Análisis
Clima: we are still in
En el ecuador de la cumbre de Naciones Unidas, en Bonn, resulta desagradable pensar en la inmensa distancia que todavía nos separa entre lo que hacemos y lo que necesitamos
Teresa Ribera 13/11/2017
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Este año, una de las imágenes más poderosas de la cumbre del clima de Naciones Unidas, que se celebra en Bonn, es la del gobernador de California, Jerry Brown, acompañado por el exalcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, dirigiéndose a la abarrotada audiencia de un inmenso pabellón presidido por la bandera americana de barras y estrellas y un enorme y expresivo cartel que reza “#WeAreStillIn”. La delegación no oficial de Estados Unidos representa más del 50% del PIB nacional y, liderada por empresas y gobiernos locales, ha decidido formalizar la existencia de dos Américas… la viejuna aislacionista que representa el actual inquilino de la Casa Blanca y la de aquéllos que miran al futuro llenos de energía y pensando en las personas. No es una alianza de políticos frente a la sociedad civil, es una alianza heterogénea identificada con el modo de ver la vida y el país, en la que se asocian líderes demócratas y republicanos con empresas y organizaciones activistas; una respuesta a la impúdica alianza de Trump con determinados grupos de interés económico identificados con un pasado caduco, agresivo y nacionalista –cuando no supremacista--.
La delegación no oficial de EEUU, liderada empresas y gobiernos locales, tiene una gran carga simbólica: una sociedad que decide gritar a la opinión pública global que está dispuesta a afrontar los desafíos que su gobierno no quiere ver
Es inevitable sentir admiración y simpatía por el esfuerzo, por el mensaje que quieren trasladar: empresarios, políticos y ciudadanos convencidos de que Estados Unidos no puede descolgarse del mundo y “autorganizados” para estar presentes y activos, cubriendo colectivamente lo que consideran que es una obligación de solidaridad y de acción de su país. Tiene una gran carga simbólica: una sociedad que decide gritar a la opinión pública global que está dispuesta a afrontar los desafíos que su gobierno no quiere ver. Y, sin embargo, es una imagen que puede también llegar a convertirse en el primer icono del desplome del Estado nación.
La reunión ha llegado este pasado fin de semana al paso del ecuador. Se inicia la segunda mitad de una conferencia cuya agenda oficial está llamada a resolver la letra pequeña del Acuerdo de París: cómo medir y reportar, qué calendarios, cómo acompañar y facilitar el cumplimiento y la aceleración de la acción climática… Temas todos técnicos y aburridos, poco propensos para grandes anuncios, pero absolutamente críticos para la aplicación del Acuerdo. Los negociadores dedican su tiempo a entender las prioridades y el modo para resolver esa densa madeja que siempre representa la letra pequeña de cualquier acuerdo y contrato: salvedades, acotaciones, instrucciones… No se observa todavía una gran tensión que relate lo que cada gobierno nacional hace en casa, el modo en el que se transforma la realidad doméstica y se superan dificultades gracias a la convicción y trato prioritario que se le otorga en la agenda doméstica. Se echa en falta un espíritu generalizado de “envidia positiva”, un círculo virtuoso que favorezca el realineamiento de políticas y el reforzamiento de la cooperación global.
