Colombia, a un paso de un cambio político histórico en las primeras elecciones sin las FARC
La candidata a vicepresidenta de Gustavo Petro, Ángela María Robledo, es una garantía para consolidar la paz
Francesc Relea 15/06/2018
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Cuando entrevisté en Bogotá por primera vez a la senadora colombiana Ángela María Robledo, en noviembre pasado, estaba a punto de dejar ocho años de trabajo parlamentario para regresar a la docencia en la Universidad. Me comentó que aparcaba la política representativa, y que quería “seguir trabajando con las víctimas de la violencia”. No ocultaba las dificultades que supone para una mujer trabajar en el Congreso, “un escenario muy patriarcal”. Aquel mismo día, había recibido una nueva amenaza de muerte, junto a otras siete mujeres, todas ellas defensoras de derechos humanos y de izquierda, la mayoría. “Mi única estructura son las organizaciones sociales y de mujeres”, me aseguró.
Ángela Robledo renunció a su escaño de senadora, pero no para volver a las aulas. El domingo 17 de junio, dentro de tres días, puede convertirse en la próxima vicepresidenta de la República si la candidatura Colombia Humana, que encabeza el economista Gustavo Petro, gana la segunda vuelta de las elecciones presidenciales que, incluso antes de conocer el resultado, pueden calificarse de históricas.
Realmente, es un hecho histórico en este país la celebración de unos comicios sin apenas violencia y sin la amenaza de la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) –hoy reconvertida tras los acuerdos de paz en un partido político legal con las mismas siglas–. Es histórico también que la muerte no acabe con la carrera política de un candidato presidencial de izquierda. En la memoria de muchos colombianos está el asesinato de Jaime Pardo Leal, candidato de la Unión Patriótica (UP), que obtuvo la tercera votación más alta en las presidenciales de 1986; del también candidato de la UP Bernardo Jaramillo, acribillado en 1990 cuando preparaba la campaña para las elecciones de mayo, y de Carlos Pizarro, que el mismo año aspiraba a la Presidencia por el exmovimiento guerrillero M-19. Pizarro fue ametrallado en un avión en vuelo un mes y medio después de la desmovilización del M-19 y de haber entregado su arma.
Y no es menos histórico que toda la izquierda y un amplio sector del centro político colombiano apoyen a un único candidato, como es el caso de Gustavo Petro, que ha logrado en esta segunda vuelta el respaldo de destacadas figuras de organizaciones progresistas.
Las últimas encuestas vaticinan todavía una victoria de Duque, pero el margen que le separa de Petro se ha estrechado hasta tal punto que el ex alcalde acaricia el sueño de “todavía se puede”
Acabo de tener un reencuentro vía telefónica con Ángela María Robledo y no he podido evitar preguntarle qué le impulsó renunciar a sus planes de volver a la Universidad, para competir en las elecciones presidenciales junto a Gustavo Petro. No duda un instante: “La propuesta de paz de la candidatura Colombia Humana. En ella encontré reflejadas muchas de las luchas en las que había participado desde el Congreso de la República: el proceso de paz, la defensa de la educación pública, el derecho fundamental a la salud, una reforma profunda de la propiedad de la tierra, que es una promesa incumplida en Colombia desde hace casi 100 años, un desarrollo económico en armonía con la naturaleza, con el agua, con la tierra… En la candidatura de Petro están resumidas muchas de mis luchas y también la voluntad de garantizar los derechos de las mujeres, niños, jóvenes, y de las personas mayores”.
Robledo ha sido profesora de la Universidad Javeriana durante muchos años, decana de la facultad de Psicología y master en Política Social. Es feminista y pacifista, que reconoció el derecho a la rebelión. Llegó a la política de la mano de Antanas Mockus, ex alcalde Bogotá en dos periodos, que siempre se ha identificado como integrante de la antipolítica. La candidata a vicepresidenta formó parte de la Comisión de Paz, prohibida por el Gobierno de Álvaro Uribe. Ha recorrido Colombia de punta a punta, y ha escuchado las voces de quienes suspiran por la paz después de medio siglo de guerra. Ha sido reconocida como una de las mejores congresistas en los ocho años que ha estado en el Parlamento. Es militante del Partido Verde, pero su trabajo más intenso ha sido con el grupo parlamentario del Polo Democrático (izquierda).
