GRAN REPORTAJE
“Yo de aquí no me muevo”
Tarde sí, tarde también, los vecinos de los barrios del sur de Murcia se concentran junto a un paso a nivel. Velan por que la Administración no culmine su aislamiento con la construcción de un muro de 5 metros que traería la llegada del AVE en superficie
Miguel Ángel Ortega Lucas Murcia , 25/10/2017
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Estamos produciendo una serie de entrevistas en vídeo sobre la era Trump en EE.UU. Si quieres ayudarnos a financiarla, puedes ver el tráiler en este enlace y donar aquí.
Como tantos territorios del mundo contemporáneo –como el propio mundo contemporáneo en sí, de hecho–, la ciudad de Murcia participa también de esa ley fatal, casi bíblica, que presupone una división entre el norte y el sur. Es tan intangible a veces, la frontera, tan armonizada con el entorno, que se diría un fenómeno natural: así como la temperatura, las rachas de viento, pueden variar según la altitud u orientación de unas y otras calles, en una ciudad se puede ir bajando desde el esplendor moderno y el señorío hasta ingresar, poco a poco, en un ámbito mucho menos vistoso. Como retrocediendo algunas décadas sin darte cuenta.
En Murcia puede suceder conforme se cruza el río Segura por el Puente Viejo, o De los Peligros, hacia el sur: se deja atrás el centro puro, con su Corte Inglés (dos), su Catedral, su Plaza de las Flores, su Teatro Romea y su tontódromo (así rebautizó la voz popular al Paseo de Alfonso X, el Sabio), y ya en el barrio del Carmen todo adquiere un aire mucho más inmediato, como de pueblo y vecindad fácil. Las tiendas de toda la vida, los bares de lo mismo. El Jardín de Floridablanca –siglo XVIII– engalana el paseo mientras seguimos bajando, bajando. Hasta llegar a otra frontera, esta vez algo más tangible: la de las vías del tren.
Que también tienen su origen nobiliario: inauguradas por la reina Isabel II, hace ahora siglo y medio, fue entonces cuando se estableció que los trenes atravesaran la ciudad a esta altura, dejando al otro lado de las vías (es decir, al sur) un puñado de barrios populares: Senda de los Garres, Nonduermas, Santiago el Mayor... En este último se encuentra el paso a nivel en el que cada tarde, desde el pasado 5 de septiembre de 2017, se concentra un tumulto que puede variar entre varios cientos o varios miles de personas. Cada tarde; todos los días.
“Eso también era provisional”, dice Loli. Se refiere a las vías isabelinas que llevan dividiendo Murcia desde hace 155 años: “No creemos ya en provisionalidades”.
Loli nos atiende a la puerta de una tienda frente al mismo paso a nivel, junto a la calle Pío XII, un atardecer mediado el mes de octubre. Le acompañan varias mujeres más, tras un puestecillo en que venden camisetas con proclamas y donde poco a poco irá creciendo una cola de gente de distinta edad y condición para apuntarse en una lista: la de las plazas de autobús para acudir a manifestarse el próximo sábado 28, masivamente, en el centro de Madrid: El tren por abajo, nosotros por arriba.
Es la Plataforma Pro-Soterramiento, la aglutinación vecinal que se echó a la calle en 2012 cuando se supo que el tren de alta velocidad –AVE– llegaría a Murcia en superficie y no bajo tierra, tal y como se había acordado en un Plan especial respaldado en 2006 por todos los grupos políticos, y consensuado entre el Gobierno central de Rodríguez Zapatero y los del PP de la Comunidad Autónoma (Ramón Luis Valcárcel) y el Ayuntamiento (Miguel Ángel Cámara). Pero la vindicación del soterramiento de las vías data de mucho antes de entonces.
“En el año 89”, explica Loli entre la algarabía del puesto, la gente de todas las edades que va creciendo en torno la encrucijada del paso a nivel, “cuando gobernaba el PSOE en la Región, se pensó una remodelación de la estación del Carmen, porque estaba obsoleta; ahora mismo es el apeadero de un pueblo de mala muerte”. Ya por entonces reclamaban las asociaciones de vecinos soterrar las vías y crear a todo lo largo un espacio diáfano, zona verde a ser posible. No era solamente la molestia cotidiana de los trenes, con la frontera, el ruido y la contaminación (sean de pasajeros o mercancías, pasan por aquí más de noventa veces diarias); no era sólo el aislamiento (no hay manera de llegar aquí, bajando desde el centro, más que por los pasos a nivel, con distancias importantes entre ellos; si uno no sabe por dónde caer, se topa con las vallas que rodean las vías): es que ha habido, a lo largo del tiempo –siglo y medio–, “miles de muertes, de desgracias familiares”. Trenes arrollando gente, niños, o trenes chocando entre sí. También esto era, es, cosa de toda la vida.
