La vida no es esto
Canciones prohibidas
¿No participamos todos, cada día, de la misma furia reaccionaria que pretende eliminar de la vista y el oído todo aquello que no nos gusta?
Miguel Ángel Ortega Lucas 24/02/2018
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Dijo Sabina alguna vez que la guitarra jamás puede estar a favor de los malos sentimientos. Quería decir que es casi físicamente imposible componer destilando bilis, inspirado por los humores más abyectos. Servidor coincide: porque cuando uno se sienta a crear algo, lo que sea, lo que busca es exprimir alguna brizna de belleza, no de basura. Precisamente, la cosa va de transmutar la escoria en algo más hermoso y útil con que vivir. Se busca la alquimia que sana, no mezclar mierda para hacer garrafón.
Por supuesto, y como hay de todo en este mundo, tal impresión no es universal, y tampoco puede ser –como todo al cabo– un dogma. Y hay garrafones muy útiles de vez en cuando. Me lo recordó el magister Xosé Manuel Pereiro hace un par de días, en su artículo aquí mismo titulado Canciones de cuando éramos (más) libres. Hacía en él un (divertidísimo) inventario de la canción hecha vómito en la historia reciente de nuestro país, o Estado policial español. Con cita previa de una película de Linklater que recuerda asimismo que “el rock consiste en cagarse en ellos”, pero “no basta con decirlo, tienes que sentirlo en las mismas entrañas”. El artículo venía al hilo de los tres años y seis meses de trullo que le han caído al rapero Valtonyc por presuntas injurias a la Corona y enaltecimiento del terrorismo en sus letras. El artículo viene a ser un muestrario de la cantidad de disparates, o exabruptos, que hasta hace no mucho podían cantarse aquí sin miedo (sin tanto miedo, al menos) de que fueran encapuchados con placa a buscarte a tu casa a medianoche, con la Santa Constitución en una mano y una antorcha en la otra.
Pereiro espigó clásicos de ayer y de hoy, clasificados por secciones, además, como en el Corte Inglés: Críticas a la religión mayoritaria; Ataques a las fuerzas de seguridad... De Ska-P a La Polla Récords; de Kortatu a aquellos versos inmortales de Extremoduro: “¡Abre la puerta, / que soy el diablo y vengo con perras...!”, que los líderes degenerados de mi clase solían cantar en octavo de Egebé, con esa voz de Belcebú del Robe Iniesta que a mí me provocaba grandes carcajadas de espanto. (Tiempo después también descubrí, atónito, que podían escribirse estremecedoras canciones de amor o pérdida que incluyesen sin problemas versos como “que me entierren con la picha pafuera / pa que se la coma un ratón”; o gritar Golfa como poniéndole letra a una sinfonía de Bach: genialidad escalofriante de Extremoduro incluida en un disco titulado, precisamente, Canciones prohibidas.)
Es sutilísima, fantasmagórica más bien, la frontera entre lo que a uno le puede gustar y lo que no, lo que entiende y lo que tampoco. Puede que cierta vertiente del rock consista, sí, en “cagarse en ellos” (y no se dan cuenta, los inquisidores tontos del culo, de la cantidad de presión que se alivia a través de la música, de dar botes: quizás las canciones eviten que muchos salgan realmente a prender fuego a la calle). Pero mi problema estriba en que no sólo me basta con decir que te cagas en ellos y “sentirlo en las entrañas”, sino también y sobre todo en decirlo bien. Y aquí la cuestión: ¿qué es decirlo bien? Simplemente, lo que yo considero que lo es. Siguiendo con la antología de Pereiro, y sin salir de uno mismo, que es quien me pilla más cerca: entiendo, en Extremoduro, lo del caca-culo-teta-pis cuando se trata de un recurso para afinar la intención, el contraste salvaje que se busca en la letra (tacos que alcanzan coloraciones épicas por lo que se cuenta, y por la melodía que lo acompaña); no conecto nada, por resultarme más de parvulario que otra cosa, con estas líneas del grupo Cicatriz: “El ministro me da asco / y las pelotas le aplasto (...) No aguanto a esta sociedad, / ¡goma-2 y a reventar!”.
Es sutilísima, fantasmagórica más bien, la frontera entre lo que a uno le puede gustar y lo que no, lo que entiende y lo que tampoco
El rapero Valtonyc cantaba cosas como ésta, recogidas en la sentencia que le ha condenado: “Que tengan miedo / como un guardia civil en Euskadi”; “Un pistoletazo en la frente de tu jefe está justificado / o siempre queda esperar a que le secuestre algún GRAPO”; “Dicen que pronto se traspasa la cloaca de Ortega Lara / y muchos rumorean que Rubalcaba merece probarla”.
