Análisis
El partido plataforma
El debate para transformar la manera de vivir el hecho político está abierto y es global, al menos en el espacio progresista, con nuevos modelos de participación e iniciativas para modernizar los partidos tradicionales
Antoni Gutiérrez-Rubí 12/07/2017
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El debate sobre qué modelo de partido, para qué tipo de política y qué tipo de compromiso político está en auge. En España, por ejemplo, el reciente proceso electoral interno para la elección del secretario general del PSOE estuvo muy influido por dos maneras de entender el partido y sus formatos organizativos. Además, las plataformas de apoyo a Pedro Sánchez constituyeron —y constituyen, seguramente— embriones organizativos de nueva cultura del activismo político en el ámbito socialista. En el Reino Unido, Jeremy Corbyn está sacudiendo el Partido Laborista con Momentum, una red extramuros del partido que canaliza la mayoría de la energía política que se concentra alrededor del líder británico. Y, al otro lado del Atlántico, en el Partido Demócrata de los EE. UU. se debate sobre cómo relacionarse con las bases activistas de Bernie Sanders o los grupos de resistencia activista y artivista contra Donald Trump. En las élites demócratas existe la convicción de que sin el dinamismo político que se autoorganiza fuera del abatido e inane partido no es posible ninguna opción de recuperación electoral.
El debate está abierto y es global, al menos en el espacio progresista, desde hace tiempo. Hay, también, algunas certezas de por dónde puede nutrirse un proceso de modernización y actualización de los partidos tradicionales. El consenso sobre la tecnopolítica o el artivismo, como prácticas que promueven la participación y la dinamizan, está bastante extendido. Aunque existe la duda profunda sobre si los estilos activistas pueden –y deben– quedar sometidos y encuadrados en estructuras de partido que acaban por imponer unas prácticas y unas atmósferas que provocan rechazo –casi alérgico– en una gran mayoría de personas, que quieren participar políticamente pero no desean hacerlo en el marco de un formato como el de un partido político.
El concepto economía o conocimiento de plataforma, por ejemplo, es una pista interesante para imaginar una derivada hacia una política de plataforma y experiencias de un ecosistema de democracia abierta
Existe, también, la intuición de que la política debe ensayar el injerto de culturas, formatos, prácticas y ambientes del emprendimiento innovador para revitalizar la praxis política. El grado de audacia, libertad intelectual y espíritu abierto determinará si estos injertos son periféricos o pueden constituir un camino para la renovación de los partidos. El concepto economía o conocimiento de plataforma, por ejemplo, es una pista interesante para imaginar una derivada hacia una política de plataforma y experiencias de un ecosistema de democracia abierta. Veamos algunas pistas.
1. Los laboratorios de creatividad. Hay un enorme deseo político por aprender compartiendo y haciendo. La demanda de protagonismo activo por parte de los activistas les convierte en grandes aprendices, en exploradores de ideas y de prácticas. La tecnopolítica permite, además, profundizar el enorme caudal de energía y de conocimiento disponible. Los temas son diversos y actúan como kit o caja de herramientas, como proyectos para el bricolaje político: desde los mapeos a los talleres de visualización o de memes. No hay límite para aprender haciendo y compartiendo.
2. Incubadoras de emprendimiento social. Impulsa es una de las experiencias más sugerentes del entorno de Podemos. “El programa nace con el fin de constituirse como una herramienta que permita el desarrollo de proyectos innovadores con proyección social”, afirman sus promotores. Impulsa se financia gracias al excedente de los cargos públicos electos de Podemos quienes entienden que hacer política debe ser un servicio para la sociedad y asumen el compromiso de tener un límite salarial de tres salarios mínimos interprofesionales. Esta iniciativa se concibe como algo más que un fondo económico: como una comunidad de financiación que busca y promueve el desarrollo de economías de proximidad y de cooperación.
3. Plataformas de intercambio. Tech for Campaigns es, por ejemplo, una comunidad que conecta a personas con conocimientos tecnológicos y activistas de campañas políticas que necesitan voluntarios. Un nodo de oferta y demanda cívicas que no para de crecer ofreciendo soluciones gratuitas a las causas glocales. Una internacional del conocimiento y del activismo político que promueve la ayuda y el aprendizaje compartidos con una calidad extraordinaria. La plataforma conecta campañas electorales de bajo presupuesto con expertos digitales que buscan una salida para su conocimiento, y para aquellos que trabajan pro bono. “Es un hábil motor de voluntarios para la izquierda”, afirma Jessica Alter, una veterana tecnopolítica que, junto a Peter Kazanjy e Ian Ferguson, lanzaron este servicio global.
4. Talleres de prototipado. En los próximos días finaliza el plazo de la segunda convocatoria Inteligencia Colectiva para la Democracia. Un proyecto promovido por Medialab-Prado Madrid. Durante un período de quince días en noviembre, hasta 10 equipos multidisciplinarios crearán prototipos para activar la inteligencia colectiva, mejorar la democracia y el compromiso ciudadano. “Queremos reinventar la participación democrática. Queremos actuar en lo local, pero conectados globalmente”, afirman. Estas iniciativas, entre otras, demuestran que la innovación tecnológica y organizativa es posible también con retos sociales y políticos.
Una plataforma tecnológica adaptada, con un buen sistema de deliberación y decisión, puede facilitar la adopción o la transición hacia modelos abiertos de participación
Un elemento clave para la puesta en marcha de cualquier modelo ‘plataforma’ es la desintermediación y el poder de los grassroots. Una plataforma tecnológica adaptada, con un buen sistema de deliberación y decisión, puede facilitar la adopción o la transición hacia modelos abiertos de participación y activismo político que puedan injertarse e hibridarse con organizaciones políticas ya existentes, o ser el germen de las comunidades de soporte a nuevas organizaciones políticas.
Siguiendo el modelo de definición conceptual de Platform Design Toolkit, por ejemplo, hay ya muchos partidos o proyectos políticos que exploran, de manera muy diferente y desigual, elementos ‘plataforma’ en sus prácticas: Partido Pirata, Partido de Internet, Democracia líquida, Partido de la Red, Podemos, entre muchas otras experiencias. Posiblemente, los cambios que se proponen no sean suficientes para recuperar la confianza inmediata de la ciudadanía y, en especial, de los millennials. Pero suponen oportunidades para otro modelo de partido y, quizá, para otra política. Joan Subirats, en este mismo medio, en un importante artículo titulado ¿Movimientos o partidos? ¿Activismo o militancia?, aseguraba que “lo que se detecta es la traslación hacia el interior de las organizaciones de muchas de las variables que caracterizan la nueva época”.
La política que transforma no es posible sin prácticas que transformen la manera de vivir el hecho político, situando el protagonismo —y su responsabilidad compartida— en el epicentro de cualquier proyecto. Más y mejor política es más y mejor atmósfera para la acogida, la integración, la mezcla y el aprendizaje.
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Antoni Gutiérrez-Rubí. Asesor de comunicación.
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