La Plataforma ya estaba ahí, hace ahora casi treinta años, liderada por el maestro de escuela, ahora jubilado pero igual de activo en la vindicación vecinal, Joaquín Contreras. Pero la cuestión del soterramiento se ha venido utilizando siempre como reclamo electoral por la oposición de turno, indistintamente del partido, sin que el gobierno de turno, indistintamente del partido, moviese un dedo. Así hasta 2006. La tenacidad de estos barrios cristalizó en el acuerdo entre Moncloa y los gobiernos populares del consistorio y la región según el cual nacería “una nueva Murcia, moderna y vanguardista”, “al sur de la ciudad”. Es lo que anunciaba el Ayuntamiento, en nota de prensa del 9 de noviembre de 2009, congratulándose del brindis al sol (“ejemplo de sintonía y colaboración institucional entre las administraciones”) que propiciaría “la transformación urbana más importante” que viera Murcia “en 100 años”: “un espacio urbano actualmente degradado y dominado por la existencia de las vías del tren” –admitían ellos mismos–, convertido “en ejemplo de urbanismo sostenible, con grandes corredores peatonales y zonas verdes”, abarcando más de 200.000 m2 de superficie.
Todo ello implicaría la integración sin problemas de la red de Alta Velocidad, con la gran novedad de una flamante estación intermodal en el Carmen que sustituiría a la actual, y que acogería también a los autobuses urbanos y de larga distancia que operan desde la estación de San Andrés.
Los vecinos pudieron saber, por los documentos del concurso público del AVE, que éste no llegaría bajo tierra, presuntamente por razones presupuestarias, y que el plan incluiría entre otras cosas “la supresión de los pasos a nivel”
Los vecinos “se relajaron” entonces, dice Loli. Todo parecía en orden; parecía que la cosa fuera realmente a suceder. Pero en 2012 comenzó un runrún desde el ministerio de Fomento –cuya responsable era entonces Ana Pastor– enviando mensajes cuanto menos contradictorios. Los vecinos pudieron saber, por los documentos del concurso público del AVE, que éste no llegaría bajo tierra, presuntamente por razones presupuestarias, y que el plan incluiría entre otras cosas “la supresión de los pasos a nivel” existentes en las calles Torre de Romo (donde nos encontramos ahora, continuación de Pío XII) y Senda de los Garres. Es decir, la supresión de los accesos de estos barrios con el más allá de las vías, el centro y el norte de la ciudad. (Siguiendo el trazado ferroviario hacia poniente está ya la autovía Madrid-Cartagena; al este y al sur, otro límite con la gran arteria de Ronda Sur). En el aire, la cuestión de cómo cruzarían tanto personas como vehículos de uno a otro lado, porque la construcción implicaría levantar un muro de pantallas acústicas para aislar todo el tránsito del AVE –que según esta lógica debe cruzar a velocidades galácticas el centro de una ciudad.
La Plataforma convocó entonces concentraciones todos los martes, aquí junto al paso a nivel. Las administraciones (Ayuntamiento, Comunidad, Moncloa: todas PP ya) aseguraban que todo sería, de nuevo, “provisional” –como con Isabel II–. Se haría con una “vía paralela” para no interrumpir el tránsito corriente, hasta que pudieran efectivamente llevarse a cabo las obras para el soterramiento. “Dijimos vale...”, continúa Loli; pero siempre y cuando esa vía provisional no fuera para el AVE, por aquello de eliminar los pasos a nivel y poner la valla: “Cuando empezaron a poner unas pantallas, y postes para catenarias”, el pasado 5 de septiembre, “hicimos una acampada de una semana, día y noche, y paramos la obra”. “Si el AVE viene en superficie se va a quedar ahí”, con su valla. “No nos creemos ya nada después de tantos años de mentiras. Tienes la referencia de Valladolid. No lo vamos a consentir”.
