Sobre periodismo y propaganda: el caso de Nicolás Jesús Salas
El reciente fallecimiento de quien fue director del ABC de Sevilla ha dado lugar a abundantes artículos, declaraciones y homenajes que omiten el carácter profundamente reaccionario de su obra y de su trayectoria
Francisco Espinosa Maestre 16/05/2018
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“Queipo de Llano hizo militarmente en 1936 lo que tenía que hacer… Y punto”.
Nicolás Salas (Correo de Andalucía, 22/09/2017)
El pasado 13 de febrero falleció Nicolás Jesús Salas, que fue director del ABC de Sevilla. Para cualquiera que conozca un poco tanto al personaje como a la ciudad, los artículos que sobre el fallecido aparecieron en los días siguientes en medios como El Correo de Andalucía, Diario de Sevilla, El Mundo, La Razón, ABC o SevillaInfo, firmados por autores como Jesús Álvarez, Francisco Correal, Manuel Pérez, Rafael Avilés o Lucas Haurie, representan un fenómeno digno de reflexión. Uno entiende el dolor de la familia y allegados, pero no deja de sorprenderse por lo que se escribió y, más todavía, por lo que se dejó de escribir. Recordemos, de entrada y para enmarcar el asunto, los pésames del presidente del Gobierno y de la presidenta de la Junta de Andalucía, o –a modo de broche– el minuto de silencio que en la tarde de 18 de febrero se le guardó con motivo del encuentro Betis-Real Madrid.
En los artículos referidos se destacaron especialmente los orígenes de Nicolás Jesús Salas como periodista, relacionados con el conocido falangista Celestino Fernández Ortiz; los ocho años al frente de la edición sevillana del ABC, entre 1976 y 1984; su etapa como adjunto a la presidencia de Prensa Española, S.A., entre 1984 y 1998 (año en que la empresa de los Luca de Tena sufrió una crisis y en el que Salas decidió jubilarse), o su estrecha relación, entre 1976 y 1978, con el Partido Social Liberal Andaluz de Manuel Clavero Arévalo, del que fue asesor tanto en la etapa de este como ministro para las Regiones en 1977-1978 como cuando estuvo al frente de Cultura en 1979.
De Salas hemos podido leer estos días de todo: se lo ha recordado como “maestro de periodistas”, “emblemático director de ABC”, “un referente”, un “periodista de raza”, “cultivador de una prosa excelsa”, una “fuerza de la naturaleza desatada”, el “más encendido defensor y crítico más despiadado” de Sevilla, colaborador de “organizaciones de caridad” como las Hermanitas de los Pobres, pionero del andalucismo que “puso a disposición de los andaluces su herramienta –que era la palabra– para alcanzar el ansiado reconocimiento de la autonomía”... Se ha dicho que ha dejado una “huella imborrable” en el mundo cofradiero, que “deja tras de sí un gran legado en forma de letras”, y que sus más de cincuenta libros “forman parte de los anaqueles de los amantes de la literatura sevillana”, etc.
Algún periodista dudaba de que “en Sevilla haya una biblioteca privada tan rica” como la suya; su hijo –periodista también– recordaba lo que le decía: “Nunca te olvides de que el periodismo es la voz de los que no la tienen”; otros destacaban cuando decía a sus redactores que “dejaran a un lado sus ideas políticas para ser, sobre todo, periodistas”, o cuando les recomendaba ser honrados y nobles, dedicarse íntegramente al periodismo y no hacer nada que no quisieran que les hicieran a ellos. Alguno más recordaba sus temas de conversación favoritos: la unidad de España, la belleza femenina, la debilidad de algunos líderes políticos, el declive urbanístico de la ciudad, la Iglesia como fuerza viva… También se ha podido leer que “las izquierdas lo tachaban de retrógrado y las derechas de revolucionario peligroso”, e incluso se ha puesto en boca de algún comunista que “la izquierda estaba en deuda con sus investigaciones, como pionero de lo que se ha terminado llamando la memoria histórica”, o que fue el rescatador de la honorabilidad de dirigentes comunistas como José Díaz o Saturnino Barneto. De hecho fue en un pleno celebrado en 2006, siendo alcalde Sánchez Monteseirín y con el apoyo entre otros de IU, cuando se decidió darle a una calle el nombre de “Periodista Nicolás Salas”, calle rotulada en 2007 e inaugurada en 2012, durante la alcaldía de Juan Ignacio Zoido.