No es de extrañar, por tanto, que a cualquier visitante le resulte mucho más apasionante una visita por el resto de salas en las que la adrenalina sí está disparada: allí donde los alcaldes de ICLEI [International Council for Local Environmental Initiatives] se comprometen y hacen anuncios concretos sobre movilidad y urbanismo urbanos, trasladando ese aroma de animales políticos seguros de lo que su gente quiere y necesita. O allí donde hombres y mujeres de empresa y de ciencia dialogan y se retan mutuamente a entender, actuar o conocer mejor cómo activar un cambio acelerado en sus estrategias de negocio, donde se dicen qué echan en falta en la acción de sus gobiernos o identifican oportunidades apasionantes para la colaboración. Y tampoco extraña, claro, la incomodidad que sentimos cuando gente muy reputada y solvente o desconocidos con inmensa entereza y dignidad comparten sus temores y dolor, su día a día con un cambio climático al que combaten con fuerza e ingenio, a veces con éxito y otras muchas con expectativas limitadas. Los medios de comunicación ayudan a conectar las múltiples aristas del asunto: United Airlines cancela sus vuelos a Delhi por la peligrosa densidad de su contaminación local; infografías mostrando los penachos de aire contaminado procedentes de las centrales térmicas de carbón en Europa; sequías, malas cosechas, migraciones, desertificación…
Al terminar la ronda, resulta desagradable pensar en la inmensa distancia que todavía nos separa entre lo que hacemos y lo que necesitamos y en la silenciosa ausencia de líderes que digan alto y claro lo que hacen y lo que piensan hacer, cómo lo hacen y por qué en la sala de negociación. Es difícil acallar la íntima sensación de que todavía hay muchos líderes que no han entendido qué significa estar a la altura de lo que se traen entre manos, a lo que se han comprometido y a lo que todos nos enfrentamos. Sorprende y preocupa, porque difícilmente las instituciones pueden sobrevivir a la convicción del distanciamiento o a la percepción de desconexión con los problemas que en cada época nos toca vivir. ¿De verdad será Bloomberg quien catalice el cierre del carbón en Europa?, ¿será Iberdrola quien haga lo que sucesivos gobiernos no se han atrevido a hacer en España, combinando planes de cierre del carbón con mantenimiento de empleo de los trabajadores afectados?, ¿será el gobierno de Baleares quien tenga que recordarnos con rotundidad que el dinero público gastado en garantizar acceso a energía debe ser tratado como lo que es… dinero público y, por tanto, optar por energía limpia frente a fósiles?
Es difícil acallar la íntima sensación de que todavía hay muchos líderes que no han entendido qué significa estar a la altura de lo que se traen entre manos, a lo que se han comprometido y a lo que todos nos enfrentamos
Ha llegado la hora de salir de la zona de confort y no conformarse. Los jefes de Estado y de gobierno harían mal en dejar en manos de terceros la tarea de liderazgo y facilitación que les corresponde en nuestros sistemas políticos y de organización social. Esta segunda semana de conferencia, contará con la participación de algunos jefes de Estado y de gobierno. Al presidente de Fiji, país que preside la cita, se sumarán, entre otros, el de Francia, Emmanuel Macron, y la canciller alemana Angela Merkel –en plena y compleja fase de negociación de una coalición de gobierno atascada, precisamente, en los asuntos de clima, energía, migraciones y austeridad--. Ninguno de los dos lo tiene fácil en su casa ni en Europa pero los dos saben lo que se están jugando. El comisario Cañete llegará con la satisfacción de un primer triunfo parcial: la aprobación de la reforma del mercado europeo de derechos de emisión tras un larguísimo y tortuoso procedimiento interno. Otros también han descubierto lo complejo que es mover la agenda… Países de América Latina que vuelven a mirar al petróleo y la minería; Brasil, que no logra imponer su voluntad del bien común a los hacendistas y Australia que sigue viviendo apasionados y polarizados debates sobre el clima, el carbón, China y su peso como potencia económica regional mientras la Gran Barrera de Coral muere a pasos agigantados. ¡Y algunos otros que ni lo han intentado! Obviando el ejemplo fácil de Rajoy; ¿ven a Juncker particularmente inclinado a apostar políticamente con seriedad y rigor por el clima?
Son sólo algunos ejemplos que ilustran la orfandad relativa de esta agenda. Queda mucho y no será fácil. Y, en el revuelo, no es casualidad que Michael Bloomberg reclame una silla en la negociación para representar al pueblo americano. ¿Quién levantará el dedo después?, ¿un alcalde ruso?, ¿un empresario saudí?, ¿un dirigente tribal de Afganistán?, ¿cuántos y cómo? No es fácil contestar estas preguntas, ni faltan argumentos para revisar las legitimidades de un mundo complejo e interdependiente en el que los gobiernos nacionales ya no son los únicos actores decisivos –en ocasiones, ni siquiera los más influyentes--, pero sí los que están en mejor posición para favorecer los cambios necesarios atendiendo a las necesidades de los más débiles. La gobernanza global es compleja y la transformación económica de la magnitud que necesitamos da vértigo. Las soluciones no se construirán por oposición de unos frente a otros sino por construcción de sinergias. Por ello, si algo deben tener claro nuestros dirigentes es que lo que no se gestiona, desborda. La acción y el liderazgo climáticos necesitan más y mejor cada día y un liderazgo responsable de los estados marca la diferencia. Nos va demasiado en ello. Por favor, no se despisten.
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Teresa Ribera
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