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20 AÑOS DEL ‘OMEGA’

Morente, el más nuevo y el más antiguo

El disco no aportó nada groseramente nuevo, pero daba carta de naturaleza a toda una tradición soterrada. El flamenco tiene la virtud de trabajar con lo nuevo como si fuese tradición, ese ejercicio de traducción que tanto gustaba a Morente

Pedro G. Romero 16/11/2016

<p>Retrato del cantaor Enrique Morente.</p>

Retrato del cantaor Enrique Morente.

GUILLERMO SANZ

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A veces se abusa con calificativos de revolucionario. No hay que exagerar. O sí. Desde luego ,Enrique, así, a secas, ya aparecía en dos temas del psicodélico Gualberto que exploraba en los años 70 estas mismas aguas. Quiero decir, para el Enrique Morente que salió del escenario colgado por un pie en 7000 gallinas y un camello, la obra de teatro de Jesús Campos, en las que colaboraban el granadino con el grupo de rock Zumo, ya en 1976, pues eso, nada para asustarse.

Todavía Obsesión, el ballet que escribiera e interpretara en los años ochenta con Antonio Robledo tenía temas con una mayor radicalidad ruidísta y experimental. Por lo que, ya digo, no se trata de atrevimiento. Lo que pasa es que el disco es impresionante, los músicos todos están en estado de gracia, las versiones de Leonard Cohen y los temas sobre Lorca encajan a la perfección, en fin, Enrique Morente es un maestro, no es para sorprenderse. Hay que tener en cuenta que son los años, también en que Enrique hace algunos homenajes a Luigi Nono, experimenta con electrónica, juega en el estudio con todo tipo de samplers. Morente había hecho Despegando en 1977 y el sonido rock que se desplegaba en Omega, digamos que coincide con las producciones del grupo Bauhaus –los Lagartija Nick toman su nombre de un tema de este grupo de 1983– en esos mismos años. Muchas veces se tiende a pensar que en el par flamenco y rock, es el flamenco el que representa lo antiguo, la tradición, y el rock, lo nuevo, lo moderno. Me temo que en este caso es al contrario.

El moderno es Enrique Morente –en esos años ha parido la Misa flamenca con grupos de gregoriano, el Negra, si tú supieras ensayando con Cuba y sonidos afro y el Alegro soleá bajo unas premisas que reconcilian a Manuel de Falla con Kurt Weill– que se junta con unos rockeros nostálgicos de un experimentalismo que llevaba repitiéndose ya casi veinte años. Quiero decir, que siempre hay una especie de paternalismo, verdad, como si los rockeros –¡que no se malinterprete, el trabajo de los Lagartija Nick es excelente!– renovaran el flamenco o algo así y, vaya, el que insuflo al rock una bocanada de aire nuevo fue Enrique Morente. No les canso más. Ahí le dejo con las preguntas y respuestas.

Se trata de una producción clave que recoge en una obra maestra –en el sentido clásico que indica esta palabra– el final de un largo proceso, una aspiración vieja: el flamenco expresándose bajo tormentas eléctricas, la voz jonda junto al ruido de la música rock. Esto es lo más evidente, pero también hay otros logros, otras cumbres: el cante expresándose fuera de la métrica tradicional, la ampliación de vocabulario rítmico de la bulería o la seguiriya, el disco como espacio para un desarrollo conceptual determinado. En fin, son asuntos que ya se habían ensayado antes, el propio Enrique Morente se había aproximado en distintas ocasiones,pero aquí tienen una de sus obras más redondas.

Los temas que yo más escucho son El pastor bobo, Adán, Vals de las ramas. Aparentemente, los menos experimentales pero para mí contienen una poesía especial y el experimento más radical de verso libre y flamenco, lo que Morente ya había probado, ya digo, pero que aquí se conjuga tan felizmente, con tanta oportunidad. En fin es un disco de esos que no cansa, que tiene épocas en el año y horas del día. Aportar otra dimensión a Leonard Cohen y eso, aunque habitual en inglés, es tremendamente difícil en español. Manhattan suena deliciosamente dulzón con esos estribillos de flamenquito, como hiciera Cohen con su coro de chicas.

Morente siempre ha tenido discos aparentemente menores, secretos, que utiliza a modo de ensayos

Con mi hija me pongo Aleluya a todo trapo, gracias a la que suena en la película Sherk, la que hiciera Jeff Buckley –su padre, Tim Buckley, hizo un fabulosos disco sobre Lorca, también– y sí, ya les ganamos con los guitarreos y pedales de Lagartija Nick en el climax final, casi le ganamos sí y, a mí, me encantaba también la de John Cale, pero no, no, la Jeff Buckley es tremenda, desoladora, tristísima y desesperada; pero el Aleluya de Morente puedes cantarlo al sol, ya digo, disfrutando de la vida. 

