PERFIL
Rodrigo Duterte: instrucciones de uso
ONG nacionales e internacionales acusan al presidente filipino de haber promovido el asesinato de más de 3.500 personas sospechosas de tráfico de drogas en sus tres primeros meses en el poder. El 75% de sus compatriotas se declara muy satisfecho con él
Barbara Celis Tokio , 12/10/2016
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“Llegar a presidente forma parte del destino. Ni el fraude, ni la mentira ni la distorsión de la verdad ayudan”. Nada más peligroso que un político que se siente parte de un plan universal. Nada más tóxico que un oficial público con una misión extraterrenal. Al menos Harry el sucio, el policía de métodos poco ortodoxos al que solía encarnar Clint Eastwood, era sólo un personaje de ficción. Pero Rodrigo Duterte, el hombre que presume con orgullo del apelativo cinematográfico con el que se le conoce en Filipinas, es desde hace 100 días el presidente de ese país y aunque él quiera llamarlo destino –así lo expresó hace un año, cuando aún no estaba claro si se presentaría a las elecciones-- lo cierto es que arrasó en las urnas con más de 16 millones de votos el pasado mayo (seis millones más que el segundo aspirante). En algunas ciudades, como Davao, donde ha sido alcalde ininterrumpidamente durante más de veinte años, obtuvo el 96% de los votos.
A lo largo de estos tres meses se le ha acusado de haber promovido el asesinato de más de 3.500 personas supuestamente relacionadas con el tráfico de drogas dando carta blanca a la policía y auspiciando la creación de escuadrones de la muerte. También ha llamado hijo de puta a Barack Obama, se ha comparado alegremente con Hitler en su intención de masacrar a tres millones de adictos y ha amenazado con romper la tradicional alianza de Filipinas con Estados Unidos para acercarse al enemigo histórico, China. Aun así, una encuesta publicada esta semana recogía que el 75% de los filipinos se declara muy satisfecho con él.
Davao, la ciudad de la que fue alcalde durante dos décadas, era hace 20 años una de las más peligrosas del mundo y hoy se cuenta entre las cinco más seguras del planeta
Este histriónico y contradictorio personaje de 71 años, admirador del dictador Ferdinand Marcos pero autodeclarado ‘socialista’, guarda un oscuro currículum en relación a los derechos humanos y una sospechosa tendencia ‘hugochavista’ a darse baños de masas y a mostrarse como un hombre ordinario y del pueblo, cuando en realidad es un abogado maquiavélico que se mueve como pez en el agua en el mundo de la política que mamó desde su más tierna infancia. Cercano a los comunistas filipinos pero con obsesiones autoritarias de caudillo derechista y aficionado a la música ligera pero también a la áspera costumbre de insultar y maldecir, tiene a la impaciencia como principal consejera política.
Lo primero que hay que entender para hacerse una idea de por qué Duterte gusta tanto en Filipinas son los números. Davao, la ciudad en la que creció, hace veinte años era una de las más peligrosas del mundo y hoy se cuenta entre las cinco más seguras del planeta. Obviamente sus 1,5 millones de ciudadanos se lo agradecen a quien fue su alcalde durante más de dos décadas. Fue allí donde por primera vez habló de tolerancia cero contra las drogas y fue allí donde puso en marcha su política de asesinatos contra traficantes, camellos y yonquis. En Filipinas hay unos dos millones de adictos al shabu (el ‘cristal’ de Breaking Bad). Según datos de la ONU de 2012, el número más elevado de Asia. Y la localización geográfica convierte este archipiélago en un pilar esencial del narcotráfico internacional. El cártel de Sinaloa y varios grupos chinos organizan desde Filipinas una sólida red de distribución y han conseguido infiltrarse en todo el tejido social, desde policía a militares, jueces y políticos, según el Departamento de Estado norteamericano.
