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Tras la pregunta de Cristina Pardo –¿qué tal la familia, Majestad?- todos los presentes situados tras la línea de seguridad marcada por policía y escolta, contuvieron la respiración. El paseíllo del rey Felipe VI junto a la reina y sus hijas las infantas acercándose a saludar a periodistas y vecinos de Palma de Mallorca hubiera sido la típica, natural y normalísima escena veraniega a la que los miembros de la Casa Real nos tienen acostumbrados. Lo hubiera sido, de no ser porque, a pesar de que los actuales monarcas continuaran sus vacaciones en un intento por trasladar tranquilidad, desde hacía un par de días todo había dejado de ser típico, natural y normal en este país. En cada casa, en cada conversación en la calle, estación de tren o chiringuito, nadie hablaba de otra cosa que no fuese el Spanish Terremoto, titular elegido por la prensa extranjera -y adoptado tal cual por la nacional- para referirse al affaire entre Su Majestad la Reina Sofía de Grecia y el líder podemita Juan Carlos Monedero.
La periodista de La Sexta preguntando por la familia, -muy criticada por algunos de sus compañeros de profesión por su forma irrespetuosa, sibilina y falta de tacto- provocó las primeras declaraciones del rey tras el estallido de la crisis de Estado, escándalo sentimental o aventura de verano, como cada uno, en función de sus preocupaciones, prioridades en la vida o tipo de educación recibida, decida llamar a un asunto de este tipo. Una sonrisa forzada de la Reina Letizia, agarrada del brazo de Felipe VI en un gesto de apoyo y adhesión, dio paso a las esperadas palabras del jefe de un Estado en estado de confusión: “La familia muy bien, aquí estamos descansando y disfrutando de Palma los cuatro juntos y eso es lo más importante. Muchas gracias”. La respuesta del rey, como era de esperar en una situación de este tipo, fue breve pero hizo correr ríos de tinta. Los más prestigiosos analistas políticos y de la actualidad de la Zarzuela coincidieron inmediatamente en que, con estas declaraciones, -a ojos de cualquier pardillo en asuntos de interpretación de la realeza, inocentes y sin importancia- el rey Felipe VI establecía un cordón sanitario en torno a su núcleo familiar directo –la familia somos los cuatro que ustedes aquí ven, parecía decir- para aislarlo de las “manzanas podridas”, como cruelmente se refirió algún tertuliano, muy monárquico y visiblemente dolido por este asunto de la reina Sofía, a los miembros de la Casa Real que podrían poner en peligro la estabilidad y el futuro de la institución que tanta gloria había traído a España.
Aunque en las calles había un grado importante y generalizado de confusión por lo que pudiera ocurrir a partir de ahora, el clima de calma era total y nada, absolutamente nada, apuntaba a que la unión sentimental entre la reina emérita y el fundador de Podemos pudiera causar algún tipo de disturbio o desorden público. Sin embargo, una especie de responsabilidad, de espíritu de la Transición dos punto cero, se adueñó de toda una clase política que, durante las primeras 48 horas no quiso pronunciar una palabra más alta que la otra sobre un asunto tan delicado como este. En todas las formaciones políticas la consigna parecía ser idéntica: guardar silencio hasta entender qué implicaciones tendrá todo esto. Sólo Rafael Hernando, preguntado por unos periodistas durante sus vacaciones en la costa de Almería al rato de conocerse la noticia, fue algo más allá, sugiriendo una hipotética operación del régimen dictatorial de Maduro para desestabilizar España “mediante su compadre Monedero”. Declaraciones matizadas el día después por el propio Hernando, ya en chaqueta y corbata en lugar de bañador, probablemente tras recibir algún toque de atención por parte de la dirección de su partido o, quién sabe, de la misma Casa Real.
¿A quién afectará positivamente todo esto? ¿A quién en negativo? ¿Qué hacer y decir a partir de este momento? Los principales líderes políticos del país y sus gurús sociológicos se rebanaban los sesos una y otra vez con estas preguntas desde que aquel boom estallase esa maldita mañana de agosto. Pedro Sánchez, optimista y en plena carrerilla ascendente, se mostraba públicamente respetuoso y sin nada que decir respecto a este asunto; pero en petit comité confesaba estar entusiasmado con una noticia que colocaba de nuevo al PSOE como partido de referencia del votante republicano. Por su parte, un impecablemente educado Albert Rivera utilizó su presencia ante los medios para mostrar su apoyo a la Corona y a la unidad de España y para pedir el máximo respeto para la Casa Real, un respeto, a decir verdad, al que nadie había faltado más allá de un par de bromas desafortunadas en redes sociales.
Pasados ya dos días desde que se hiciera pública la noticia por parte de aquel tabloide británico, los políticos combinaban prudencia con estudio de la situación. Para última hora de aquella segunda tarde después del Spanish Terremoto, todos los partidos de ámbito nacional tenían en su poder encuestas más o menos fiables, realizadas en las últimas horas por sus institutos de opinión de confianza. Unas encuestas que, curiosamente, arrojaban resultados muy similares. Las conclusiones que había sobre la mesa de la calle Génova y las de la sede de Podemos eran muy parecidas a pesar de los distintos métodos de recogida de datos distintos empleados por las diferentes empresas contratadas. La mitad de los votantes del Partido Popular condenaba enérgicamente esta relación de la Reina Sofía con el fundador de Podemos y la consideraban un foco de inestabilidad para el país. La otra mitad de votantes del PP, sin embargo, quizá la mitad más monárquica o tal vez la más agradecida por la enorme labor de la reina emérita, respetaba -cosa que no significaba, por supuesto, compartir- la vida privada de Doña Sofía. La escena de un Rajoy preocupado, recién arrebatado de sus paseos por Sanxenxo, analizando junto a sus asesores los resultados de este estudio, era muy parecida a la de Pablo Iglesias en su despacho. El líder de Podemos, precipitadamente de vuelta en Madrid sin que el moreno de montaña hubiera llegado a calar en él lo más mínimo, analizaba junto a su equipo más cercano -en el que, por razones obvias, no se encontraba Juan Carlos Monedero- cómo había caído sobre sus votantes lo que, en los grupos de Telegram de la formación morada alguno había llamado con bastante maldad y muy mal gusto “el ataque Monedero”, en honor a una ficticia jugada de ajedrez que ponía en jaque a la reina. –Lo de tu colega es la hostia, Pablo, llevamos tres años intentando definir y señalar la casta política, marcando diferencias con ella y ahora, ¿un fundador metido en esto?- protestaba uno de los más estrechos asesores de Iglesias tras leer la conclusión de que al cincuenta por ciento de quienes se declaraban votantes o simpatizantes del partido morado esto les había gustado nada o absolutamente nada. La otra mitad se mostraba, como pasara con los votantes del PP, respetuosa –cosa que para nada significaba que estuvieran de acuerdo con esta relación- con la vida privada de la Reina Sofía y de Juan Carlos Monedero. –Llámate a Errejón, a ver si podemos enfocar esto desde la perspectiva de la transversalidad o yo qué sé…-, reaccionaba al fin Pablo Iglesias tras unos minutos de tenso silencio en el despacho del secretario general de Podemos, un silencio sólo roto por algún lamento en forma de cifra y de tanto por ciento.
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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