Perfil
David Brock, el soldado más fiel de Hillary Clinton
El estratega mediático, pieza clave del engranaje demócrata en estos comicios, ha mutado de archienemigo de los Clinton en los noventa a leal escudero de la exsecretaria de Estado
Álvaro Guzmán Bastida 4/11/2016
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Como los viejos rockeros, David Brock (Washington, 1962) nunca muere. En su actual versión, el agente político-mediático es una pieza clave del engranaje demócrata para llevar a Hillary Clinton hasta la Casa Blanca. O así le gustaría verse. Hace dos décadas, durante la Presidencia de Bill Clinton, el mensaje de bienvenida de su contestador revelaba una ambición bien distinta: “He salido; estoy intentando derrocar al presidente”.
Brock alcanzó la notoriedad como reportero estrella del American Spectator, un semanario conservador en el que destapó una serie de supuestos escándalos que afectaban a diversos personajes progresistas del ámbito político y judicial. Su mordacidad y dedicación le valieron varios contratos editoriales cuando apenas era un veinteañero. En 1991, escribió un libro de denuncia contra la magistrada afroamericana Anita Hill, que había acusado al entonces nominado para el Tribunal Supremo Clarence Thomas de acoso sexual cuando Thomas era su jefe. En The Real Anita Hill, el primero de su media docena de libros, Brock sembraba dudas sobre el relato de Hill, pero, sobre todo, sobre su personalidad. La frase en la que le definía como “a little bit nutty and a little bit slutty” (un poco tontita y un poco putita) sin duda quedará para la historia.
Pero Brock tenía una némesis por encima de todas: Bill Clinton. En el Spectator, publicó numerosos reportajes de investigación, en los que se pintaba a Clinton como un depredador sexual, y en los que se llegaba a afirmar que el exgobernador de Arkansas había utilizado a la policía estatal para dar cobijo a sus desvaríos extramatrimoniales.
Brock alcanzó la notoriedad como reportero estrella de un semanario conservador en el que destapó una serie de supuestos escándalos que afectaban a diversos personajes progresistas
Uno por uno, los artículos de Brock sobre el presidente fueron desmentidos por sus protagonistas, a menudo en los juzgados. (Uno de esos juicios llevó, sin embargo, al descubrimiento del affaire de Clinton con la becaria Monica Lewinsky). Aparentemente inmune a los rotundos desmentidos que seguían a la publicación de sus trabajos periodísticos, Brock seguía lanzado hacia el estrellato a mediados los noventa. Por aquel entonces, vestía trajes negros a medida, a juego con su larga cabellera, fumaba en pipa y caminaba con un bastón, gustándose en su imagen de enfant terrible de la derecha mediática estadounidense. “Me dedico a matar progres a sueldo”, declaró al ser preguntado por una de sus ‘exclusivas’. Con Bill Clinton amortizado tras sus ocho años en la presidencia, solo había un paso lógico en la carrera de matón de Brock: Hillary. A finales de los noventa, firmó un contrato editorial para escribir una biografía de la entonces primeriza política.
The Seduction of Hillary Rodham, publicado en 1998, es el libro menos vendido de la carrera de Brock, pero quizá sea el más importante. Supuso el principio de una espectacular mutación, en la que Brock pasó de archienemigo de los Clinton (Brock también había sugerido en sus artículos del Spectator que Hillary era infiel a Bill, dato que excluyó del libro) a fiel escudero de ella y lo que queda de él. Según ha contado Brock en numerosas entrevistas, sus editores se sintieron decepcionados ante la falta de animosidad de su manuscrito. “No pude encontrar en mí las fuerzas para criticar a una mujer con tanta integridad”, escribió Brock en Esquire al año siguiente, cuando su conversión estaba completa.
“Es una historia preciosa”, cuenta Lloyd Grove, editor de la revista online The Daily Beast. “El problema es que es falsa”. En The Seduction of Hillary Rodham, Brock escribe, entre otras cosas que Hillary Clinton tenía “una torpeza sorprendente a la hora de tomar decisiones”. Pero Brock había puesto en marcha el tren de su mudanza, y no cabían medias tintas. En el mismo artículo de Esquire, que se terminó convirtiendo en un libro, pedía disculpas públicamente a Bill Clinton, al que se dirigía en primera persona. “No debí dedicarme a destruir tu integridad y la de tu presidencia. ¿Quién era yo para investigar tu vida privada?” escribió.
