Reportaje
Un día de campaña entre reliquias fabriles
La ciudad de Lorain (Ohio) forma parte del antiguo cinturón industrial de EE.UU., feudo tradicional demócrata. Muchos de sus antiguos votantes se sienten ahora desengañados y apuestan por Trump
Sebastiaan Faber Lorain, Ohio , 2/11/2016
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Quien sale del local del club social mexicano de Lorain, la Mexican Mutual, en el número 1.820 de la calle East 28th, ve emerger directamente al norte, al otro lado, los imponentes edificios de la fábrica de Republic Steel. Parte de un complejo que cubre cinco kilómetros cuadrados en la orilla del Black River, la planta es tan enorme como fantasmal: no se ve un alma. Y no porque sea una lluviosa tarde de domingo a comienzos de noviembre. En enero, la compañía anunció que cesaría sus operaciones aquí. Los últimos 200 trabajadores que seguían empleados en la planta quedaron despedidos.
Para Lorain, una ciudad de unos 65.000 habitantes en el norte de Ohio, es una tragedia familiar. En los años sesenta y setenta esta localidad en el litoral del Lago Erie era un centro de la industria del acero y del automóvil. Atrajo a miles de trabajadores, incluidos muchos de Puerto Rico y de México. Desde entonces, las fábricas se han venido cerrando de una en una y la ciudad ha perdido una quinta parte de su población. A la Mexican Mutual, que ha servido de lugar de encuentro obrero desde 1928, le quedan menos de 100 miembros.
Lorain está en pleno Rust Belt, el cinturón de hierro oxidado que atraviesa el norte y medio oeste de Estados Unidos y que también incluye ciudades como Detroit, Cleveland y Pittsburgh. En la mayor parte de esta correa lo único que queda de la época de oro industrial son esqueletos de acero, naves vacías, barrios despoblados y mucha, mucha contaminación: del suelo, del aire y del agua. Y, para los que no se han mudado en busca de mejores oportunidades, desempleo y pobreza. De las familias que viven en el barrio directamente al sur de la fábrica abandonada de Republic Steel en Lorain, el 54% tiene ingresos por debajo del umbral de la pobreza. La mitad es de ascendencia hispana.
En los años sesenta y setenta esta localidad en el litoral del Lago Erie era un centro de la industria del acero y del automóvil
Quien entra al local de la Mexican Mutual y sigue caminando, atravesando una pequeña cocina, llega a una puerta que abre a otro local. Es aquí donde el Partido Demócrata de Lorain ha instalado una oficina temporal ocupada por tres mujeres de mediana edad que coordinan el canvassing de este lado de la ciudad para la campaña de Hillary Clinton. To canvass en inglés puede significar “examinar con cuidado” pero también, desde hace siglos, describe el proceso de averiguar la opinión de un grupo de personas sobre un tema determinado y, por extensión, persuadirle de que la exprese. En la política norteamericana actual, el canvassing implica que un pequeño ejército de voluntarios va de puerta en puerta, listas en mano, para animar a los ciudadanos a que voten.
A nueve días de las elecciones presidenciales, si uno se presenta como voluntario en el local de South Lorain, recibe un portapapeles con cinco o seis hojas fotocopiadas que contienen unos sesenta nombres de votantes registrados como demócratas además de algunos datos básicos: su nombre y apellido, dirección, edad y número de teléfono.
Que el Partido Demócrata tenga esos datos es normal. En Estados Unidos no se puede votar sin estar registrado —un trámite engorroso que ayuda a explicar la siempre baja participación— y es común que uno se registre como demócrata, como republicano o bien como independiente. El simple acto de declararse demócrata o republicano en el momento del registro convierte al votante en miembro de esos partidos, dándole derecho, por ejemplo, a votar en las primarias. No hay cuota o carnet de partido. Estos datos son compilados a nivel de condado, pero desde 2002 se obliga a las autoridades a hacerlos disponibles a nivel estatal. Los partidos, a su vez, contratan a compañías especializadas que conjugan esos datos oficiales con otra información pública para componer bases de datos masivas y muy detalladas que se usan con fines de análisis y movilización. (Fueron las campañas de Obama, en 2008 y 2012, las que revolucionaron el uso de datos masivos para refinar la comunicación con segmentos específicos del electorado.)