El largo proceso de paz que culminó con los acuerdos firmados en el Teatro Colón de Bogotá en noviembre de 2016 entre el Gobierno del presidente Juan Manuel Santos y las FARC, la guerrilla más antigua de América Latina, con más de medio siglo de vida, ha dibujado un escenario sin precedentes en la Colombia contemporánea. La paz, lejos de estar consolidada, ha condicionado todas las acciones y gestos políticos en el último año y medio. Y por insólito que parezca después de 52 años de conflicto con más de 8 millones de víctimas, la paz ha partido el país por la mitad. Los defensores de los acuerdos y los que pretenden despedazarlos. Frente a frente. Dos bandos que representan prácticamente el mismo porcentaje de colombianos que se atreve a decir lo que piensa. Así quedó de manifiesto en el plebiscito del 2 de octubre de 2016 sobre la firma de la paz. El 50,21% votó No y el 49,78% votó Sí. Apenas una diferencia de 53.894 votos de un total de casi 13 millones.
En este clima enrarecido, la FARC ha salido a la palestra electoral y ha pedido el voto para Petro. “La FARC es hoy un partido político que actúa en democracia, tiene todo el derecho a expresar dónde siente que el proceso de paz se va a proteger”, señala Ángela Robledo. “Humberto de la Calle dice al final de la carta que nos escribió: “Hay que cumplir la palabra” De lo contrario esto sería perfidia. Eso es lo que está en juego. Por eso quizá la FARC ha tomado esta posición, porque sienten que del otro lado el riesgo de volver a la guerra es total”.
La tremenda polarización de la clase política y de la sociedad colombianas ha estado presente en la campaña de las presidenciales y quedó reflejada en los resultados de la primera vuelta el pasado 27 de mayo. El derechista Iván Duque, del Centro Democrático, que está dispuesto a modificar sustancialmente los acuerdos de paz, ganó claramente con el 39,14%, casi dos millones de votos más que su inmediato seguidor, Gustavo Petro, de Colombia Humana, con el 25,09%.
“Nosotros los políticos tenemos la responsabilidad de no haber logrado traducir el impacto de la guerra en las grandes ciudades. Para los habitantes de las grandes ciudades esta paz no significa nada, en cambio la gente que vive en la Colombia profunda tiene muy claro que no quiere que vuelva la guerra. Lo he visto en mis viajes como congresista, y ahora como candidata vicepresidencial”, dice Ángela María Robledo.
En el cómputo global de los resultados de la primera vuelta, los candidatos que prometieron respetar el proceso de paz –Petro, Sergio Fajardo y Humberto de la Calle-- superaron por escaso margen a los candidatos de la derecha contrarios a los acuerdos –Duque y Germán Vargas--. La partida definitiva se juega este domingo entre Duque y Petro, y a estas alturas el resultado es más incierto que nunca. Uno y otro representan las dos caras, antagónicas, de la Colombia actual.
Iván Duque, 41 años, abogado, trabajó en varios organismos internacionales en Washington, es senador y fue elegido candidato del Centro Democrático a través de un sistema de encuestas internas impuestas por el ex presidente y mandamás del partido, Álvaro Uribe. De ganar las elecciones del domingo, Duque se convertiría en el presidente más joven de la historia de Colombia.
Nosotros los políticos tenemos la responsabilidad de no haber logrado traducir el impacto de la guerra en las grandes ciudades
Gustavo Petro, 58 años, economista, fue dirigente del grupo guerrillero M-19 hasta su desmovilización en 1990. Ocupó la Alcaldía de Bogotá entre 2012 y 2015 y en su etapa de parlamentario fue un duro opositor a Uribe, que destapó el escándalo de las vinculaciones políticas de los grupos paramilitares de ultraderecha y el uribismo. Sus adversarios, de distinto color, le acusan de radical y populista, y tratan de descalificarle con una campaña del miedo que le endilga el apelativo de castrochavista.