“A Bill Clinton le encantó esa disculpa pública”, cuenta Doug Henwood, autor de My Turn, una investigación sobre la trayectoria de Hillary Clinton, en la que los escándalos que le rodean tienen que ver con la corrupción política, y no con los supuestos compañeros de cama. “De modo que Brock pasó, relativamente rápido, de empuñar el machete para un bando a empuñar el fusil para otro”.
En poco tiempo, previa publicación de un libro en el que ampliaba el acto de contrición pública de Esquire, Brock puso en marcha un pequeño imperio de ‘desintoxicación’ mediática, alimentando el arsenal contra quienes practicaban el arte del que él había sido un maestro. Uno de esos proyectos, Media Matters, logró durante cierto tiempo cumplir una función importante: la de azote de Fox News, la cadena de televisión por cable de Rupert Murdoch, que se dedicaba a difundir teorías conspiranoicas sobre el lugar de nacimiento de Obama, o a negar la existencia del cambio climático. Fueron, quizá, los años dorados de la carrera de Brock. “Tenía que ganarse el respeto del establishment demócrata”, cuenta Patrick Caldwell, de la revista Mother Jones, “y formó un ejército de ‘empollones’ con auriculares, que veían la Fox las veinticuatro horas del día y contaban las barbaridades que se decían ahí, quién las decía, y a qué intereses respondían. Era muy útil para periodistas como yo”.
Pero, como le sucede a todo buen converso, la fe de Brock –y quizá su ambición— terminó resultando cegadora. Durante la campaña de las primarias de 2008, cuando Hillary Clinton se enfrentaba a Obama, Media Matters dilapidó gran parte de su credibilidad al ponerse al servicio de la exsenadora y primera dama, hasta llegar a provocar las quejas de la campaña de Obama. Años después, Brock seguía hablando mal en privado de Obama, que para entonces ya había nombrado a Hillary Clinton secretaria de Estado. Brock se había vuelto más papista que el Papa. Y su causa no era tanto la del Partido Demócrata, como la de Hillary Clinton.
Aparentemente inmune a los rotundos desmentidos que seguían a la publicación de sus investigaciones, el periodista seguía lanzado hacia el estrellato a mediados los noventa
“Lo que hay que entender de David Brock es que, desde su perspectiva, él está en el centro de la historia siempre”, cuenta Grove. El editor compara la figura de Brock con la de los excomunistas que, durante la Guerra Fría, pasaron a ser informantes del gobierno estadounidense y la CIA contra sus propios antiguos compañeros de causa. “Pero no creo que sea la ideología, sino un gran sentido de la lealtad personal”. Quizá eso sea lo más curioso de la trayectoria de Brock. Apenas se ha dedicado a explicar los motivos de su repentina conversión. No le ha hecho falta. En el libro que siguió al artículo de Esquire, convenientemente subtitulado Confesiones de un asesino a sueldo de la derecha, confiesa su incomodidad como declarado gay en la derecha mediática, pero lo hace de pasada, y de manera poco convincente: Brock estudió en Berkeley, California, en los sesenta, cuando ya era declarado homosexual, y proviene de una familia liberal tolerante. Durante más de una década, se hizo rico y famoso escribiendo en publicaciones decididamente homófobas. Si bien los conversos de la guerra fría sentían el ímpetu, genuino u oportunista, de revestir su cambio de chaqueta de complejos azabaches ideológicos, para Brock no fue necesario. Signo de los tiempos.
