Tribuna
¿Más allá de la clase social?
Habría que dar un giro copernicano para convertir el sueño de una economía feminista, que parta de los cuidados y de los buenos tratos, en un discurso ajeno al relato de la diferencia socioeconómica
Francisco Pastor 10/03/2018
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
CTXT necesita un arreglo de chapa y pintura. Mejorar el diseño, la usabilidad… convertir nuestra revista en un medio más accesible. Con tu donación lo haremos posible este año. A cambio, tendrás acceso gratuito a El Saloncito durante un mes. Aporta aquí
Habrá quien no lo crea, pero hace solo diez años, el 8 de marzo en la capital consistía en el corte de la calle de Atocha. Estaba convocado por los sindicatos tradicionales. Los asistentes apenas superaban los miles y en la cabecera asomaba, como mucho, alguna diputada de la Asamblea y otros representantes locales, siempre de izquierdas. El jueves, en cambio, fueron al menos cientos de miles de mujeres, y algún otro hombre, quienes tomaron Madrid en una jornada que nadie duda en tildar de histórica.
Detrás quedaba el antecedente de convocatorias más recientes, que ya llevaron el recorrido por la Gran Vía. Y el trabajo de meses de la Coordinadora del 8 de Marzo. También, el discurso de las mujeres políticas de izquierdas, y el referente de las alcaldesas de Madrid y Barcelona. O el trabajo de las periodistas españolas que, desde sus respectivas publicaciones, han ensanchado el lugar que estas daban a los feminismos. Pero llegó la mañana y allí estaba ella, en la plaza de Callao. Ana Rosa Quintana aparecía entre el público. Y, como ante gestos como este los movimientos sociales solemos encogernos de hombros y elegimos soñar que todo suma, se le dio el micrófono.
Cuesta creer que las activistas que desbordaron la capital compartan problemas con ella. O que esta, dueña de su propia productora, vaya a padecer algún recorte por faltar al trabajo, al contrario de como le ocurrirá a las mujeres que pasaron el día de huelga —y adelantaron en valentía a los sindicatos mayoritarios, que solo recomendaron un paro de dos horas—. Pero dentro de los movimientos feministas ya hay largas conversaciones sobre hasta qué punto ese sujeto político que conocemos como las mujeres debe englobar también a las más privilegiadas: las que sin duda, y quizá para alcanzar y mantener su estatus, callan y padecen a diario los embates del machismo.
Así que pongámonos un segundo las gafas de lejos, que es con las que miramos la fotografía de ese Madrid morado: resulta curioso cómo los dos grandes movimientos que han parado el país en el último año, los feminismos y el Procés, han cuajado en la medida en la que nos han pedido que renunciemos a nuestra ideología y a nuestra clase social. Cuando Irene Montero y Ada Colau hablaron de recortes y precariedad, hubo quien les pidió que no politizaran el feminismo. Adiós a Simone de Beauvoir y aquello de que lo personal es político.
Y fijémonos en qué palabras emplearon algunos analistas y políticos de izquierdas para celebrar la ebullición del movimiento: transversalidad y hegemonía. Los mismos significantes con los que Podemos nos pidió que no pensáramos en izquierdas y derechas, sino en abajo y arriba —lucha de clases, vaya—, venían a celebrar la comunión de las mujeres ricas con las mujeres pobres en una gran marea. Sí, el jueves se paró el mundo, y esa chispa no salta si empezamos a requisar carnés. Y no se trata de ser puretas, porque bien merecen la pena según qué renuncias en favor del triunfo. Pero ahora toca repartir el pastel y mirar a dónde vamos. McDonald’s invirtió su M para convertirla en una W de woman.
fijémonos en qué palabras emplearon algunos analistas y políticos de izquierdas para celebrar la ebullición del movimiento: transversalidad y hegemonía
Decíamos, estas dos son también palabras asociadas al Procés: y detrás de la transversalidad se esconde, entre otras cosas, el apoyo de Esquerra Republicana o de las CUP —estas últimas, hoy relegadas al grupo mixto del Parlament—, a gobiernos nacionalistas de derechas. La amnesia llega especialmente a partir de la hegemonía: un concepto esbozado por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, inspiradores de las ideas de populismo y patria más errejoners. Estos pensadores decían que la política acaba donde empiezan los movimientos que nos invitan a mirar más allá de la izquierda y la derecha.
Hoy, en cambio, parece que solo renunciando a la idea de clase social puede un ideal alcanzar la añorada hegemonía. Solo serán imparables aquellos movimientos en los que las explotadas y las explotadoras, l’explotador i els explotats, caminen juntos. Lazos de colores en la solapa, todos, pero no nos metamos en eso de la brecha salarial. Ni en la de las mujeres con respecto de los hombres ni, mucho menos, en la de las Koplovitz con respecto de las Kellys. Será que la transversalidad es de cristal, ya que enseguida se rompe.
Y sí, Clara Campoamor era burguesa y pertenecía a un partido liberal cuando logró el sufragio universal, este es, el que incluía a las mujeres. Pero lo hizo, según su propio soliloquio en las Cortes, en favor de las esposas, campesinas y trabajadoras que veían la política como algo ajeno. En 1931, una de cada tres mujeres no sabía leer ni escribir: y la diputada creyó que así lograría despertar el interés de las más desafortunadas por las instituciones; las privilegiadas ya formaban parte de ellas. ¿Cómo puede ser ese discurso extraño a un pensamiento global, ideológico, de cómo debería ser el mundo?
Al tiempo, hoy habría que dar un giro copernicano para convertir el sueño de una economía feminista, que parta de los cuidados y de los buenos tratos, en un discurso ajeno al relato de la diferencia social. Pero el capital nos sobrevuela, y promete un subjuntivo feminismo que no sea de izquierdas, ni de derechas. Uno que se parezca mucho a esa igualdad que, en boca de muchos, no es ni machista, ni feminista. Queríamos sumar y hemos sumado: no restemos, ahora, la imaginación que nos permita crear una alternativa al patriarcado.
el capital nos sobrevuela, y promete un subjuntivo feminismo que no sea de izquierdas, ni de derechas. Uno que se parezca mucho a esa igualdad que, en boca de muchos, no es ni machista, ni feminista
También hubo un tiempo, hace dos décadas, en que el Orgullo por la diversidad sexual no discurría por la Gran Vía, ni por el paseo del Prado, sino que apenas cortaba un carril de la madrileña calle de Alcalá. Quizá porque éramos pocos, o porque vestíamos de rosa, no eligieron vencernos con tanques, sino con carrozas. Y estas resultaron mucho más ensordecedoras. Huelga decir quién se quedó con el movimiento: no fueron las asociaciones ciudadanas ni los trabajadores LGTB, a pesar de que eran ellos quienes conocían la peor cara de la discriminación. Sino los empresarios y los marios vaquerizos que, como hizo Ana Rosa Quintana poco antes de tomar el micrófono —quién sabe si por consenso o por asalto—, se habían colado disimuladamente entre el público.
CTXT necesita un arreglo de chapa y pintura. Mejorar el diseño, la usabilidad… convertir nuestra revista en un medio más accesible. Con tu donación lo haremos posible este año. A cambio, tendrás acceso gratuito a El...
Autor >
Francisco Pastor
Publiqué un libro muy, muy aburrido. En la ficción escribí para el 'Crónica' y soñé con Mulholland Drive.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí