Al chiste desconocido (Monty Phyton Flying Circus, 1969).
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Yugoslavia, 1948. En plena posguerra mundial y en medio de la paranoia y represión de la dictadura comunista, un hombre del montón hace una broma sobre la ruptura política entre Tito y Stalin. Es un comentario inocente sobre una viñeta satírica, pero trasciende como una crítica al gobierno. Su propio cuñado, oficial de la represora Seguridad del Estado, lo delata. El hombre --casado y padre de dos hijos-- acaba en un campo de trabajos forzados: para explicar su falta, a sus hijos les contarán que “Papá está en viaje de negocios”.
Emir Kusturica ganó la Palma de oro del Festival de Cannes con esta película de 1985. En los años 80, la posibilidad de acabar en un gulag por culpa de un chiste parecía un exotismo propio de los usos y costumbres de las dictaduras de más allá del Telón de Acero. Incluso en 1985 resultaba un ejercicio de nostalgia cinematográfica --el interés por contar historias ambientadas en guerras y dictaduras no es patrimonio exclusivo del cine español--, algo que jamás podría volver. Solo cinco años después del estreno de su película, el propio Kusturica vería reproducida toda esa violencia, represión y terror en la guerra que asoló su país. Durante mucho tiempo, hubo pocas bromas en los territorios de Serbia, Bosnia, Croacia y Kosovo. Un conflicto que todavía humea en la geopolítica europea, aunque nadie hable de ello.
Las aceradas y teloneras “dictaduras del proletariado” siempre fueron expertas en “tratar” estas cuestiones de las bromas y chistes contra el poder establecido y el discurso cultural oficial.
En los 80, la posibilidad de acabar en un gulag por culpa de un chiste parecía un exotismo propio de las dictaduras de más allá del Telón de Acero
Es bien sabido que los regímenes comunistas, los fascistas y, junto a ellos, las religiones del Libro, resultan poco amigos de la broma: el humor está reñido con las verdades absolutas (“Pero que ocurrirá si por culpa de este libro, los hombres doctos declaran que es permisible reírnos de todas las cosas... ¿Podemos reírnos de Dios? !El mundo desembocaría en el caos!". El nombre de la rosa, Umberto Eco, 1980).
Y sin embargo, y a pesar del terror sobre el que se sustentan los gobiernos totalitarios, pocas manifestaciones humanas son más susceptibles de ser caricaturizadas: nada hay más parodiable que un fanático. Maestros como Chaplin en El gran dictador (1940) y Lubitsch en Ser o no ser(1942) tuvieron la oportunidad de demostrarlo y provocar carcajadas con sus parodias del fascismo y sus consecuencias. En plena guerra mundial, con muertos a millares cada día, cada hora, había libertad para hacer eso y mucho más: a nadie en su sano juicio se le hubiera ocurrido condenar a Chaplin o a Lubitsch por un delito de enaltecimiento del odio, ofensa a las víctimas o cualquier otra zarandaja.
La censura, la policía del pensamiento, se encuentra en nuestros días viva y coleando y no como producto de unos Estados totalitarios, sino de democracias orgullosas de serlo. En ellas la libertad está en viaje de negocios, porque son los negocios --los grandes, no los medianos ni pequeños-- los únicos que tienen libertad para campar a sus anchas. La libertad de pensamiento crítico, de disidencia o subversión, de cuestionamiento de lo establecido, incluso de proferir inconveniencias o patochadas, está ya, ahora, hoy por hoy, perseguida. No solo en España. Y los frentes son muchos: los censores están por todas partes.
“Literatura infantil: miedo, brujas, ogros y autocensura”
“Los autores de libros para niños y adolescentes lamentan la sobreprotección de los niños y el celo de los editores, que les impide escribir con libertad” (El Mundo,1-4-2017).