Dos años antes de las elecciones de 2016, Brock ya afilaba los cuchillos para preparar el asalto definitivo de Hillary Clinton a la Casa Blanca. En 2014 fundó la organización American Bridge, que pretendía emular a American Crossroads GPS, el mítico buque insignia de Karl Rove, estratega mediático republicano que llevó al imberbe George Bush a la Presidencia. American Bridge nació con grandes ínfulas, aupado por el ‘tirón’ de Brock entre los millonarios donantes demócratas, pero se desinfló antes del ecuador campaña. Poco después, Brock puso en marcha Correct the Record, una suerte de sombra del mejor Media Matters, dedicado en exclusiva, y sin tapujos, a la contrapropaganda para la causa de Hillary Clinton. Cuando Doug Henwood publicó el adelanto de su libro sobre Clinton en forma de artículo en la revista Harper’s, Correct the Record contraatacó con un comunicado de 31 páginas --el triple de extensión que el texto criticado-- en el que desmentía a Henwood. “Cuando me avisaron, me metí en internet para leerlo cuanto antes”, cuenta Henwood. “Estaba asustado. Pensé: a ver en qué me han pillado. Pero parecía un chiste: no ‘corrigieron’ nada”. El texto ya no figura en la web de Correct the Record.
El viaje de Brock parece no haber terminado. En apenas dos décadas, ha pasado del estrellato en la derecha de culto al aparato “de guerra” mediática de Hillary Clinton, primero, y ahora parece decidido a descender a la irrelevancia del soldado raso. Media Matters es ahora una Super-PAC, un grupo de lobby externo a la campaña oficial de Clinton, pero dedicado por entero a su causa.
A su 54 años, Brock despliega su flequillo engominado, ahora de color plata, en tertulias televisivas casi a diario. Es su nuevo hábitat natural
En las últimas semanas, han trascendido dos mensajes de correo electrónico entre John Podesta y Neera Tanden, dos de los pesos pesados de la campaña de Clinton, en los que se mofan de Brock. “Como diría Forrest Gump, solo los locos hacen locuras”, escribe Podesta en uno de los mensajes sobre Brock. “Espero que la gente se dé cuenta de que le falta un hervor”, respondía Tanden.
Quizá dos de los ataques más injustos –y machistas– que ha sufrido Hillary Clinton a lo largo de su carrera tienen que ver con su aspecto físico y la culpabilización por las aventuras sexuales, reales o inventadas, de su marido. Ahí también Brock se está mostrando como una carga, más que un activo. En otro de los mensajes filtrados recientemente a Wikileaks se reveló que durante la precampaña demócrata, Brock circuló entre los acólitos de Clinton una foto de Bernie Sanders, septuagenario rival de Clinton a la carrera por la nominación, en bañador, sugiriendo que se utilizase al tiempo que se pedía que Sanders hiciera públicos sus exámenes médicos. Meses después, los republicanos hacían lo mismo con Hillary Clinton, al circular rumores sobre su frágil estado de salud. En el penúltimo debate presidencial, un Donald Trump contra las cuerdas por sus declaraciones, en las que se felicitaba por abusar sexualmente de mujeres, volvió a mirar en el pasado de la familia Clinton para despertar viejos demonios. Entre las cinco mujeres que llevó como acompañantes a su enfrentamiento dialéctico con Clinton se encontraba Juanita Broaddrick, una de las mujeres que denunció a Bill Clinton por abusar de ella en los noventa. La historia de Broaddrick, desmentida en juicio, la hizo pública un joven reportero del American Spectator llamado David Brock.
A su 54 años, Brock despliega su flequillo engominado, ahora de color plata, en tertulias televisivas casi a diario. Es su nuevo hábitat natural. En una política desprovista de propuestas y que se mueve al ritmo de escándalos personales y el ruido mediático, el nuevo Brock recuerda al viejo Brock. Los viejos rockeros nunca mueren.
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CTXT ha acreditado a cuatro periodistas --Raquel Agüeros, Esteban Ordóñez, Willy Veleta y Rubén Juste-- en los juicios Gürtel y Black. ¿Nos ayudas a financiar este despliegue?
Autor >
Álvaro Guzmán Bastida
Nacido en Pamplona en plenos Sanfermines, ha vivido en Barcelona, Londres, Misuri, Carolina del Norte, Macondo, Buenos Aires y, ahora, Nueva York. Dicen que estudió dos másteres, de Periodismo y Política, en Columbia, que trabajó en Al Jazeera, y que tiene los pies planos. Escribe sobre política, economía, cultura y movimientos sociales, pero en realidad, solo le importa el resultado de Osasuna el domingo.
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