Parece que no era el momento de recordar el papel que jugó como director de ABC de Sevilla en el 23F o en el golpe militar de 1936
Según parece no era el momento de recordar el papel que jugó como director de ABC de Sevilla en los meses anteriores y posteriores a la intentona del 23 de febrero de 1981, ni la apología constante del golpe militar de julio de 1936 que realizó durante décadas y hasta el final de su vida, ni los métodos que caracterizaban sus obras sobre la historia de la ciudad desde 1931. Me refiero a libros como Morir en Sevilla (1986), Sevilla fue la clave (1992) o La otra memoria histórica (2006), por solo citar algunos. Son cuestiones estas que recorren su época de mayor influencia.
La aventura política
Nicolás Salas fue en 1976 miembro fundador del Partido Social Liberal Andaluz (PSLA), un intento por parte de Manuel Clavero Arévalo y otros prohombres de la derecha andaluza –como Olivencia Ruiz, Otero Luna o García Añoveros– de crear una opción que aglutinara a una derecha deseosa de parecer de centro. Ese mismo año, en noviembre, Salas fue nombrado director de ABC de Sevilla. El PSLA se integró en UCD, y en los dos ministerios que ocupó Clavero Arévalo entre 1977 y 1979, Regiones y Cultura, Salas fue asesor con la categoría de director general. Precisamente fue en ese mismo año de 1977 cuando inauguró su sección “Sin rodeos”. El partido, que se definía entre otras cosas como andalucista y admirador de la figura de Blas Infante, duró poco. Su medio de comunicación no fue otro que el ABC dirigido por Salas, quien ya desde 1976 se prodigaba en conferencias con títulos como “Andalucía clama justicia”, “Andalucía: urge una respuesta política” o “Andalucía ante un nuevo colonialismo”, cuyo fin era la formación de un partido que “hiciera frente a los extremismos que pretenden utilizar nuestra región”. Pero a pesar de este despliegue la gente sabía qué era el ABC y qué representaba. Para saber qué relaciones hubo entre el diario dirigido por Salas y la Secretaría de Estado para la Información representada en 1981-1982 por Ignacio Aguirre Borrell contamos con la obra de Luis Santos Serra La prensa que se vendió (Carena, Barcelona, 2015).
Son documentos originales los que nos permiten conocer la actitud de Salas, quien escribía a Luca de Tena: “No solo es importante lo que hacemos sino lo que dejamos de hacer; o sea, bien lo que no dejo que se haga o lo que hago morir diariamente en mi mesa de despacho”. De hecho, en sus documentos internos el gobierno de la UCD consideró que la actitud del ABC de Sevilla ante el golpe había sido fascista y golpista. Jaime García Añoveros, entonces ministro de Hacienda y que había pertenecido –como Salas– al núcleo fundador del PSLA, escribió a Aguirre Borrell al mes del golpe: “Verás que se trata del más puro fascismo, en la línea de la actuación del periódico con motivo del golpe de Estado”. Y añadía: “De todos modos, después de la conversación del lunes pasado con Guillermo [Luca de Tena] está sobre aviso”. Sencillamente, para el Gobierno, el ABC de Sevilla había apoyado el golpe. También comentaron la dudosa actitud de Salas a partir del momento en que se produjo la ocupación del Congreso. Por decir esto en el periódico que dirigía, Diario 16, Román Orozco fue demandado por Salas y condenado por la Audiencia Provincial de Sevilla en 1986 al abono de los gastos procesales y al pago de una multa de cien mil pesetas “por los daños morales sufridos por este”.