“7 kilómetros de muro”
Para que el lector pueda hacerse una idea, es como si en Madrid, a la altura de Puente Vallecas, o en Granada, llegando ya al Zaidín, se levantara, a todo lo ancho, un muro de hormigón y metacrilato de alrededor de 5 metros de altura. Salvando las distancias, como el de Berlín; o el de Juego de tronos. Y con la manera de sortearlo por los peatones todavía por definirse (“quizás” una pasarela superior, escaleras mecánicas, un ascensor... “Dicen tantas cosas”, sonríe un anciano, sentado en su silleta en una de las esquinas junto al paso a nivel, viendo llegar a la gente).
“7 kilómetros de muro”, especifica Joaquín Sánchez. Joaquín es sacerdote, muy conocido en los últimos años en Murcia, y fuera de ella, por haber sido cabeza visible de la Plataforma Antidesahucios (PAH). También escribe una tribuna en el periódico La Opinión. Por aquí aparece, entre el gentío que se apiña ora en la mesa de las camisetas y de la lista de los autobuses, ora en otro corrillo de vecinos más allá. “Partes Murcia en dos”, ya literalmente, explica. “200.000 personas teniendo que pasar” aún no se sabe por dónde, “y ningún coche”, cuando todo este tiempo ya hay “quienes han hecho agujeros” en las alambradas que rodean la vía, para cruzar sin tener que llegar a los pasos a nivel... –“¡¡Vecino, despierta; / el muro está en tu puerta!!”, grita un joven con megáfono: son las ocho de la tarde y la animación en esta esquina va en aumento.
Para Sánchez, la llegada del AVE en superficie, y no soterrado, tendría varias motivaciones: “Una, el negocio del propio AVE y del Corredor Mediterráneo. La otra, que los propios vecinos ven que su barrio se deteriora, se degrada. Se complica la vida para ir a los colegios, a los centros de salud, a los trabajos... La gente con algo de dinero se empezará a ir. [En efecto, hay muchas viviendas en venta ya, por debajo de su precio de mercado hasta ahora]. Van a alquilar o a vender los pisos a un precio muy bajo, y el barrio se resentirá socialmente... Saben que lo del soterramiento es una mentira encubierta. Un vecino mayor me decía: ‘Es que ahí están ya las vigas [para el AVE], pero yo no veo ningún agujero [que indique soterramiento] por ningún sitio’...”. “La gente mayor, imagínate. Y los que van en silla de ruedas. Con un ascensor...”. Si es que hay ascensor.
Por ejemplo, la madre de Consuelo. Consuelo, Cheli, lleva “veinte años viviendo aquí” en Santiago el Mayor, y se quedó en paro hace poco. Su madre es muy mayor ya, va en silla de ruedas (padece alzheimer). “Si tengo que ir al ambulatorio... Mi madre hay días que está peor y otros que está mejor. No sé cómo se va a levantar por la mañana. Van a encerrarnos aquí. No vamos a poder ir andando a ningún sitio. Es horroroso, horroroso...”. “Hay tiendas que se están cerrando, pisos que la gente está vendiendo... Se les ve el plumero. No nos lo creemos. Cómo te lo vas a creer...”. Ya se hablaba de soterrar las vías cuando su padre compró aquí la casa, hace más de dos décadas: “Decían que estaba aprobado, que había urbanizaciones planificadas... Todo ese sueño, ¿qué? Perdido...”. “...Pero si todos los trenes tienen que entrar a la misma velocidad por aquí, por mucho que sea un AVE, ¡¿para qué puñetas esto?!... Lo que pasa es que quieren dejarlo para siempre”.
“Dicen que no queremos el AVE, pero es mentira”. Ahora habla Pedro, otro de los veteranos del barrio y la plataforma: “A nosotros nos da igual, pero si tiene que venir, que venga soterrado”. Y repite algo que también dice el cura Joaquín Sánchez: que en la localidad vecina de Beniel ya hay una estación “prácticamente adaptada” a la que podría llegar ese tren sin necesidad de pasar por el puro centro de Murcia. “Lo que pasa”, asegura, “es que en 2018 son las elecciones regionales y locales. Se han cargado el Mar Menor, que lo tienen hecho una porquería; les ha fallado el aeropuerto [de Corvera], las desaladoras... toda una serie de historias. Quieren el AVE a toda costa” como escaparate electoral, dice, y en Murcia capital. Pero, ¿para quiénes, para qué electorado? “Sus palmeros de siempre, y toda la patronal”.