A los voluntarios que salen a contactar con la gente se les pide categorizar, en lo posible, a cada votante según su preferencia electoral. “No se trata de convencer a nadie”, explica una de las coordinadoras. “Si te topas con un hincha de Trump, pasas. Lo importante es que la gente vote y que sepa dónde y cuándo hacerlo”.
Al abandonar la improvisada oficina demócrata en la trastienda del club social mexicano, la llovizna que caía desde la mañana ha amainado un poco. La hora y media siguiente se dedica a recorrer tres calles contiguas en South Lorain, llamando a puertas y preguntando a los inquilinos —si abren— si ya han votado o piensan hacerlo pronto, y si Hillary puede contar con su apoyo. Un número sorprendente asegura que ya ha depositado su voto.
En 34 de los 50 Estados Unidos, es posible votar semanas antes del día electoral no solo por correo (que también; en tres Estados, Oregón, Washington y Colorado, no existe otro voto que el postal), también en persona, presentándose en la oficina de la Junta Electoral. El trámite no suele durar más de diez minutos.
Dado que los que aprovechan la oportunidad del voto temprano suelen ser votantes demócratas, los republicanos han hecho lo posible por limitarla. En Ohio, gobernado por el Partido Republicano, en estas elecciones han logrado recortar el periodo en una semana. En los comicios presidenciales de 2012, Barack Obama no habría ganado Ohio si no hubiera sido por los votos depositados de antemano. Según el New York Times a día de hoy, 1 de noviembre, casi 22 millones de estadounidenses ya han votado en persona o enviado su voto postal. Tomando en cuenta que en 2012 votaron un total de 126 millones de votantes (una participación del 57,5 por ciento), cabe estimar que esos 22 millones de votos ya depositados pueden representar hasta un 15% del total. Para los partidos, estos son votos garantizados, no sujetos a revelaciones de último minuto como la de los “nuevos correos electrónicos” de Clinton descubiertos este fin de semana.
Trump no puede contar con el apoyo incondicional del aparato de su partido, mientras que Clinton tiene más de 57 oficinas en Ohio
Lorain es desde siempre un bastión demócrata: como centro obrero industrial con altos números de afroamericanos e inmigrantes no puede ser de otra manera. Y sin embargo, en las calles recorridas no faltaban los carteles de Trump y Mike Pence, su candidato a la vicepresidencia, muchas veces acompañados de una bandera americana. Varios votantes, que según los datos estaban registrados como demócratas, indicaron que sí, que ya habían votado, pero no precisamente por Hillary Clinton. En una de las casas tiraban de ironía con una ventana entera cubierta con un cartel manuscrito: Dump Trump. Samuel L. Jackson for President (Abajo Trump. Samuel L. Jackson, presidente).
“No sé qué va a pasar el 8 de noviembre, pero tengo miedo”, dice Holly Dunn, una de las tres mujeres a cargo de la oficina demócrata en South Lorain. Aunque estamos a poco más de una semana del Día D, el ambiente en la oficina es tranquilo. Demasiado tranquilo, quizás. “Noto poco entusiasmo”, confiesa Dunn, una enfermera jubilada.
En 2012 Barack Obama cosechó más de 81.000 votos en el condado de Lorain; el republicano Mitt Romney se tuvo que contentar con 59.000. Pero desde entonces las cosas han cambiado. En las primarias del Partido Demócrata votaron 37.690 votantes; en las republicanas, 44.363. Las acabó ganando John Kasich, el gobernador de Ohio, pero Trump quedó segundo. Kasich se ha negado a apoyar a Trump, que llegó incluso a ofrecerle la vicepresidencia, confesando que “será muy poco probable” que vote por él. Aun así, el errático millonario está por ganar el Estado, según las predicciones del periódico digital FiveThirtyEight, que calcula la posibilidad de que Trump gane Ohio en un 52,6%. El New York Times le da un 54%. Y eso que la campaña de Trump no puede contar con el apoyo incondicional del aparato de su partido, mientras que Clinton tiene toda la infraestructura demócrata a su disposición: su campaña tiene más de 57 oficinas en Ohio, con una plantilla de 300 profesionales pagados.