En el informe interno de UCD se destaca que, frente a la portada del día 24 de febrero del ABC de Madrid, con las imágenes de Tejero pistola en mano y la agresión a Gutiérrez Mellado acompañadas del titular “Asalto armado al Congreso”, la de la edición sevillana mostraba solo la imagen de Tejero con el titular siguiente: “España: confusión e incertidumbre. Gobierno y diputados, retenidos por miembros de la Guardia Civil”. Para Nicolás Salas no había golpe militar sino “confusión e incertidumbre”, y los que estaban dentro del Parlamento no estaban secuestrados sino simplemente “retenidos”. El mismo informe establece que de la pluma de Salas no salió ni una palabra de condena al golpe; sí en cambio recurrentes paralelismos entre la etapa republicana de 1931 a 1936 y el período 1976 a 1981, con el recurso constante al terrorismo etarra para mostrar la ineficacia de la democracia. Para algunos, como en julio de 1936, todo llevaba a pensar en otros medios, justificados en todo momento por la supuesta grandeza del fin. Un mes después del golpe Aguirre comentó a Leopoldo Calvo-Sotelo que Salas “sigue cultivando la demagogia y potenciando a Clavero, que probablemente le habrá vuelto a proporcionar los fondos correspondientes”.
Pese a todo lo dicho, preocupados como estaban en UCD por el empuje de El País y sabedores de las urgentes necesidades económicas del ABC, Aguirre Borrell aconsejará al nuevo presidente, Calvo-Sotelo, que apoye a los Luca de Tena. El encargado del relanzamiento del periódico será Luis María Ansón. Salas agradece la decisión a Aguirre Borrell y le envía su currículum de 29 páginas, que el otro archivará “cuidadosamente”.
En torno al golpe de 23 de febrero de 1981
Desaparecida la opción política, Nicolás Jesús Salas se deslizará por otras vías. Desde fines de 1980 ya cabe rastrear, en su sección “Sin rodeos”, una serie de artículos cuya orientación ideológica ofrece pocas dudas. Artículos como “Una pregunta clave” (16/11/1980), con el mensaje de que España no estaba mejor que cinco años antes con Franco; “Fraude ciudadano” (23/11/1980), sobre la situación catastrófica de los ayuntamientos; “Jaque a la razón” (30/11/1980), sobre un país al borde del abismo; “Al rojo vivo” (07/12/1980), dedicado al terrorismo y al malestar general; “Abstención es esperanza” (14/12/1980), sobre la Sevilla “marxista”; “La izquierda exige autoridad” (21/12/1980), desenmascarando a la “izquierda marxista”; “Rojos a la española” (08/02/1981), sobre una España en manos del comunismo; “Siete reflexiones” (15/02/1981), denunciando la sinrazón de la política; “El veneno está servido” (22/02/1981), mostrando el día previo al golpe militar un panorama aterrador donde la referencia de la situación del país no es otra que julio de 1936; “Manifestaciones: un grave riesgo innecesario” (26/02/1981), promoviendo la desmovilización en pro de la Constitución frente al golpe frustrado; “Trabajador, engañado y mártir” (01/03/1981), de nuevo con el 36, ejemplo de cómo se acabó con los que ponían en peligro la paz; “Hambrientos más agitadores” (08/03/1981), sobre el frentepopulismo municipal y los peligros del comunismo; “Algún día gritarán las piedras” (15/03/1981), un alegato anticomunista, o “Marxismo contra Semana Santa” (11/04/1981), que no requiere más explicación.
