1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

  314. Número 314 · Noviembre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 3.340 Conseguido 91% Faltan 16.270€

Reportaje

La condena de regresar a El Salvador

La decisión de EE.UU. de cancelar el permiso de residencia temporal a cerca de 190.000 salvadoreños dibuja un horizonte de deportaciones masivas hacia el país centroamericano, que ni tan siquiera puede garantizar su seguridad física

José María Tiscar García 7/02/2018

<p>Un soldado patrulla una de las calles principales en La Campanera, uno de los barrios con mayor incidencia de las maras del municipio de Soyapango.</p>

Un soldado patrulla una de las calles principales en La Campanera, uno de los barrios con mayor incidencia de las maras del municipio de Soyapango.

Salvador MELENDEZ / Factum

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

CTXT está produciendo el documental 'La izquierda en la era Trump'. Haz tu donación y conviértete en coproductor. Tendrás acceso gratuito a El Saloncito durante un mes. Puedes ver el tráiler en este enlace y donar aquí.

“Nosotros aquí, en El Salvador,
Hemos perdido el aire
Y a punto de estallar estamos”

Los versos del poeta José Roberto Cea en su Crónica salvadoreña guardan buena parte del trasunto de esta historia. En El Salvador, la nación más densamente poblada del continente americano, con una extensión territorial similar a la provincia de Badajoz y niveles de violencia que sitúan su Índice de Paz Global en el puesto número 115 de un total de 163 países en 2017, la vida constituye un verdadero ejercicio de supervivencia y esfuerzo. 

Todo país se compara con sus vecinos. El imaginario salvadoreño concibe a la nación norteamericana como sinónimo de progreso, esperanza y oportunidad frente a la ausencia local de posibilidades. El peso de la historia reciente condiciona esta visión; también el relato de cada migrante, de cada individuo que buscó refugio en tiempos de la Guerra Civil, tras los terremotos de 2001 o secundados por el estallido de inseguridad generalizada que domina las calles salvadoreñas desde hace casi dos décadas. Son historias siempre cercanas: de ahí su poder de convicción, la fuerza transmisora de su mensaje. Todo el mundo parece contar con un familiar en Estados Unidos al que las cosas le han ido bien. 

Despertar del sueño americano

Muchas de esas historias de éxito podrían concluir abruptamente. Hablamos de los cerca de 190.000 ciudadanos salvadoreños beneficiados por el Estatus de Protección Temporal (TPS, por sus siglas en inglés), un recurso legal que los protege de la deportación desde que dos terremotos asolaran la nación salvadoreña en 2001. Los conocidos como “tepesianos” han gozado de la posibilidad de trabajar en territorio norteamericano durante todos estos años, contribuyendo positivamente a la economía nacional. También han establecido lazos de futuro con sus comunidades: un 30% de ellos cuenta con una hipoteca, muchos han creado sus propias empresas, forman parte de asociaciones, grupos sociales y entidades religiosas, y su descendencia se estima en 192.000 personas, quienes poseen ciudadanía estadounidense.

Pero el TPS no es un salvoconducto permanente. Tampoco ofrece vías alternativas para una posible regulación migratoria. Es solo un limbo temporal que brinda protección ante catástrofes naturales o conflictos bélicos, y siempre por un tiempo limitado. Una vez desaparecen las condiciones que suscitaron la crisis, los ciudadanos beneficiados deben regresar a sus países de origen. 

El viejo temor a una posible cancelación del estatus que protege a este colectivo salvadoreño despertó de su letargo en septiembre del pasado año, tras anunciarse la decisión por parte del Ejecutivo republicano de eliminar el Programa Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés), herramienta que impide la deportación de más de 800.000 migrantes que llegaron a tierras estadounidenses siendo menores de edad. Por si fuera poco, el Gobierno de Donald Trump anunció el fin del TPS nicaragüense tan solo dos meses más tarde, lo que apuntaló las sospechas de una política migratoria centrada en el rechazo. La suerte de la comunidad “tepesiana” salvadoreña parecía estar echada. 

A nadie sorprendió el comunicado oficial del Departamento de Seguridad Nacional de EE.UU. emitido el pasado 8 de enero, en donde se puso punto y final a la protección otorgada a haitianos, salvadoreños y a ciudadanos de varias naciones africanas –entre ellas, Sudán del Sur– amparados bajo esta fórmula legal. Dichas comunidades, “residentes temporales” por espacio de hasta dos décadas, deberán regresar en unos meses a países que ya no reconocen, en donde se convertirán en perfectos extraños y sufrirán condiciones de extrema vulnerabilidad.  

