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Llegaron a su fin los ritos funerarios para despedir a Fidel Castro. Los restos de quien en sus últimos años era un superviviente de sí mismo quedaron depositados en Santiago de Cuba, junto a los de José Martí, el revolucionario y poeta, prócer de la república caribeña. ¿Y hacia dónde se dirige esa Cuba en modo “poscomandante”, con una revolución a sus espaldas, casi sexagenaria, que tiene serias dificultades para proyectarse a un futuro que se le hace imposible? Por ahí se acumulan los interrogantes que emergen cuando acaban los largos días de luto que catalizaron el duelo por quien fue líder de una revolución cuyo efecto se hizo notar, por décadas, mucho más allá de los límites de la isla grande de las Antillas. Y las mismas cuestiones planteadas reciben inopinada luz desde el mismo trayecto que han realizado las cenizas del Comandante Fidel, homenajeadas por multitud de cubanos enarbolando banderas patrias y recordando el entusiasta lema guevarista “hasta la victoria siempre”.
El peregrinar por pueblos y ciudades de la urna funeraria del difunto líder que ha estado al frente de Cuba durante más de medio siglo quizá haya sido el último acto de una épica revolucionaria agotada hasta la extenuación, pero rescatada de su anemia al calor de un cortejo fúnebre que recorría en sentido inverso el viaje de los guerrilleros de Sierra Maestra que, en 1959, llevaron el triunfo de la revolución desde Santiago de Cuba hasta La Habana bajo el rótulo de “Caravana de la libertad”. El camino de vuelta pone el dedo del juicio histórico –el que estamos obligados a hacer para no fallar al emplazamiento de una historia que por sí misma ni absuelve ni condena nada- sobre la llaga de una revolución que ha escrito grandiosas páginas de épica heroica, pero a la que se le quedó atrás la ética de la libertad. No otra cosa puede decirse, con sinceridad política, cuando a la vista de todos está que el régimen cubano no ha sabido, no ha podido o no ha querido –o las tres cosas a la vez- dotarse de instituciones y procedimientos en los que cobrara forma esa eticidad de la libertad –dicho al modo hegeliano- a la que tendría que haber llegado un proceso de transformación radical de una sociedad y sus estructuras que se inició como rebelión contra la ominosa dictadura de Fulgencio Batista.
La revolución cubana, hito histórico situado en el gozne sobre el que el siglo XX giró hacia la Guerra Fría del enfrentamiento entre el bloque capitalista, con EEUU al frente, y el bloque comunista, liderado por la URSS, tras la Segunda Guerra Mundial, es una de las revoluciones que se sitúan en la secuencia de las que marcan época. Si la Revolución Francesa dio la pauta en 1789 de otras que vendrían después, recogiendo el testigo la Revolución Bolchevique de 1917, fue la Revolución de 1959 en Cuba la que trasladó exitosamente a América un reforzado pathos revolucionario, cuando en el mundo oriental se consolidaba el régimen comunista instaurado tras la “Larga Marcha” capitaneada por Mao y en lo que se llamó Tercer Mundo se iniciaron las luchas por la emancipación anticolonial, tomando en muchos casos a Cuba como modelo de práctica antiimperialista. La crisis de los misiles de 1962, que pudo derivar a catastrófica nueva guerra mundial, afortunadamente se resolvió con la necesaria contención entre estadounidenses y soviéticos, pero dejando como pesada carga la del embargo a una Cuba que, por los ímpetus contrarrevolucionarios norteamericanos, se vio obligada a alinearse bajo el amparo de la URSS, asumiendo la cobertura ideológica de un marxismo-leninismo marcadamente dogmático, consonante con el doctrinarismo del Kremlin.
Capacitándose para resistir, el régimen comunista cubano pudo generar lo que habrían de ser sus más valiosos logros: la erradicación de la pobreza y la instauración de una red sanitaria y un sistema educativo que no han dejado de ser referencia mundial. El apoyo soviético fue el sostén de una economía de total planificación estatal, pero dependiente en su monocultivo de la lejana URSS, hasta la disolución de ésta en 1991. En auxilio de Cuba vino entonces el petróleo de la República Bolivariana de Venezuela… Es historia reciente. Y bien está que se ayudara a un pueblo que ha dado sobradas muestras de solidaridad internacional, incluida la no lejana crisis del Ébola en África. Mas con todo, el atasco de la realidad cubana no cabe explicarlo sólo por el injusto bloqueo al que se ve sometida por la intransigencia estadounidense, no disipada por el acercamiento entre Obama y Raúl Castro, y en riesgo de verse acentuada bajo el próximo mandato del derechista Trump.