En ellos se pudieron leer pasajes como: “Otra vez las dos Españas… Otra vez el ciudadano español decepcionado por culpa del mal entendido partidismo [...] Otra vez España en jaque permanente, amenazada, cuando lo que de verdad desea y clama es vivir en paz. Otra vez el español con su presente y futuro pendiente de unas minorías asesinas. Otra vez el llanto de las madres de España. Y otra vez –setenta veces siete: siempre– el fantasma ensangrentado de la lucha cruel entre hermanos” (30/11/1980); “la izquierda y la derecha vergonzante prefieren el silencio cómplice al ejercicio democrático de la libertad de expresión. Aquí solo hay libertad para decir lo que interesa al rojerío y a los tontos útiles que les ríen las gracias” (07/12/1980); “La Sevilla no marxista, que es la que practica el abstencionismo y, por lo tanto, es mayoritaria, está irritada con la izquierda. Es la Sevilla que sufre las impertinencias de los concejales o el terrorismo gráfico callejero” (14/12/1980); “La izquierda suele ser muy desmemoriada, pero hay quien podría poner sobre la mesa testimonios hasta escandalosos como para demostrar que no es precisamente el marxismo quien está en condiciones de exigir autoridad. Por el contrario ha sido la derecha la que nunca dejó de alertar de los gravísimos riesgos de la inseguridad ciudadana…” (21/12/1980); “El comunismo español es idéntico al de los años treinta. Cuando hace más de medio siglo que el proletariado europeo reivindica participar en las rentas dinámicas, el PCE fundamenta su oferta electoral en el trasnochado lema ‘la tierra para el que la trabaja’. El PSOE sigue idéntico camino: una y otra vez hace el juego que interesa al comunismo” (08/02/1981); “Los líderes marxistas amenazan públicamente con endurecer su actitud frente al Gobierno y las empresas. Estas se han convertido en un campo de batalla sindical. En esta situación nadie que esté en su sano juicio invertirá una peseta. Parece que las izquierdas pretenden llevarnos al caos” (15/02/1981); “El frente popular después de las elecciones municipales, manipulando parte de los votos; las protestas de fe republicana de bases izquierdistas y la actuación comunista en los ayuntamientos y el comportamiento de los extraparlamentarios rojos están provocando el enfrentamiento de las ‘dos Españas’” (15/02/1981); “En febrero de 1981, casi medio siglo después de otro mes de febrero tristemente histórico, España es un volcán” (22/02/1981); “ABC no está ni ha estado nunca contra las expresiones populares, cuando son necesarias. Pero cuando España tiene un parlamento sobran las algaradas callejeras [contra la manifestación de condena al golpe]...” (26/02/1981); “Los detalles que reflejan las páginas de ABC de julio del treinta y seis, con las oportunas correcciones sociológicas, podrían facilitar el retrato robot para identificar a quienes hoy vuelven a poner en peligro la paz. Porque hay tres objetivos marxistas que están desarrollándose con evidente éxito: descristianizar la sociedad, controlar los medios de comunicación y hundir la empresa. (01/03/1981); “En el fondo se trata de arremeter contra ABC y su director por causas de todos muy conocidas: día a día nuestro periódico desenmascara al comunismo. De ahí la concentración de mañana, entre otras acciones subrepticias, típicamente marxistas [ante la manifestación prevista para el 23 de marzo por la actitud del periódico en el 23 de febrero y la actitud de Salas ante el comité de empresa]” (22/03/1981); “en Sevilla –como en otras ciudades andaluzas– las Hermandades y Cofradías constituyen un reto permanente para los partidos políticos y centrales sindicales de ideología marxista” (11/04/1981); etc.
Frente a ese futuro que, según Salas, nos conducía al más oscuro régimen comunista, el golpe militar, aunque no fuera en vano, no alcanzó sus objetivos y al año siguiente las elecciones generales dieron mayoría absoluta a lo que él, dando rienda suelta a su imaginación, debió de considerar que era un partido marxista y que en realidad no era sino un moderado partido de centro, ajeno no ya a toda veleidad marxista sino a lo que había representado la izquierda en España durante las dos décadas anteriores. Sin embargo, la derecha mediática actuó, pese a todo, como si el socialismo hubiera ocupado el poder, práctica esta habitual en la derecha española (con la Iglesia española en cabeza, desde la transición: responder a cualquier posible amago de reforma, por leve que fuera, como si se estuviera frente a una revolución comunista. Dos años después, agotado su modelo por el cambio de signo de los tiempos, Salas dejaba la dirección de ABC y pasaba a ser adjunto a Guillermo Luca de Tena en Prensa Española S.A.
