El último debate
Miedo y asco en Las Vegas
Trump afronta su última oportunidad de salvar la campaña mientras Clinton trata de minimizar los daños provocados por las recientes filtraciones
Diego E. Barros Chicago , 30/11/-1
Uno de los momentos del segundo debate entre Trump y Clinton el pasado 9 de octubre.
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La Universidad de Nevada en Las Vegas acoge este miércoles 19 de octubre ―a las 9 de la noche, hora del este, las 3 de la mañana en España— el último y definitivo debate entre los dos candidatos a suceder a Barack Obama en la presidencia de EEUU. A poco más tres semanas de la cita con las urnas, el próximo 8 de noviembre, tanto la candidata demócrata, Hillary Clinton, como su rival republicano, el magnate Donald Trump, llegan al tramo final escasos de fuerzas y sin terminar de encandilar a sus tradicionales electorados, pero en una situación muy diferente. Mientras Clinton viaja con el piloto automático puesto, Trump ha visto cómo su verborrea incontinente y los escándalos han ido minando su campaña hasta hacer cada vez más visible su soledad entre los propios miembros del Partido Republicano, de ahí que la de esta noche sea su última oportunidad para salvar una candidatura que, según las últimas encuestas, comienza a hacer agua.
En medio de este panorama la exsecretaria de Estado trata de no verse arrastrada por el juego sucio de su rival ―ha llegado a acusarla de haber acudido al último debate bajo los efectos de las drogas―, y pasar de perfil mientras se incrementan las sospechas de mala praxis en el tratamiento de información sensible durante su periodo al frente de la diplomacia estadounidense. Trump, como lleva haciendo el partido desde hace meses, se agarra a este asunto como a un clavo ardiendo y todo hace indicar que su estrategia volverá a girar en torno al mismo, tratando de proyectar una imagen de oscuridad y corrupción sobre su competidora.
Enfrentado a todo y a todos dentro y fuera de su partido, es probable que el magnate trate de aprovechar el último cara a cara para apuntalar a sus bases insistiendo en sembrar dudas sobre el propio sistema democrático estadounidense. Trump lleva días repitiendo ―sin aportar prueba alguna— que hay una conspiración para cometer un fraude electoral, cuyos hilos mueve el propio entorno de Clinton con la inestimable ayuda de los medios de comunicación. De sus ataques no se salva tampoco el establishment republicano, encabezado por los líderes en el Congreso, Paul Ryan (cámara de Representantes) y Mitch McConnell (Senado), a quienes acusa de deslealtad. Si bien esta estrategia funciona para los convencidos del movimiento, no parece hacerlo en los Estados con carreras más apretadas. Es por eso que los estrategas demócratas han comenzado a poner sus ojos en territorios antes vetados a los demócratas y que en noviembre podrían cambiar de manos, como Arizona, Indiana o Misuri.
El magnate lleva días repitiendo que hay una conspiración para cometer un fraude electoral, cuyos hilos mueve el propio entorno de la exsecretaria de Estado
Incluso el presidente Obama le dedicó unos minutos ayer a Trump para sugerirle que abandone las especulaciones y que “deje de quejarse y vaya a ganarse los votos”. “Nunca he visto en mi vida o en la historia política moderna un candidato presidencial tratando de desacreditar las elecciones y el proceso electoral incluso antes de que la votación haya tenido lugar. No tiene precedentes. Y sin basarse en hecho alguno”, dijo el presidente durante una conferencia de prensa conjunta en la Casa Blanca con el primer ministro italiano, Matteo Renzi.
La disyuntiva de Trump esta noche es clara: insistir el argumento destructivo o aprovechar los focos para proyectar una imagen presidencial, algo que todavía no ha conseguido. Si en el primer debate Trump mostró al país su desconocimiento y total falta de preparación, en el segundo, celebrado tan solo dos días después de la difusión del polémico vídeo de contenido sexista, el candidato republicano consiguió salir vivo, si bien más por demérito de su rival que por mérito propio.
En las últimas horas, el candidato republicano ha introducido leves cambios en su discurso. Este martes anunció que, de ser elegido, promovería una enmienda constitucional para imponer límites a los mandatos de los miembros del Congreso, un “compromiso para drenar el pantano de Washington”. También lanzó un nuevo anuncio televisivo que insiste en Clinton como símbolo de todo lo malo de la burocracia capitalina. Ambos argumentos, por supuesto, gustan mucho a las bases republicanas más ultramontanas y entroncan con la imagen que explotó durante las primarias; alguien lo suficientemente ajeno a la idiosincrasia de Washington como para poder erradicar sus vicios.
En el lado demócrata, la exsenadora ha visto cómo un nuevo paquete de documentos desclasificados del FBI revela una conversación mantenida el año pasado entre agentes federales y un alto funcionario del Departamento de Estado. En ella, este discutía la posibilidad de rebajar la clasificación de un correo electrónico de Clinton. A cambio, el FBI recibiría contrapartidas como el despliegue de un mayor número de agentes en Irak. Dicha conversación habría tenido lugar poco después de que Clinton lanzara su carrera presidencial y pretendía minimizar el impacto del escándalo desatado por el uso de un servidor privado para sus emails mientras estaba al frente del Departamento de Estado. Pese a que tanto el FBI como el Departamento de Estado han asegurado que nunca hubo intercambio de prebendas, los documentos han vuelto a alimentar las acusaciones republicanas sobre la presunta “corrupción” de la exsecretaria de Estado, tema favorito entre los votantes de Trump y el aparato republicano; quizás el único punto en el que ambos coinciden.
Asimismo, los demócratas siguen bregando con la filtración por parte de WikiLeaks de miles de emails de la cuenta de John Podesta, jefe de campaña de Clinton. Si bien lo revelado no es nada grave, sí deja en evidencia cambios de opinión interesados de la candidata sobre algunos asuntos así como otras indiscreciones. En todo caso, Hillary deberá aprovechar el último debate para dar el último y necesario empujón a su campaña. Solo podrá hacerlo si abandona la pasividad que demostró en el anterior cara a cara en San Luis.
Durante 90 minutos, los candidatos debatirán en torno a seis temas seleccionados por el moderador, en esta ocasión, el presentador de Fox News Chris Wallace: deuda y derechos sociales, situación económica, inmigración, situación del Tribunal Supremo todavía con una silla vacante, política internacional y aptitudes para ejercer la presidencia.
Si Clinton consigue cerrar la campaña o, por el contrario, es Trump el que logra sorprender a su oponente es algo que permanece en el terreno de la incógnita. Sin embargo, esta carrera, donde el surrealismo y la vergüenza han reinado en todo su esplendor, no hace otra cosa que colocarnos ante una nueva jornada de miedo y asco en Las Vegas.
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Autor >
Diego E. Barros
Estudió Periodismo y Filología Hispánica. En su currículum pone que tiene un doctorado en Literatura Comparada. Es profesor de Literatura Comparada en Saint Xavier University, Chicago.
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