Las autoridades federales han decidido apartar la vista de la realidad. “En años recientes, el gobierno de EE.UU. ha estado repatriando personas a El Salvador –más de 39.000 en los pasados dos años– lo que demuestra que la inhabilidad temporal de [este país] para acoger adecuadamente a sus nacionales luego del terremoto ha sido corregida”. Este fragmento, extraído del comunicado oficial del Departamento de Seguridad Nacional, refleja un alarmante ejercicio de intencionado simplismo. Ni el país centroamericano está preparado para recibir a 190.000 ciudadanos, ni sus condiciones de vida han mejorado sensiblemente. Más bien todo lo contrario.

El arte de la supervivencia salvadoreña

Hablar de El Salvador es poner rostro a la violencia. El recrudecimiento de los índices de homicidios en su territorio obedece a una concatenación de inacciones y decisiones políticas poco acertadas. No obstante, los orígenes deben buscarse en los años siguientes a la firma de los Acuerdos de Paz de Chapultepec en 1992, cuando EE.UU. comenzó a deportar a ciudadanos salvadoreños relacionados con dos bandas delictivas asentadas en Los Ángeles: Mara Salvatrucha (también conocida como MS-13) y Mara 18. Una vez en El Salvador, estos sujetos entraron en contacto con una sociedad dañada por el horror de la Guerra Civil, lo que constituyó el perfecto caldo de cultivo para la proliferación de sus actividades delictivas.

El informe “Extranjeros criminales en los Estados Unidos”, publicado en 1995 por la Subcomisión Permanente de Investigaciones adscrita a la Comisión de Asuntos Gubernamentales del Senado de los EE.UU., ofrece reveladoras pistas sobre la política migratoria mantenida durante aquellos años: “En 1992, cerca de 11.000 criminales extranjeros condenados por delitos particularmente graves no comparecieron a sus procesos de deportación. [...]. A menudo, tal y como un funcionario del Servicio de Inmigración y Naturalización comunicó al subcomité, solo los estúpidos y los honestos son deportados”, sostiene el texto en una de sus argumentaciones.

El endurecimiento de las políticas migratorias norteamericanas afectaron directamente a la nación salvadoreña. Entre 1993 y 2005 (año en que la presencia de estas pandillas comenzó a ser considerada como un problema nacional), EE.UU. deportó a 23.078 salvadoreños con antecedentes criminales, según cifras recabadas por el Departamento de Seguridad Nacional. Durante la siguiente década, el número de deportados con estas características ascendió a 101.795. Entre ellos, integrantes de estas bandas criminales –imposible precisar un número exacto– fueron asentándose y creciendo en el país, captando lentamente a la población más desfavorecida, principalmente a jóvenes procedentes de familias desestructuradas necesitados de pertenecer a algo, de formar parte de algo. 

Para cuando las autoridades públicas salvadoreñas quisieron reaccionar, el problema se había tornado inabarcable. En 2003, el entonces presidente Francisco Flores presentó el “Plan Mano Dura”, caracterizado por políticas represivas que no lograron debilitar a las pandillas. Le siguió el “Plan Súper Mano Dura”, con idénticos resultados. Fernando Romero, periodista salvadoreño de la Revista FACTUM, explica a CTXT la razón de su escasa efectividad: “Todo era un show. De repente, vos tenías en una noche una redada de 300 personas, y te decía el Gobierno: ‘acabamos de atrapar a 300 pandilleros’. Pero, en cuestión de cuatro días, tenías a 298 de regreso a sus casas. Se trataba de maquillaje, maquillaje total”. 