Sus obras literarias guardan estrecha relación con el perfil ideológico que mostró al frente del periódico
La memoria histórica del franquismo
La otra faceta que aquí se va a tratar de Nicolás Jesús Salas es la de escritor, en concreto de algunos de los libros que dedicó a la historia reciente de Sevilla. Salas nunca se definió como historiador pero sus obras ofrecían apariencia de historia y así han sido consideradas por muchos de sus lectores. Como no podía ser de otra forma, estas obras guardan estrecha relación con el perfil ideológico que mostró al frente del periódico. En 1986, por ejemplo, recibió el Premio Ateneo por su libro Morir en Sevilla, que definió como una “novela histórica”. Le había llegado casualmente información y material de interés sobre el pintor sueco Torsten Jovinge, una más de las víctimas de la represión fascista en Sevilla, y decidió integrarlo en una de esas ficciones suyas donde el antirrepublicanismo visceral va parejo a la justificación permanente del golpe militar.
Para la antología del disparate quedará ese montaje sobre las obsesiones de Salas fabulando sin base alguna sobre la vida de Jovinge en Sevilla, intentando sembrar la duda sobre su desaparición y dejando caer que, pese a haber estado en todo momento en la zona controlada por los golpistas desde el principio, quizás fuera “un error de las milicias de uno u otro bando”. ¿Cómo olvidar las largas conversaciones entre el pintor y la serie de personajes con los que Salas lo puso en contacto, incluida la flor y nata del fascismo sevillano? Lo cual sin duda es milagroso, ya que, como sabemos por su diario, apenas hablaba español: “el intercambio de pareceres con los nativos debo dejarlo a un lado”. En realidad, por mucho que se adornara, cuando en la novela hablaba Jovinge en realidad parecía Salas. Incluso los que charlaban con él también parecían Salas. Se trataba de un monólogo polimorfo. He aquí un pionero de la llamada novela de no ficción o de la egoficción, todo un referente para Cercas y Trapiello.
Su obra cumbre fue, no obstante, Sevilla fue la clave, que vio la luz en 1992. Estamos ante la mayor apología conocida sobre el golpe militar en Sevilla desde el libro de Enrique Vila “Guzmán de Alfarache” ¡18 de julio en Sevilla! Historia del Alzamiento Glorioso de Sevilla (FE, 1937). Lo cual no es de extrañar en quien mantenía públicamente, como yo mismo le pude escuchar en una conferencia celebrada a comienzos de los ochenta en la Biblioteca Pública, que Sevilla estaba en deuda con Queipo y que resultaba lamentable que la estatua ecuestre para la que había servido de modelo el hijo no hubiese podido ocupar, dadas las circunstancias sobrevenidas a partir de 1975, el espacio que merecía en la ciudad. En este libro Salas no solo retocó a capricho la cifra de víctimas de la represión fascista sino que mantuvo que la información que manejaba sobre este asunto –un informe de la Delegación de Orden Público– procedía de lo que llamó el “Archivo Histórico de Simancas”, un archivo especializado en la Edad Moderna.
