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No es un dato menor que, en los últimos tiempos, sobre todo a la luz del actual impasse político, se esté alcanzando tímidamente un nuevo "consenso": la tesis de que el 15M está siendo la "brecha" del Régimen del 78. El modo cada vez más estrafalario en el que el sector más combativo de los guardianes intelectuales de lo viejo aparece en público defendiendo los viejos tópicos frente a la caricatura de lo nuevo muestra un cambio de época. Basta traducir sus advertencias apocalípticas como el fin de sus privilegios comunicativos y mediáticos para percibir cómo nos encontramos en una situación de encrucijada histórica. El aparecer como friki en las columnas, editoriales y tertulias también está poco a poco cambiando de bando.
Sin embargo, esto no quiere decir que el relato acerca del sentido de esta irrupción supuestamente anómala respecto al sistema de partidos, el marco cultural y la dinámica institucional tradicionales no siga siendo objeto de disputa. Todo lo contrario. Mucho de esto se juega, por ejemplo, en la contraofensiva correctora que pretende, con todos los medios que tiene a su alcance, también apoyada en el hartazgo y la sobresaturación tacticista, desandar el paciente camino realizado por la sociedad española desde la crisis. Con un propósito: enmarcar lo ocurrido en los últimos años como una "anomalía" provisional, un desajuste accidental. De toda esta coyuntura rectificadora, muy sostenida por una gran corriente histórica de fondo –el gran mito del consenso responsable del 78- cabe extraer también nuevas lecciones para la estrategia política a impulsar por las fuerzas del cambio.
Si la sensación mayoritaria ha podido percibir lo ocurrido estos meses más como un tenso y cansino bloqueo que como una brecha histórica es, en parte, porque los diques ideológicos del gran consenso bipartidista seguían aguantando la inundación. Por eso probablemente ha sido tan traumático, sobre todo para sus militantes y simpatizantes, el espectáculo del PSOE tras la escenificación de su crisis: el otro gran partido que podía liderar una "vuelta al orden" revelaba explícitamente un rumbo a la deriva y, lo más preocupante, en una tesitura donde la vuelta atrás se antoja incluso más peligrosa que la huida hacia adelante.
"Es hora de que la sociedad española -piensan los adalides del orden- vuelva a sus cauces tras experimentos simplificadores". Que el presidente de la gestora del PSOE tras su implosión, Javier Fernández, saliera como un resorte a desestimar posibles soluciones "populistas" (sic) de consulta a las bases por “no pertenecer a la cultura política” de su partido dice algo de esta brecha de época, pero también enseña acerca de las "trincheras" con las que el viejo Régimen busca reorganizarse. Bien dispersando y neutralizando a las fuerzas emergentes de cambio, bien volviendo a encasillar lo que le ha perturbado. ¿Cómo? En la atmósfera de pudrimiento de lo político donde el PP nada como pez en el agua la crisis del PSOE puede provocar una suerte de shock paralizador, si no un duelo que no haga más que estabilizar la situación o intensificar la perplejidad. Pero, cuidado, esto no tiene que ser otra brecha en la Fortaleza: puede ser otra trinchera, increíblemente despolitizadora y regresiva si no dialogamos con inteligencia con esos espacios ahora huérfanos. Las encuestas del CIS de enero-marzo de 2016 dan también algunos datos al respecto: no hay una correspondencia entre los sectores poblacionales que más padecen la crisis y las apuestas políticas de cambio. La agudización del clima de corrupción –caso Gürtel-, por otro lado, no moviliza tanto como estanca.
Entender la descomposición socialista ante el telón de fondo de la estrategia correctora de la anomalía 15M obliga también a pensar de forma diferente de la de los últimos años, cuando el descontento social en aumento cabalgaba en un contexto en alza, aun cuando lo hiciera en contra de la llamada política institucional. Desde este punto de vista hoy todo lo malo que le pueda ocurrir al PSOE no tiene que ser bueno, incluso puede ser malo, para las fuerzas del cambio, sobre todo si acentúa dinámicas de confrontación sobre las de incorporación y enfoca mal la cuestión de cómo hacer pedagogía política en la crisis.