En fin. No vamos a hacer más crítica literario-musical por hoy, ni a conjeturar qué debe de merendar la peña para querer escribir algo así, o para encontrar placentero escuchar algo así. A mí, en concreto, me repelen tanto las formas como el fondo de lo que canta el rapero de marras, por razones variables. Pero también me parece que ni cien canciones que proclamen las ideas más deleznables merecen un minuto de cárcel, ni de comisaría. Por una sencilla razón: la frontera entre lo que es o no deleznable, ergo condenable, es tan sutil, fantasmagórica, que puede variar no sólo entre colectivos sino entre un individuo y otro. Entonces, ¿qué hacemos? Aun así (existen la Corona, el Gobierno, pero también, y antes, la Sociedad con mayúscula), siempre hay una frontera consensuada por las costumbres. Por eso hay que vigilar constantemente a quienes tratan de legislar esas costumbres: se empieza prohibiendo una canción porque no gusta a un ministro meapilas y se termina legislando sobre qué temas tiene todo el orbe que tocar, qué temas tratar o no, y qué acordes inventó el demonio.
se empieza prohibiendo una canción porque no gusta a un ministro meapilas y se termina legislando sobre qué temas tiene todo el orbe que tocar, qué temas tratar o no, y qué acordes inventó el demonio
Es lo que siempre ha intentado o conseguido el poder, y tampoco nos vamos a sorprender ya; la furia censora sólo varía según los intereses, la paranoia, las pocas luces y el fanatismo reaccionario de quienes mandan. Lo que me interesa destacar aquí no es la barbaridad cometida contra Valtonyc por nuestro poder de turno (¡qué escándalo!, de nuevo), acompañada estos días de la censura de una obra del artista Santiago Sierra en ARCO y el intento de secuestro de un libro incómodo para unos cuantos, Fariña; sino algo quizás anterior, quizás más soterrado, que lo antecede: la cada vez mayor capacidad para sentirnos víctimas ofendidas que parecemos tener todos, como la misma princesa del cuento de Andersen que mencionaba Pereiro al comienzo de su artículo; ésa a la que molestaba un guisante sepultado bajo setenta colchones.
Miramos siempre arriba, a los que nos putean desde cualquier posición o estamento de privilegio, pero, ¿de verdad no participamos, aquí abajo, nosotros, cada día, de la misma furia reaccionaria que pretende eliminar de la vista y el oído todo aquello que no nos gusta, que nos estorba mínimamente? No trato de justificar a este gobierno de psicópatas: sólo me pregunto si el proceso de infantilización flagrante que vivimos, cada vez más incapaces para aceptar la crítica o los matices que cuestionan, no creará la atmósfera lógica para que quienes pueden hacerlo lleven ese fanatismo a la práctica (sobre el nazi que llevas dentro hablábamos aquí hace nada). Una noticia de los genios de El Mundo Today que resume muy bien todo esto: Un niño dice su primera palabra y ofende a varios colectivos. Me pregunto, por ejemplo, cuánta gente podría ofenderse, hoy, y pedir la lapidación instantánea de Robe Iniesta, por la portada de Yo, minoría absoluta; o por dedicar una canción a alguien llamándole Golfa.
Ya sabemos lo que hacen ellos, los de arriba. Pero es que ellos siempre son los malos: nosotros jamás. Por eso me apetece preguntar hoy qué harías tú, qué haría yo, si pudiera cada día quitar de en medio todo lo que no es de mi agrado, lo que me estorba mínimamente. No me gusta, aun por cuestiones de mera sintonía estética, casi ninguna de las canciones glosadas por Pereiro en su artículo: ¿las censuraría?; ¿cambiaría las palabras que no me convencen de cada verso?; ¿ataría a esos rockeros a una silla, como el tío de La naranja mecánica, para que se aprendieran la discografía completita de Leonard Cohen antes de volver a escribir una línea?
Nunca se sabe. Me tengo por una persona civilizadísima; pero cuando me saltan los anuncios de los putos amos del reggaeton en el Spotify, entre canción de Dylan y canción de Tom Waits –como acaba de suceder ahora mismo–, también sueño con cámaras de gas y gloriosos fusilamientos al amanecer.
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Miguel Ángel Ortega Lucas
Escriba. Nómada. Experto aprendiz. Si no le gustan mis prejuicios, tengo otros en La vela y el vendaval (diario impúdico) y Pocavergüenza.
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