La escalada de violencia no se detuvo, complicando cada vez más el diario vivir de la ciudadanía, por lo que las autoridades públicas decidieron cambiar de estrategia. En 2009, el Ejecutivo liderado por Mauricio Funes (quien, por otra parte, fue hallado culpable por cargos de enriquecimiento ilícito durante su etapa presidencial en noviembre del pasado año), entabló un diálogo con los principales líderes de la MS-13 y las dos facciones de la MS-18 con el objetivo de alcanzar una suerte de armisticio. Este periodo, conocido como “Tregua entre pandillas”, se caracterizó por un relativo descenso en los asesinatos. “La tregua terminó a principios de 2014”, confirma Romero. “Ahí es cuando la gente se empieza a dar cuenta de que todo era una pantomima de Funes. El Gobierno les estaba dando dinero para no matar. Cuando dejaron de pagarles, aumentaron los homicidios. En aquel momento, las maras atentaron principalmente contra la población civil”. Lo que podría considerarse como un problema local terminaría siendo el mayor quebradero de cabeza de México y EE.UU., cuyas fronteras se vieron colapsadas por la llegada de miles de migrantes salvadoreños que buscaban, sencillamente, salvaguardar sus vidas. 

El grado de penetración de ambas pandillas en las esferas del poder político trascendió a la esfera pública tras la aparición de varios vídeos que vieron la luz en 2016. Los hechos se remontan a los meses previos a las Elecciones Generales de 2014, cuando dirigentes de los dos partidos mayoritarios, el conservador Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) y el centroizquierdista Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), mantuvieron sendas reuniones con líderes pandilleros en donde se negociaron las condiciones para que estos grupos les ayudasen a ganar los comicios.  

Mientras tanto, la violencia alcanzó su punto más álgido en 2016, cuando fueron asesinadas 6.656 personas: El Salvador se alzaba con el triste título de ser el territorio más peligroso del continente americano, superando a Honduras y Guatemala. La razón de este recrudecimiento obedece a la nueva política de confrontación iniciada por el Gobierno de Salvador Sánchez Cerén, que ha desembocado en enfrentamientos directos entre la Policía Nacional Civil y las pandillas. “Lo consideramos una nueva guerra”, asegura Romero, “la del Gobierno contra estos grupos criminales. Ha habido un franco enfrentamiento entre pandilleros y autoridades el pasado año, a tal punto que podría decirse que se trata de una guerra de baja intensidad, con ejecuciones en ambos bandos”. La violencia también ha alcanzado a familiares de mareros y policias, quienes suelen ser asesinados como represalia, convirtiéndose en los grupos civiles más vulnerables. 

Asegura el refrán que todo depende del color del cristal con el que se mire. Para Howard Cotto, director general de la Policía Nacional Civil salvadoreña, concluir 2017 con un saldo de 3.954 homicidios debe considerarse un éxito. Pero las cifras –escandalosas en cualquier caso– tal vez no se ajusten a la realidad. Fernando Romero denuncia la existencia de un registro de “personas desaparecidas” que no son contabilizadas como muertas, aunque la experiencia dicte lo contrario: “la práctica nos dice que están muertas, porque en años anteriores, y eso lo ha publicado El Faro, se han descubierto cementerios clandestinos de pandillas con sus víctimas metidas en fosas comunes”.  

Territorio vedado 

Comprender cuán difícil resulta vivir en El Salvador obliga a profundizar en la psicología de estos grupos criminales, quienes han condicionado cada aspecto vital de la ciudadanía. Su fuerte sentimiento de territorialidad los lleva a mantener un férreo dominio sobre aquellos barrios en los que se asientan. Cada mara se divide en pequeños subgrupos denominados “clicas”, los cuales ejercen el control sobre un espacio definido por reglas no escritas y responden a sus superiores dentro de una estructura totalmente jerarquizada. Obtienen réditos económicos mediante la extorsión; las víctimas se reparten entre la población y los negocios asentados en el barrio. Si el extorsionado se niega a pagar, su vida peligra. Si persiste en su negativa, deberá abandonar el lugar o morirá. 

Existen códigos de conducta entre los integrantes de estos grupos que dan forma a vínculos imposibles de alterar. No se puede dejar de pertenecer a la mara. La homosexualidad está prohibida. El bando contrario siempre será visto como el enemigo. Todo cuanto queda bajo sus dominios les pertenece. “Se sienten dueños del territorio”, afirma Romero, “la esencia está en el ‘poder’. Poder para andar jodiendo a quien se quiera. Si me gusta esta chica, la violo y no pasa nada. Sé que no va a pasar nada porque las autoridades no actúan bien, dejan muchas cosas en la impunidad. Ahora bien, no existe la figura del marero con carro del año. Tampoco dicen “vamos a controlar El Salvador”. Vienen de familias tan pobres, que con sentir que controlan una zona ya es suficiente”. 

Una anciana descansa en su vivienda en Santa Cruz Michapa, una zona incubadora para las pandillas salvadoreñas. 

Una anciana descansa en su vivienda en Santa Cruz Michapa, una zona incubadora para las pandillas salvadoreñas. 

El mapa real de El Salvador obedece a un complejo sistema de fronteras no escritas que definen los límites de cada clica, pero también de cada ciudadano salvadoreño. Algunos sectores quedan bajo dominio de la MS-13, otros bajo control de la 18-Sureña, o bien de la 18-Revolucionaria. Es usual que entre estas zonas solo medie un pasadizo, una calle, unos pasos. Los vecinos de un sector no pueden cruzar al otro lado. Si el trabajo o la escuela se encuentran en territorio enemigo, entonces pasarán a ser espacios inaccesibles: aquel que tome el riesgo de cruzar podrá ser considerado como espía –forme parte o no de la pandilla–, y esta sospecha puede saldarse con la muerte. Como resultado, muchos alumnos dejan de asistir a sus clases, muchos trabajadores se ven obligados a renunciar a sus empleos, muchas parejas deben separarse, muchas familias tienen que desplazarse a espacios “neutros”, generalmente alejados de los lugares donde viven –un centro comercial, un parque alejado–, para poder verse. 

La dinámica descrita impera en todo el país. Solo ciertos municipios del departamento de Chalatenango, colindante con la frontera hondureña, parecen escapar de la influencia de estos grupos criminales. En contraposición, los departamentos de San Salvador, Sonsonate, Santa Ana, San Miguel y Usulután reflejan los peores ratios de homicidio, según estadísticas elaboradas por el Portal de Transparencia adjunto al Órgano Judicial de la República de El Salvador. Un dato especialmente revelador refleja que los diez municipios más grandes registran solo el 30% de los asesinatos, lo que da muestras de la homogenización del peligro; vivir en el campo no garantiza una mayor seguridad. Las zonas de conflicto varían, se desplazan, cambian constantemente. Tras la ofensiva impulsada por el Ministerio de Justicia y Seguridad Pública a través de su “Plan El Salvador Seguro”, centrada principalmente en espacios urbanos, se ha producido el desplazamiento de las maras a las zonas rurales. “Dependiendo de las políticas que el Gobierno lleve a cabo en cada momento, así también ellos van mutando”, aclara Romero. “Vas puyando… y van buscando cómo sobrevivirte”.

El flujo migratorio salvadoreño como resultado de la violencia presenta un carácter dual: en primer término, el ciudadano o la familia amenazada por la pandilla tiende a desplazarse a otro departamento del país, abandonando su hogar y sus pertenencias. Tras instalarse en la casa de un amigo o de un familiar, desarraigados de su entorno inmediato, afrontan la difícil tarea de encontrar empleo. Esta migración interna es silenciada por las autoridades estatales, quienes se niegan a aceptar el problema en su dimensión estructural. En ocasiones, una misma familia puede mudarse dos o tres veces, expuesta cada vez más a inestabilidades económicas, hasta que no puede soportarlo más y deciden intentar el viaje hacia los EE.UU. Vinicio Sandoval, director ejecutivo del Grupo de Monitoreo Independiente de El Salvador (GMIES), entidad que defiende los derechos de los trabajadores en la región centroamericana, sostiene que la decisión final se produce tras un largo desgaste: “se da un tiempo en que las personas deciden aguantar. Soportan situaciones de explotación en su trabajo, procesos de intimidación en sus lugares de residencia, presión económica procedente de deudas… la gente va soportando, soportando, hasta que llega el elemento que termina por decidir, y se marchan”.

Desprotección laboral 

No todos los problemas se circunscriben a la inseguridad. La reducida oferta de empleo y las malas condiciones laborales impulsan a muchos salvadoreños a abandonar sus hogares e intentar la ruta migratoria hacia el norte. 

