Cristina Monge / Politóloga
“El 15M inició una transición, y eso es lo que nos tiene nerviosos”
Eduardo Bayona Zaragoza , 24/05/2017
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La politóloga zaragozana Cristina Monge (1975) presenta esta semana 15M. Un movimiento político para democratizar la sociedad (editorial Prensas de la Universidad, Universidad de Zaragoza), un libro que tiene su origen en su tesis doctoral sobre los impactos del 15M en la gobernanza, la participación ciudadana y la calidad democrática, y que ha sido una de las principales aproximaciones académicas a la histórica movilización que hace seis años sacudió el remanso en el que, pese a la crisis y a sus efectos sociales, seguía --¿sigue?-- instalada la España institucional.
¿Ya sabemos qué pasó en el 15M?
Empezamos a entender que fue el inicio de un nuevo ciclo político, eso que algunos han llamado acertadamente “la segunda transición”, que se diferencia fundamentalmente de la primera en que, mientras aquella puso el foco en asuntos de carácter institucional, jurídico y formal, esta probablemente es una apelación mucho mayor al conjunto de la sociedad. Aquello fue el comienzo de un ciclo que ha cambiado de manera sustancial la política española, en la que han aparecido nuevos partidos y otros han desaparecido --o casi-- o se han reformado, y en el que ha habido impactos notables en el ámbito de la comunicación y en la economía, con el avance de fórmulas colaborativas muy en la línea del 15M. Se ha dibujado un ecosistema nuevo.
Sumando todos esos ámbitos hablaríamos de una revolución en toda regla, pero se trata de cambios que no han terminado. ¿No es precisamente el hecho de encontrarnos en un proceso de cambio lo que nos tiene alterados?
Claro. Estamos en una transición. De la del 75 salió un sistema de partidos que ha saltado por los aires, pero los datos no nos dicen que haya cristalizado uno nuevo. Ha cambiado sustancialmente el espacio de los medios de comunicación, pero todavía no hay una concreción consolidada de la alternativa a los medios tradicionales que veníamos conociendo. Ocurre lo mismo en la economía, en la que van surgiendo alternativas pero no podemos decir que se haya consolidado un nuevo modelo de empresa capaz de generar economía a una escala suficiente. Estamos en el “entre tanto”, en una transición, y eso es, efectivamente, lo que nos tiene nerviosos.
Si no acabamos de entender qué pasó, mal podremos aventurar qué va a ocurrir.
Sin embargo tenemos la certeza de que estamos en un momento de cambio. Y en los momentos de cambio aparecen muchos miedos: miedo a saber que lo que fue no será, a no saber qué viene ni cómo nos afectará. Eso se está viendo muy bien en las encuestas poselectorales de EEUU. ¿Quién votó a Trump? Los perdedores de la globalización ya no votan, le votaron los que tienen miedo a ser las siguientes víctimas.
La gestión de la crisis se ha hecho en beneficio de los poderosos, lo que ha dado lugar a un sistema en el que la desigualdad es mayor
El franquismo basó su supervivencia en la consolidación de una amplia clase media, la misma para la que fue diseñado el sistema de la transición de 1975. Pero en 2011 fue esa misma clase media la que salió a las plazas. ¿Qué pasó?
A las plazas fueron jóvenes y no tan jóvenes; fundamentalmente, clases medias y gente formada. A esos jóvenes les habíamos dicho que se formaran. Ellos hicieron los deberes, se sacaron un grado y un máster y aprendieron un par de idiomas, pero de repente vieron que no podían acceder al trabajo: el 15M estalla con un 50% de desempleo juvenil, y cuando acceden al trabajo este es muy precario. Vieron que eso se había truncado y salieron a las plazas. Sus padres, indignados porque veían que eso se había truncado, les acompañaron. Y todo coincide con un momento en el que la corrupción repunta y en el que la respuesta neoliberal a la crisis hace aparecer a la clase política como alguien más preocupado de socorrer a las grandes corporaciones y las entidades financieras que de defender los intereses de los ciudadanos.
¿Eso fue lo que provocó el alejamiento entre ciudadanos y poderes?
El 15M evidencia que se ha abierto una brecha tremenda entre representantes y representados y que hay una incapacidad de comunicación y de comprensión por parte de unos y de otros. El “No nos representan” expresa el sentir de indignación de una parte de la población.
Seis años después del 15M, España bate al mismo tiempo sus récords de creación de riqueza y de pobreza. ¿Alguien no se ha enterado de lo que pasó en las plazas? ¿O es que los poderes carecen en la práctica de herramientas para intervenir?
Cuando estalla el 15M comienza un ciclo. Gente como Nicolas Sarkozy hablaba entonces de la necesidad de “reinventar el capitalismo”, que se ha reinventado, pero para defender sus intereses. La desigualdad ha crecido a pasos agigantados. Los ricos son cada vez más ricos, los pobres cada vez más pobres y las clases medias se reducen. Y cuando crece la desigualdad se ponen muchas cosas en peligro; entre otras, la propia democracia, que solo se puede dar con igualdad. Y, sin embargo, la gestión de la crisis se ha hecho en beneficio de los poderosos, lo que ha dado lugar a un sistema en el que la desigualdad es mayor.
En las urnas se han visto grandes movimientos. El PP logró en 2011 un resultado casi hegemónico gracias a la abstención. Cuatro años después, la gente deja de abstenerse y genera unas instituciones que nos dicen que son ingobernables porque nadie está acostumbrado a que dos no sumen más que el resto. Y, paralelamente, la abstención se cronifica con niveles descomunales en los barrios más pobres.
La gente que se ha quedado desconectada del sistema ya no vota, pero hay otra mucha gente que no está en esa situación. Cuando hablamos de desafección, normalmente, nos referimos a dos tipos de movimientos que no tienen por qué ir siempre en la misma dirección. Hay una decisión de no votar por falta de interés y otra de crítica al sistema. El 15M es un movimiento profundamente político de los pies a la cabeza, y opta por una participación política diferente a la que es meramente electoral. En España a partir de 2011 crece la participación electoral porque hay ganas de cambio y una percepción de que las cosas tienen que ser de otra manera y de que para que eso pase hay que ir a las urnas. En los últimos 30 años no ha habido en España un momento tan político como aquel, con miles de personas en las calles diciendo que había que repensar el sistema y que la participación debe ir más allá del momento electoral, que debe darse siempre y en todo lugar con toda la ciudadanía.
Tengo claro que Podemos y las candidaturas municipales de confluencia no existirían sin el 15M
¿Ese ‘participando que es gerundio’ no es algo difícil de implementar en la práctica?
¿Qué hace falta para que eso sea así? Primero, una sociedad muy formada y capaz de entender todas las decisiones que hay que tomar cada día; también se necesitan canales de comunicación ágiles, diseñar procesos de deliberación, etcétera. Se van dando pasos, pero estamos lejos. Si el objetivo es aumentar la calidad democrática, hay que seguir investigando y experimentando con procesos de prueba y error. El 15M hizo una aportación muy interesante con el concepto de “coproducción política”, con el que no se trata tanto de participar sino de cocrear. No consiste tanto en articular procesos de participación sino en ponerse a coproducir con la gente esos procesos.
¿Ve factible aplicar modelos de ese tipo con los partidos tradicionales?
Es difícil, y también para los nacidos después del 15M. Una cosa es el discurso que emerge del 15M y otra lo que se ha logrado cristalizar. A los partidos tradicionales este tipo de procesos se les hacen extraños porque no forman parte de su cultura. Los nuevos puede que sean más proclives a ensayar nuevas formas más abiertas, pero harían mal si se dieran por satisfechos con los resultados que están obteniendo. En conjunto, hace falta más imaginación para llevar adelante propuestas y aterrizar el discurso de la participación. El 15M hizo preguntas muy interesantes, y ahora viene el momento de ir dando las respuestas. Pero a veces tenemos la tentación de acudir a soluciones simples para problemas complejos que acaban actuando como chivos expiatorios. ¿Las primarias de los partidos garantizan mayor calidad democrática? Parece que no. Solamente con primarias no se democratiza un partido.
Unas primarias son, de hecho, un momento electoral, como el que cada cuatro años llama a las urnas a los ciudadanos.
Claro. A veces nos agarramos a banderines de enganche como las primarias y las listas abiertas, pero ni unas ni otras garantizan por sí solas una mayor calidad democrática. Otra cosa es que se den en un proceso de deliberación permanente o en un marco de participación más amplio.
¿El 15M tiene hijos? ¿Y herederos? ¿Quiénes son?
No se puede hablar de un 15M. Hubo muchos. Y también tuvo varios hijos, entre los que destacan las mareas y la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH). A partir de ahí, en un nuevo ciclo, aparecen nuevos partidos. ¿Representan al 15M? Eso lo están discutiendo ellos. El 15M actúa como referencia, los hijos y los herederos son otra cosa, pero también tengo claro que Podemos y las candidaturas municipales de confluencia no existirían sin el 15M.
¿Después del 15M se puede seguir hablando de izquierdas y de derechas en España?
Más que nunca. El concepto de “izquierda” y el de “derecha” van evolucionando, como la propia historia. Los referentes y las soluciones que la izquierda daba en los años 60 y 70 no tienen nada que ver con los que debería estar dando ahora. Y los de la derecha tampoco. Como dice Daniel Innerarity, la mejor prueba de que derecha e izquierda existen es que al surgimiento de Podemos le sigue el crecimiento de Ciudadanos. Los tiempos han cambiado, las viejas organizaciones no son capaces de dar respuesta a los nuevos desafíos y surgen organizaciones nuevas que intentan dar respuestas y que, además, como son nuevas, aparecen como más creíbles porque existe una percepción de que el sistema ha fracasado en manos de los partidos tradicionales. Sí es cierto que las diferencias entre las propuestas progresistas y conservadoras son sutiles en muchos campos. La izquierda debería ser clara en proponer una respuesta a la globalización, en explicar qué nuevo sistema global necesitamos y qué criterios debería tener para contribuir a los fines liberadores que tiene la izquierda.
Hemos hablado de los partidos tradicionales y de los nuevos, pero puede haber otros que todavía no existen. ¿Se dan las condiciones para que alguien recoja en España las banderas de Trump, Le Pen o Wilders?
No lo sé, pero creo que no. El PP tiene ahora mismo dentro de sí un buen número de representantes de esas sensibilidades, y los intentos de crear partidos de ese tipo no han fructificado. Lo cual no quiere decir que eso no pueda pasar en un momento determinado. No podemos bajar la guardia ni darnos por satisfechos pensando que el sistema es capaz de regenerarse.
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