Al igual que en las zonas mineras de Pennsylvania y Virginia, muchos aquí se sienten olvidados, si no directamente despreciados, por las élites políticas del país
Ohio es un Estado complicado. Es desde hace tiempo uno de los swing states o estados péndulo por excelencia. El norte, urbano, étnicamente diverso e industrial, tiende a votar demócrata, pero las zonas rurales y del sur, hacia la frontera con Kentucky, son altamente conservadoras: mayoritariamente blancas, tradicionales, religiosas, con niveles menores de educción y mucho apego a la Segunda Enmienda de la Constitución, la que garantiza el derecho a portar armas. Obama se hizo con el estado en 2008 y 2012, pero por poco.
Desde la presidencia de Abraham Lincoln, el ganador de las elecciones siempre lo ha sido ganando también Ohio, con solo cuatro excepciones (incluidos Franklin D. Roosevelt, en 1944, y John F. Kennedy en 1960). No es casual que la Convención Nacional del Partido Republicano donde Trump salió elegido como candidato se celebrase en Cleveland.
El declive imparable de las zonas industriales, tan visible en la ciudad de Lorain, ha venido erosionando la base del apoyo demócrata. En el año 2000, Ohio contaba con más de un millón de empleos de fábrica. El año pasado, quedaban solo 684.000. El condado de Mahoning, una importante zona minera alrededor de la ciudad de Youngstown en la parte oriental del estado, hacia Pennsylvania, eligió a Obama en 2012, con más de un 60% de los 116.000 votos depositados. Pero en 2016 el número de votantes registrados como republicanos ha aumentado en unos 21.000.
El mantra de Trump de que Estados Unidos “es un desastre” es una exageración mentirosa a nivel nacional. Pero lo es mucho menos aquí
Al igual que en las zonas mineras de Pennsylvania y Virginia, muchos aquí se sienten olvidados —si no directamente despreciados— por las élites políticas del país, incluidas las del Partido Demócrata. El mensaje de Trump, que promete una vuelta de los empleos desaparecidos por la globalización y los tratados de comercio como el NAFTA, resuena como lo hizo en muchas otras partes del país la esperanza que decía encarnar Obama en hace ocho años. El mantra de Trump de que Estados Unidos “es un desastre” es una exageración mentirosa a nivel nacional. Pero lo es mucho menos aquí. A los obreros de Youngstown, sindicalistas y demócratas de toda la vida que se sienten abandonados por su partido, no les falta razón; y tampoco cabe culparles por su escepticismo hacia Clinton. La Nueva Izquierda de los años noventa les pasó de largo. “Creo que nunca fui a Akron, o Flint, o Toledo o Youngstown”, reconoció Lawrence Summers, el responsable del Ministerio de Finanzas durante la presidencia de Bill Clinton y uno de los arquitectos del NAFTA, en una entrevista con el periodista George Packer en el New Yorker. Los problemas de la clase obrera blanca del Rust Belt, confesó, “no estaban en nuestro radar”.
Es posible que fuera la llovizna de esa tarde de domingo, o el gris del cielo, o los árboles ya casi deshojados, o la tremenda impresión de la fábrica de acero abandonada, o los muchos carteles de Trump que se veían en los veinte minutos de coche que separan la zona universitaria de Oberlin de esta antigua área industrial , o el impacto de las noticias recientes sobre los correos electrónicos descubiertos en el ordenador de Huma Abedin, asesora de Clinton, pero la verdad es que, pensando en el 8 de noviembre, es fácil que a uno le gane el pánico.
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Sebastiaan Faber
Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos 'Exhuming Franco: Spain's second transition'
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