Gran Reportaje
Medellín, del miedo a la esperanza
La transformación de la segunda ciudad colombiana es una historia de éxito que se enseña en facultades de Arquitectura y Ciencias Políticas
Francesc Relea Medellín , 16/11/2017
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“La palabra clave de lo que ha ocurrido en Medellín es la terquedad”, me dice una tarde Sergio Restrepo, sentado en el patio de butacas del Pablo Tobón Uribe, el emblemático teatro de la ciudad paisa, que ha dirigido los últimos seis años. “Ni siquiera la resiliencia”, prosigue, “que es la palabra que nos han puesto ahorita de moda, y que de niños no entendíamos su significado. Creo que es un acto de terquedad, es decir aquí todo se puede, lo malo también”.
Medellín ha demostrado en las últimas tres décadas su capacidad para lo mejor y para lo peor. Cuando conversé con Restrepo lo bueno ya había llegado y la ciudad era, y sigue siendo, un foco de atracción de urbanistas, académicos y gestores municipales de todo el mundo. El Modelo Medellín se enseña en facultades de Arquitectura y de Ciencias Políticas de diversas universidades. La transformación de la segunda ciudad colombiana es una historia de éxito en un país que a finales del siglo pasado era un Estado fracasado.
La primera vez que aterricé en Medellín, por el año 2005, la ciudad empezaba a sacudirse el estigma de ser considerada la más peligrosa del mundo. La muerte de Pablo Escobar (1993) y la posterior desarticulación del Cartel de Medellín habían permitido iniciar la andadura hacia la pacificación. La primera línea del Metro, inaugurada en 1995, y el Parque de los Pies Descalzos, en el 2000, fueron los dos primeros iconos de los nuevos tiempos.
El verdadero impulso transformador llegó a partir de las elecciones municipales de octubre de 2003, cuando la sociedad civil dio la espalda a los partidos tradicionales y apostó, por primera vez, por el cambio, encarnado en un movimiento alternativo, Compromiso Ciudadano, fundado por el matemático Sergio Fajardo. En dos mandatos, Fajardo (2004-2007), y Alonso Salazar, periodista, (2008-2011) aplican un nuevo modelo de gestión municipal, que transfigura la cara y el alma de Medellín.
Sergio Fajardo afrontó como alcalde los dos grandes problemas, de raíces profundas, que arrastraba Colombia: desigualdad social y violencia
Una nueva generación de arquitectos se puso manos a la obra para ejecutar las directrices del llamado Modelo de Desarrollo Social Integral. Medellín se convirtió en el laboratorio de un conjunto de experiencias de planificación y gestión territorial. “Gran parte de la respuesta estuvo en los jóvenes, que quisieron participar en la transformación”, comenta Rafael Aubad, presidente de la poderosa fundación empresarial Proantioquía. “En la Alcaldía hay muchos secretarios [concejales] que son unos imberbes. Son unos muchachos apasionados, comprometidos con su ciudad, intentado aprender. No les da miedo la ciudad ni les da miedo la calle”.
Un detalle, no menor, en el que Aubad pone especial énfasis, es el papel desempeñado por los empresarios: “A diferencia de otras ciudades, en los momentos más difíciles el sector empresarial antioqueño no se fue de Medellín”. Esta actitud contribuyó a forjar una alianza multisectorial para la transformación de la ciudad bajo el lema Juntos sí podemos. Sergio Fajardo afrontó como alcalde los dos grandes problemas, de raíces profundas, que arrastraba Colombia: desigualdad social y violencia.
“En la comuna nororiental, apenas el 6%-7% tiene acceso a la educación superior, mientras que en Laureles o El Poblado el porcentaje es del 80%. Eso se llama pura y simplemente desigualdad”, denuncia Aubad. La prioridad del nuevo modelo fue la educación, como un derecho universal que no puede depender de las condiciones sociales. Fajardo estaba convencido de que las obras de infraestructura no bastaban si no iban acompañadas de programas urbanísticos, educativos, sociales y culturales para el bienestar de los habitantes.
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Regresé brevemente a Medellín en 2014, nueve años después de mi primer viaje. Habían transcurrido los dos mandatos del gran cambio. A primera vista, me asombró la espectacular red de transporte público, los teleféricos que ponían fin al aislamiento de las comunas más pobres y alejadas en lo alto de los cerros, las nuevas líneas de Metro y el sistema de autobuses articulados. Y quedé impresionado cuando mi amigo Luis Alirio Calle, periodista experimentado de TeleMedellín, me daba las nuevas cifras de violencia.
