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Tribuna

Contra el ataque de Kaczyński al Estado de derecho en Polonia

Lo que necesitamos es que los políticos de centro y progresistas rompan categóricamente con el libre mercado y que haya un claro compromiso del 1% para intentar salvar el Estado de derecho, el sistema multilateral mundial y la democracia

Paul Mason (Social Europe) 21/03/2018

<p>El presidente polaco, Andrezej Duda.</p>

El presidente polaco, Andrezej Duda.

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Quiero empezar con unos consejos de George Orwell. En 1940, durante la crisis de Dunkerque, cuando la élite británica cometía un error tras otro, Orwell escribía en su diario que, durante unos 10 años, los intelectuales de izquierdas habían sido capaces de predecir los acontecimientos mejor que el gabinete de ministros.

Orwell dijo: no se trataba de poder predecir el futuro, sino de "la posibilidad de comprender en qué mundo vivimos".

En una época en la que el populismo de derechas está en alza y la legitimidad de los organismos multilaterales en entredicho, saber que las crisis van a tener lugar y comprender su posible morfología es una de las intuiciones políticas más notables que se pueden poseer.

El problema al que nos enfrentamos con el liberalismo, las élites tecnocráticas, las políticas de centro y algunas de izquierdas es que no poseen esa intuición.

De hecho, siguen haciéndose las mismas preguntas: ¿qué ha fallado en el mundo, en la economía, en la actitud de la gente? ¿Por qué el mundo ya no se corresponde con lo que esperamos que sea? 

La élite neoliberal

No empleo la locución “élite liberal”  – pero hay una élite neoliberal y su gran problema es que ha perdido el poder de “comprender en qué mundo vivimos”. Y en consecuencia, ha desarrollado un apetito irracional por el riesgo político.

Todo llega, como le ocurrió a la aristocracia británica de la década de 1930, como una serie de trances inconexos e incomprensibles. Escocia casi vota a favor de dejar el Reino Unido. Grecia desafía al Banco Central Europeo. Gran Bretaña vota a favor del Brexit. Estados Unidos vota a Trump.

En Hungría, Viktor Orbán organiza una grotesca campaña antisemita contra George Soros y, ahora que el proyecto del Brexit ha empezado a desmoronarse, el periódico británico The Daily Telegraph repite el antisemitismo implícito en el ataque de Orbán contra Soros.

En Alemania, la derecha de la Unión Social Cristiana (CSU)  –un partido del gobierno – llama a una “revolución burguesa” para deshacer todos los logros del liberalismo social alcanzados desde 1968.

Y aquí, en Polonia, hay un gobierno con graves problemas  – aunque no lo sabe.

Provocar que la Comisión Europea active el Artículo 7 es todo un logro  porque ahora la Comisión no puede echarse atrás. Kaczyński y el partido Ley y Justicia sienten que lideran las encuestas de opinión polacas , pero son como un niño jugando con fuego.

Porque – por si no se han dado cuenta – el extremo liberal y libre de Europa se encuentra en su territorio más occidental; el que no es libre, invadido por el crimen organizado, marcado por el asesinato de periodistas y políticos de la oposición, está a la vuelta de la esquina.

No hay una tercera vía entre los dos proyectos. Se suponía que la película Gran Hotel Budapest era una sátira,  no un manual de instrucciones.

De modo que  – aprendiendo de Orwell – tenemos que ser francos cuando nos referimos al mundo en el que vivimos. Tenemos que entender cómo encajan estas crisis inconexas.

Fallo del sistema

Primero. El modelo económico globalizado no funciona. Los que estamos políticamente a la izquierda lo llamamos neoliberalismo  –pero cuando empleo esa palabra la utilizo para referirme a todo el sistema: China es una parte del sistema neoliberal, del mismo modo que lo son los EE.UU. Polonia, incluso con su política de bienestar 500+ y de aumentos salariales, desempeña un papel dentro de un sistema neoliberal global.

Los mismos factores que lograron que ese sistema funcionara antes de 2008 ahora lo han menoscabado. Recurrimos a salarios bajos y un endeudamiento elevado para estimular el crecimiento. A la postre, los salarios bajos, la deslocalización de las industrias y el endeudamiento alto son incompatibles; los booms acaban en quiebra, el banco central interviene para imprimir más dinero y se produce otro boom  –pero es un tipo de crecimiento que fomenta la desigualdad. No está impulsado por una productividad suficientemente alta que pueda sostener el endeudamiento.

La pregunta más importante es: ¿por qué la caída del neoliberalismo ha llevado a esta oleada populista de derechas que alimenta la xenofobia, el racismo, el antisemitismo y muchos otros prejuicios?

La respuesta es: el neoliberalismo se sostenía gracias a una fábula.

Decía: si competís sin piedad entre vosotros, permitís que se desgarren todas las comunidades, tradiciones e instituciones existentes; si pensáis en vosotros solo como agentes económicos  –no como un ser humano tridimensional con una religión, etnia y sexualidad –, prosperaréis.

Cuando funcionó, alentó algo dentro de los negocios y la política que yo llamo neoliberalismo interpretativo. Todo el mundo interpreta, como en una obra de teatro: de modo que, mientras en tu departamento se cumpla la cuota para contratar personas de raza negra o mujeres, a nadie le importa lo que pienses. De hecho, puedes creer, como numerosos hombres jóvenes estadounidenses, que las mujeres liberadas sexualmente participan en la opresión de los llamados machos beta.

Sin embargo, el fracaso del sistema económico de pronto hace que esa interpretación carezca de sentido.

El final del cuento de hadas

Permítanme decir aquí  –tanto en Polonia como en Francia –  que las cosas no tienen por qué empeorar en lo que a salarios se refiere. Tal y como señala Maclej Gdula: pueden mejorar. Sin embargo, el relato acerca del modo de mejorar mi vida en general, del modo en que mis hijos pueden vivir mejor que yo, ese relato se desmorona.

Si vamos a un establecimiento de comida rápida y observamos cómo la gente se supone que actúa como felices agentes económicos del mercado, y lo comparamos con la generación de nuestros padres, veremos los peligros que hemos creado.

Mi padre no hubiera obedecido a esa exigencia de sonreír, esa falsedad complaciente. Para él, el lugar de trabajo era un espacio democrático. Se te permitía ser tú mismo. El precio que pagabas por la libertad de expresión y de acción en el trabajo era que tenías que ser una persona de verdad: la misma persona en casa, en el bar, en la reunión del sindicato.

La economía neoliberal alentó la creación de múltiples personalidades falsas, mediante las cuales las creencias verdaderas de la gente nunca se cuestionaban, nunca se sometían al estrés de la discusión colectiva. De modo que, siempre que cumpla los criterios de las prácticas laborales equitativas en el trabajo, en privado puedo odiar a todas las personas que contrato.

Posteriormente, treinta años después, el neoliberalismo se derrumba y de pronto lo que pasa a un primer plano son todos los viejos prejuicios mezclados con un pánico centrado en dos aspectos: ¿quién soy yo y qué futuro me espera? Si no me defino como un agente económico con un claro camino de superación por delante, ¿qué queda de mi identidad? Y qué sentido tiene seguir actuando. 

El neoliberalismo en Gran Bretaña destruyó el autogobierno de los trabajadores, sus comunidades, su cohesión. Lo único que les dejaron fueron su religión, su origen étnico y lo que queda de las identidades de las poblaciones pequeñas. Ese es el trasfondo del Brexit y del auge del UKIP, un partido xenófobo, racista y nacionalista.

Desde la victoria de Trump, Erdogan, Putin y Orbán, he estudiado las ideas de los que estudiaron el ascenso de Hitler. No porque aquellos sean unos dictadores fascistas, sino porque hay un paralelismo en la forma en que han empleado una avalancha de bulos para difundir la idea de que la verdad objetiva no existe.

Nadie responde a este número

Erich Fromm, el psiquiatra alemán, dijo que las dos cosas que permitieron el ascenso del nazismo fueron el cansancio generalizado y el aislamiento que la gente siente en la vida moderna, combinado con el fracaso de sus líderes de izquierdas para hallar respuestas. Esto, más el surgimiento del burócrata irreflexivo e incuestionable a pequeña escala   — tal y como Hannah Arendt identificó a comienzos de la década de 1950 —  es lo que posibilitó el fascismo.