El caso de Cassandra Vera es uno más de los muchos a los que hemos asistido en los últimos tiempos. A pesar del intento de algunos medios y sus correspondientes panelistas (nuevo cuño de la nomenklatura) por pasar de puntillas equidistantes por una actualidad judicial cuando menos espinosa, hemos visto/oído transitar del estupor ante la petición de penas de cárcel --prefieren castigos más suaves-- a la mofa sobre la condición transde una tuitera --nunca estuvo tan de moda la transfobia-- condenada por hacer chistes sobre el atentado a Carrero Blanco. (Sin embargo, los amparados en nombres reconocidos de grupos mediáticos poderosos parecen tener barra libre para ejercer ciertos manoseados presuntos delitos de odio u ofensa). “No hace gracia, por tanto, es condenable”, dicen los más cínicos del lugar, autoproclamados críticos de espectáculos humorísticos. “El humor también tiene límites”, afirman los nuevos inquisidores, con el endeble argumento del impalpable delito de odio o de la defensa de las víctimas del terrorismo, aunque muchas de ellas ni siquiera deseen ser defendidas.
De nuevo, en la pelea del barro político, parece que no hay sitio más que para las batallas culturales, porque las demás ya están ganadas o perdidas. Unas instituciones fuertes con el débil, débiles con el fuerte, a la caza y captura del rapero, del artista, del concejal perroflauta o del humorista profesional derivan la persecución a los ciudadanos anónimos. Las condenas a prisión parecen pocas y escasas y algunos medios, celosos guardianes de las libertades digitales, desempolvan más tuits, aventados por ciertos partidos políticos que, sin rubor alguno, acosan a una veinteañera.
“El PP de Madrid entra en el debate de Cassandra con un tuit polémico”
“La cuenta oficial del partido rescata varios mensajes de la joven publicados el año pasado en los que hablaba de su "odio a los niños" (El Confidencial. 2-4-2017).
Para el capitalismo liberal y ultracentrista los chistes y las risotadas también deben estar privatizados y son los líderes de opinión quienes se crecen con muchachitas ignotas --otra vez fuertes con el débil, débiles con el fuerte-- haciendo gala de su sentido del humor.
“¿Tiene usted una cierta tendencia a desear la muerte a aquel que no comparte sus ideas?", Carlos Alsina a Cassandra Vera (Onda Cero, 28-3-2017).
En los tiempos de la posverdad posdemocrática, perseguida cualquier gracieta por vía mediática, administrativa o penal, a los medios antaño considerados “serios” no les ha quedado más remedio que llenar el hueco y convertirse en humoristas, provocando rechiflas y/o indignaciones descomunales. Sin ir más lejos, el empeño continuado por hacer mofa de las víctimas de la crisis:
Para el capitalismo liberal y ultracentrista los chistes y las risotadas también deben estar privatizados
“No salir de casa en todo el fin de semana rebaja la ansiedad e ilumina la mente”
Atrincherarse entre las cuatro paredes de su morada ya no es de muermos, sino la última tendencia de moda: el ‘nesting’ (El País, 29-3-2017).
“Friganismo: la última dieta hipster es coger comida de la basura”
“Ni la paleo ni la alcalina. La última moda en dietas se sirve en los contenedores de basura. No se trata de una carencia de medios económicos para llevarse el pan a la boca, es una nueva tendencia sostenible y sus adeptos se hacen llamar 'freegans' (El País, 24-3-2017).
“Cómo criar a nuestros hijos para que sean futuros emprendedores”
“El deseo por inculcar en las nuevas generaciones el espíritu emprendedor ante un porvenir profesional cada vez más cambiante copa las preocupaciones de padres y educadores”.
“Hablar de dinero delante de los niños”, “hacer las preguntas correctas”, “llevar el trabajo al hogar” y “aprender que los fracasos se pueden superar” son algunos de los mantras que Kristi Dosh comparte con los lectores como receta para inculcar el deseo de emprender en sus descendientes.”
(El País, 22-3-2017).
Comer de la basura es moderno, no poder salir de casa, sanísimo, y ser funcionario o currante, propio de vagos o parásitos sociales. Hilarante. Los bromistas también aseguran que es necesario adoctrinar a las nuevas generaciones para convertirlas en emprendedoras, embriones de empresario, esa figura mítica, ese nuevo caballero andante. No importa que la mayoría de los emprendedores --“emPERDEDORES”, rebautizan los chistosos independientes-- vayan cayendo como moscas en las fauces burocráticas y bancarias tras “invertir” en una pastelería artesana, una casita rural o una tienda de bicicletas que cierra al poco tiempo, visto o no visto, porque los hipsters no pueden dar de comer a tantos, a pesar de lo voceado por los medios de comunicación. Es solo un ejemplo, porque la broma macabra oficial sí está permitida y campa a diario por titulares, crónicas, columnas, editoriales, declaraciones y mítines.
