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Cómo pasa el tiempo. Parece que fue ayer cuando la princesa Sofía trajo al mundo a un infante heredero, por fin varón, que garantizaba la sucesión del príncipe Juan Carlos por vía venérea. Se llamó Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia, el retoño real que creció en los saraos franquistas de El Pardo, que asistió en primera fila a la coronación de su padre allá por 1975 y que se calzó él mismo la corona hace ahora más de tres años, en las horas de mayor descrédito de la monarquía.
Era 14 de abril de 2012, efeméride de la Segunda República española, cuando los diarios publicaron que el rey Juan Carlos se había trizado la cadera durante una cacería en Botsuana. Después se supo que el monarca le había zumbado siete disparos a un elefante. Tenía un rifle de oro y cristales. La fotografía del cazador triunfal y el paquidermo muerto saltó a los diarios entre noticias cotidianas de paro, ejecuciones hipotecarias y crisis económica. El safari había costado al erario público al menos 45.000 euros.
Para entender mejor el contexto histórico, hay que recordar que en mayo de 2011 estalla el movimiento indignado y se abre un ciclo inédito de manifestaciones, huelgas, marchas y mareas. Es la fiebre de los desahucios y el rescate bancario. La caída del PSOE. Los recortes del PP. Después de tantos años de una concordia más bien epidérmica, el régimen bipartidista queda en entredicho, la monarquía dañada y los poderes mediáticos y financieros con su reputación maltrecha.
Como resultado de aquellos días convulsos y de movilización permanente, aparecen dos grandes expresiones institucionales de descontexto con el régimen: Podemos y el bloque independentista catalán. El 16 de enero de 2014, el Parlament lleva al Congreso su nueva Ley de Consultas. Al día siguiente Podemos se presenta en sociedad. En poco tiempo, Podemos ya aparecía como primera fuerza española en los sondeos electorales y el independentismo catalán abría las urnas el 9-N y afianzaba su mayoría parlamentaria.
En estos primeros meses de 2014, el régimen del 78 diseña una colosal operación de maquillaje para contrarrestar las nuevas expresiones de descontento social. Si el viejo orden estaba cuestionado, bastaba con ofrecer un recambio juvenil a las antiguas instituciones. Así es como lo viejo se viste de viejoven en apenas una semana. El 25 de mayo, el viejo Ciutadans conquista dos escaños en el Parlamento Europeo y abre paso al joven Ciudadanos. El 26 de mayo, el viejo Rubalcaba abandona el timón del PSOE y abre paso al joven Pedro Sánchez. El 2 de junio, el viejo rey Juan Carlos abandona la corona y abre paso al joven Felipe.
La operación quirúrgica del régimen funciona porque disputa a los movimientos regeneradores el mopolio de la juventud, el monopolio de la novedad. Clausurado un escenario donde lo nuevo pugnaba contra lo viejo, la nueva batalla se dirime entre una multitud de novedades. El nuevo PSOE, el nuevo Ciudadanos y el nuevo rey terminan haciendo frente común y marginan al nuevo Podemos para obstaculizar cualquier esperanza de cambio. Así es como el régimen del 78 esteriliza el discurso de la regeneración y obliga a jugar la partida en otros términos y con un tablero que le resulta favorable.
Han pasado cuatro años desde aquellos temblores, desde aquella crisis del bipartidismo y la monarquía, y el régimen vive en una fase de recomposición y refuerzo. A día de hoy, el epicentro del cuestionamiento del orden constitucional se encuentra en Cataluña. Y de esa ímproba batalla contra la República catalana han surgido nuevas figuras heroicas. Ahí tenemos a los gladiadores del 155, dopados de publicidad mediática, blanqueados y alzados como estandartes de un renovado liberalismo patriótico.
También la monarquía ha pasado por el túnel de lavado. Atrás queda el escándalo juancarlista del elefante abatido, el oprobio real de Urdangarín en el caso Nóos, la amistad armamentística con la dinastía saudí o la opacidad de las cuentas reales. Atrás queda la revelación de que Adolfo Suárez coló de matute la monarquía en la constitución del 78 y denegó la posibilidad mayoritaria de proclamar una república. Atrás quedan también aquellas manifestaciones que en junio de 2014, con el juancarlato visto para sentencia, reclamaban un referéndum sobre el modelo de estado.
La monarquía sigue navegando con patente de corso, inviolable, irresponsable, inmune a la crítica, protegida por tribunales que persiguen con una saña añadida el delito de calumnias o injurias a la Corona. El PP, el PSOE y Ciudadanos, tripartito de la Zarzuela, defienden esta figura de excepción del Código Penal. Los partidos de la oposición han reclamado, sin éxito, que se proteja la libertad de expresión. Mientras tanto, continúa la cacería contra raperos, tuiteros, titiriteros y todo aquel que se atreva a separarse un milímetro del discurso oficial. El objetivo no es otro que infundir miedo e impedir el rebrote de cualquier expresión de descontento.
La última operación de lavado de cara coincide con el cincuenta aniversario del monarca. En vísperas del natalicio, la Casa Real ha publicado una serie de vídeos familiares a medio camino entre el NO-DO y Gran Hermano VIP. La humildad sobreactuada, la apariencia de cotidianidad y campechanía tan marca de la casa nos dejan entre el desconcierto y la carcajada. Pero los episodios más sonrojantes proceden de la prensa. Duele verse rodeado de medios ensimismados en el culto al líder, atareados en publirreportajes más cercanos a la hagiografía que al periodismo.
Algunos medios, plusmarquistas de la vergüenza ajena, han convertido una fiesta de cumpleaños en una ceremonia de canonización. Suplementos especiales, columnas laudatorias, purpurina, todo preparado para devolver el prestigio perdido a una institución a la que quisimos dar por amortizada tras el elefanticidio. El festejo ha terminado por dejar en evidencia a aquellos que ridiculizaban el caudillismo de Venezuela o Corea del Norte. No han faltado a la celebración del monoteísmo de sangre azul ni las monedas ni los sellos conmemorativos.
Ni una sola multinacional ha querido perderse el banquete. Hemos visto en los diarios felicitaciones a toda página firmadas por empresas de telefonía, eléctricas, bancos o aerolíneas. Después de soplar la velas de una tarta que jamás degustaremos, ya solo nos queda saber qué cantidad de nuestro dinero se ha gastado la monarquía en felicitarse a sí misma.
Nunca nos impondrán el Toisón de Oro. A estas alturas de la película, casi podemos celebrar que no nos encierren por renegar de la Corona. Pero como el conformismo es aburrido y la monarquía no está hecha para las almas plebeyas, os pido que recordéis también vuestro propio cumpleaños y os regaléis de vez en cuando alguna que otra república.
Cómo pasa el tiempo. Parece que fue ayer cuando la...
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@jonathanmartinz
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