Un primer análisis de las estadísticas reflejadas por la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples 2016 (ENCOVI 2016), documento elaborado por el Ministerio de Economía del Gobierno de El Salvador y publicado en mayo de 2017, puede inducir a una visión optimista alejada de la realidad. Los resultados del informe, en donde se muestran las cifras más actualizadas referentes a la situación del mercado laboral, revelan una tasa de desempleo del 7%. Sin embargo, algunos grupos poblacionales se llevan la peor parte, como es el caso de los más jóvenes (aquellos con edades comprendidas entre los 16 y los 24 años). Tampoco se habla de las condiciones del empleo existente, ni se establece una diferenciación en términos de su duración: se contabilizan como ciudadanos empleados tanto a aquellos que disponen de contrato fijo como a los que consiguen trabajar durante una semana o un solo día. 

La baja remuneración es otra razón para el desaliento. El salario mínimo mensual se ciñe a un promedio de 327 dólares americanos para los hombres y 270 para las mujeres (El Salvador no dispone de moneda nacional y su economía se encuentra dolarizada desde el 1 de enero de 2001). Sandoval destaca a CTXT que cada familia salvadoreña necesita lo equivalente a tres salarios mínimos para disponer de unas condiciones de vida dignas, lo que obliga normalmente a todos sus integrantes a contribuir a la estabilidad económica del hogar, en perjuicio de aspectos como la educación de los más jóvenes. 

Por otra parte, el perfil de trabajador en riesgo obedece tanto a cuestiones económicas como culturales y, por tanto, estructurales. El sector de la “maquila” (conformado por empresas de producción textil que gozan de ciertas exenciones fiscales al asentarse en las denominadas “zonas francas”), registra los niveles de vulneración de derechos laborales más altos. Pero si el empleado, además de trabajar en este sector, es mujer, joven e inmigrante, su situación se torna mucho peor. “En cualquier caso”, denuncia Sandoval, “la inseguridad afecta a todos los ámbitos económicos, incluso a la empresa pública. Tienes el caso agrícola, en donde hemos comprobado que el Ministerio de Trabajo revisa solo las condiciones laborales de los trabajadores que se encuentran en las plantas procesadoras, pero no supervisan las de los que están en las plantaciones. El asunto de la terciarización de la contratación es otra de las cuestiones que más nos preocupan”. 

Algunos sectores como el de la seguridad privada (debe recordarse que el coste económico de la violencia en El Salvador representa el 29,6% de su Producto Interior Bruto (PIB), según el Índice de Paz Global 2017), presentan algunas de las condiciones laborales más lamentables. Un solo dato: la mayor parte de las empresas de seguridad obligan al trabajador a que aporte su propia arma y municiones. 

Abusos empresariales y fraudes contributivos

“En este país no se pagan horas extras, y eso es regla. En el momento en el que un trabajador pregunta por el pago de horas extra, es visto como problemático. También existe mucha resistencia a la presencia de sindicatos o la movilización de trabajadores”, lamenta el máximo responsable de GMIES. “Por otra parte, la legislación nacional te permite que el contrato sea escrito o verbal. En teoría, lo importante es que se determine la relación laboral, pero en la práctica observamos que la segunda modalidad suele estar sujeta a desprotección y abusos”. 

Tales abusos suelen traducirse en la evasión del pago de contribuciones relacionadas con el empleado, con especial incidencia en las cotizaciones de salud, por lo que muchos trabajadores –y sus familias- ni siquiera tienen derecho a recibir cobertura médica. Pese a que todo trabajador formal, por ley, debe hallarse bajo el sistema del Instituto Salvadoreño del Seguro Social, los mecanismos de control gubernamentales tienden a ser laxos y muchos ciudadanos quedan expuestos a su suerte. “El pago del Seguro Social está dividido en una cuota para el trabajador y una cuota patronal. A veces, el empleador privado incluso descuenta la cuota del trabajador, pero no paga ninguna de las dos”, remarca Sandoval.

Fuentes del Instituto Salvadoreño del Seguro Social afirman que es el empresario de tamaño medio quien más comete esta clase de irregularidades, pero los escándalos por impago de prestaciones sociales han salpicado incluso al ámbito público: es el caso de la Alcaldía de Mejicanos, cuya pasada administración, liderada por Juana Lemus de Pacas bajo el partido ARENA, ha recibido la denuncia de un grupo de antiguos empleados que afirma que no se pagaron sus cotizaciones. 

