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Como archivo audiovisual de la España de Berlanga lo de ayer fue impagable. Su nombre es Verónica y Susana le pagó el AVE a Madrid. El de ida. El de vuelta se lo debió de pagar ella. Una nube de cámaras y micrófonos rodeaba la sede del PSOE y la noticia, contaban los periodistas a pie de acera, es que nadie podía asistir a la noticia que había dentro. En la calle había fuego amigo y en Ferraz hasta las ventanas estaban bien bajadas, no fuese a entrar un balazo o un nuevo dimisionario por un hueco de la persiana. Las novedades estaban fuera e iban desfilando, de la estación de Santa Justa de Sevilla a la de Atocha en Madrid y de ahí, en taxi a Ferraz. La joven Verónica llegó y se presentó a los de las cámaras y los micros. Hola, soy Verónica Pérez. ¿De qué medio?, preguntó uno. No, no, perdona, yo soy la única autoridad del PSOE ahora mismo, espetó y todos se giraron. 

What the fuck is this shit?, soltó un corresponsal extranjero, mientras repasaba ojiplático sus apuntes. El guiri claramente se había perdido cosas. El pobre no sabía, y nadie le dijo, que los españoles también. What the fuck is this shit significa en castellano que el PSOE es una peli que no hay quién la entienda. Con las cámaras ya enfocándola, la desconocida autoridad competente explicaba que los de ahí dentro eran okupas agarrados a lo que decían las normas del partido, háyase visto, y que ella venía a poner orden. En ese momento la frecuencia de fucks y shits del corresponsal extranjero comenzaron a aumentar en cada nuevo desahogo. A pesar de ser única autoridad del PSOE, desde dentro de Ferraz le dijeron a través de la mirilla que dejase la publicidad en el cesto de fuera, que luego la leerían. Verónica siguió allí un rato. Si no te abren, tú aguanta, le dijo Susana antes de despedirla en el andén. Ella aguantó estoica, como una mezcla bien lograda entre un Tejero que silbaba tras encontrarse cerrado el hemiciclo por ser domingo y un Mr. Marshall que disimuló la decepción al ver que en Villar del Río no había nadie esperando.

Tras el desfile de Verónica llegó el de Antonio, secretario de política federal, ex alcalde socialista de El Rubio, uno de los 17 dimitidos y otro billete de AVE pagado por Susana. A Antonio Pradas sí lo reconocieron los periodistas. No era la primera vez que rodeaba Ferraz. Fue el encargado la tarde anterior de llevar las dimisiones que dieron el pistoletazo de salida a la trama de El Nombre De La Rosa. “Ni siquiera me han dejado recoger el retrato de mi hijo”, echaba leña al fuego sentimental que arrancó por la mañana con un Felipe herido porque le mintieron sin necesidad. A él, que no es dios aunque lo parezca. Antonio, como Verónica, traía un mensaje desde el sur: los estatutos, ya tal. Antonio, como Verónica, tuvo que pagarse el AVE de vuelta. Y con prisa, porque había en Sevilla Comité Director del PSOE-A para preparar lo que se viene encima.

En Sevilla, quienes desfilaron horas antes por el claustro de Ferraz aplaudían la entrada al ruedo de Susana Díaz. Un minuto de ovación en pie, como si ella hubiera tenido algo que ver en todo esto. Luego, con diecisiete orejas en la mano, aclaró que ni mucho menos: en Madrid se ha roto sola una cosa y yo me ofrezco para arreglar esa cosa que se ha roto sola. Más aplausos. Los de Antonio Pradas, desde la mesa que conducía el comité. “Un premio para mí, cualquier cosa me hace ilusión, hasta ser apoderado”. Los de Verónica, recordemos, máxima autoridad del PSOE, perdidos entre las butacas que miraban al escenario donde estaban los jefes. “El PSOE es mucho PSOE”, gritaba Susana para subir el ánimo de unas tropas que, a pesar de los titulares, “El País, con el golpe”, no tenían ya horas después cara de gestora, sino de primarias.