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¿Quién no se ha proyectado alguna vez en un isla perdida en medio del océano? Lo primero que nos viene a la mente seguramente sean las palmeras, la arena, el sol caliente, y el mar. Mucha tranquilidad y, probablemente, la sensación de estar a la vez en medio de la nada y en armonía con el entorno.
Se cuentan por millares las islas y archipiélagos que están esparcidas por cada uno de los cinco océanos. Cada una con sus peculiaridades y sus especies de animales y plantas endémicas. Precisamente por estar aisladas (valga la redundancia), su evolución hizo que no se mezclasen demasiado con factores externos y se potenciasen sus características únicas. Son culturas y formas de vida especialmente arraigadas en su entorno y muy cercanas la naturaleza.
Cuando los isleños locales corroboran lo que los científicos llevan prediciendo desde hace años –que la orilla del mar se acerca cada vez más a las parcelas de sus casas, o que los ciclones y huracanes son cada vez más frecuentes y devastadores– no resulta difícil entender que estas islas luchan por su supervivencia.
Algunas de estas islas son Estados. Quizás Maldivas o Seychelles nos suenen más por ser destinos turísticos de lujo. Pero son unos cuarenta más, que tienen representación en la ONU, y que tienen voz y voto en las duras arenas diplomáticas de las cumbres internacionales. Duras, porque de entrada estos pequeños países juegan en desigualdad de condiciones, simplemente por ser delegaciones muy pequeñas que no pueden atender a todas las reuniones ni cubrir todos los temas que en ellas se negocian.
A pesar de ello son fuertes. Juegan con un argumento moral simplemente imposible de ignorar. Son las islas las que les recuerdan al resto de países del mundo que los acuerdos deben ser ambiciosos, simplemente porque si no, ni ellas ni nosotros sobreviviremos. De hecho, en la cumbre COP21 de París en 2015, fue la coalición de países insulares, AOSIS, la que planteó que el límite del aumento de la temperatura global debería ser más ambicioso, que con 1.5ºC probablemente estaríamos todos más a salvo que con 2ºC.
Gracias a esa iniciativa, el grupo de científicos climáticos internacional más importante, el IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) publicará un informe a finales de 2018 sobre este límite de temperatura de 1.5ºC, y analizará qué puede pasar si lo sobrepasamos, y qué deberíamos hacer para alcanzarlo. También publicará, a petición e iniciativa del Principado de Mónaco, otro informe en 2019 sobre la relación entre el océano y el clima.
Probablemente unos de los resultados más impactantes y del que oiremos hablar sea el dato de que el océano se está volviendo más ácido. Al océano le está tocando absorber el carbono extra que hemos emitido a la atmósfera, aunque no sin consecuencias. Un cambio de unas décimas de pH puede suponer un punto de inflexión para los ecosistemas marinos. Esto sin contar con el efecto añadido del calentamiento de las aguas. En los últimos dos años las noticias de la barrera de coral Australiana han sido dramáticas, nunca se habían vivido eventos de blanqueamiento (muerte) de corales tan masivos. Quizás, más que patrimonio inmaterial de la UNESCO, debería ser declarada en peligro de extinción.
Este año fueron las islas Fiyi las que presidieron la cumbre COP23 en Bonn. Y gracias a eso, fue una reunión en la que se habló mucho de la relación entre el océano y el clima. Fiyi se lanzó a liderar una iniciativa llamada el “Ocean Pathway”, que pretende incorporar de forma progresiva estos temas en la agenda climática. Muchos países del Pacífico en seguida mostraron su apoyo, reivindicando que no sólo son pequeños países insulares sino que también son grandes países oceánicos. Palau, por ejemplo, aunque no se alcance a ver bien en un mapamundi, tiene unas aguas nacionales que cubren nada menos que la superficie de Francia.
El impulso del “Ocean Pathway” no nace de la nada, ya que Chile lleva desde la cumbre de París movilizando un grupo nada menos que de 31 países en la coalición “Because the Ocean”. Son países que desean entender mejor el nexo entre la políticas de clima (la atmósfera) y el océano y ver de qué manera se podrían incorporar los temas por ejemplo de adaptación de las comunidades costeras, de pesca, o los beneficios para el clima derivados de la protección de áreas marinas, en los compromisos climáticos nacionales (en la jerga de los negociadores, las NDCs).
No es tarea sencilla. No sólo se tendrá que aprender sobre la marcha, dado que todavía existen muchas incertidumbres sobre la variabilidad de parámetros y fenómenos físico-químicos, sino que habrá que conseguir traducir el trabajo y la práctica de proyectos de escala local y regional de todo el mundo al idioma de los encargados de diseñar las políticas nacionales.
Para mentalizarles, quizás habría que reproducir lo que un carismático líder del Pacifico solía hacer. Tomaba unos minutos antes de las reuniones de trabajo para recitar sus plegarias y oraciones al mar. Todo el mundo se quedaba mudo, y un profundo sentimiento de respeto y responsabilidad invadía la sala. Como si nos trasladásemos ahí por unos instantes.
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Inés de Águeda (Varda Group)
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Inés de Águeda
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