LA VIDA NO ES ESTO
El nazi que llevas dentro
Usted dirá que no, pero ahí está, agazapado; deseando saltar de su trinchera y prender fuego a lo que sea
Miguel Ángel Ortega Lucas 12/02/2018
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No se calla casi nunca. Rara vez cierra la boca. Usted dirá que no, pero ahí está, agazapado; deseando continuamente saltar de su trinchera y prender fuego a lo que sea. Es una presencia silenciosa, un otro que le usurpa; una voz que le grita en voz muy baja desde ahí adentro Cómo Tienen Que Ser Las Cosas. Es un ente sin rostro que habla siempre en mayúsculas, y escupe. No tiene paciencia. No tiene tiempo –no le da la gana– para mirar con calma lo que sucede. No está dispuesto a analizar lo que quiera que pase delante de sus narices, o de su pantalla, desde todos los ángulos posibles, con el fin de sacar cabalmente, con la mayor honestidad posible y altura de miras, una conclusión. No le interesa la honestidad, no le interesan los ángulos: detesta, de hecho, los matices. Porque odia visceralmente que las cosas sean grises y no Blancas o Negras, de Arriba o de Abajo, de la Derecha o de la Izquierda, del Madrid o del Barça (contra el Madrid o contra el Barça, mejor dicho). Es un hooligan, pero suele presentarse ante usted en su espejo interior como un erudito, como un iluminado, como un héroe, como Santa Teresa de Jesús, como la Pasionaria o como Juana de Arco. Porque él, ella, Tiene la Razón. Sabe perfectamente qué se debe hacer en cada momento. Y esto tiene muy poco que ver con escuchar al otro, entender a nadie, sentarse a hablar con Rita la Cantaora o el Maestro Armero. Es tan sutil, esa presencia, esa otra de usted misma, o mismo, que disimula ante usted mejor que nadie cuando alguien intenta decirle que puede que esto no sea de esa forma, sino de la de más allá: aprendió todos estos años a asentir muy cortés, a decir claroclaroclaroquesí, faltabamás, mientras mastica sarcasmo y rencor y bilis sin que nadie lo intuya –somos todos tan civilizados.
Es tan sutil, a veces, ese otro que lleva dentro, que demasiadas veces no es posible detectarlo, mucho menos usted mismo, puesto que está convencido hasta el tuétano de defender Lo Verdadero, Lo Bello, Lo Justo; Lo Que Hay Que Defender. Agazapado también en nobles causas que nadie decente osaría despreciar, tiene ahí mismo la coartada perfecta: de este modo puede apedrear en nombre de la justicia, puede insultar en nombre de la belleza ultrajada, puede mentir impunemente –prevaricar, pues sabe que miente– en nombre de la Verdad Universal. Es el portador del fuego sagrado, la guardiana del templo. Por eso, esa presencia marcial que lleva usted dentro se sentirá indiscutiblemente legitimada para asaltar al de enfrente –muy sutilmente, muy civilizadamente: faltabamás– hasta dilucidar eso de y tú de quién eres: de qué partido, de qué iglesia, de qué secta, “de cuál credo redentor del mundo y amigo o enemigo del mío, por tanto, según el cual te abrazaré o te apuñalaré, sin término medio” –decíamos hace poco a cuenta de Chaves Nogales, y perdonen la auto-cita–. En nombre de su Causa mayúscula, entonces, esa voz que le susurra por dentro se unirá a las otras voces que opinen lo mismo (o sea, las que ostentan La Verdad), para encender antorchas, besar sus ídolos (impolutamente laicos, faltabamás), ir a buscar a los otros a medianoche. Literal o virtualmente. A los que no escuchan la misma voz, pero sí otra simétrica. “La nación de la que vengo tiene a Dios de su lado”, cantaba Bob Dylan.