Pero veamos un ejemplo concreto del estilo de Salas. En febrero de 1984, tras sortear no pocas dificultades, pude acceder al archivo del Cementerio de San Fernando de Sevilla para investigar cómo reflejaban la represión los Libros de Enterramientos. El resultado de mi investigación vio la luz en 1990 dentro de un libro coordinado por el profesor Alfonso Braojos Garrido titulado Sevilla, 1936: Sublevación fascista y represión. Algo después de mi visita al archivo, procedente de Madrid, lo visitó Alberto Reig Tapia pero, viendo el tiempo que aquello llevaría y dada la distancia geográfica, decidió no continuar la investigación. He aquí cómo reflejó Salas estos hechos en Sevilla fue la clave, publicada dos años después: “Al autor de este libro le consta que un famoso investigador de izquierdas, llegado desde Madrid con autorización especial, tuvo el privilegio de poder acceder antes que nadie a los libros de registro del cementerio, en 1983. Pero cuando pudo comprobar que el número de víctimas que indicaban las fichas en blanco era infinitamente inferior al que él sostiene, no quiso utilizar las fuentes verdaderas. Había que mantener el mito de Sevilla como ciudad símbolo de la represión y al general Queipo de Llano como su responsable” (vol. II, p. 577).
He aquí a Salas en su esencia, es decir, mezclando hechos sin relación e inventándose lo que le vino en gana aun teniendo la posibilidad de saber –porque conocía el libro referido– que ni hubo permiso especial, ni privilegio, ni por supuesto decepción alguna ante el resultado. Por el contrario, mi trabajo ofreció las pruebas de que en las fosas comunes del cementerio ingresaron 3.028 personas entre 18 de julio de 1936 y el 27 de enero de 1937, y 137 más entre febrero y octubre de este año. Pero a él, con el montaje numérico que había organizado, le interesaba mantener que fueron 1.700 víctimas, de modo que decidió que mi investigación, pese a que era seguro que la conocía desde la presentación pública del libro, nunca existió. Luego Salas ha vivido lo suficiente para saber que sus ocho mil víctimas de la represión fascista en la provincia de Sevilla se transformaban en más de trece mil, de momento, gracias a la investigación de José María García Márquez. Había ocurrido simplemente que, aunque tuvo ante sí pruebas de que las víctimas fueron bastantes más de ocho mil, decidió que no pasaran de ahí. Salas tuvo ante sí la evidencia de que el mito de la represión efectuada por Queipo y su camarilla en la provincia de Sevilla era cierto –por cada víctima de derechas cayeron treinta de izquierdas–, pero decidió ocultarlo.
La última referencia debe ser para La otra memoria histórica, la réplica de Nicolás Salas al movimiento en pro de la memoria iniciado en 1996 y que en el año en que se publicó, 2006, se encontraba en su momento de apogeo. Aquí Salas aprovechó para sacar de nuevo todo lo que ya traía entre manos desde mucho tiempo antes. De sus procedimientos puede ser buena muestra lo ocurrido con una conocida fotografía que venía utilizando la propaganda franquista desde que en 1936 comenzaran a publicarse los llamados Avances de la Causa General. La imagen mostraba las víctimas de una masacre que tuvo lugar en Talavera de la Reina en septiembre de 1936. Fue utilizada por Salas en diferentes ocasiones situándola en diversos lugares y diciendo siempre que se trataba de víctimas de derechas. Aparecía en Sevilla fue la clave como muestra del terror practicado por las milicias del Frente Popular, sin citar la localidad, ya que deseaba relacionarla con Andalucía. Pero fue sobre todo en La otra memoria histórica donde, además de aludir a la “barbarie marxista”, decidió situarla en Montoro. Lo cierto, sin embargo, es que para cuando Salas escribió dicho libro ya se sabía que lo que mostraba dicha foto era una masacre cometida por las fuerzas de Yagüe tras la ocupación de Talavera de la Reina en que las víctimas fueron campesinos gallegos que se encontraban allí para la siega. Tampoco creo que modificara la idea de Salas el hecho de saber que el autor de la foto no era Serrano sino el nazi Roland Strunk, jefe del espionaje alemán en España.