Los Propietarios Oficiales de la Broma han lanzado a las fuerzas y cuerpos de la Seguridad del Estado, a la Fiscalía y a la judicatura contra los lenguaraces solitarios
En una demostración de poder absoluto, los Propietarios Oficiales de la Broma han lanzado a las fuerzas y cuerpos de la Seguridad del Estado, a la Fiscalía y a la judicatura --todo el “peso de la ley”-- contra los lenguaraces solitarios. En nuestro Estado de Derecho --Dios lo tenga en su gloria--, los chistes, burlas y mofas enaltecen el terrorismo incluso con efectos retroactivos y propiedades taumatúrgicas, una especie de vudú maligno que propicia atentados: muerta ETA, no se acabó la rabia. Es el poder del chiste asesino, como en el famoso gag de Monty Phyton. “El chiste más gracioso del mundo” mata de risa a quien lo lee o lo escucha y por ello es usado como arma de guerra durante la II Guerra Mundial. Pero el chiste-arma de destrucción masiva no puede controlarse y se desmanda: la comedia desencadenada causa muertos incluso entre la población civil (“Esta mañana, poco después de las 11, la comedia hizo estragos en esta casita de Dibley Road. Comedia repentina y violenta”), así que un acuerdo mundial decide prohibir el peligroso chiste en la Convención de Ginebra. La última copia del chiste asesino se entierra bajo un monumento con la inscripción: “Al chiste desconocido”.
“Carrero Blanco, un ogro sin garras”
“TVE emite una serie sobre el asesinato del almirante, ocurrido el 20 de diciembre de 1973. La figura de quien fuera presidente del Gobierno con Franco aparece desdibujada”.
“Aquel a quien ETA bautizó como El Ogro (nombre de la operación terrorista que culminó con el magnicidio) aparece aquí como un padre ejemplar, un ejemplo de lealtad al caudillo y con algunas obsesiones como el marxismo y el libertinaje”. “Tampoco ahonda en quién era y qué significaba Carrero para el franquismo. Quizá el dato más elocuente, aunque circunstancial, de su personalidad lo proporciona uno de los intervinientes (en el documental posterior), quien recuerda que el almirante consideraba a Manuel Fraga, también ministro de Franco, nada más y nada menos que “un peligroso liberal”. Charles Powell, afirma que Carrero quería implantar una monarquía autoritaria (…), y Elorza, sin tapujos, que el asesinado delfín de Franco pensaba que la libertad abría el camino al Apocalipsis y que ante eso solo cabía la represión. Pero, en definitiva, los espectadores que no vivieran aquella época seguirán teniendo la imagen de Carrero muy difusa.” (El País, 18-12-2012)
En 1973, cuatro años después del estreno del gag sobre el chiste asesino de los Monty Phyton, el almirante Carrero Blanco, presidente del Gobierno del régimen franquista y sucesor del dictador, volaba por los aires como consecuencia de un atentado. Los autores materiales de su muerte --Jesús Zugarramurdi, Kizkur, José Miguel Beñarán, Argala, y Javier Larreategi, Atxulo-- nunca fueron juzgados por estos hechos ya que se beneficiaron de la Ley de Amnistía de 1977. Mucho tiempo después --44 años-- alguien hace un chiste sobre el atentado y es condenado a la pena de un año de prisión. Quizá esta sola circunstancia constituya tema para una comedia delirante, un sainete alocado o una parodia desquiciada.
En medio de la risa particular y gubernativa, jaleada por la prensa humorística y defendida por todos los instrumentos del Estado, la libertad de expresión y su hija natural, la democracia, menguan, adelgazan y en algunos ámbitos, parecen a punto de desaparecer. No tiene ninguna gracia.
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Autor >
Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es "La Virgen sin Cabeza" (Roca, 2003).
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