Otra práctica común es contratar al empleado bajo la categoría de “servicios profesionales” con el objetivo de ahorrarse el pago de contribuciones sociales, a pesar de que las funciones, horarios y condiciones designadas por los patronos son similares a las de un empleo formal. Para tratar de paliar esta situación de desprotección, el Consejo Directivo del Instituto Salvadoreño aprobó la semana pasada el “Régimen especial para incorporar a los trabajadores independientes o por cuenta propia”. Mediante este recurso, a la espera de validación por el Consejo de Ministros, los trabajadores salvadoreños tendrían la posibilidad de optar al Seguro Social sin la necesaria intervención de un empresario o patrón. 

Pero eso no es todo. Dentro del complicado escenario de abusos a los derechos del trabajador en El Salvador, algunas empresas del sector de la maquila ofrecen remuneraciones inferiores al salario medio. Las hay que cierran repentinamente sus operaciones y desaparecen sin pagar a sus empleados. Los trabajadores que acuden a las autoridades judiciales a denunciar los hechos se ven obligados a esperar, de media, tres o cuatro años para la resolución de sus casos. Muchos tiran la toalla y abandonan la lucha: no pueden perder más tiempo, hay que trabajar para poder comer. Al igual que Guatemala o Granada, El Salvador no dispone de seguro por desempleo. La única ayuda llega tras el despido, cuando el trabajador recibe una compensación única a todas luces insuficiente. 

El peligro de envejecer sin protección 

El miedo a sufrir una vejez sin garantías es otra de las razones que impulsan al salvadoreño a abandonar su tierra. En su “Informe mundial sobre la protección social, 2017-2019”, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de las Naciones Unidas destaca la baja cobertura pública a la hora de atender las necesidades de la población jubilada. Según sus estadísticas, El Salvador destina el 1,1% de su PIB al “gasto público en protección social en relación con las pensiones y otras prestaciones (excluida la salud) para las personas que superan la edad legal de jubilación”. La cifra es incluso inferior a la destinada por naciones como Guatemala y Nicaragua. 

El sistema de pensiones salvadoreño arrastra un fuerte déficit histórico condicionado por la baja eficiencia recaudatoria y la economía sumergida. Hasta 1998, el Sistema Público de Pensiones era administrado por el Instituto Nacional de Pensiones de los Empleados Públicos (INPEP) y el Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS), pero los elevados niveles de déficit contraídos por estos organismos provocaron el colapso de un sistema que, por otra parte, solo brindaba cobertura al 10% de la población económica activa, según datos aportados por la Fundación Salvadoreña para el Desarrollo Económico y Social (FUSADES) en su informe “Sistema de Pensiones Salvadoreño: diagnóstico y opciones de solución a sistemas”. 

El Estado terminó por asumir la deuda correspondiente a los afiliados del antiguo plan, al tiempo que lanzó el nuevo “Sistema de Ahorro para Pensiones” (SAP), una variante privatizada en donde el trabajador debe ahorrar durante toda su vida a través de una cuenta individual para asegurar su pensión. Estos ahorros son gestionados por las Administradoras de Fondos de Pensiones, entidades privadas que invierten los réditos en instrumentos financieros con el objetivo de obtener rentabilidades que aseguren una mejor pensión para el jubilado. 

El SAP ha suscitado grandes controversias sociales. En muchas ocasiones, los trabajadores no consiguen ahorrar lo suficiente como para poder mantenerse en sus años de vejez. Cuando sus ahorros se agotan, el Estado está obligado a brindar al jubilado una pensión mínima de 207 dólares mensuales, cantidad que ni siquiera llega al salario mínimo. 

Con el objetivo de paliar estos males, la actual Administración de Salvador Sánchez Cerén ha dado algunos pasos para salvaguardar la protección de esta población. El pasado 27 de septiembre de 2017, se aprobó una batería de reformas a la Ley del Sistema de Ahorro de Pensiones que pretende, mediante la creación de una Cuenta de Garantía Solidaria, sanear las cuentas y garantizar –en teoría- una “pensión vitalicia” a cada ciudadano salvadoreño. Pese a este logro, lo cierto es que el FMLN no alcanzó su mayor reto en las negociaciones: el sistema de pensiones seguirá siendo privado. 

Estado dependiente 

Pese a las afirmaciones sostenidas por el Departamento de Seguridad Nacional de los EE.UU., la nación salvadoreña no se encuentra preparada para recibir a 190.000 emigrantes retornados tras la cancelación de su estatus de protección temporal. Ni tan siquiera es capaz de asimilar a los miles de deportados que regresan anualmente. Lastrado por una economía cada vez más dependiente de la llegada de remesas, el círculo migratorio se retroalimenta sin descanso. 