Solo hay que leer las descripciones de la vida dentro de un almacén de Amazon en el Reino Unido, redactadas por periodistas infiltrados, para saber lo cansada y agotada que está la gente.

El fracaso de la izquierda se evidencia reiteradamente: la decisión del Partido Demócrata de EE.UU. de presentar a Hillary Clinton, la actitud del Partido Demócrata Liberal británico durante el Brexit, la Plataforma Cívica aquí.

En lo que respecta a la clase directiva burócrata, ha sido ampliada varias veces por el neoliberalismo y sigue preparada para obedecer órdenes.

¿Qué mundo crea todo esto?

Un sistema económico malogrado. Un discurso malogrado. Un conjunto de conductas interpretativas que se demuestran inútiles. Una élite política que se niega a aprender.

Sabemos cómo es porque vimos lo que ocurrió en la Unión Soviética: hasta cierto punto todo el mundo es consciente de que tiene fin. Everything Was Forever Until It Was No More (Todo era para siempre hasta que se acabó), el título del libro de Alexei Yurchak sobre la era Gorbachov, de hecho ahora narra la historia del neoliberalismo.

El peligro es que la crisis económica se convierte en crisis social que se convierte en una crisis de fragmentación geopolítica. Una mentalidad de gestión que hoy satisface las expectativas de la inclusión social y mañana satisfará las expectativas de la expulsión masiva de migrantes.

La suposición inicial de la izquierda fue que lanzar unas cuantas reformas económicas al electorado populista de derechas funcionaría. Tal y como demuestran Duda y Kaczyński, la derecha es igualmente capaz de utilizar reformas del sistema de protección social y ayudas estatales para asegurarse un apoyo masivo.

Autoritarismo frente a estado de derecho

Lo que necesitamos es que los políticos de centro y progresistas rompan categórica y radicalmente con el libre mercado y que haya un claro compromiso del 1% para intentar salvar el Estado de derecho, el sistema multilateral mundial y la democracia.

El riesgo que corremos no es el fascismo. En la década de 1930 necesitaron el fascismo para aplastar el movimiento obrero. Hoy, todo lo que necesitan  –de hecho es la forma predeterminada del sistema fallido– es un gobierno autoritario que pueda invalidar el poder judicial, limitar la libertad de expresión y aterrorizar a los medios de comunicación. Desafortunadamente, actualmente vemos cómo estos factores confluyen en Polonia.

De hecho, es importante ser consciente del modo en que chocan los intereses de Vladimir Putin y, por ejemplo, Rupert Murdoch o Trump. A Murdoch y Trump les ayuda que la inestabilidad extrema, el drama constante y los bulos hagan que la gente se canse de la democracia: de este modo, están dispuestos a entregarle el poder a un presidente cleptocrático y que ese presidente haga lo que Murdoch le diga. ¿Qué obtiene Putin? En primer lugar, Occidente pierde su autoridad moral sobre Rusia; en segundo lugar, el sistema financiero occidental se abre a los cleptócratas rusos.

¿Y qué podemos hacer?

En primer lugar, comprender que nos enfrentamos a un fenómeno ultraderechista internacional coordinado por varios gobiernos de derechas, en los que medios de comunicación propiedad de multimillonarios se están empleando como cámara de resonancia para hacerse eco del fascismo y los bulos.

El objetivo de estos no es, como digo, instaurar el fascismo sino infundir miedo, desconfianza, expulsar a la población progresista de las calles. Está siendo coordinado desde abajo por grupos mediáticos como Breitbart, difundidos voluntariamente por canales como Fox. De modo que la respuesta es adoptar medidas reglamentarias para evitar que utilicen los estúpidos algoritmos de las principales redes sociales para sembrar odio.

En segundo lugar, entender que, en una guerra cultural, el prejuicio se difunde exponencialmente mientras la razón avanza de forma lineal.

Apenas unas semanas después del inicio de su enfrentamiento con el FBI, Trump y sus medios afines convencieron al 73% de los votantes republicanos de que el FBI está intentando activamente menoscabar la democracia. El brote de antisemitismo en las redes sociales polacas es posiblemente una respuesta exponencial al enfrentamiento de Ley y Justicia con las autoridades europeas.

La forma en que funciona la nueva derecha es la siguiente: adoptar una postura indignante, defenderla con mentiras indignantes, invocar la libertad de expresión y dejar que la ignorancia prolifere.

