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Los consultores utilizan el razonamiento transgresor (out of the box) igual que los escritores los textos políticamente incorrectos. Ambos operan abandonando posiciones de confort, en busca de luz donde, ni la hay, ni se la espera, arriesgando, al hacerlo, desatar la animadversión de la ortodoxia. Voy a plantear una lectura heterodoxa del texto de la Constitución en relación al problema catalán, que no nace de intereses partidistas. Algo, ya de por sí, suficientemente heterodoxo en el contexto actual.
Es evidente que gran parte de los problemas planteados con el independentismo tienen su origen en una lectura generalmente aceptada del texto constitucional. Una lectura no necesariamente única y cuyo centro neurálgico se halla en el artículo segundo, que dice literalmente: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, …”.
Dicha proclamación liga el destino de la Constitución al de la integridad territorial del país. Y, al hacerlo, introduce una diferencia sustancial respecto del resto de normas del texto fundacional. Porque si bien es posible modificar cualquier otro precepto sin cuestionar la validez de la propia Constitución, no lo es, en virtud de tan íntima dependencia, hacer lo mismo con la unidad de la Nación. Modificar la unidad implicaría cuestionar el fundamento de la Constitución, según la literalidad del artículo citado.
Existen dos posibles lecturas de este artículo; la ortodoxa, que deniega la posibilidad de ruptura territorial por ser incompatible con la Constitución, y que se ha convertido en la lectura habitual que preside el debate sobre las cuestiones independentistas. Y una segunda, que vendría a ver, en esa misma declaración de incompatibilidad, un reconocimiento de la incapacidad de la Constitución para entender de cuestiones relativas a la unidad territorial. Porque si una posible ruptura territorial dejase sin fundamento la Constitución, esta no sería apta para juzgar sobre dicha ruptura. Tratar de hacerlo generaría una antinomia, dado que la afirmación de la ruptura implicaría la negación de la norma con que se quiere juzgar.
Esta segunda lectura, sin duda heterodoxa, parte de un entendimiento lógico del texto y no pretende ir más allá en interpretaciones jurídicas ni políticas. Y en lugar de incidir en la acusación habitual de exceso de legalismo a los planteamientos constitucionalistas, reclama un mayor formalismo y coherencia en la aplicación de los mismos. Y acarrea implicaciones políticas inmediatas, ya que, si la Constitución no es competente para entender sobre temas que afecten a la unidad territorial, se habrá de cubrir dicha carencia apelando a la fuente de la soberanía de la que emana el texto constitucional. Esto es; devolviendo dicha temática a las instancias políticas competentes.
Algo bien distinto ocurriría si el texto prohibiese explícitamente la ruptura de la unidad territorial. En ese caso, como con el resto de preceptos constitucionales, se podría plantear su modificación sin cuestionar con ello la propia validez de la Constitución. Pero no siendo así, resulta legítimo considerar, en consonancia estricta con la literalidad del artículo segundo, que toda postura que atente contra la unidad territorial supone una agresión a la Constitución. Agresión que justificaría la virulencia con que se tilda de heréticos a los promotores de cualquier independentismo. En cambio, la lectura alternativa expuesta, al aceptar la necesidad de completar el texto constitucional para preservar su trascendencia, vendría a salvar esta situación, desligando la validez de la Constitución de una contingencia posible y factual.
La lectura heterodoxa podría, en cambio, contribuir a superar el enfrentamiento actual, siendo fiel a la literalidad de la norma al remitir el problema a instancias políticas
Estamos, por tanto, ante una cuestión de interpretación lingüística en el contexto de un discurso con importantes implicaciones políticas. Sabemos dónde nos ha conducido la lectura ortodoxa, puesto que lo padecemos. La lectura heterodoxa podría, en cambio, contribuir a superar el enfrentamiento actual, siendo fiel a la literalidad de la norma al remitir el problema a instancias políticas. En ello, parece ser acorde con el sentido común, que reclama respeto escrupuloso del precepto legal, al unísono que intervención política.
En consonancia con esa lectura, se debieran plantear las correcciones necesarias para completar el vacío señalado y perfeccionar el texto constitucional. Y hacerlo desde esa perspectiva de mejora del mismo y no desde el condicionamiento impuesto por ninguna presión independentista. Modificar la Constitución para acomodar opciones independentistas dejaría el regusto de haber instrumentalizado la Constitución, mientras que hacerlo para completar su alcance es bien distinto. Por mucho que la conclusión final pudiera parecer similar, la legitimidad sería diferente.
El resultado último debiera permitir disponer de un texto constitucional operativo sobre cuestiones de integridad territorial. Lo cual, vendría además a otorgar carta de legitimidad definitiva a las iniciativas independentistas. Porque se eliminaría la paradoja que representa, en la situación actual, combinar la legalidad formal de dichas opciones con la imposibilidad de alcanzar sus fines dentro del orden constitucional. Una paradoja que solo se logra sortear cuando las iniciativas independentistas carecen del peso suficiente para alcanzar sus objetivos, pero que se pone de manifiesto cuando amenazan bastos, dado que atentan contra la esencia de la Constitución y carecen de procedimiento para materializarse.
Resulta difícil, si no impensable, llevar a la práctica el resultado de estas escuetas reflexiones. Hacerlo, exigiría de una capacidad de diálogo enmudecida hoy por el nivel de ruido mediático. Un ruido que aturde y pone de manifiesto la perplejidad ante una situación inabordable y carente de salidas, por carecer, posiblemente, de sentido.
Lo que me recuerda una obra del último premio Loewe de poesía, Ben Clark (escritor español, a pesar de su nombre). Su libro, Los últimos perros de Shackleton, se inspira en el drama sufrido por el explorador polar cuyo barco quedó varado en el hielo, obligándole a recorrer mil trescientos kilómetros, en condiciones inenarrables, en pos de ayuda para salvar a sus hombres.
Creo que dicha aventura es una magnífica metáfora de la labor que resta para rescatar la situación catalana de su bloqueo actual. Shackleton decidió actuar out of the box y nadie habría apostado por el éxito de su iniciativa en medio del desierto de hielo. Sin embargo, cuando todas las salidas están cerradas, es necesario plantearse lo imposible y confiar en el triunfo de la voluntad de superación sobre la adversidad. Sin olvidar, como Shackleton, de quién es la responsabilidad última de haber alcanzado tal estado de premura.
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Teodoro Millán es Doctor en Economía por la Universidad de Minessota (EEUU) y profesor titular universitario en excedencia.
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Teodoro Millán
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