Al servicio de la Causa
Nicolás Jesús Salas siempre fue fiel al espíritu del ABC, un periódico monárquico, profundamente reaccionario, que cuando era conveniente apoyaba dictaduras como la de Primo de Rivera, golpes militares fascistas como el de julio de 1936 o dictaduras sangrientas como la de la oligarquía que llevó a Franco al poder. Un medio en el que era imposible distinguir entre información y propaganda y cuyo uso para la investigación histórica ha de ser por fuerza sumamente cauteloso. Bastará con recordar lo que hizo el periódico con la secuencia de hechos que va de la llamada “semana sangrienta” del verano de 1931 al “alzamiento” del verano del 36. La consulta del ABC solo sirve para conocer la visión del periódico o, lo que es lo mismo, para saber qué pensaban los sectores más conservadores de la sociedad española. Esta era la base de los libros de Salas.
En este mismo sentido, en los trabajos de Salas no cabe establecer una separación entre la base documental, que en teoría podría ser de interés para cualquier interesado en el tema, y el tratamiento que de ella hacía el autor. Hablamos de obras en que las fuentes básicas suelen ser prensa y libros, ambas por lo general de similar sesgo ideológico. Esto dio lugar a un conglomerado que fue pasando de libro a libro sin cesar, por más que título y factores variaran. Es común a este tipo de enfoque incurrir en hechos como no mencionar autores y obras que se salen de ese marco y también “jugar” con la procedencia de ciertos documentos, bien por el uso peculiar que se ha hecho de ellos o simplemente para que los demás, al no saber dónde están, no puedan extraer conclusiones diferentes. Lo que sí hay que reconocer a Salas es que gracias a sus relaciones con ciertos sectores tuvo acceso a fondos privados inaccesibles para los demás y aportó algunas fotografías de indudable valor. Cuestión aparte es la valoración que de todo ello hiciera con sus comentarios. En este mismo sentido hay que destacar que en una ciudad como Sevilla al director de ABC se le abrían todas las puertas.
Sorprende la dureza extrema con que fustigó todo lo relacionado con la Segunda República, reducida a una serie de ismos (laicismo, anticlericalismo, comunismo, socialismo, frentepopulismo y marxismo) frente a la magnanimidad casi beatífica con que reivindicó calles para comunistas como José Díaz o Saturnino Barneto, pertenecientes ambos a ese engendro deshumanizador que denominaba el “Moscú sevillano”, muy en la línea del imaginario de las derechas de los años treinta y con el que aludía a los barrios obreros de la zona norte de la ciudad. Viene a la cabeza la frase del general Custer de que el único indio bueno es el indio muerto, al que incluso se le puede levantar un monumento. Cumple también otra función: quien pide una calle para un comunista puede pedir otra para un fascista sin llamar mucho la atención. También sirve para ampliar el abanico de compradores.
Llegados a este punto es el momento de recordar la cuestión inicial: el tratamiento que la prensa local dio a la figura de Nicolás Jesús Salas con motivo de su fallecimiento. No solo olvidaron todo lo dicho sino que ni siquiera recordaron lo que podría considerarse su testamento político: el artículo “Queipo de Llano en la Macarena” (Correo de Andalucía, 22/09/2017). Se trata de un apasionado canto a Franco y a Queipo, al que considera salvador de vidas y haciendas. Para Salas, aunque fuera diezmándola, ambos se desvivieron por la clase obrera. En consonancia con ciertas corrientes ideológicas el ex director de ABC proponía no olvidar el contexto: “Para juzgar a las personas hay que ponerse en las circunstancias del tiempo y lugar que vivieron…”. Por ello concluía en que “Queipo de Llano hizo militarmente en 1936 lo que tenía que hacer… Y punto”. O sea que el golpe y la masacre estuvieron justificados. Una declaración como ésta en otros países democráticos constituye delito y está penada.
