SAÏD EL KADAOUI /ESCRITOR Y PSICÓLOGO HISPANOMARROQUÍ
“No cambiaría por nada esta sensación de estar siempre un poquito fuera de lugar”
Rubén A. Arribas 27/05/2018
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Desde adolescente, Saïd El Kadaoui (Beni Sidel, Marruecos, 1975) tuvo clara su doble vocación: psicólogo y escritor. A su padre le parecía que hubiera ganado más dinero como dentista; sin embargo, no le preocupó demasiado ver que su hijo leía y escribía mucho. Tampoco a su madre, que lo apoyó al cien por cien. El dato tiene su importancia: los personajes de las novelas de Kadaoui son marroquíes que viven desde su infancia en Cataluña y que reflexionan a menudo sobre si la cultura los aleja de sus familias. También sobre qué lugar ocupa lo intelectual en su identidad híbrida.
Kadaoui llegó a España con siete años, reside en Barcelona y trabaja como psicólogo especializado en salud mental en contextos de migraciones, identidad y adolescencia. Casado y padre de dos hijos, considera la literatura un escenario ideal para poner en liza personajes que padezcan alguna psicopatía o que atraviesen situaciones extremas. “Un personaje extremo te hace preguntarte qué padres debe de tener”, explicó en la tertulia que tuvimos en la Biblioteca de Getxo con ocasión del pasado Día Internacional del Libro.
los personajes de las novelas de Kadaoui son marroquíes que viven desde su infancia en Cataluña y que reflexionan a menudo sobre si la cultura los aleja de sus familias
Hasta la fecha, este escritor hispanomarroquí ha publicado Límites y fronteras (Milenio, 2008); Cartes al meu fill, un catalá de soca-rel, gairabé (Ara Llibres, 2011); Selfis (Columna Edicions, 2017), en coautoría con Ricard Ruiz Garzón; y No (Catedral Books, 2016). Esta última novela, escrita siguiendo la estela de Hanif Kureishi o de Philip Roth, supuso su eclosión en el panorama literario por dos razones. Por un lado, confirmó que existía un pensamiento autocrítico entre la comunidad marroquí residente aquí; por otro, constató que la literatura española se está transformando de un modo similar a como lo hicieron la anglosajona o la francesa en su momento, es decir, de la mano de las hijas y de los hijos de las migraciones. Alrededor de No, hemos conversado sobre familias ortodoxas, interculturalidad, Marruecos, el islam y, por supuesto, literatura.
El protagonista de No está obsesionado con el sexo, algo que ya sucedía en su primera novela, Límites y fronteras. También la escritora francomarroquí Leila Slimani ha escrito bastante sobre el asunto. ¿Qué pasa en Marruecos con el sexo?
Pasa que el sexo y la mujer son los dos grandes temas. Mi intención fue hermanar a mi personaje con Alexander, el protagonista de El lamento de Portnoy. Me gustó lo que hace allí Philip Roth con un personaje adolescente, y yo quise hacer algo parecido con un cuarentón. El libro de Roth desborda sexo porque habla de una comunidad judía ortodoxa, es decir, una comunidad muy represora. Al final, toda ortodoxia consigue lo contrario de lo que busca: convierte el sexo en uno de los grandes temas de conversación, y hace que casi siempre salga de la manera menos oportuna. Es una contradicción: cuanto más reprimes este tema, más flota en el ambiente. Los marroquíes estamos enfermos de sexo. Ahora, ¿somos culpables? No, pero es que es un tema que está muy reprimido.
El sexo no es la única transgresión; al protagonista le encanta tomar vino o beber champán. ¿Esto es a propósito?
Sí, en el libro, hay un tema con lo prohibido. En Marruecos lo que sucede con el alcohol es muy loco. Por ejemplo, hay hoteles progresistas, donde te dejan beber, y hoteles conservadores, donde no te lo sirven o te miran mal si eres marroquí. Lo curioso es que Marruecos produce buen vino, y cada vez más (unos veinticinco millones de botellas al año, si mal no recuerdo). Sin embargo, los marroquíes no beben... Y todo es así. Ahora bien: si lees el sufismo —lo más interesante del islam, con diferencia—, ves que para un escritor como Ibn Arabi, la felicidad estaba regada de buen vino. En fin, se está imponiendo una forma de ver el islam totalmente regresiva y retrógrada, y el libro reacciona contra eso.