Hoy, por ello, ante la experiencia de reflujo en la calle y la actitud ofensiva de las elites, conviene reparar en el sutil sistema de trincheras de despolitización orientadas a reorganizar el tablero. Otras de esas casamatas defensivas tienen como objetivo volver a disciplinar y reordenar los espacios de contaminación ideológicos abiertos por el 15M. No solo porque allí las coordenadas de derecha e izquierda fueron puestas entre paréntesis y subordinadas a reivindicaciones concretas transversales, sino por el nuevo tipo de politización social que entró en escena a contrapelo de las prácticas militantes partidistas y sus gramáticas de lucha y praxis. Como ha escrito José Enrique Ema, si “empezamos a ganar” no fue solo porque aumentó “la rabia y el malestar en los márgenes”, sino porque además los deseos de cambio conquistaron “el meollo de la cotidianidad en el centro” [http://www.huffingtonpost.es/jose-enrique-ema/revolucionario-normalidad_b_12430042.html]. En este sentido el 15M desarrolló toda una “economía moral” ante lo que se percibía como injusto no por instalarse en la extremidad de los márgenes, sino porque nuestras condiciones de vida normales empezaron a volverse más extremas para una gran parte de la población.
No podemos perder políticamente esta brújula. Ante esta situación de marea correctora, si priorizamos la tarea de "cavar trincheras" en la sociedad civil, abandonando el desafío hegemónico de abrirnos a los malestares difusos evidenciados por el 15M, y dejando todo el discurso del orden y la solvencia a nuestros adversarios, correremos el riesgo politico de reorganizar las trincheras del Régimen.
Ante el envite de "la vuelta al orden" que busca en realidad hacer perdurar el desorden social y las desigualdades en un nuevo clima inducido de desencanto político, acentuar la estrategia de la confrontación no nos garantiza avanzar; puede conducirnos de nuevo a asumir el rol asignado en las casillas anteriores. Caer en esta ilusión puede llevar a caer en un voluntarismo que subestima el peso de la realidad y lo enmascara bajo la épica de un “poder popular” que pasa apresuradamente por alto la relación entre las condiciones objetivas de la crisis y las condiciones subjetivas. No es desconfianza, es análisis concreto de la situación. Pensar que desde esas estrictas coordenadas se puede construir hoy, en nuestro país, un nuevo bloque histórico es el deseo piadoso de realizar un diagnóstico reducido a la perspectiva militante.
La pregunta clave es si, ante la apuesta de "Rajoy o el desorden", que las elites y sus resonancias mediáticas plantean como ortopedia correctiva de vuelta a la normalidad, con su subsiguiente descrédito de la política, debemos ahondar y explorar el horizonte abierto por el 15M o priorizar planteamientos de confrontación ya conocidos en la izquierda más clásica.
Sin duda también es importante debatir qué tipo de interpretación del 15M y sus transformaciones socioculturales debemos defender para entender mejor nuestro presente. Más allá del debate sobre el supuesto pesimismo u optimismo respecto a los potenciales de cambio de la sociedad española, lo que debe discutirse con realismo es qué fuerzas reales de transformación existen hoy frente a las trincheras del Régimen. Y éstas, a la vista del escenario pos 26J, no parecen desde luego muy debilitadas. Por ello es discutible diagnosticar lo ocurrido desde las últimas elecciones como una batalla ganada por el miedo y apelar ahora a la "sociedad sin miedo" surgida del 15M. ¿Es que es solo la sociedad nacida del 15M la que carece de miedo?
Esta marea correctora busca consolidar posiciones disgregando las fuerzas del adversario, separándolas. Una de sus maniobras es expulsarle a la exterioridad, entrampándole lo más lejos posible del sentido común mayoritario. No le importa que mostremos nuestros dientes afilados si lo hacemos desde nuestras jaulas usuales. Otra es la división. Y no es extraño que las estructuras de poder se regocijen tanto observando Podemos a la luz de "dos almas": la tibia y la incendiaria. Buscan ensimismarnos en nuestros debates y neutralizar lo que nos hizo crecer: la combinación de ser sensibles a los diferentes dolores sociales con la habilidad de tejer complicidades entre grupos sociales más amplios y en proceso de descomposición y articulación.
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Germán Cano es profesor de Filosofía en la UAH y miembro del Consejo Ciudadano Estatal de Podemos.
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Autor >
Germán Cano
Profesor de Filosofía Contemporánea (UAH).
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