Según el Banco Central de Reserva de El Salvador, el monto procedente de las remesas ascendió a 5.021 millones de dólares solo en 2017, lo que equivale al 15,8% del Ingreso Nacional Bruto Disponible (INBD) del país. Para Alfredo Danilo Rivera, secretario técnico del Consejo Parlamentario Regional sobre Migraciones (COPAREM), “este modelo migratorio solo puede entenderse dentro del actual sistema neoliberal, a través del cual se produce lo que yo llamo la ‘refuncionalización’ de la economía. En estos países no interesa desarrollar el Estado de Bienestar porque las remesas vienen a suplantar la obligación de los estados”. El también coordinador del Programa de Gestión e Incidencia de INCEDES afirma a CTXT que “tampoco interesa establecer mejores condiciones salariales o laborales, porque las personas migrantes son vistas como ese retorno que no cuesta absolutamente nada y que beneficia a la economía nacional”.

Ayudas sociales para los retornados

Una vez que el inmigrante deportado regresa a El Salvador, dispone de muy pocos recursos para relanzar su vida. “No hay nada especial para ellos”, denuncia con firmeza Vinicio Sandoval, quien destaca además que los mecanismos de seguridad destinados a proteger a este grupo social son muy poco efectivos, por lo que muchos vuelven a abandonar el país en cuestión de días. Sus destinos varían: EE.UU, México, Belize, Nicaragua, Guatemala o Costa Rica. La población LGBTT, una de las más damnificadas por la violencia, presenta altos niveles de reincidencia migratoria.

Pese a todo, El Salvador puede considerarse como la nación del Triángulo Norte que más ha avanzado en su marco jurídico institucional para asistir a la población retornada. Entre su acervo legal, cuenta con la Ley Especial para la Protección y Desarrollo de la Persona Migrante y su Familia (aprobada en 2011), que da cuerpo al Consejo Nacional para la Protección y Desarrollo de la Persona Migrante y su Familia (Conmigrantes), una estructura multisectorial que ha promovido ciertos programas sociales, aunque con resultados limitados. 

Por su parte, la Dirección General de Migración y Extranjería es el organismo encargado de recibir a los salvadoreños deportados -tanto por vía terrestre como aérea- a través del programa asistencial “Bienvenido a casa”, donde se les brinda, tal y como confirma un informe de la Asociación de Investigación y Estudios Sociales publicado en 2017, “un recibimiento digno, atención inmediata y una charla informativa sobre las oportunidades que el país puede ofrecerles para reintegrarlos”. 

A este primer esfuerzo le sigue el “Programa Integral de Inserción de Población Salvadoreña Retornada”, de menor efectividad, cuyo objetivo es reintegrar al emigrante deportado al sistema laboral y proteger a aquellos que presenten una mayor vulnerabilidad. Repartidas por el Aeropuerto Internacional de San Salvador y las gobernaciones departamentales de la capital, Chalatenango, Usulután, San Miguel y Santa Ana, el Ministerio de Relaciones Exteriores dispone de las “Ventanillas de atención a personas retornadas”, en donde se brinda asesoría en materia laboral, legal, social y educativa a todo aquel que las visite. Sin embargo, la confianza popular es escasa: muy pocos lo hacen.

Paralelamente, el Instituto Salvadoreño de Formación Profesional, en coordinación con los ministerios de Economía y Relaciones Exteriores del país, ha desarrollado distintos programas centrados en la convalidación de las habilidades técnicas de los emigrantes retornados para aumentar así sus opciones de acceso al mercado laboral. El problema es que solo se tienen en consideración las capacidades técnicas, obviándose las intelectuales. 

La principal limitación de los esfuerzos de reinserción implementados por el Gobierno radica en su naturaleza de “proyectos piloto”, caracterizados por su alto costo y escasa cobertura. Un ejemplo puede observarse en los resultados obtenidos por el “Programa Intervención Piloto de Inserción Productiva de Migrantes Retornados” llevado a cabo el pasado año en los municipios de Usulután, Santa Elena, Ozatlán y Jiquilisco, en donde se dio apoyo económico a las iniciativas emprendedoras de 212 migrantes retornados: un número muy reducido en comparación a los 18.838 salvadoreños deportados solo por EE.UU. durante el año fiscal de 2017.