Uno de los aspectos diferenciadores de Petro del resto de candidaturas, de su rival Duque, y de lo que representa el chavismo venezolano es que, en el contexto del desarme de las FARC, pone como centro de gravedad de su política la vida, razón de ser de la Colombia Humana. Pensar en las próximas generaciones: cambio climático, sostenibilidad ambiental, el tránsito hacia energías limpias, el cuidado de la naturaleza, democratización de la tierra.
David García, integrante de su equipo de asesores, define a Petro “como un verdadero candidato de centro. No hay nada en el programa de Colombia Humana que se parezca a lo que podría ser el socialismo del siglo XXI. Lo que ocurre es que en Colombia estamos saliendo de una guerra que ha tenido como demonio principal el comunismo, aunque no haya existido. Cualquier programa democrático, sea socialdemócrata o de un partido conservador decente pasaría en Colombia como el programa de un partido comunista. Así es el radicalismo de la derecha contra cualquier intento de reforma social. La izquierda colombiana parecía en principio dividida al comenzar el proceso electoral. Ahora se ve que toda la izquierda, excepto los maoístas, defienden a Petro”.
Las últimas encuestas vaticinan todavía una victoria de Duque, pero el margen que le separa de Petro se ha estrechado hasta tal punto que el ex alcalde acaricia el sueño de “todavía se puede”. ¿Hay motivos para creer en una victoria del candidato Petro?, pregunto a su compañera de fórmula. “Las encuestas orientan. Acertaron sobre los candidatos que pasaron a la segunda vuelta. Hemos ido remontando en la Colombia profunda, la que más ha sufrido las consecuencias de la guerra. Esto nos da esperanzas de una participación en las urnas de aquellos que hasta ahora no creían en la política ni confiaban, con toda la razón, en los políticos de siempre. Nos hace pensar que podemos remontar el resultado que predicen las encuestas”.
La remontada adquirió un impulso, que algunos ven imparable, la semana pasada cuando Petro logró el apoyo de destacados dirigentes políticos de la Coalición Colombia, que en la primera vuelta obtuvo más de 4,5 millones de votos. Fue un auténtico golpe de efecto, por los protagonistas, la escenografía y el contenido del anuncio. El lugar elegido para sellar el acuerdo estaba cargado de simbolismo. La Basílica Menor del Voto Nacional, en Bogotá, fue construida como signo de reconciliación entre liberales y conservadores después de la llamada guerra de los 1.000 días entre los dos partidos tradicionales de Colombia, que causó 100.000 muertos.
Allí estaban, entre otros, Antanas Mockus, ex alcalde de Bogotá en dos periodos, ex candidato presidencial y el segundo senador más votado en las elecciones legislativas de marzo pasado, la senadora Claudia López, líder de Alianza Verde y ex candidata a la vicepresidencia de la fórmula Coalición Colombia que encabezaba Sergio Fajardo, María José Pizarro, candidata a la Cámara de Representantes por la Lista de la Decencia e hija de Carlos Pizarro, e Ingrid Betancourt , ex candidata presidencial que pasó casi 7 años secuestrada por las FARC. Desde su liberación, hace diez años, Betancourt no había tenido ninguna actividad política en Colombia. Viajó desde Europa, donde reside, para apoyar públicamente a Petro, antiguo compañero de escaño en el Senado, y a quien describió como “el mejor parlamentario de Colombia”.