Duterte, cristiano devoto, considera las drogas una plaga bíblica con la que hay que acabar en una carrera sin obstáculos: el fin justifica los medios y ese mantra, que le hizo popular como alcalde, lo repitió machaconamente durante su campaña electoral. En teoría es la policía la que tiene carta blanca para matarles pero al igual que hizo en Davao, también ha invitado a la ciudadanía a tomarse la justicia por su mano. “A los camellos, a los secuestradores, a los ladrones, arrestadlos. Llamen a la policía y, si se resisten, sentíos libres de matarlos a todos si tenéis un arma. Tenéis mi apoyo”, proclamó tras las elecciones.
A los votantes de Duterte no pareció importarles que en 2012 la Comisión de Investigación de Derechos Humanos filipina recomendará procesarle por su presunta relación con el asesinato de más de 1.000 personas, entre ellas, varios niños, a manos de los llamados escuadrones de la muerte de Davao, cuya existencia él siempre ha negado oficialmente. Al final nunca se presentaron cargos, entre otras cosas porque el principal testigo de la investigación se echó atrás. No obstante, durante la campaña presidencial Duterte dejó claro que ser presidente no le impediría seguir siendo un macarra. “¿Mil cadáveres? Cuando sea presidente 50.000 cadáveres llenarán la bahía de Manila y los peces engordarán con ellos”.
Ha prometido crear un salario mínimo en un país donde más de un cuarto de la población (son 100 millones de habitantes) vive con menos de un dólar al día
Colectivos ciudadanos, ONG internacionales y hasta la ONU denuncian alarmados que en su campaña ‘de limpieza’ hay demasiada suciedad. Tras llegar a la presidencia Duterte invitó a los traficantes y adictos a entregarse a la policía y amnistiarles si abandonaban las drogas, aunque de momento no ha creado un plan nacional de desintoxicación que pueda rehabilitarles. No obstante, 600.000 personas se entregaron por miedo a acabar con un tiro en la cabeza, según denuncian ONG como Human Rights Watch. Las cárceles también se llenaron de gente y se crearon listas de políticos, jueces, periodistas y famosos a los que Duterte denunció públicamente por narcotraficantes, consumidores o corruptos. No obstante, mientras entre éstos solo se cuenta una víctima, Aurora Moynihan, hija de un lord británico asesinada por ‘camello’, entre las más de 3.500 personas ejecutadas en tres meses (y de las que menos de 1.500 han fallecido a manos de la policía) hay varias pertenecientes a esas listas de supuestos amnistiados, como denunciaba Nicola Smith en The Telegraph. Todos son pobres y entre ellos hay ‘víctimas colaterales’ como niños o gente que pasaba por allí. Además, un jefe de la policía ha confesado (con orgullo) en The Guardian que forma parte de los escuadrones de la muerte organizados directamente por Duterte, para quien un yonqui no es un ser humano. “¿Crímenes contra la humanidad? Siendo francos, ¿son humanos (los consumidores de drogas)?”, les preguntaba a sus militares en un mitin hace un mes.
“En Filipinas mucha gente vende drogas porque se gana más dinero que trabajando. Tenemos sueldos miserables, las calles son muy inseguras y Duterte consiguió cambiar eso en Davao. Con él va a mejorar la economía porque el crimen va a desaparecer y eso es lo que todos queremos. Quizás algún día hasta pueda volver a mi país”, le contaba a esta redactora una de las miles de filipinas que ha emigrado a Taiwán en busca de trabajo.
La frase resume bien el sentir general hacia un hombre que entre otras cosas ha prometido crear un salario mínimo en un país donde más de un cuarto de la población (son 100 millones de habitantes) vive con menos de un dólar al día, según el Banco Asiático de Desarrollo. “Duterte utiliza el problema de las drogas para enmascarar su incompetencia para producir políticas que alivien la pobreza y el paro que aflige a los filipinos. Debería examinar la relación entre pobreza estructural y narcotráfico en lugar de alimentar el populismo de las patrullas ciudadanas que viola las leyes y los derechos humanos universales” escribía recientemente Manjit Bhatia, un conocido columnista australiano especializado en el sudeste asiático y miembro de la consultora AsiaRisk.
Dentro de su país Duterte también tiene críticos pero enfrentarse a él es peligroso. Leila de Lima, actual senadora y expresidenta de la Comisión Filipina de Derechos Humanos, denunció en agosto que “no se puede pagar la guerra contra las drogas con sangre” y lamentó el silencio del Gobierno de Duterte frente a las ejecuciones extrajudiciales. El presidente contestaba con una campaña de descalificaciones acusándola de tener un amante ligado al narcotráfico. “Ahora temo por mi vida”, ha dicho De Lima.
Sus métodos de matón de barrio se perfilaron en su adolescencia. A sus hijos les contaba con orgullo que para cortejar a su madre envenenó a su perro, así pudo presentarse en su casa sin que el animal le impidiera el paso. Además hay muchas leyendas que circulan sobre él, y algunas realidades: un exsicario declaró en julio en el Senado que Duterte le obligó a ofrecerle a un cocodrilo el exquisito manjar de un traficante muerto y participar en el asesinato de rivales políticos, acusación a la que no ha respondido. También se cuenta que ha tirado a un narco desde un avión, que disparó a un compañero de universidad, que le rompió los dientes a un militar y que obligó a un señor a comerse una colilla por fumar en la calle (en Davaoestá prohibido fumar en lugares públicos, incluidas las aceras). Esta última anécdota está confirmada por él.
Ahora que sus exabruptos verbales han saltado de la política nacional a la internacional, sus colaboradores advierten: “Es su estilo, no hay que tomárselo demasiado en serio. Duterte habla así. Es impulsivo, nada más”, contaba en el diario The Rapper Patmei Ruivivar a quien fuera su jefa de gabinete en Davao durante más de siete años. Consciente de ello, el Gobierno estadounidense trata de morderse la lengua y no responder a sus provocaciones. Incluso Obama se limitó a decir tras ser insultado: “Duterte es un tipo pintoresco”. Las amenazas de romper con ‘el amigo americano’ y acercarse a China se han convertido en una constante casi diaria que incluso ha llegado a poner nerviosos a los altos cargos del Ejército, que recibe ayuda y entrenamiento estadounidense desde hace años tanto para luchar contra los insurgentes comunistas y musulmanes de Mindanao como contra los extremistas islámicos de Abu Sayyaf. Esta semana el ministro de Defensa, Delfin Lorenzana, tuvo que salir al rescate para calmar los ánimos de sus aliados. “El presidente no debe de estar informado de los beneficios de nuestra alianza con Estados Unidos. Yo se los voy a explicar”, dijo tras uno de los últimos exabruptos de Duterte, que amenazó con romper el pacto de Defensa EDCA y “romper con Estados Unidos”.
Las amenazas de romper con ‘el amigo americano’ y acercarse a China se han convertido en una constante casi diaria que incluso ha llegado a poner nerviosos a los altos cargos del Ejército
Los davaenses saben muy bien cómo se expresa su presidente ya que Duterte, al igual que Hugo Chávez, tenía un programa de televisión semanal donde blasfemaba sin control y con el que conseguía dar esa imagen de cercanía y hombre corriente que tan bien funciona últimamente en política. El programa, titulado Para la gente y por la gente, se ha comenzado a emitir a escala nacional hace un mes y en él habla de sus éxitos y proyectos.
Su relación con ‘la gente’ es la piedra angular de su popularidad. En Davao recibía durante horas cada semana a los ciudadanos que peregrinaban hasta la alcaldía como el que va a Lourdes, a contarle en persona sus problemas personales y a pedirle ayuda, al más puro estilo señorial. Eso contribuyó a construir a su alrededor esa imagen de hombre del pueblo, algo que aprendió de su padre, quien fue gobernador de Davao y quien, directamente, recibía en casa. Vicente Duterte, quien también sirvió bajo el mandato de Ferdinand Marcos, pertenecía a un poderoso clan de Cebú reubicado en Davao, ciudad que en los años sesenta era considerada la última frontera en Filipinas.