Odia los grises, los matices, la ambigüedad exasperante de la vida: porque entonces (Oh Pánico) dónde se va a situar él, ese ente, a qué lado de la línea de fuego. Con qué titular abrimos hoy, qué camiseta me pongo, qué decimos en el bar: a favor o en contra. Los matices no suelen caber en un tuit –y hay que opinar continuamente de la última gilipollez, además–: qué hacemos entonces, ¡Dios mío, qué hacemos! Si los que gobiernan en Madrid son unos corruptos demagogos inmorales, bien; si los que gobiernan en Barcelona también son unos corruptos demagogos inmorales, oh, pero ¡En Qué Quedamos! –grita, escandalizada, esa Voz que habla en mayúsculas–. Si estamos de acuerdo en que un criminal ha hecho algo deleznable, bien; si otra voz dice que lo que tantas veces llaman justicia es en realidad venganza, entonces ¡Qué Disparate es Este!
Es esa voz suya que habla con solemnidad de presunción de inocencia pero que no tiene reparos en condenar, con la impunidad de la masa enfurecida, a un individuo al cual no ha tratado jamás, desde su cuenta de Twitter y su casa de Cuenca: no sabe qué piensa su novio cuando rumia en silencio delante de la televisión, pero sabe como que hay Dios que Woody Allen es un violador y un degenerado. La misma voz, en realidad, la voz simétrica que en otras cabezas susurra que todas las tías se lo están buscando: lo que quiera que les pase. Como el tal ente necesita dividir el mundo continuamente entre buenos y malos, hablará de los españoles como un rebaño, de los catalanes como una piara, de los periodistas o de los músicos o de los taxistas como si los hubieran fabricado en serie y fueran todos igual de loquesea. Así, ese otro, esa otra que lleva dentro, estará mucho más cómoda diciendo nosotras las mujeres y vosotros los hombres, o viceversa. En bruto y sin pudor (sin matices). Así, estar de acuerdo en que muchos hombres pueden ser unos cabrones viscosos, bien; decir también acto seguido y sin incompatibilidad con lo anterior que muchas mujeres pueden ser unas manipuladoras aprendices de Goebbels, ¡Pero Qué Dice El Machista Éste de Mierda! Así, poner verde a tu pareja en una reunión de tíos, bien; tratar de hablar de heridas emocionales, como lo harías con una mujer, con esos mismos individuos, ¡Pero Qué Querrá De Mí Este Maricón!
Casi nunca se calla, ese, esa otra que llevas dentro. No quiere dialogar ni entender nada ni alumbrar nada nuevo; sólo juzgar y dictar sentencia –en algunos casos, mandar a alguien fusilar–. No quiere convencer sino establecer su dogma; someter. Redimir a la humanidad Por Sus Cojones. No tiene tiempo para escuchar a nadie, así que condenará continuamente a tu padre por aquello que hizo, a tu madre por lo que no hizo, a tu ex por haberte hecho Aquello, a tu amigo del alma por la traición Imperdonable del otro día –esa presencia también tiende a ofenderse por cualquier cosa y ejercer así de Víctima: profesión muy rentable últimamente–. Sólo quiere culpar. Y en esto también son todas esas voces iguales: jamás se les ocurre que haya que derrocar, primero, al dictador que lleva uno dentro. Es decir, a esa voz misma. Porque “el infierno son los otros”, que dijo aquél, y jamás uno mismo, por dios, Cómo Es Posible, un pelo en la sopa.
Así, esa pulsión totalitaria de uno se levanta todos los días con ganas de guerra, y por supuesto que la encuentra: en todas las demás pulsiones del orbe. Así, este mismo artículo, el no poder evitar, a la postre, ladrar ante lo que uno considera escandalosas muestras del interminable fanatismo pueril de este mundo, es también –¡Pero Qué Hostias!– una muestra palmaria del nazi que uno mismo lleva aquí dentro.
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Miguel Ángel Ortega Lucas
Escriba. Nómada. Experto aprendiz. Si no le gustan mis prejuicios, tengo otros en La vela y el vendaval (diario impúdico) y Pocavergüenza.
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