Pedro explica también, con paciente afán didáctico –con la soltura de quien ha explicado lo mismo, seguramente, mil veces–, que la conclusión de la variante del Camarillas (un nuevo trazado, esperado durante décadas, que ahorraría muchos kilómetros en la línea tradicional del tren Cartagena-Murcia-Albacete-Madrid), ya casi terminada, “les desmonta completamente la justificación” de la línea de alta velocidad. Pero “quieren eliminar esa línea poco a poco, y obligar a coger el AVE”, que llegaría hasta Madrid por Alicante y Cuenca. Un trazado con el que se hacen 120 km. más: el AVE va más rápido, pero lo que “se ahorra en tiempo” con él, con la mencionada variante por la línea de siempre, y con trenes normales, “se ahorra en kilómetros, y cuesta dos terceras partes menos” (una diferencia, asegura, de diez minutos entre y uno y otro trayecto; la diferencia económica para los pasajeros sería algo más sensible). Mientras tanto, añade, “se han ido cargando los cercanías: nos desconectaron con Andalucía; desconectaron el norte de la región... La línea Murcia-Alicante es la más rentable a nivel nacional, y los trenes están hechos un desastre”.
Pedro explica que la conclusión de la variante del Camarillas, ya casi terminada, “les desmonta completamente la justificación” de la línea de alta velocidad
“Lo que queremos es el convenio de 2006, no queremos otra cosa. Pero ellos lo están mezclando todo para confundir a la gente. Que si somos anti-sistema, que si no queremos progreso, que si somos podemitas... Todas esas historias que da asco oír”. En cualquier caso, sean o no ciertas las intenciones del Gobierno que apunta Pedro, hay más reparos: “Tienes un instituto aquí al lado” –el IES Mariano Baquero Goyanes–, con 1.500 alumnos. La catenaria, de 25.000 voltios, pasaría a escasos metros de su pared. “Otra cosa: el Corredor Mediterráneo lo meten también por aquí”. Supondría que cruzaran continuamente mercancías peligrosas por el centro de Murcia “creando un cuello de botella. En Bruselas se echan las manos a la cabeza, porque tendrían que haber previsto una circunvalación” a las afueras. (Ya pasan cuatro trenes de gas butano todos los días.)
‘...Y gentes de mal vivir’
Otro vecino de esta zona se acerca, mientras hablamos con Pedro, para referirse de nuevo a la “degradación total de la vida” allí, si todo sucede como temen. “Es sentirse abandonado, sentimentalmente abandonado”, dice, en referencia a la separación con el resto de la ciudad. Es la zona “más castiza” de Murcia, dicen ambos; y aseguran que el objetivo final es “hundirla, que la gente se vaya”. “La mitad de los comercios ha cerrado en los últimos años. La zapatería, la tienda de revistas... Hay pisos que valían 100.000 euros y ahora valen 10.000”, un cero menos; los vienen comprando sobre todo población inmigrante.
Obedecería todo, según esto, a un plan de guetización (de gueto), antes que de gentrificación, con el fin de provocar la concentración en estos barrios de la gente con menos recursos: de entrada, el muro del AVE separaría un universo del otro (la frontera natural que decíamos al principio, materializada); más adelante, con un vecindario nuevo, de infinitamente menos arraigo en el lugar, sería mucho más sencilla la limpieza –por más crudo que suene el término–, a base de especulación. El hecho de que los productos finales del ladrillo en el centro de la ciudad no hayan dado los beneficios esperados (caso Umbra de corrupción urbanística, con el ex alcalde Cámara imputado, de por medio), dejando mucha nueva construcción sin vender en el norte, les ayuda a redondear esta hipótesis.
“El 30 de septiembre salimos 50.000 personas a la calle en manifestación. Una cosa histórica en Murcia”, dice Pedro. “Pero eso a ellos [la administración] no les dice nada”. “Aquí tenemos cada uno su ideología, tanto política como religiosa o de lo que sea, con gente de todas las edades. Hasta tenemos una abuela a la que entrevista Julia Otero cada dos por tres. El 28 de octubre vamos a Madrid, a seguir peleándolo. Y en noviembre a Bruselas”, al Parlamento Europeo. “Por las buenas” siempre, concluye.