Allí se curtió Rodrigo Duterte, dando desde pequeño a entender que no sería un hombre corriente. Estudiante rebelde y desobediente, su madre, la profesora y filántropa Soledad Roa, le castigaba durante horas con las manos en cruz a mirar un crucifijo y le obligaba a dormir en la calle cuando se saltaba el toque de queda o les hacía perrerías a sus hermanos. Así se acostumbró a una existencia espartana, durmiendo a la intemperie y sin comodidades. De hecho, no es un político enamorado del lujo y del alarde, como muchos de sus predecesores. Se mueve por la ciudad de incógnito en una moto Harley Davidson de segunda mano y ha prohibido a los miembros de su gobierno y de las altas esferas del país que vayan por ahí en coches caros porque no es un buen ejemplo. Rechazó cuatro veces la oferta de ser ministro del Interior porque dijo no estar cualificado y declinó la nominación a mejor alcalde del mundo alegando que por principios no acepta premios.
Tras ser expulsado del colegio por mal comportamiento Duterte terminó sus estudios en un internado privado y, en un giro que nadie en su familia preveía, decidió estudiar leyes. Acompañaba a su padre en muchos de sus mítines por la provincia y de él aprendió mucho de lo que sabe: el lenguaje simple y cercano, cómo desviar la atención cuando le hacen preguntas incómodas, las bromas para salir del paso ante situaciones aparentemente sin salida. Primero fue abogado y después fiscal de Davao, hasta que en 1988 llegó a la alcaldía. En los últimos tres años sirvió como vicealcalde a las órdenes de su hija Sara Duterte.
Ha prometido resolver los dos conflictos más enquistados del país, la insurgencia musulmana y la comunista, que desde hace seis décadas mantienen en vilo a varias islas del archipiélago
Según la periodista Pia Ranada, a lo único a lo que le teme es a la traición. Su padre murió de un ataque al corazón durante un juicio que le interpuso uno de sus colaboradores políticos en 1968. Aquello le marcó y de ahí que su llegada hasta la presidencia sea para él como cerrar un círculo con el que vengar a su progenitor, cuyas ambiciones políticas quedaron frustradas por aquella conjura.
Su obsesión con la disciplina y sus modales rudos, de sheriff del Oeste, contrastan con el espectáculo enternecedor que ha sabido ofrecer cuando ha sido necesario. Tras el paso del devastador tifón Yolanda en 2013, visitó la ciudad de Tacloban y después describió con lágrimas en los ojos lo que había visto: “Dios debía de estar en otra parte o quizás se ha olvidado de que existe un lugar llamado Tierra”.
Sus políticas a veces contrastan con sus palabras: en agosto llamó ‘gay hijo de puta’ al embajador estadounidense en Filipinas pero lejos de justificar la homofobia dice apoyar los derechos de la comunidad LBGT y durante la campaña electoral se pronunció a favor del matrimonio gay.
También ha prometido resolver los dos conflictos más enquistados del país, la insurgencia musulmana (el llamado conflicto Moro) y la comunista, que desde hace seis décadas mantienen en vilo a la isla de Mindanao y otras del archipiélago. Su cercanía a los comunistas, a los cuales ha incluido en su gobierno y que apoyan, de momento, su guerra sucia contra las drogas, podrían favorecer la resolución al menos de uno de esos conflictos.
“Duterte no es un amor a primera vista pero cuanto más le conoces más le quieres. Eso sí, lo peor que puedes hacer es subestimarle. Le gusta jugar a que es menos de lo que es y cuando menos te lo esperas… ¡zas!”. Patmei Ruivivar resumía así su relación profesional de siete años con Duterte. Quizás la mejor advertencia para quienes aspiran a comprender el rumbo que puede tomar Filipinas bajo su batuta.
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CTXT ha acreditado a cuatro periodistas --Raquel Agüeros, Esteban Ordóñez, Willy Veleta y Rubén Juste-- en los juicios Gürtel y Black. ¿Nos ayudas a financiar este despliegue?
Autor >
Barbara Celis
Vive en Roma, donde trabaja como consultora en comunicación. Ha sido corresponsal freelance en Nueva York, Londres y Taipei para Ctxt, El Pais, El Confidencial y otros. Es directora del documental Surviving Amina. Ha recibido cuatro premios de periodismo.Su pasión es la cultura, su nueva batalla el cambio climático..
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