El disco no aportó nada groseramente nuevo, pero daba carta de naturaleza a toda una tradición soterrada que podía rastrearse desde aquí, desde este mismo trabajo. El flamenco, entre otras cosas, tiene la virtud de trabajar con lo nuevo como si fuese tradición, ese ejercicio de traducción que tanto gustaba a Morente. “Es el Omega no el Alfa”, me dijo un día ante este mismo comentario. Es decir, el fin de un proceso que había ido encubándose durante años. También hay que decir que el disco llega en el momento adecuado, eso es clave. La edición en la magnífica serie de El Europeo, que lo conecta con un público más amplio. Los directos en festivales rock –mi primera escucha fue por ahí, en el programa de Diego A. Manrique en Radio 3– también le dieron un eco nuevo.

Efectivamente, esa incorporación de nuevos públicos ha sido esencial. Y es esencial lo que Lagartija Nick aporta al mundo del rock, su apuesta y sus logros en este disco, intentando ir más allá de la manida fusión, más allá incluso de los tópicos latinos que tanto lastran a los flamencos más modernos. Encontraron con Morente un espacio común de intereses estéticos y lo exploraron juntos. Creo, también, que Lagartija Nick, con la ayuda de Morente, construyó un ámbito inédito para el rock, una forma de acercamiento a nuestra música que no pasa por los tópicos tropicales: ni caribeños, ni soneros, ni sureños, ni tex-mex, ni samba.  En fin, todo vale, ¡eh!, pero está bien que alguna vez nos olvidemos de las ensaladas y sepamos que hay maneras nuevas de cortar la carne. El rock y el flamenco nunca han estado muy lejos.

No podemos pensar en el flamenco primitivo de los años 50 y 60 sin la entrada en escena del rock norteamericano, el blues y el rhythm&blues. Es un territorio extenso que convendría seguir explorando.

Si algo me chocó en algún momento se ha encargado de disolverlo la voz de Morente. Por supuesto hace con Lorca lo que quiere, también con las traducciones de Alberto Manzano para Cohen. Aplica toda la sabiduría del flamenco, fragmentar las letras, alterar y repetir el orden de los versos a conveniencia, por supuesto. Los temas suenan todos a Enrique Morente y es que su capacidad para las letras, para darle un sentido último a la frase, una cierta perfección, idoneidad. A mí Morente me hizo en su día volver a leer a Lorca, entender cómo funcionaban sus versos en nuestro tiempo.

El disco fue recibido con recelo entre los progresistas flamencos de este lado. Sevilla, Jerez, Cádiz, el Occidente andaluz

El trabajo de Morente en Omega tiene ese aliento particular, andar por el nexo común de Cohen y Lorca –el Lorca de Poeta en Nueva York o El público– enfrentados al mundo moderno, aterrorizados por el mundo moderno, y su mérito es hacer propio ese miedo, apropiarse de ese nexo, de esa posición común, solidaria, ante los miedos y amenazas del mundo moderno. La experimentación es entonces una paradoja, el miedo a lo moderno se convierte, efectivamente, en una obra vanguardista, radical, por excelencia moderna. El miedo al mundo moderno te hace asumirlo, devorarlo, asimilarlo, digerirlo. Es una manera de vencer el miedo. Pero vaya, esa es la historia del arte desde Baudelaire, al menos, la experimentación moderna como resultado de una crítica radical de la propia modernidad.

Al principio el disco fue recibido con recelo entre los progresistas flamencos de este lado, me refiero a Sevilla, Jerez, Cádiz, el Occidente andaluz que siempre miraba para el Oriente como por encima del hombro. Pero durante mucho tiempo la música que llegaba de Granada, desde 091 hasta Los Planetas, había eclipsado nuestra ínclita edad de oro, desde Smash hasta Triana, de Lole y Manuel hasta Veneno y Pata Negra.   Y desde los 80 todo era “granaíno y oro”, que decía un amigo. A la postre, el disco de Morente ayudó a disolver las competencias territoriales. Como dice Gamboa, Morente unió las tradiciones del occidente andalúz con las del oriente, el famosos tono de taranto. Pues en el campo del rock vino a hacer lo mismo.