No se puede luchar contra esto en su propio terreno. Porque “guerras culturales” es un término inexacto. Lo que tiene lugar es una guerra contra la cultura.

La derecha emplea todo tipo de significantes secretos para sembrar odio. En Gran Bretaña, cuando quieren estigmatizar la carne halal y kosher, los seguidores del UKIP y los neonazis intercambian historias sobre los “derechos de los animales”. La mayoría de los antirracistas de Gran Bretaña ni siquiera lo saben. ¿Cómo se supone que van a combatir la propaganda que ni siquiera ven?

Tenemos que generar una esperanza profunda con una solución progresista:  no con una lejana promesa a largo plazo, sino con un cambio a corto plazo de los sueldos de la gente, de la calidad y disponibilidad de los servicios públicos, empleos de alto nivel y educación gratuita para sus hijos.

En Gran Bretaña, en el Partido Laborista, decidimos dejar de jugar al juego cortés de los políticos de centro. Dijimos: “el sistema no funciona; el enemigo es el rico que evita pagar impuestos, las empresas privadas fraudulentas; los bancos  – no los migrantes, los musulmanes y los que reciben prestaciones sociales–”.

Cuando el Partido Laborista hizo público su manifiesto en las elecciones de junio de 2017, fue como una descarga eléctrica en las comunidades de clase obrera donde el UKIP y la defensa del Brexit eran fuertes. Los dividió  —–si el UKIP de media tenía un 20% de apoyo en ciudades como mi ciudad natal, la mitad se fue a los conservadores y la mitad a los laboristas.

Polonia y el Holocausto

Quiero concluir con la cuestión de la nueva ley que reprime el debate sobre el papel de Polonia en el Holocausto. Puesto que este hecho está financiado por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Alemania empecemos diciendo  – como hizo Sigmar Gabriel– que Alemania es la única responsable del Holocausto.

Pero reconozcamos que la historia se basa en la complejidad, no en las peculiaridades nacionales del bien y el mal. Cuando se ha cometido un delito grave, culpar a un todo un pueblo y exonerar a todo un pueblo son dos malas maneras de escribir la historia.

Tanto en Alemania como en Polonia los acontecimientos que tuvieron lugar en la Segunda Guerra Mundial se están convirtiendo en armas, y esto en sí mismo supone un grave peligro. La razón por la que queremos seguir trayendo niños a Auschwitz es porque lo que allí ocurrió no se puede llamar “bulo”. Existe. Se puede cruzar la puerta físicamente.

En 1945, cuando se conoció todo el horror del Holocausto, provocó que gente de muchas sociedades se preguntara si la humanidad está condenada al fracaso; los filósofos moralistas y personas religiosas se preguntaban: ¿hay algo irremediablemente maligno en el comportamiento humano?

Para poder responder “no” tuvieron que crear instituciones que garantizaran que esto no volviera a ocurrir. Una de ellas es la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Otra es la democracia liberal, un concepto que constantemente es objeto de ataque por parte de Kaczyński y la prensa que lo apoya.

El momento en que el Holocausto pierde la fuerza de provocar un profundo autoanálisis moral entre todos los seres humanos es el momento en que se convierte en “un acontecimiento más”.

¿Se imaginan un gobierno en Polonia tan antisemita como los que a finales de la década de 1930 erigieron asientos-gueto en las universidades? ¿Se imaginan un gobierno en Alemania que deportara a los migrantes en masa?

Si su respuesta es no , está corriendo un gran peligro.

Porque si el autoritarismo de derechas vuelve, esta vez no habrá convención de Ginebra  –los cuerpos policiales están mucho más militarizados y la vigilancia a las poblaciones es mucho más exhaustiva.

Además, no tenemos un proletariado como el que luchó contra el fascismo en la década de 1930, ni movimientos obreros como los que encabezaron la resistencia contra Franco en España, o la huelga general holandesa contra la deportación de judíos en febrero de 1941, o el levantamiento del gueto de aquí, de Varsovia.

Este es el mundo en que vivimos. 

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Este artículo se publicó en inglés en Social Europe

Traducción de Paloma Farré

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Autor >

Paul Mason (Social Europe)

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