir escalando, dormir más, conseguir mejores contratos y un mejor salario”, comenta. No es un problema de discriminación. De hecho, dice que la situación es la misma para los japoneses que trabajan en animación, y que incluso si eres extranjero —siempre y cuando sepas hablar japonés— puedes tenerlo “más fácil a la hora de que sean más comprensivos con tus errores, ya que son conscientes de que no conocemos todo en la forma de pensar y hacer japonesa”.
“Una vez calculé lo que gano por horas en relación a lo que gana un trabajador a tiempo parcial de un conbini –supermercado japonés–. No me sorprendió que mi salario fuera menor. Al final de mes gano más dinero, sí, pero paso mucho más tiempo trabajando cada día”, dice Cedric, entre risas. Como cuenta, la tarifa por hora japonesa debe ser una de las más bajas del mundo: “Si queremos dinero fácil, a trabajar a un McDonalds”.
Una profesión para apasionados
Para Yann Le Gall, el interés por la animación japonesa empezó cuando estudiaba en una escuela de animación en París, hace ahora diez años. Fueron estudios como Madhouse, 4ºC o Gainax, junto a directores como Satoshi Kon, Masaaki Yuasa o Hiroyuki Imaishi, los que hicieron que su visión de la animación cambiara completamente. Lo que le llevó a dar el paso definitivo, eso sí, fue el aliento de las experiencias de otros animadores franceses que estaban trabajando en Japón. Es el caso de nombres como Thomas Romain, Stan Brunet, Christophe Ferreira o el propio Eddie: “Escuchar sus historias me inspiró y me hizo pensar que para un francés poco experimentado en la animación era posible ir a trabajar a Japón”.
Una vez allí, se encontró con un panorama complicado. “No sabía si iba a ser capaz de dar salida a tal cantidad de trabajo en unos plazos tan ajustados. Aprender japonés me resultaba abrumador. Y al enterarme de lo salarios tan bajos que tenían los animadores, lo único en lo que podía pensar era en si sería capaz de sobrevivir más de un par de meses allí”, explica Yann. Asegura que, si hubiera sido por él, “nunca habría tenido el coraje de enfrentarme por mí mismo a estos obstáculos, y trabajar en Japón habría permanecido como un sueño”.
Un buen salario no puede ser la meta en este trabajo. Si queremos dinero fácil, a trabajar a un McDonalds
Pero le sonrió la suerte, y acabó formando parte de un proyecto en el que el francés Thomas Romain estaba implicado junto al director nipón Shoji Kawamori. “Thomas quería contratar a franceses para el proyecto, así que me puse en contacto con él. Le mande algunas muestras de mi etapa como estudiante y, después de una breve entrevista por Skype, me ofreció unirme al equipo de una nueva serie llamada Basquash”, narra Yann. No hacía falta hablar japonés y el salario estaba bastante bien, así que a lo “único” que tenía que enfrentarse era a una enorme cantidad de trabajo y a llegar a tiempo a las fechas de entrega.
“Después de un año estaba agotado, pero enamorado del país y con ganas de afrontar nuevos retos, así que decidí quedarme”, dice. Continuó en el mismo estudio del primer proyecto, Satelight, lo que le permitió seguir con un salario similar. En su caso, señala, era una cantidad más que decente para vivir en Tokio y ahorrar algo de dinero. “Pasé a trabajar como diseñador, lo que significa que trabajaba principalmente en preproducción a nivel creativo. Trabajar en preproducción significa que, por lo general, tienes algo más tiempo antes de la entrega del proyecto y hay menos presión. De vez en cuando hay algunos picos de trabajo, pero nada comparable a Basquash, que fueron seis meses sin parar”, cuenta.
La peor parte, afirma, se la lleva la parte de producción. “Son los jóvenes inbetweeners (douga), animadores (genga), coloristas de fondos (haikei), encargados de composición (satsuei) y asistentes de producción (seisaku shinko). Trabajan con plazos muy ajustados, y si lo hacen como freelance, ganan muy poco dinero”, comenta Yann. Trabajar como freelance en la industria del anime significa cobrar por cada corte animado, lo que reduce considerablemente las cantidades y obliga a quienes eligen este método de trabajo a realizar una gran cantidad de encargos, lo que también afecta negativamente al producto final: la inexperiencia de animadores contratados por algunos estudios para reducir costes y poder cumplir con las entregas ha abierto recientemente el debate en Japón ante la pérdida de calidad en algunas producciones.
La buena noticia es que, con el tiempo, la situación mejora para el trabajador. “Después de dos, tres o cuatro años, tus habilidades mejoran y es más fácil que te contraten a tiempo completo en producciones que pagan mejor, como largometrajes o series de televisión de mayor calidad. Si eres rápido y no pierdes el tiempo en el trabajo, puedes tener tiempo para ti mismo, con algunos fines de semana libres y tiempo para dormir tus horas”, opina. Aunque si hay algo relevante en todo esto es que la situación no es diferente en Europa o Estados Unidos. “No importa donde vivas, la animación es un trabajo para gente apasionada. Los japoneses no son superhumanos ni masoquistas. Muchos de ellos son extremadamente trabajadores y dedicados, pero si fuera tan duro y doloroso hacer este trabajo, no lo harían. Y estoy seguro de que yo tampoco”, concluye.
Nacieron en Europa o Estados Unidos y desde jóvenes sintieron que algo les llamaba en Japón. Una generación de artistas que en algún momento de sus vidas quedaron prendados de la cultura japonesa y decidieron adentrarse en su mundo, a pesar de las barreras idiomáticas y las diferencias en la forma de trabajar....
Autor >
Manuel Gare
Escribano veinteañero.
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