Salas veía bien la operación de lavado que hizo la Hermandad de la Macarena con la lápida de Queipo hace unos años, cuando sobre lo del “Excmo. Teniente General” colocaron “Hermano Mayor Honorario”, y sobre la fecha clave de “1936”, el escudo de la Hermandad. Escribía Salas: “Estuviera [sic] bueno que la Hermandad de la Macarena acudiera al clamor de venganza que siempre ha expresado la plebe radical. Nada más anticristiano que la soberbia del vengativo”. La admiración de Salas por un individuo con el pasado criminal de Queipo fue en aumento a lo largo de su obra. Solo desde esta óptica se entiende que unos meses antes de su muerte escribiera que “el hombre que dirigió aquella guerra fratricida y salvadora fue Queipo de Llano”. Lo que las investigaciones de las últimas décadas hubieran podido aportar sobre Queipo nada le importaba. Ya decía para acabar en el artículo que comentamos: “Ahora podrán decir y escribir lo que quieran, pero la historia, la verdad, no la borra nadie. Como cristianos decimos como Jesús: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen…”.
El ABC que dirigió Nicolás Salas representó el modelo opuesto a lo que debe ser el periodismo en una sociedad democrática
El diario que dirigió Nicolás Salas representó el modelo opuesto a lo que debe ser el periodismo en una sociedad democrática. En él los fines siempre justificaron los medios. Por conocida que sea la trayectoria conservadora y reaccionaria del ABC desde principios del siglo XX, la edición sevillana alcanzó niveles difíciles de imaginar en un país en el que hasta El Alcázar se definía como diario “liberal”. La información estuvo siempre relegada en función de los intereses del medio, de ahí que predominase el tratamiento propagandístico de la realidad. Todo esto alcanzó su culmen en esos años y concretamente en los meses anteriores y posteriores al golpe militar de febrero de 1981. Basta remitir a los informes internos de la Secretaría del Estado para la Información, que no estaban redactados por rojos ni marxistas sino por gente tan respetable para el ABC como Ignacio Aguirre Borrell o Jaime García Añoveros. Al fin, ¿dónde quedó aquello de que el periodismo es la voz de los que no la tienen o lo de que para ser buen periodista hay que dejar de lado las ideas políticas?
Su faceta de escritor fue una prolongación de la anterior. Su etapa al frente del ABC le permitió ocupar un gran espacio en una ciudad donde la universidad, dado el peso de la herencia franquista y la gran influencia del Opus, se negó a investigar, en el momento que correspondía hacerlo, lo ocurrido a consecuencia del golpe militar de 18 de julio de 1936. Hasta tal punto llegó esta dejación que en 1975 el apéndice de la historia de Sevilla dedicado al siglo XX fue encomendado por el Secretariado de Publicaciones de la Universidad a Nicolás Salas. Y no acabó ahí la colaboración, ya que en 1990 nuevamente la universidad le publicó El Moscú sevillano, presentado el 29 de octubre en un acto presidido por el entonces rector Javier Pérez Royo. Casualmente ese mismo día se presentó Sevilla, 1936: Sublevación fascista y represión. Solo en este extraño contexto se entiende que sus procedimientos, completamente ajenos al periodismo, a la historia y a la literatura, consiguieran semejantes avales. Las alabanzas procedentes de la prensa sevillana de papel y sus silencios son lo que cabía esperar. Otro análisis merece el hecho de que la presidenta de la Junta, que dice ser de un partido entre cuyas siglas hay una “S” de Socialista y una “O” de Obrero, considere a Salas “maestro de muchas generaciones” y “cronista y memoria viva de la ciudad”. O que alguien de IU afirmara, como recogió Correal, que Salas fue pionero de la Memoria Histórica.
Así, esa historia oculta tuvo que ser hecha durante mucho tiempo desde fuera de la Academia por investigadores e historiadores que ni disponían de fondos públicos para la tarea ni tenían un periódico a su servicio. Esto permitió que se diera una versión ajena por completo a la historia y a sus métodos de una etapa tan importante del pasado reciente de la ciudad. Era la “historia” como instrumento al servicio de una ideología. Una versión mistificadora cuyo objetivo no fue otro que prolongar la versión de los golpistas del 36, de los vencedores de la guerra civil, hasta convertirla casi en objeto de culto, como los restos de Queipo y el auditor Bohórquez en la basílica de la Macarena. Sin duda ese objetivo se ha cumplido incluso en demasía.
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