Por las malas, digamos, sucedió algo el pasado septiembre que aún no está del todo claro. Un grupo nutrido de jóvenes, supuestamente no identificados por nadie de la Plataforma, destrozaron postes y pantallas de la nueva obra. Y sucedió que, a pesar de que ya antes había habido cargas policiales “fuertes”, explicaba Loli, con lesiones incluidas, identificaciones aleatorias, detenciones..., “la policía nacional se mantuvo quieta” esta vez. Según los vecinos, los mismos agentes admitieron haber recibido “orden de no actuar”, mientras los vándalos destrozaban el flamante mobiliario de las vías. Los vecinos aseguran –lo vieron ellos mismos– que los agentes se quedaron allí “expectantes”, mientras a unos metros “quemaban también contenedores”.
En los días siguientes, dice Loli, “el delegado del Gobierno [Antonio Sánchez-Solís de Querol] se encargó” de atribuir la responsabilidad del suceso a la Plataforma. Se cortó el tráfico en las vías porque algunos aparatos esenciales resultaron quemados. Cuenta Pedro que estuvieron cuatro días cortadas, “pero, según un técnico de Renfe, hubiera sido suficiente con un solo día”. La responsabilidad de esto también se imputó a los vecinos. [“No sabemos de dónde vino la gente que lo hizo”, aseguraba Joaquín Contreras a Ángel Montiel en una reciente entrevista en La Opinión, preguntándose por qué la policía “no hizo nada”, pero admitiendo también la posibilidad de que fuera “la mejor decisión posible, porque la dotación policial era mínima y pudo haber sido desbordada”. (La pregunta subsiguiente sería si no tuvieron tiempo de pedir refuerzos, en tal caso.) Hasta la fecha de publicación de este reportaje, el Ayuntamiento asegura contar cuatro actos de vandalismo en las vías en un mes; el último el 22 de octubre, con postes, pantallas y soportes derribados o rotos].
Pase lo que pase, “yo de aquí no me muevo”, asegura Pedro. Se refiere a su casa, a su barrio, a su hogar de siempre. ¿Qué harán –preguntamos a un grupo de jubilados– cuando deje de hacer tan buen tiempo, si tienen que seguir aquí todas las tardes? (En Murcia, aunque muchos no lo sepan, también puede hacer frío en invierno.): “Nos pondremos el abrigo”.
“Bueno”, dice Cheli, “me voy. Que al menos puedo gritar todavía”. Y sale al trote, para alcanzar al grupo de manifestantes, varios centenares largos esta noche, que suben ya por la calle Torre de Romo, con un grande escándalo de pitos, consignas, voces, y hasta una gaita. ¡Éstas son / nuestras armas!, gritan: se refieren a las manos. Veinteañeros, cincuentañeros, ancianos; en silla de ruedas, revueltos o en parejas. Doblarán por Alameda de Capuchinos, enfilarán Marqués de Corvera, y al llegar a la rotonda de Floridablanca se detendrán un rato, a seguir interpelando, llamando a sus vecinos; los de las calles más arriba.
----------------------
[Justo al cierre de esta información, el actual ministro de Fomento, Íñigo de la Serna, ha dicho en el Congreso que las obras del soterramiento del AVE a su llegada a Murcia empezarán el 15 de noviembre próximo, “con un primer tramo de 530 metros”. Aunque “algunos no dejan” que se hagan, ha añadido. “Gitanos, murcianos y gentes de mal vivir”, decía cierta voz popular que nunca, en realidad, recogió Cervantes en el Quijote. “Murcianos de dinamita”, escribió Miguel Hernández, que era de Orihuela y conocía el paño. Gente sin pasiones de terruño, suele pensarse, y con razón (un híbrido levantino raro: manchego por lo fatalista de la carcajada; alegre y severo por lo andaluz). Gente, por ejemplo la del sur de esta ciudad, que en muchos casos no sabría responder si se siente más de aquí que de allí, pero que sin embargo comparte una profunda determinación común: no creer más a quienes les vienen prometiendo durante cien años el Edén.]
Autor >
Miguel Ángel Ortega Lucas
Escriba. Nómada. Experto aprendiz. Si no le gustan mis prejuicios, tengo otros en La vela y el vendaval (diario impúdico) y Pocavergüenza.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí
Artículos relacionados >
El ruinoso negocio del AVE
El ciclo político del agua: caudales turbulentos
Villar Mir, el marqués que triplicó su fortuna durante la crisis
Deja un comentario