Eran pocos los que se acordaban de aquel disco de Gualberto, el de los Tarantos para Jimi Hendrix donde ya estaba Morente en algunos temas –Terraplén y Prisoneros, ¡qué joyas!–. Por eso decía antes, más que nuevo, Omega actualiza una tradición de cosas que parecía que la gente estaba olvidando.

Enrique Morente siempre ha tenido una serie de discos aparentemente menores, secretos, que utiliza a modo de ensayos, laboratorios de los que salen muchos de sus discos más clásicos, pensando ya en determinados públicos, en público más amplios. El disco que grabó para la Casa Natal de Lorca en Fuente Vaqueros (1990) contiene seminalmente todos sus desarrollos posteriores sobre Lorca. En el caso de Omega todo lo sustancial, creo, procede de la Misa flamenca (1991), que produjo con Gamboa, pero allí donde atacaban coros de Gregoriano ahora, en Omega, lo hacen los ritmos y ruidos de Lagartija Nick. Pero sustancialmente es lo mismo. La crisis, entre el 1990 y 1991, por lo que se ve, fue muy productiva para Morente con estos dos discos, Lorca en Fuente Vaqueros y Misa flamenca.

Yo pude escuchar la Misa flamenca en la Iglesia de Santa Cruz de Sevilla y con el eco propio del templo era imponente, a la vez misticismo católico y hogueras quemando a los herejes, todo el mudejarismo del que ha sido capaz Morente entre aquellas cuatro paredes sagradas, un recuerdo memorable.

En el flamenco, con lo que gustan de distinguir entre este o aquel fandango, no queda oído para el guitarreo y el ruido

En los trabajos previos a Los zapatos rojos, la primera obra estrenada en la que trabajé con Israel Galván, en 1998, ya sonaban Bauhaus o los Sonic Youth.  Venían de ensayos previos en Tirabuzones en 1996 o Collares en 1997, dos proyectos que no subieron a escena. Morente vio Los zapatos rojos como dos años después de su estreno y le gustó. En la apoteosis sonaban, tras el Olé de Coltrane, o sea su versión de El vito, el Sant Vitus dance de los Bauhaus, aderezados con el climax de Death Valley 69 de los Sonic Youth con Lidia Lunch, en fin, en fin, una locura.

“Somos primos” decía Morente, y no era casualidad, hasta Lagartija Nick toma su nombre de un tema de Bauhaus. Desde luego, para el público flamenco  favorable a Omega los experimentos de Israel Galván eran más fáciles de asimilar. Desde entonces empezamos a colaborar.

En La metamorfosis, el siguiente espectáculo de Israel Galván, hizo la música para el video que abría la obra, una solea extraña, todavía bajo el influjo de Omega, con la voz de Estrella y la batería y algunos sampler de los Lagartija Nick. Siempre hablaba del batería de los Lagartija como la clave, en el sentido también que tienen las percusiones del son, la clave como marca rítmica. Aquí, esa clave era un tambor como de Semana Santa. Era un tema fantástico donde incluía también las “palmas abstractas”, que decía Manuel Soler. Yo le había visto un homenaje a Luigi Nono tocando las palmas con su mujer, Aurora Carbonell, en un concierto del Arditi String Quarter en el Teatro Central de Sevilla.

En fin, aquello sí que era radical y extremo, una disposición sonora tan abierta para las palmas, para el ritmo, para el compás: esa claqueta flamenca que es el sacro santo compás flamenco y que, a fuerza de tanta marchita, se está banalizando cada vez más. Ser capaz de abrir el compás de aquella manera, eso era todo un manifiesto, y en Morente tenía componente irónicos, especialmente lanzados sobre su propia tradición. Después en el espectáculo Arena, colaboró también en unos videos -que a los Morente le convencieron sólo a medias- en los que, a capella, retomaba su cancionero taurino sobre textos de Bergamín.

Pero para nosotros eran piezas fundamentales, la presencia de Morente, creo, legitimaba nuestras modestas aportaciones. Y es que era la actitud de Morente, ética y estética, lo que más ha influido en Israel Galván, la manera de enfrentarse a cada trabajo, a la música, a los flamencos. En El final de este estado de cosas, bueno, estaba el símil apocalíptico y éramos conscientes de esas semejanzas con Omega, especialmente cuando interviene Orthodox. Creo que alguna vez lo hable con Pedro Calvo, sí, puede ser.