Tampoco ha de pasarse por alto lo que es un defecto de fábrica de la revolución, y no sólo de la cubana: el freno a la democracia
No se debe infravalorar el terrible condicionamiento sufrido por un país que, en su literal aislamiento, ha tenido que padecer el acoso del gigante que tiene al lado como vecino del norte, el cual no podía dejar que el impulso cubano se extendiera hacia lo que la doctrina Monroe consideró el ámbito de influencia de EEUU, eso que ignominiosamente se conoció bajo el despreciable rótulo de “patio trasero” –impulso que se abortó hasta en la versión de la “revolución democrática” de Salvador Allende con su gobierno de Unidad Popular en Chile-. Pero tampoco ha de pasarse por alto lo que es un defecto de fábrica de la revolución, y no sólo de la cubana: el freno a la democracia y, con ello, a las libertades que han de acompañar a un sistema político que en verdad lo sea, es decir, que no derive hacia la antipolítica que supone toda dictadura.
La asunción de los postulados del comunismo soviético por la revolución cubana –a la que se sumo a posteriori el que entonces era partido de los comunistas de Cuba– encarriló a ésta hacia la mala solución que para la etapa posterior a la revolución como tal han entrañado todos esos procesos respecto a los cuales la izquierda debe seguir haciendo un análisis crítico a fondo: la mala salida consistente en confiar la dinámica política a un partido único. La estrategia para salvar la revolución se convirtió así en la gran trampa en la que cayó, hasta su propia perversión, la revolución cubana, como otras, malgastando con ello el esfuerzo histórico, con vidas humanas incluidas, de millones de individuos y sacrificando el futuro de los pueblos a objetivos que quedaban viciados de origen. La trágica paradoja histórica es que la alternativa “socialismo o barbarie”, que enunció Rosa Luxemburg con imperecedera lucidez, se dejó decantar en muchos procesos posrevolucionarios hacia lo segundo, traicionando lo primero.
No hay revolución que se salve contra la libertad. Es la reflexión a la que convoca la realidad cubana
Cabe pensar que, presos de una misma lógica a pesar del antagonismo, capitalismo y comunismo imponen una similar lógica monopolista, el primero tras la acumulación de capital y el segundo tras la acumulación de poder. No iba desencaminada Hannah Arendt cuando en su obra Sobre la revolución señalaba –y para ello se remitía al mismo Marx– esa proximidad, subrayando que por ambas partes, aunque de muy diferente manera, se dejaba atrás algo tan nuclear de lo político como es la libertad en tanto que autonomía, considerada valor rector que ha de orientar la vida política, la cual no puede ser sino en clave democrática. Arendt, desde su republicanismo, prefería una democracia directa cual la propuesta como “sistema de consejos”, pues era muy reticente en relación a los partidos políticos.
El caso es que, recogiendo la apelación a una democracia participativa desde la libertad política de los ciudadanos, y superando las suspicacias de Arendt respecto a los partidos, siempre que lo merezcan, es cierto que su pensamiento señala lo que una revolución que se preciara no hubiera debido dejar de hacer: llevar a buen término su “caravana de la libertad”. De lo contrario, cualquier revolucionario que se sincere acabará diciendo lo que al final de sus días, con tono de fuerte pesar melancólico, afirmaba Simón Bolívar: “el que sirve una revolución ara en el mar”. Y no debiera ser así, por la dignidad de los individuos y por el futuro de los pueblos. No hay revolución que se salve contra la libertad, ni logros sociales que se mantengan sin ella. Es la reflexión a la que convoca la realidad cubana cuando el “otoño del patriarca” –dicho sea con la venia del recordado García Márquez- ha visto su fin y hay que preparar una primavera que no viene sola.
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En enero CTXT deja el saloncito y se traslada a un garaje en el barrio de Prosperidad. Necesitamos ayuda para convertir la carpintería en una redacción. Si nos echas una mano grabamos tu nombre en la primera piedra. Del vídeo se encarga...
Autor >
José Antonio Pérez Tapias
Es catedrático en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Granada. Es autor de 'Invitación al federalismo. España y las razones para un Estado plurinacional'(Madrid, Trotta, 2013).
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