Al final, toda ortodoxia consigue lo contrario de lo que busca: convierte el sexo en uno de los grandes temas de conversación
No es también una novela sobre la amistad. El protagonista escribe pensando o dirigiéndose a un amigo marroquí que vivió un tiempo en Barcelona y que hace 7 años regresó a Casablanca para ejercer la psiquiatría. Insiste mucho, por ejemplo, en que necesita un amigo marroquí. ¿Por qué?
Hay una parte emocional que ya tiene cubierta: está en pareja con Mayte, tiene amigos con los que salir a cenar, etcétera. Para él, la cuestión es ver si puede encontrar un amigo marroquí, es decir, alguien con quien hablar de todo —política, libros, arte, etcétera—, que no saque el islam a las primeras de cambio o con quien tomarse una cerveza sin que le mire mal. ¿Y a ese marroquí dónde lo encuentra? Lo encuentra más en Marruecos que en España. Esa es la paradoja que cuenta el libro: es más fácil encontrar a ese amigo en Casablanca, Tetuán o Nador que en Barcelona o Madrid. Y, ojo, el amigo que busca el protagonista no reniega de Marruecos. En absoluto. Al contrario, busca la amistad de alguien que quiera que Marruecos se piense a sí mismo de manera más compleja.
También dice que envidia a su amigo porque vive en Marruecos ¿Qué envidia exactamente?
Uy, yo tengo esa envidia. El marroquí que viene de joven, como es mi caso, pierde las lenguas, y eso tiene un peso enorme. Pierdes la educación y la manera de razonar que te da el árabe. Y también pierdes el amazig, un idioma oral muy rico y muy metafórico, pero al que han maltratado y al que no han dejado crecer. Al emigrar, todo eso lo vas perdiendo, y condiciona tu manera de pensar. Entonces: yo soy marroquí, y no pienso como un marroquí —con la lengua de un marroquí—, y eso lo siento como una pérdida que no tiene recompensa.
El marroquí que viene de joven pierde las lenguas, y eso tiene un peso enorme. Pierdes la educación y la manera de razonar que te da el árabe
En la novela aparecen citados Philip Roth, Percival Everett o Hanif Kureishi. También escritoras como Malika Mokeddem o Fátima Mernissi. ¿Es a propósito esta variedad de referencias interculturales?
Sí, por eso, para hacer creíble al personaje, lo hice profesor de literatura y le hice dar incluso un seminario sobre el tema. Personalmente, me ha ayudado mucho ver que el problema no es ser musulmán en Europa, sino que también lo es ser judío, negro o mujer. Hay una relación con el poder donde muchas personas quedamos en la periferia. Además, sucede que la familia ortodoxa —judía, musulmana, gitana, negra, la que sea— genera realidades muy parecidas. Y eso me interesa mucho. En ese sentido, añadiría otro autor judío, Shalom Auslander, cuyo libro Lamentaciones de un prepucio me parece divertidísimo.
Ya que lo menciona, el seminario que imparte el protagonista se llama “Literatura del otro”. Además, fantasea con redactar una tesis doctoral cuyo título será Narrar al otro siendo el otro. ¿Qué autoras y autores figurarían ahí?
Todos los que ha citado antes, y muchos otros: Junot Díaz, Salman Rushdie, V.S. Naipul, Abdellah Taïa, Zadie Smith, Aravind Adiga, Ta-Nehisi Coates, Binyavanga Wainaina, etcétera.
En un libro de 2011, Cartes al meu fill, usted intentaba explicarle a su hijo qué lugar ocupaba el yo marroquí en su identidad. ¿Qué lugar ocupa ahora?
Un lugar periférico. El inmigrante, de algún modo, se siente siempre en la periferia porque nunca está en el centro de poder. Ahora le he cogido mucho gusto a ese lugar: no me gusta estar de lleno en ningún sitio. Edward Said decía que, en ocasiones, envidiaba al establishment por no tener que bregar con algunas contradicciones; pero que, con el tiempo, prefería la sensación de estar un tanto fuera de lugar. Lo comparto: no cambiaría por nada esta sensación de estar siempre un poquito de fuera de lugar. Cartes al meu fill lleva un subtítulo, un catalá de soca-rel, gairebé, que lo saqué de Hanif Kureishi. Él, en su primera novela, El buda de los suburbios, empieza así: “Me llamo Karim Amir y soy inglés de los pies a la cabeza, casi”. Ese casi me pareció genial. Cuando me entrevistaban, me preguntaban: “¿Y cuándo será tu hijo catalán del todo?”. Entonces me di cuenta de que ahí estaba la clave: no tenía que ser catalán del todo nunca. Si esta fórmula del casi la aplicásemos en otras cosas, nos iría mejor: somos casi una democracia, soy casi psicólogo...
¿Qué tal han recibido su libro en Marruecos?
Fui a charlar sobre el libro a la Universidad Hassan II de Mohammedia, una ciudad entre Casablanca y Rabat, cuando aún lo estaba escribiendo, y me recibieron muy bien. Es más: me hablaron también de Najat El Hachmi, una escritora catalana de origen marroquí. La gente estaba muy contenta de que aportásemos esta otra mirada sobre lo marroquí: el Marruecos que piensa está muy cansado de la tradición y de que “las cosas son así porque Dios lo dice”. Además, no son una novedad; en los años 70, Mohammed Chukri escribió El pan a secas, un libro que hoy sigue siendo irreverente. Es increíble lo que hizo ese hombre en su momento: puso a parir a todo el mundo, cuestionó el orden establecido o habló de sexo, y lo hizo todo en un idioma que no era el árabe culto, sino el coloquial.
¿Por qué no llega a España ese Marruecos que piensa?
No llega porque no hay voluntad de que llegue. En Francia, por ejemplo, se traduce más y se conoce mejor el Magreb. Allí vas al Instituto del Mundo Árabe y hay muchos libros. En Francia, lo magrebí tiene muchos problemas, pero también ves que coexiste con lo francés, que está ahí. En cambio, di un seminario en Barcelona sobre escritoras árabes y tuve que cambiar el libro que propuse de Nawal El Saadawi tres veces porque los dos primeros estaban agotados y no se conseguían. Me pasó lo mismo con El desconsuelo de los insumisos, de Malika Mokeddem. Aquí tenemos un problema: apenas se conoce el Magreb.
Eso me recuerda algo que dice en la novela: “Viajar hoy en día esconde mucho más de lo que enseña. Si quieres conocer el Magreb, hay que leerlo”. ¿Por qué es mejor leer que viajar para comprender Marruecos, Argelia o Túnez?
Las novelas son el elemento óptimo para comprender en profundidad a las personas y sus contextos. Boris Vian decía que todo es verdad porque todo me lo he inventado. La ficción busca una verdad que, para mí, se acerca mucho a la verdad que buscamos. El viaje también, pero la forma de viajar de hoy en día esconde mucho más de lo que muestra. Es más: la propia gente del país cambia para adaptarse al turista. Acentúa su parte folclórica, por ejemplo. Eso puede acabar siendo una tragedia.
Las novelas son el elemento óptimo para comprender en profundidad a las personas y sus contextos
Por último, ¿le gusta provocar? Se lo pregunto porque el protagonista se muestra muy crítico con una asociación cultural, un partido político o la asociación de estudiantes árabes de la Universidad de Barcelona.
No, no lo hago con intención de meterme en líos, pero son cosas que he vivido y que me han dolido mucho.
¿Y no teme estar haciéndole, de algún modo, el discurso a la islamofobia?
La mejor manera de combatir la islamofobia es teniendo un conocimiento bastante fuerte de lo que es el islam. No es lo contrario. Dime de alguien que hable de islamofobia y que haya leído a un gran islamólogo como Mohammed Arkoun... Él decía que la civilización musulmana tuvo una época gloriosa, pero que, a partir del siglo XIII —del XV si lo estiramos mucho—, se apagan las luces. ¿Qué le pasa hoy al mundo musulmán? Esto a muchos les molesta, pero no lo digo para provocar, sino que lo digo habiendo leído a Arkoun, al-Yabri, Talbi y tantos otros: estamos en una decadencia absoluta, total. ¿Qué dicen si no intelectuales como Nawal El Saadawi, Rita El Khayat o Boualem Sansal? Sin autocrítica no podemos hacer un buen diagnóstico ni arreglar lo que sucede. La islamofobia se combate con rigor, con mucho discurso y proclamando lo mejor que ha dado el islam: por ejemplo, la aportación del sufismo o la filosofía Averroes.
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