La euforia en la filas de la candidatura Colombia Humana contrasta con la inquietud que reina en el equipo de Iván Duque, hasta el punto de que el candidato uribista declinó participar en el debate televisado a escala nacional entre los dos contendientes, que estaba previsto para la noche del jueves.
la gente más que cárcel quiere la verdad. Uribe tiene que decir la verdad. Sobre sus relaciones con el paramilitarismo, sobre masacres en las que aparece comprometido
“Ahora con los nuevos aliados, la Alianza Verde, el Polo Democrático, con muchos integrantes del Partido Liberal y una gran cantidad de alianzas ciudadanas que hemos hecho la última semana creemos que es posible ganar”, dice Ángela María Robledo con un optimismo contenido, que poco a poco va desatando. “Quiero subrayar que están de nuestro lado Antanas Mockus, que es un icono de la transparencia, la confianza y la protección de la vida; Claudia López, que era la candidata a vicepresidenta de Fajardo; y Clara López, candidata a vicepresidenta de Humberto de la Calle. Son apoyos muy importantes y significativos que nos pueden ayudar a producir más confianza en un país que no olvida el pasado de Gustavo de hombre rebelde, de hombre que se levantó en armas, y que lleva casi 30 años en la democracia. Eso ayuda, porque en Colombia sólo se llora por un ojo. Cuando se recuerda a quiénes han estado en la violencia sólo se recuerda a los guerrilleros, pero del otro lado, de los paramilitares, de los narcotraficantes, de los aliados de la guerra sucia, como ganaderos y grandes comerciantes, nunca se dice nada. Incluso las investigaciones a Álvaro Uribe, no se mueven, no caminan, a pesar de que tiene tantas y tantas investigaciones”.
En la partida entre Iván Duque y Gustavo Petro se juega más que la Presidencia de Colombia. Está en juego también el futuro de uno de los hombres más poderosos del país, a menudo desde la sombra, cuyos tentáculos atraviesan los territorios del poder político, económico, militar y paramilitar.
“Creemos que el futuro de Álvaro Uribe se juega en estas elecciones”, corrobora Ángela Robledo. “El futuro de Uribe se había jugado hace cuatro años, pero fue su oposición a la paz, y eso no se puede olvidar, y el plebiscito, que fue una gran equivocación de Juan Manuel Santos, lo que debilitó el proceso y fortaleció el No. Aquí tuvimos un plebiscito porque hemos tenido un presidente que le apostó a la paz, pero que en los últimos meses se quedó corto en su aplicación. En las demás propuestas está totalmente escondido, por ejemplo, en lo que se refiere al modelo económico. Eso es lo que tenemos y ojalá se dé una votación contundente que diga, como hemos escuchado en tantos lugares de Colombia, “No más Uribe”. Ya hay suficiente de Álvaro Uribe en este país”.
¿Podría terminar Uribe en la cárcel? La candidata a vicepresidenta recuerda que en sus viajes por Colombia ha podido comprobar que “la gente más que cárcel quiere la verdad. Uribe tiene que decir la verdad. Sobre sus relaciones con el paramilitarismo, sobre masacres en que aparece comprometido, y eso tiene que probarse, para eso está la Justicia. Más que la cárcel, queremos que Colombia entera y las víctimas sobretodo conozcan la verdad, en un país de sobrevivientes como éste. Y eso es lo que está en juego, si vamos a conocer algún día la verdad y las actuaciones de este hombre, que tendrá que defenderse en la Justicia. Pero para ello necesitamos una Justicia que pueda operar con autonomía, para que, conociendo la verdad, podamos caminar hacia la reconciliación”.
“El problema central de Colombia no es el señor Uribe”, afirma David García, asesor del candidato Gustavo Petro. “Uribe simplemente representa a un sector de la población vinculado a la propiedad de grandes latifundios, al narcotráfico, a la corrupción, a quien han acompañado destacados líderes del poder económico y político del país. Sin embargo, como todo en la vida, los hechos y la verdad no se pueden esconder de manera permanente. Han surgido testimonios, investigaciones, que demuestran la relación de Uribe con sectores oscuros de la corrupción y el narcotráfico o el paramilitarismo, y con hechos muy graves como los mal llamados falsos positivos durante su gobierno, que no son otra cosa que desapariciones forzosas y ejecuciones extrajudiciales de entre 3.000 y 10.000 personas, como muchachos que no tenían nada que ver con la guerrilla ni el conflicto armado y que fueron secuestrados, disfrazados de guerrilleros, asesinados y presentados ante la prensa como terroristas muertos en combate. Todo esto sucedió bajo el Gobierno de Uribe. Hechos que están siendo investigados por el Tribunal Penal Internacional. Poco a poco las investigaciones están cerrando el cerco a Uribe, y de no ganar las elecciones su candidato difícilmente podrá manipular el Estado y la Justicia como ha hecho hasta ahora”.
Cuesta entender cómo, a pesar de estas gravísimas acusaciones, Uribe mantiene intacto el apoyo de la mitad del país. “Contra Uribe hay en el Congreso de la República más de 250 investigaciones en curso en una comisión parlamentaria que, hasta ahora, ha estado controlada por los uribistas”, explica David García. Por esta razón, muchos de estos casos fueron enviados en el año 2012 al Tribunal Penal Internacional para que actúe en consecuencia en el caso de que la Justicia colombiana se inhiba. Se trata de matanzas, ejecuciones extrajudiciales, y otros crímenes de lesa humanidad. Desde la firma de los acuerdos con las FARC y a pesar de la polarización política que ha logrado fraguar el uribismo en torno al proceso de paz, ha ido perdiendo apoyo. Según las últimas encuestas, la mala imagen supera a la buena imagen que proyecta Uribe. Poco a poco la población empieza a darse cuenta de que hay otros actores políticos y que Uribe no es lo que creían”.
investigaciones demuestran la relación de Uribe con hechos como los llamados falsos positivos durante su gobierno, que no son otra cosa que las desapariciones forzosas y ejecuciones extrajudiciales de entre 3.000 y 10.000 personas
Pese al declive de Uribe en aceptación popular, y a la incuestionable tutela que ejerce sobre el candidato del Centro Democrático, Iván Duque puede acabar derrotando a Gustavo Petro y convertirse en el próximo presidente de Colombia. La esperanza del cambio daría paso a la indignación. El proceso de paz, con todas sus limitaciones, ofrece la posibilidad de que muchas voces logren acabar con la exclusión de manera pacífica, desde la indignación. “Una victoria de Duque implicaría que deberíamos retomar la tarea de oposición, una oposición democrática, por supuesto, pero contundente”, señala con convicción Ángela Robledo. “Habría que llenar las calles de Colombia para impedir que revoque lo conseguido, que se revoque el Congreso, para impedir que se toque el corazón del acuerdo de paz. Tendríamos que encontrar un canal democrático para impedir que este hombre tenga el control de todo, impedir que la Fiscalía dependa del poder ejecutivo, y el Congreso disminuya de tamaño, porque la llegada al poder de Duque podría comprometer el equilibrio de poderes entre ejecutivo, legislativo y judicial. Y, sobre todo, habría que impedir tocar la Corte Suprema de Justicia, que es donde están los procesos del patrón de Iván Duque, que no es otro que Álvaro Uribe”.
El próximo julio asumirá el nuevo Congreso surgido de las elecciones del 11 de marzo. El bloque inmovilista conserva la mayoría, pero por primera vez en muchas décadas hay cerca de 30 parlamentarios, especialmente en el Senado, que formarán parte de una bancada progresista. El Polo Democrático, los Verdes, los Decentes, la presencia de las comunidades afro-indígenas, los campesinos son voces que hasta ahora han tenido una subrepresentación en el Congreso. Por primera vez tendrán de manera más colegiada la posibilidad de trabajar para una legislación más progresista en Colombia.
“El sueño de Gustavo Petro ha sido hasta el último momento la construcción de una gran coalición por la paz y la democracia en Colombia. Una gran coalición de centro, por el respeto del Estado social de Derecho, respeto a los acuerdos de paz y el respeto por el voto de opinión, que es plural”, concluye su candidata a vicepresidenta. La decisión está en manos de los 36,7 millones de electores, pero sobre todo en los más de 7 millones que no votaron por ninguno de los dos candidatos en la primera vuelta.
Colombia puede escribir este domingo una página histórica: la derrota por primera vez, a través de las urnas y no de las armas, de las maquinarias políticas tradicionales y poner en pie un Gobierno para los ciudadanos.
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Francesc Relea
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