En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Cada tarde las notas del Para Elisa de Beethoven se cuelan por mi ventana taiwanesa y a mi hija, que sólo tiene tres años, se le iluminan los ojos. "!Mamá, la basura!". Da igual lo que estemos haciendo, el mundo queda en suspenso y tenemos que agarrar las bolsas de basura y salir corriendo hacia la calle. Ella lleva la de los restos orgánicos, que después vaciará en el cubo correspondiente tirando la bolsa de plástico a otro distinto. Yo, según el día de la semana, llevo la del papel y el cartón, la de los plásticos, latas y vidrios y por último está la basura 'sucia', esa que no puede reciclarse y que va en bolsas azules que el gobierno prácticamente regala. Además las bolsas de plástico ya utilizadas tienen un contenedor especial y también las pilas. Dos camiones anuncian diariamente su llegada al ritmo del clásico de Beethoven, una melodía que mi hija creo que ya no olvidará jamás, igual que a su autor, porque es el preámbulo de algo que, desde su perspectiva infantil, resulta entretenidísimo y además, ya es parte de su adn: reciclar, o lo que es lo mismo, vaciar la basura en cubos diferentes, separando materiales, unos para que coman los cerdos, otros para hacer abono y otros para "volver a hacer zumitos y agua de comprar" me repite cada tarde. Además el ritual incluye saludar a unos señores que van vestidos con ropa fluorescente, decirle hola a un montón de vecinos y adiós a los camiones que se van "masticando" residuos en vehículos que a ella le parecen tiburones gigantes.
Para el resto del vecindario reciclar seguramente no sea una experiencia mágica como lo es para mi hija, pero sí es una rutina que se cumple religiosamente, a la que nadie se opone y que además sirve para socializar con el vecindario. Es más, quien no recicla se arriesga a recibir una multa de unos 200 euros. Los taiwaneses, en este asunto, no se andan con bromas. Sí, lo sé, en Europa también reciclamos en contenedores colocados aquí y allá, pero en Taipei no hay contenedores y las papeleras no abundan. Con su clima subtropical, la fermentación sería demasiado apetitosa para las cucarachas, por no hablar de las ratas, que hace dos décadas, me cuenta un vecino, eran una plaga asquerosa y hoy, gracias al reciclaje, han dejado de ser un problema.
Yo que viví durante más de una década viendo como las ratas neoyorquinas le hincaban el diente cada noche a las bolsas de basura en plena calle --en Nueva York, queridos amantes del progreso estadounidense, el concepto 'contenedor de basura' es alienígena-- y que en Londres me tuve que pelear con los de mi edificio porque decidieron por unanimidad que ellos no reciclaban porque era "una pesadez", en Taiwán sólo puedo aplaudir ante ese 55% de tasa reciclaje, que en la capital, Taipei, llega al 67%. Los incentivos del gobierno para promover las empresas dedicadas al reciclaje y las campañas entre la población han conseguido que esta isla que antaño nadaba en mares de basura --sobre todo industrial-- hoy sea un ejemplo a seguir en todo el mundo incluso sin haber firmado muchos de los protocolos verdes que impone la ONU.
La educación consiste en que uno asimila como propios determinados conceptos aprendidos que con el tiempo se convierten en parte de nosotros. Mi hija solo lleva tres meses en Taiwán pero el otro día en la playa, frente a una botella de plástico que algún guarro dejó allí tirada, me dijo: "Mamá, ¿la llevamos a reciclar? Si no, los pececitos sufren, ¿verdad?".
Cada tarde las notas del Para Elisa de Beethoven se cuelan por mi ventana taiwanesa y a mi hija, que sólo tiene tres años, se le iluminan los ojos. "!Mamá, la basura!". Da igual lo que estemos haciendo, el mundo queda en suspenso y tenemos que agarrar las bolsas de basura y salir corriendo...
Autor >
Barbara Celis
Vive en Roma, donde trabaja como consultora en comunicación. Ha sido corresponsal freelance en Nueva York, Londres y Taipei para Ctxt, El Pais, El Confidencial y otros. Es directora del documental Surviving Amina. Ha recibido cuatro premios de periodismo.Su pasión es la cultura, su nueva batalla el cambio climático..
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí