Análisis
¿Qué tiene que ver la democracia interna de Podemos con el cambio en España?
Para ser una herramienta de transformación institucional y no un engranaje más de la máquina establecida, el partido tendrá que abandonar definitivamente el modelo plebiscitario y la cultura política verticalizada que ahora lo constituye
Nuria Alabao 25/12/2016
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El tan esperado proceso de reconfiguración de Podemos —tras sus primeros tres años de existencia— acaba de arrancar con la votación inaugural donde se decidían las reglas de la próxima Asamblea Ciudadana —Vistalegre II—. La lectura fraccional de los resultados —ya es de dominio público que Podemos está dividido en distintas familias o aparatos—, según la cual antes que propuestas, lo que se enfrentan son candidaturas, dibuja una organización con dos grandes tendencias y un importante sector crítico.
Las dos tendencias dominantes se articulan alrededor de sus caras más visibles: Pablo Iglesias e Íñigo Errejón y sumadas obtienen el 80% de los clicks. Recordemos que en Podemos no hay “afiliación” como en otros partidos, ni pago de cuotas, cualquiera puede inscribirse y votar a través de una web, lo que dificulta dilucidar el grado de compromiso con el proyecto de las casi cien mil personas que han participado.
Esta lectura fraccional es la que privilegian los medios, que en general destacan la diferencia pírrica entre las dos candidaturas: Errejón ha quedado tan solo a dos mil votos de Pablo Iglesias, que ha ganado por un escaso 41% del voto. Mientras que casi invisibilizan al sector crítico, cuyo núcleo serían los anticapitalistas, que sin embargo ha obtenido algo más de un 10% de apoyos. Así por ejemplo, El País —que habla directamente de “duelo” entre Pablo e Íñigo— ha elegido ya su candidato y no publica información que no esté sesgada en apoyo de Errejón, así como también apostó por Susana Díaz en la guerra a muerte en el PSOE. En realidad no se entiende muy bien por qué ha decidido hacerle este extraño “favor” que solo puede perjudicarle entre unas bases nada afectas a los intereses de PRISA.
Pero además de esta lectura de familias, y en lo que respecta a un tema tan esencial como el de la elección de cargos en el partido, podemos decir que la mayoría de inscritos se ha decantado por los otros sistemas, mucho más pluralistas que el impulsado por Iglesias. Si sumamos la propuesta de Errejón, la de Anticapitalistas y la de otras candidaturas menores, resulta que el 60% de los que han votado han preferido sistemas más proporcionales, en los que quedase asegurada una mayor representación de las minorías en la futura ejecutiva de Podemos.
Podemos ya no es aquella marea de ilusión, aquella fuerza del 15M
Un sistema que otorgaría tanto a Errejón como a los anticapitalistas más peso en la toma de decisiones. Sin embargo, con la propuesta que ha sido aprobada ahora, la candidatura mayoritaria —con toda probabilidad la de Iglesias— podría hacerse con el 70% de la dirección solo con obtener el 50% de los votos en el próximo Vistalegre II.
En este panorama, es evidente que la demanda de más proporcionalidad ha sido capitalizada fundamentalmente por Errejón que ahora parece representar la garantía de pluralismo en Podemos, aunque en pasados procesos no se mostraba tan democratista cuando formaba parte de la tendencia mayoritaria de la mano de Iglesias. Aunque claro, nadie diseña un sistema de votación para perder votaciones.
El método es (casi) todo
Sabemos que en realidad toda decisión depende del modo de decidir. Por poner un ejemplo sencillo, aplicando en esta votación un sistema de Voto Único Transferible —si tu primera opción no es la más votada, tu voto va a la segunda opción que has elegido— seguramente hubiese ganado la propuesta de Errejón. (Eso suponiendo que los electores decidan mayoritariamente su voto sobre la base de sus preferencias reales y no sobre la de una guerra de familias donde hay que tomar partido por un personaje u otro).
La propuesta de representación de Iglesias puede dejar fuera a los anticapitalistas, quienes deberían ser sus principales aliados políticos
Por lo tanto, la política en las democracias representativas no es sólo una actividad en la que diferentes grupos de personas persiguen unos resultados, sino la propia elección de los procedimientos de decisión. Esto dijo el politólogo Josep M. Colomer en El arte de la manipulación política, donde explicó además que las opciones preferidas por los votantes, las mayoritarias, no tienen por qué ganar siempre que se elija —o se “manipule” adecuadamente— un determinado sistema de elección como ocurrió durante la Transición. Así, en el libro, Colomer analiza una serie de casos que le sirven para ejemplificar este supuesto, y señala que no eran excepciones provocadas por la propia complejidad del proceso de la Transición, sino la forma misma en la que se configuró el “modelo político español”. Un modelo donde ahora la clase política goza de grandes dosis de autonomía —es decir, que no tiene necesidad de responder excesivamente a las demandas sociales— ya que se construyó —y se garantizó su continuidad— sobre el miedo de los ciudadanos y el chantaje de “esta democracia o quizás ninguna”.
Precisamente Podemos como nueva clase política y relevo generacional surgió para cambiar esto. El espacio político abierto por el 15M exigía una revisión de los pactos de la Transición —¿una nueva Constitución?— y una democratización de la toma de decisiones a todos los niveles. Y ese el hueco que ocupó Podemos.
La misión no nació exenta de contradicciones porque al “institucionalizarse” la demanda de cambio asumía también aquellas funciones de los propios partidos nacidos para estabilizar la sociedad, más que para cambiarla. Partidos creados para canalizar ordenadamente estas demandas sociales en una estructura institucional que tiene sus propias inercias, que tiene también la capacidad de desactivar en parte la potencia transformadora que representó la emergencia de Podemos. Aunque la Historia no está definitivamente escrita, algo que solía decir el propio capitán de la Transición, Adolfo Suárez.
Desde luego Podemos tras estos años ya no es aquella marea de ilusión, aquella fuerza distribuida que con toda la energía del 15M hizo posible pensar en un partido-movimiento. Tampoco sabemos exactamente qué podría ser esto a día de hoy, los que existieron, los primeros partidos socialdemócratas, por ejemplo, lo hicieron en sociedades que eran totalmente otras. La discusión de facciones en Podemos también opera sobre estos parámetros, sobre la centralidad o no del parlamentarismo en los procesos de cambio.
¿Cómo sería un partido de agitación que contribuya a la autoorganización social? ¿Todavía es posible que Podemos sea eso?
Tras la pérdida de votos en las segundas elecciones generales —del 20D al 26J—, destacaron dos interpretaciones: la de Iglesias, para quien se había asimilado demasiado a Podemos como “un partido más; y la de Errejón, que en realidad es casi diametralmente opuesta: “no nos votan porque damos miedo”, “no tenemos imagen de solvencia institucional” o “estamos demasiado escorados a la izquierda”. Pero es difícil que las tesis de Errejón se impongan, precisamente porque los anticapitalistas se encuentran en realidad más cercanos a las propuestas de Iglesias, al menos en teoría. La práctica que haría que Podemos fuese otra cosa, sin embargo, todavía está por inventar: ¿cómo sería un partido de agitación que contribuya a la autoorganización social? ¿Todavía es posible que Podemos sea eso?
En realidad Iglesias se encuentra habitando una paradoja: para poder realizar su visión de Podemos quiere obtener la máxima capacidad de decisión en los órganos internos —por eso su propuesta es poco proporcional—. Pero al mismo tiempo, esta propuesta puede dejar fuera a los anticapitalistas, quienes deberían ser sus principales aliados políticos frente a la “moderación” errejonista.
Y sin embargo, si todavía es posible que Podemos se sobreponga a las inercias institucionales, si todavía está a tiempo de convertirse en una herramienta de cambio institucional y no en un engranaje más de la máquina establecida, tendrá que abandonar definitivamente el modelo plebiscitario y la cultura política verticalizada que ahora lo constituye. Menos debate convertido en marketing político en los medios y más discusión y negociación orgánicas, por más que esto suponga lidiar constantemente con un “ala derecha” del partido —errejonista— minoritaria, pero relevante, que cuenta incluso con el apoyo de PRISA.
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Nuria Alabao
Es periodista y doctora en Antropología Social. Investigadora especializada en el tratamiento de las cuestiones de género en las nuevas extremas derechas.
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