“Medellín ha pasado del miedo a la esperanza, y ahora camina de la esperanza a la confianza. Es decir, está tratando de recuperar la confianza de la gente. El índice de homicidios ha caído en picado: en un fin de semana se registran entre 5 y 10 homicidios. Hace 25 años, contabilicé como periodista hasta 100 homicidios en un fin de semana. Todos a cuenta de la mafia del narcotráfico”.
En sucesivos viajes a “la ciudad de la eterna primavera” he ido comprobando el alcance del Modelo de Desarrollo Social Integral. Sin duda, el de mayor calado es la desaparición de los grandes actores armados: Carteles de narcotraficantes, guerrilla de las FARC y los paramilitares de ultraderecha. Han sido derrotados o han entregado las armas. Nadie puede negar que Medellín es una ciudad más segura y civilizada. El ciclo cultural de la violencia, en el que los niños o niñas de los barrios más conflictivos veían las actividades violentas o delictivas como una alternativa de vida, se ha resquebrajado.
Han disminuido las bandas criminales y ha aumentado la libre circulación en las comunas más conflictivas, al desaparecer algunas fronteras invisibles trazadas por los grupos armados. Y ya no es habitual la penetración de prácticas mafiosas en la vida política y empresarial por la narco-guerrilla y el narco-paramilitarismo.
Persisten, sin embargo, importantes puntos negros que afectan a la estabilidad, como la llegada cada año de 30.000 personas desplazadas de otros puntos del país por la violencia, o atraídas por los programas sociales de Medellín. “Ha aumentado el número de mendigos porque muchos de los que llegan no tienen cédula de identidad, son analfabetos, no saben nada y se alojan en los barrios más miserables”, explica Rafael Aubad.
El narcotráfico ya no opera a través de grandes carteles como en la época de Escobar, pero el negocio sigue vigoroso gracias a la actuación de pequeños “combos” en las comunas menos frecuentadas por la Policía.
El Programa de Mejoramiento Integral de Barrios ha acabado con la fragmentación y el aislamiento de los hogares asentados. Por ejemplo, en la quebrada Juan Bobo, en la Comuna 2, al Noreste de la ciudad. La primera línea de Metrocable (teleférico) conecta la estación de Metro Acevedo, en la cota 1470, con el cerro Santo Domingo Savio, en la cota 1750. La obra ha mejorado la calidad de vida de 170.000 habitantes a la hora de desplazarse.
El sistema de bibliotecas públicas ha servido de estímulo para la participación de múltiples sectores. El barrio de Santo Domingo Savio, a 1.900 metros sobre el nivel del mar, está en uno de los siete cerros que dominan la ciudad. Era el barrio más violento de Medellín. Actualmente alberga el Parque Biblioteca España, un destino de turistas y residentes, donde se imparten clases gratuitas de Internet y es punto de reunión en una zona largamente olvidada.
La capital del departamento de Antioquia está situada a 1.479 metros sobre el nivel del mar, en el valle de Aburrá, en medio de la cordillera central de los Andes. La población, de 2,8 millones de habitantes, es mayoritariamente joven. Medellín y el área metropolitana de Aburrá representan el 15% del PIB nacional. El desempeño fiscal y financiero es bueno (AAA), según certifica año tras año la calificadora de riesgo Fitch Ratings Colombia.
Sin negar los logros, Sergio Restrepo, observador agudo de la realidad de Medellín, lamenta lo que define como una actitud de avestruz: “Creo que ésta es una ciudad que borra todo. Si la recorres no vas a encontrar edificios de más de 60 años, exceptuando las iglesias. Todo lo hemos tumbado…Todo lo que hemos vivido no lo queremos ver. No queremos oír hablar del vertedero de la Escombrera, donde ocultaron numerosos cadáveres de desaparecidos, de las ladrilleras donde han quemado a gente, detenidos, secuestrados…”
No se habla de las historias más negras del pasado de violencia, y en cambio hay quienes recuerdan, para hacer negocio, al jefe de jefes, Pablo Escobar. “Organizan tours del narco y ganan plata con eso. Llevan a turistas a visitar la tumba del capo del cartel de Medellín”, dice con desgana Restrepo. “Hoy Pablo Escobar Gaviria es un mito. Hay muchos taxistas que llevan un amuleto de él y lo recuerdan como un personaje mítico, como si se tratara de Al Capone”.
Medellín ha cambiado y ha mejorado. Queda lejos el infierno de los coches bomba, pero la ciudad no es pacífica. Según Henry Arteaga, el Jeke, “Medellín tiene su llamita ahí encendida, que en cualquier momento puede convertirse en una gran bola de fuego”. El Jeke es el fundador de Crew Peligrosos, el grupo que más ha revolucionado el hip-hop en Medellín. Nació y creció en la comuna Aranjuez, que en el pasado fue un territorio caliente.
La línea que en los barrios pobres separa el mundo de la delincuencia del resto de la sociedad es muy delgada. Esta es la reflexión del Jeke: “La cuestión no es que lo recluten a uno, sino que te acabe gustando adquirir las cosas de una manera rápida. El problema es que cuanto más rápido consigas lo que te propones, más rápido te vas a morir. Es una lotería llegar a viejo consiguiendo las cosas de la manera más rápida posible”.
El Jeke también recuerda los años más violentos. “Durante un tiempo, en la época de los 90, tuve 20 soldados atrincherados en la esquina de mi casa por un problema que hubo en el barrio”. “Helicópteros, tanques…estaba minado de soldados. Esto te deja marcado, jamás en la vida se te va a olvidar. La mayoría de las cicatrices que tengo han sido de golpes de la Policía. Muchos amigos con los que crecí jugando bolas o jugando a fútbol fallecieron o fueron baleados, todos fueron muertos”.
Comprender la diferencia entre las dos Medellín, la actual y la de hace 25 años, es difícil para los más jóvenes. “Los que vivimos en aquella época vemos la diferencia de las dos ciudades”, opina Luis Alirio. “Pero muchos jóvenes de ahora saben de Escobar, saben de Popeye (antiguo jefe de sicarios el Cartel de Medellín). Saben de muchos otros, pero los ven como unos héroes, porque la televisión ha hecho eso, y no vivieron lo que se vivió: el horror, las muertes, los carro-bombas, el reguero de muertos en la calle. Eso no lo vieron, entonces no tienen cómo hacer la diferencia”.
Luis Alirio, conoce hasta el último rincón de Medellín. Como reportero de televisión ha recorrido la ciudad barrio a barrio. Pone en valor la modernización del transporte, --Medellín es la única ciudad colombiana que tiene Metro--, y todo lo que se ha venido desarrollando en torno del metro, los metrocables, el metroplus, el tranvía. “Admito que todas las obras de infraestructura han contribuido al cambio de la ciudad, pero siento que hay un gran trabajo en los barrios por parte de las comunidades y en particular de los jóvenes. Me parece que este trabajo es eminentemente cultural, específicamente con la música. Hay otras manifestaciones como la pintura y la literatura, pero la más notable y la más masiva es la música. Estos muchachos han logrado cambiar cosas importantes, han logrado cambiar la mirada de la ciudad sobre los barrios a pesar de que todavía hay resistencias, por ejemplo al hip-hop”.
Jeison Castaño, más conocido como Jeihhco, combina el activismo por la paz y la no violencia con el hip-hop. Lidera el grupo de rap C-15 y vive con su madre y su hijo en la Comuna 13, uno de los barrios con una historia más larga de violencia. Cansado de hablar del pasado, prefiere referirse al futuro y sus sueños. “Como artista tengo sueños, como padre tengo sueños, como habitante del barrio tengo sueños. Como artista quiero girar por el mundo, ir a llevar mis canciones y el mensaje que hacemos. Quiero que con el parche vayamos a que el mundo nos conozca, a devorarnos el mundo y devorárnoslo bien”.
“Como padre, quiero que mi hijo crezca en un parche mejor, un lugar donde se respiren otros aires y donde no haya combos, donde no haya gente armada, donde no haya guerrillos, donde no haya paracos”.
“Siempre me viene una imagen a la cabeza: cuando era niño iba a la escuela y casi todos los días veía a un guerrillero en la esquina, un man armado. Hoy llevo a mi hijo al colegio y siempre hay hombres armados”.
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Este reportaje ha sido realizado con la colaboración de la |
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Autor >
Francesc Relea
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