Morente condensaba ambos en su persona. El más nuevo y el más antiguo

En fin, la cosa salió un poco por casualidad, pues en los preparatorios de este trabajo, que para Israel Galván trataba de una experiencia muy personal con el texto bíblico, conocí a estos chicos, un grupo sevillano de doom metal, que, sin ningún tipo de ironías, apostaban por la ortodoxia y emparentaban la música procesional local con las murallas de sonido del heavy metal. Como dice el crítico italiano Valerio Evangelisti la tradición punk, fuera de Inglaterra, siempre ha sido burguesa y su radicalismo, menos irónico, cuando no directamente falso.

Sin embargo el heavy metal, de procedencia obrera, siempre ha sido verdadero, bruto, brutísimo, pero a menudo eficaz.

En esas estábamos, Orthodox preparaban su disco Gran poder, y todo fueron parabienes. A menudo –y seguro que no es el caso de Pedro Calvo-, en los alrededores del flamenco, cuando suenan aceradas guitarras –pienso en Tomasito versionando a los ACDC o a Rosendo y en El Pele con Tino Di Geraldo- se recurre a comparaciones con el Omega. Es una asimilación fácil, desde luego.

Estamos en un corpus artístico en el que, por ejemplo, todas las soleares de Charamusco son semejantes. Pero nadie puede asimilar la que hace Morente con la que hace Mairena, por seguir con el ejemplo. Cualquier oído avezado en el flamenco entiende las variaciones ruidístas del jerezano Tomatito o del cordobés Pele por mucha tormenta eléctrica que tengan debajo. Y es que en el flamenco, con lo que gustan de distinguir entre este o aquel fandango, pues eso, que no queda oído para el guitarreo y el ruido, que les falta paladar, pero hay que empezar a cultivar el oído también aquí. No es lo mismo Can que Bauhaus. Hay que cultivar más el paladar.

Me gustaría hacer notar otro elemento en Omega poco referenciado. La influencia del cineasta granadino José de Val del Omar, tan notoria en el tema Omega, que da nombre al disco, en ese collage de seguiriyas procedentes de discos antiguos del flamenco, realizado del mismo modo, como hiciera el cineasta en el film Aguaespejo granadino, su primera obra maestra. Es un homenaje muy evidente aunque, ya digo, poco referenciado.

Mario Maya, otro artista granadino genial, también maestro de Israel Galván, ya lo había ensayado con Juan de Loxa en Ceremonial, y después en los juegos de voces, en los coros de Camelamos Naquelar y Ay!, jondo!. No es sólo el recurso técnico. También la alquimia, esa manera de dar la vuelta a lo nuevo para que parezca viejo y a lo viejo para que luzca como nuevo. Creo que Morente había estado trabajando en la posibilidad de poner música a Vibración de Granada, una película inconclusa de Val del Omar. Y, seguramente de ahí viene su conocimiento. A mí este Omega me recuerda mucho a Val del Omar. Después Lagartija Nick le dedicó también un trabajo a Val del Omar.

En fin, si tienen la posibilidad de hacer el sacrilegio, miren la película Aguaespejo granadino -o también Fuego en Castilla- pero sin su banda sonora original. Hay que decir que las pistas de sonido de Val del Omar son obras maestras. Pero sí, hagan el sacrilegio y escuchen, no se si seguirá disponible en youtube, el Omega a toda voz mientras ven estos filmes de Val del Omar. Se producen momentos impagables.

Una amiga repite, después de la muerte del maestro Morente, “y ahora qué vamos a hacer, yo ya no puedo esperar nada del flamenco”. En parte lleva razón, hay un profundo sentimiento de orfandad, es tan raro que se vaya, a la vez, el más viejo y el más joven de los cantaores flamencos. Morente condensaba ambos en su persona. El más nuevo y el más antiguo. Seguramente la cosa no es así y mi amiga, le digo yo, un poco falso, se engaña. “Engañando al toro se le desengaña”, cantaba Morente a José Bergamín.

En fin, seguro que hay miles de cosas que merecen la pena, seguro, pero lo bueno era cómo Morente nos las señalaba.

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Autor >

Pedro G. Romero

Pedro G. Romero (Aracena, 1964) opera como artista desde 1985. Actualmente trabaja en dos grandes aparatos, el Archivo F.X. y la Máquina P.H. Participa en UNIA arteypensamiento y en la PRPC (Plataforma de Reflexión de Políticas Culturales) en Sevilla. Es director artístico de la compañía Israel Galván y comisario/curador del proyecto Tratado de Paz para la Capital Cultural DSS2016.

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1 comentario(s)

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  1. Luis

    Después de Morente seguirán los pájaros cantando. Preferiría uno que dejáranse los llantos y volviéramos a escuchar al Maestro sin tantas palabrería.

    Hace 8 años

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