Óscar Chacón, director ejecutivo de Alianza Americas -conglomerado de organizaciones asentadas en territorio norteamericano cuyo cometido es defender los derechos de la comunidad migrante -, critica la labor desarrollada por el Estado salvadoreño, que define como “una selección cuidadosa de casos extraordinarios a los que se les brinda apoyo integral (capacitación, préstamos, inserción laboral selectiva, etc.), y que luego es presentada ante los medios de comunicación sugiriendo que esa es la experiencia general”.

Mientras tanto, se multiplican las iniciativas independientes que tratan de contribuir a través de sus propios esfuerzos. Entidades como la Organización Internacional para las Migraciones (OIT, por sus siglas en inglés) o Save the Children trabajan directamente sobre el terreno. Desde el ámbito laboral, resulta especialmente relevante el programa implementado por la Oficina Regional de Centroamérica para el Comité de Refugiados e Inmigrantes de los EE.UU. (USCRI, por sus siglas en inglés), cuyo esfuerzo se concentra en ayudar a jóvenes retornados de edades comprendidas entre los 18 y los 25 años a encontrar empleo. Eunice Olán, coordinadora de la delegación, afirma que “hemos logrado atender a 273 jóvenes en 2017, de los cuales 88 fueron mujeres. Todos ellos recibieron formación profesional, o bien accedieron a un empleo en donde nosotros les pagamos medio salario mínimo y la empresa en cuestión aporta la otra mitad. Este proceso se extiende por un periodo de tres meses”. 

El peso de la incertidumbre

Pese a que el Gobierno salvadoreño defiende que se ha producido un descenso en las repatriaciones durante el último año como producto de una menor incidencia migratoria, fuentes confidenciales del Departamento de Estado de los EE.UU. aseguran que sigue llegando la misma cantidad de menores centroamericanos a la frontera. Por otra parte, las autoridades federales han detenido la concesión de asilos, por lo que muchos de los casos que ya se encontraban en trámites se hallan ahora en una suerte de limbo indefinido. 

Poco se sabe del destino incierto que deparará a estos menores. Aquellos que llegaron solos a la frontera, y si finalmente son deportados por las autoridades norteamericanas, quedarán bajo el paraguas del Consejo Nacional de la Niñez y de la Adolescencia salvadoreño, el cual, tras analizar cada caso de forma individualizada, podrá recomendar el traslado del menor a un Centro de Atención a Niñez, Adolescencia y Familias (CANAF), en donde se seguirá un protocolo escalonado de reinserción social. 

Muy distinta es la situación que espera a la población ‘tepesiana’. El Gobierno salvadoreño no dispone del músculo económico necesario para confeccionar programas de reinserción efectivos, por lo que ha reforzado sus red consular en territorio norteamericano con el objetivo de atender a esta población, máxime cuando sus cálculos estiman que 38.000 salvadoreños podrían obtener la residencia si gestionan sus trámites correctamente. Eso sí, no lo tendrán fácil. Desde Alianza Américas se denuncia la ausencia de apoyo por parte de las autoridades federales: ni se han desplegado iniciativas que informen a la población TPS salvadoreña de sus derechos, ni se les ha comunicado las posibles vías que les permitan legalizar su estatus migratorio. 

“No creo que El Salvador esté preparado, pero está obligado a prepararse”, concluye Eunice Olán: “tenemos la capacidad y la fortaleza como para salir adelante”. De este esfuerzo colectivo surgirán las bases para el futuro de una sociedad que se resiste a darse por vencida. Tal vez para entonces lleguen tiempos de paz, tiempos de vida, desvanecidos ya los días aciagos. 

CTXT está produciendo el documental 'La izquierda en la era Trump'. Haz tu donación y conviértete en coproductor. Tendrás acceso gratuito a El Saloncito durante un mes.

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autor >

José María Tiscar García

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

1 comentario(s)

¿Quieres decir algo? + Déjanos un comentario

  1. JAVIER

    Magnifico artículo, la redacción es exquisita, está muy bien documentado y se nota que siente lo que está escribiendo. Toca muchos aspectos que nos deberían hacer reflexionar a todas las sociedades del "primer mundo"...

    Hace 6 años 9 meses

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí