Tour de Francia
Seis días y Froome ya es líder
Otra vez, la misma competición aburrida y sin alternativas de todos los años, la que siempre se repite desde 2012, el año en el que equipo Sky dio el gran salto adelante
Sergio Palomonte 6/07/2017
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Por una parte existe la temporada ciclista ordinaria, y por otra existe el Tour. En la primera puede haber todas las alternativas que se quieran, innovaciones, sorpresas y variaciones, y en la segunda, que sólo dura tres semanas, se repite año tras año el mismo guión. A diferencia de otras cosas más difíciles de datar, el origen está muy claro, al menos en el periodo actual: 2012, el año en el que el Sky, después de dos cosechando las hieles del ciclismo, dio el ‘Gran Salto Adelante’.
Desde entonces es el gran equipo dominador de la carrera, primero con Wiggins y luego con Froome. Dominan la carrera a su antojo, y de nada sirven muestras de flaqueza en las carreras previas, porque el Tour es su predio particular, y lo dejan de manifiesto muy pronto, sean cuales sean las circunstancias, sean cuales sean las sospechas sobre dopaje del equipo que se hayan constatado, e incluso el wishful thinking de "este año no van tan fuertes".
Düsseldorf, al revés que otras ciudades y regiones cameladas con el pack del Grand Dèpart de la carrera, optó por celebrar únicamente una crono inicial, y después despedir a la caravana ciclista al día siguiente. Casi mejor así, puesto que la supuesta promoción turística y oferta de las bellezas del sitio se vio empañada por la lluvia que condicionó la carrera, la única crono del Tour hasta el penúltimo día y, por tanto, algo más que un prólogo: una etapa contra el reloj de 14 kilómetros.
Valverde, el corredor español que en su juventud ambicionó ganar el Tour, y que en su madurez muy avanzada se contentaba con hacer podio, tuvo que abandonar por una caída en una curva que tomó como si el suelo estuviese seco y no completamente mojado. En el mismo sitio también se cayó, y con el mismo resultado de abandono, su excompañero Ion Izagirre, el guipuzcoano que el año pasado ganó la primera etapa para un corredor español en las últimas tres ediciones de la carrera.
Eran dos aspirantes a quedar entre los diez primeros, y apenas dieron unas pedaladas en el Tour, una carrera cruel que se prepara durante todo el año, y se pierde de esta manera, o en un sprint marrullero por decisión de los jueces, o por la cruel fuerza de la gravedad, que atrae a todos los cuerpos por igual. La carrera que el Sky siempre prepara con el mayor de los mimos, reservando a todos sus grandes corredores –y dejando en casa a otros que entrarían en el nueve ideal de cualquier otro equipo– y aprovechando cualquier espacio, incluso una crono pasada por agua.
Los ciclistas del Sky dominan la carrera a su antojo, y de nada sirven muestras de flaqueza en las carreras previas, porque el Tour es su predio particular, y lo dejan de manifiesto muy pronto
Cuatro corredores entre los diez primeros en Düsseldorf, incluyendo al ganador de la etapa y al defensor del título Chris Froome, que consiguió cobrarse las primeras diferencias con los eternos aspirantes a derrotarle, que ya tienen que ir todo el Tour por detrás, esperando un error o una flaqueza del británico. El Tour aburrido y sin alternativas de todos los años, el que siempre se repite desde ese 2012, incluso en el año donde Froome tuvo que abandonar por caída, y donde el italiano Nibali hizo de tirano.
Incluso el líder de la general, Geraint Thomas, también del Sky, ofrece garantías de hacer una gran carrera: fue al Giro a ganar, pero una caída lo descentró y acabó abandonando, tras demostrar que subía con los mejores. Es tal el dominio que incluso se creo una polémica artificial en torno a las supuestas mejoras que les daba su maillot, diseñado como un granulado, creando un efecto de vórtex que justificaría la superioridad aplastante del equipo. La paparruchas habituales de las ganancias marginales, el concepto acuñado por el factotum del equipo, y que no son más que tonterías para desviar la atención de un deporte donde, cuando se han querido mejoras en el rendimiento deportivo, el objeto ha sido el propio cuerpo de los ciclistas, y no el material que usan.
Si la carrera no ofrece gran interés, lo mejor es crear una polémica. Hasta L'Equipe, el periódico que es el intelectual orgánico del Tour, se sumó al delirio del maillot ‘dopante’ con tanto de portada, hasta que la competición ofreció mejor alternativa. Afortunadamente, no tardó mucho: tras un primer sprint en Lieja con victoria para el especialista Marcel Kittel, la tercera etapa llegaba a una antigua ciudad siderúrgica de frontera, en plena Lorena postindustrial.
En medio del paisaje de viaductos ferroviarios en desuso y trazados en el siglo XIX, grandes naves sin actividad desde hace décadas y los envidiables canales y ríos navegables --exactamente el mismo paisaje que donde ganó su primera etapa en el Tour también en ese 2012 que sirve de rompeaguas, aquella vez en Lieja--, surgió la figura de Peter Sagan, uno de los iconos más reconocibles del pelotón, y lo sería igualmente si no fuese el campeón del mundo.
A su manera, puesto que se paró dos veces antes de meta (una por quedar todavía muy lejos para lanzar el sprint, otra porque perdió la sujeción del pedal con la zapatilla), lograba esa victoria de etapa que se da siempre por segura en un corredor así, y que le fue esquiva durante nada menos que dos años seguidos, mientras demostraba en cada etapa que es un auténtico hombre-Tour. Pocos corredores honran tanto una carrera --ataques, fugas, se mete en todos los sprints, jamás entra anónimamente en meta-- como el genio eslovaco, pero el Tour es muchas veces un Saturno para sus hijos más ilustres.
Ni un sólo día había pasado y, tras cinco años subiendo al podio de París como ganador del maillot de la regularidad, cinco años donde ha acabado entre los tres primeros del 30% de las etapas disputadas --y son más de cien--, Peter Sagan se veía expulsado de la carrera por una decisión arbitral muy polémica, y esta frase es digna de otra deporte que mueve muchos más millones y mucho menos esfuerzo que el ciclismo. ¿Su delito? Haber protegido su espacio vital en el difícil trance de un sprint a 70 kilómetros por hora.
En el momento del sprint, y por muy grande que sea la pantalla donde se está viendo, es difícil apreciar todo. Después, a cámara lenta y tras verlo cien veces, aparecen cien historias diferentes y sus movimientos. Lo cierto es que, ya muy cerca de meta y en el momento en que toca alzarse los pedales porque el último lanzador se retira, el peso de la carrera basculó hacia un lateral, donde se quedó encerrado el famoso Mark Cavendish, ganador de 30 etapas --una igual que la otra-- en la carrera.
Acostumbrado a hacerse paso bajo cualquier coste, se topó con Sagan, que no deja su lugar fácilmente. Lo embiste con la cabeza, se trastabilla, Sagan abre el codo para reequilibrar el cuerpo, y el británico cae por los suelos, dando la impresión totalmente televisiva de que le ha propinado un futbolero codazo. Pasa en gran parte de los sprints, pero el Tour lo magnifica todo y el caído --ha tenido que abandonar por una fractura-- es una estrella.
Lo que no es tan frecuente es que se expulse de la carrera a un corredor por una acción así, dado que el reglamente contempla esta pena máxima únicamente para cuando se deja de sujetar el manillar para agredir, o para cuando no se mantiene la línea recta en un sprint. Da la sensación de que se ha querido ser ejemplar, y las cárceles están llenas de penas ejemplarizantes, bien sea porque la fiscalía te lo afina, o porque la víctima era excelente. El resultado final es irremediable: el Tour pierde a uno de sus grandes animadores a las primeras de cambio, y su hueco es irremplazable.
Hacía 25 años que el Tour no ponía un puerto tan exigente como La Planche des Belles Filles con la carrera tan poco avanzada
Así se llega hasta el primer final en alto, en el quinto día de carrera. Hacía 25 años que el Tour no ponía un puerto tan exigente como La Planche des Belles Filles –-escenario de una leyenda de la guerra de los 30 Años, la gran olvidada de Europa– con la carrera tan poco avanzada, desde aquella etapa en el segundo Tour de Indurain que, ante la imposibilidad de afrontar los Pirineos porque se salía de San Sebastián, se contentó con subir el Marie-Blanque, corto pero exigente.
La tercera vez que se subía en carrera, después del recurrente año de 2012, y esta vez ha sido menos decisivo que cuando ganó Froome o Nibali, pero deja buenas muestras de lo que se puede esperar del Tour 2017, aún más que la crono de Düsseldorf: con 30 corredores en el pelotón, el Sky mantenía a seis integrantes del equipo. El único ataque que no han podido neutralizar ha sido el de Aru, el ganador de la Vuelta 2015 e integrante excelso de la brillante generación de 1990.
El corredor siciliano es especialista en ese tipo de finales, cortos y duros, y con su ataque a 2,5 kilométros de la cima ha conseguido romper el tren del Sky, y ni siquiera el mismísimo Froome ha podido neutralizarle. En todo caso, tercero de la etapa y cediendo 20 segundos más 6 de bonificación a Aru, que tendrá que hacer muchas más cosas para ser considerado una amenaza real, y no un aspirante al podio. El mayor damnificado de la jornada ha sido Quintana, que ha concecido 14 segundos adicionales a Froome en su terreno, y son ya 54 en la general con apenas cinco días disputados.
Froome ya es el líder del Tour. En otros tiempos la primera semana era pasto de la ruleta de maillots de líder intercambiados entre los miembros de un equipo porque se había disputado una CRE, o de los sprinters por las bonificaciones. En 2015 Froome también cogió el liderato muy pronto, y así siguió hasta París. Nada ni nadie hace pensar que este año será diferente, pero lo peor es pensar que ningún gran ciclista se ha quedado nunca en la cifra de cuatro Tours ganados: siempre se han ido a por el quinto. Ese es el horizonte con el que trabaja el Sky, y al que estamos abocados. El mismo Tour de siempre.
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Sergio Palomonte
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