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Son las cinco de la tarde de un jueves caluroso en Centro Habana. Sus calles están repletas de gente, prolifera el tráfico y el ambiente se mueve al compás de ritmos latinos que emergen de las ventanas sin cristales de las casas. De repente, el sonido de una campana enmudece el caótico barullo. Aún se pueden ver a los más rezagados entrando a toda prisa en un rincón. Comienza el juego, empieza el entreno para conseguir un sueño: convertirse en campeones de boxeo.
Un cartel de chapa oxidada anuncia que en el pequeño barrio de Colón, a tan sólo unos metros de la explanada del Capitolio, se encuentra el Gimnasio de Boxeo. La entrada, para sus integrantes majestuosa, para los curiosos que se acercan a mirar inverosímil, deja entrever dos altos muros derruidos entre los que se encaja un ring construido con tablones de madera y contrachapado. Sobre él, dos jóvenes se miran a los ojos mientras intentan anticiparse para esquivar un guante cargado de ambición y energía.
Durante este baile contra las cuerdas, casi una cuarentena de niños siguen practicando con el poco material del que disponen: se turnan los guantes, cuentan los golpes que propinan a la guinda para pasarla al siguiente, se intercambian las zapatillas hasta que suena la campana de fin del primer asalto.
“Hace tres años, teníamos mejores condiciones y materiales, cuando estábamos en el gimnasio Ponce Carrasco. Ahora, en este espacio libre que nos ha cedido el Estado hacemos lo que podemos, pero, al fin y al cabo, somos luchadores”. Así es como se refiere a esta situación uno de los entrenadores, Daniel Casanova.
El INDER prohíbe a los entrenadores, con un salario de 20 dólares al mes, aceptar donativos de extranjeros
El INDER (Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación) patrocina este área especial con la intención de seguir desarrollando el boxeo, una tradición en Cuba. La institución prohíbe a los entrenadores, con un salario de 20 dólares al mes, aceptar donativos de extranjeros --“si quieres dejar algo, déjalo en el ring”-- y son los niños quienes se reparten los obsequios, que suelen ser materiales. El instituto impide además la práctica de este deporte a mujeres debido al contacto físico. Según cuenta otro de los entrenadores, Jorge Donaltien, algunas jóvenes han acudido a ese gimnasio para aprender a boxear, pero se han visto obligados a rechazarlas por temor a las represalias.
El derrumbe del gimnasio Ponce Carrasco hace unos años llevó a su clausura definitiva y lo que quedó fue volver a empezar. La ayuda de la Asociación de origen italiano Malaika y de un grupo de padres unidos para “alejar a sus hijos de la vida en la calle”, según se lee en una de las chapas de la entrada, consiguió hacer resurgir, entre paredes desconchadas y muros que sirven como sacos de boxeo, un halo de esperanza a nuevas generaciones.
Según explica Casanova, la edad idónea para comenzar a practicar este deporte son los 9 años, cuando ya se dispone de una determinada complexión y estructura ósea. Sin embargo, la vocación no entiende de edades y también entrenan a niños más pequeños.
Llegar a competir a nivel profesional en Cuba es posible solo desde hace unos pocos años. El deporte rentado quedó eliminado en toda la isla tras el triunfo de la Revolución en 1959. Muchos de los boxeadores cubanos emigraron, la única opción para abandonar la condición de amateur y consagrarse como profesionales. Desde 2013, con el cambio de normativa, Cuba participa en la Serie Mundial (una competición semiprofesional pero rentada y en la que los peleadores no pierden su condición de amateur) de la Asociación Internacional de Boxeo (AIBA).
Esta decisión no quedó exenta de polémica: numerosos detractores opinan que los boxeadores amateur no están preparados ni para la agresividad ni para el número de asaltos –en torno a 10 ó 12– del boxeo profesional.
Para los cuarenta niños de entre 7 y 12 años que entrenan en este rudimentario gimnasio, ajenos a esta polémica, llegar a alcanzar el éxito es una carrera de fondo. Lo que menos duele son los derechazos o los ganchos. Lo más difícil es ver cómo el sueño de vivir del boxeo se va perdiendo. Por ello muchos alumnos se desaniman y cuando llegan a la adolescencia cuelgan los guantes para darse a la vida de la calle.
Aquellos que destacan en tesón y se consagran como los mejores pueden llegar a ser becados por las EIDE (Escuelas de iniciación Deportiva Escolar). En esos centros de alto rendimiento los alumnos compaginan sus estudios con los entrenamientos, en este caso de boxeo, que suelen durar en torno a cuatro horas seis días a la semana. Si superan esta escuela, los aspirantes pasan a formar parte de la meca de los boxeadores cubanos, La Escuela Nacional de Olbein, en Wajay. Se estima que un boxeador de 20 años está en el esplendor de su carrera como amateur.
Más allá de la simple violencia con la que algunos detractores definen este deporte, entre las cuerdas emanan valores como la pasión, el sacrificio, la disciplina y las ganas de lucha dentro y fuera del ring. Teófilo Stevenson, una de las grandes figuras del boxeo de origen cubano, decía: “En realidad yo nunca perdí, porque de las derrotas se sacan experiencias y cuando se sacan experiencias, se gana” .
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Autor >
Macarena M. Zamarriego
Autor >
/
Autor >
Carlos López Losa
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