La sucesión
Nueva era en el PP: delfines, tiburones y estado de shock
La renuncia de Núñez Feijóo da paso a la batalla interna protagonizada por el duelo Santamaría-Cospedal
Miguel Ángel Ortega Lucas Madrid , 20/06/2018
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Por primera vez en sus cuarenta años de historia, un presidente del Partido Popular ha dejado el trono sin nombrar heredero. En el partido de “las personas normales”, como dejara establecido el ya ex presidente Mariano Rajoy, lo normal ha sido, desde la extinta Alianza Popular de Manuel Fraga, que el patriarca en ejercicio nombrara al sucesor mediante su infalible dedo índice. En el cual venían a converger, como un mismo haz de luz, la inspiración regia, la divina y la política: el dios-padre confería poderes absolutos al elegido con infalibilidad vaticana, así como los papas recién ungidos miran un segundo de cortesía a la bóveda celeste, antes de aceptar, para corroborar que el Espíritu Santo está de acuerdo; de paso, casualmente, resultaba que el elegido solía ser de la misma cuerda ideológica, y nunca un cabo suelto, del monarca saliente –como mucho, una marioneta teóricamente manipulable.
Por esto, quizás en ningún partido como en el PP era más adecuado el término delfín para aludir al heredero. La expresión data, al parecer, de una familia denominada ‘los delfines de Viena’. Uno de ellos, el conde Humberto II, entregó sus tierras al rey francés Felipe VI a condición de que los sucesores del trono de Francia llevaran desde entonces ese apelativo, delfín. En el PP, o partido de las personas normales, lo ocurrido con la salida de Rajoy, que no dejó delfín, constituye una grave anomalía histórica.
Algo que puso a su gente muy nerviosa. La situación inédita en que se encuentran era ilustrada por la prensa en los primeros compases tras la salida de presidente, el pasado 5 de junio, con términos como “incertidumbre”, “vértigo”, “conmoción”. Se diría que la palabra urna sonaba en Génova como mentar la guillotina en los aposentos de María Antonieta; las primarias, como aquella leyenda en los mapas medievales que advertía que más allá de la costa conocida sólo había dragones. “Desde el primer momento, a la orden de quien elijáis. Y a la orden es a la orden”, dijo Rajoy al anunciar su despedida, en alusión estruendosa a las (re)apariciones de su antecesor, Zeus-Aznar, rugiendo desde el Más Allá para recodarle puntualmente quién le puso ahí. Los presentes le aplaudieron mucho. Pero lo cierto es que, en el partido de las personas normales, la ausencia de tutelaje se parece mucho al miedo a la libertad, a cierta orfandad cósmica: “¿Y ahora qué, Señor...?”.
Ahora, “puede pasar cualquier cosa”. Es lo que respondía a CTXT la semana pasada, en la preparación de este reportaje, José Luis Bayo: el primero en hacer públicas y oficiales sus aspiraciones a presidir el PP. Bayo, de 39 años, es miembro del partido desde la adolescencia, ha ostentado cargos importantes en Valencia, y fue el único en confrontar a la candidata oficialista para presidir el PP valenciano, Isabel Bonig, a quien denunció por irregularidades en el proceso electoral, sin que llegara a prosperar su demanda. Bayo pertenece al sector más abiertamente crítico con la gestión interna del aparato de Rajoy (hablamos con él y otros que pensaban como él hace un año, en el reportaje titulado La “secta” que denuncia ‘el otro’ Partido Popular). Se sabe, obviamente, con muchas menos opciones que sus archiconocidos rivales, pero sostiene que uno de los objetivos de su candidatura sería espolear “un debate interno para saber en qué situación estamos, que es una crisis profunda de identidad”. A partir de ahí, “abrir cauces de participación para los afiliados”.
“Pero no puede ser”, decía, “que este congreso, que debería ser de revitalización, de regeneración, se quede en un juego de cuotas: ‘para mí la secretaría general, para ti ser candidato en dos años...’”. Según él, la salida efectiva de Rajoy se daría cuando “las personas que han dirigido el Gobierno y el Partido Popular” estos años “den un paso atrás”: “La regeneración no puede venir de los que han estado en primera línea estos años y no han sabido atajar la corrupción”.
De la misma opinión, y más cruda respecto a los movimientos de Rajoy, es María Fuster (1984): “La rueda de prensa fue un acto de cinismo máximo. Eso de que no quiere influir. Si no quieres, lo primero que haces es convocar el congreso con un tiempo suficiente para que quienes se quieran postular puedan jugar en igualdad de condiciones que los del aparato”. Afiliada desde los 17, Fuster ostentó diversos cargos –vicesecretaria del área internacional de Nuevas Generaciones durante diez años y jefa de gabinete del portavoz del PP en el Parlamento Europeo, entre otros– hasta que, por su creciente discrepancia con la deriva del partido, el pasado marzo se dio oficialmente de baja. Tanto ella como Bayo denunciaban que el próximo congreso fue convocado con esa rapidez, incluso violando el margen mínimo de tiempo que establecen los estatutos, “para que cualquiera de los nombres del gusto de Rajoy, especialmente Feijóo”, tuvieran “un congreso más cómodo, porque no va a dar tiempo a armar una lista alternativa bien organizada” más allá de la órbita marianista conocida. “Se han inventando el engañabobos de las primarias con vuelta porque la segunda votación no es con listas abiertas, sino con el voto de los compromisarios”. Es decir, de los representantes provinciales que ya han venido respaldando todo este tiempo al aparato vigente. “Estas primarias se ríen de los militantes y engañan a la sociedad”, aseveraba Fuster.
Todo parecía conducir, sin prisa pero sin pausa, a ese “juego de cuotas”, o similar, que apuntaba Bayo: porque todo el mundo daba por hecho que el presidente de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, el favorito del marianismo, anunciase su postulación (lo esperado, lo normal para el PP). Feijóo suponía también, al parecer, una cuadratura de círculo respecto a disidencias internas. El propio Bayo le dejaba fuera de la fotografía de las familias Gürtel y demás: estaría “absolutamente fuera de sospecha” por no haber participado “en la toma de decisiones” de la dirección nacional –a pesar de su peso evidente dentro del partido–. De la misma opinión aseguraba ser Miguel Ángel Robleda Llorente (1986; con quien también hablamos en febrero del año pasado, cuando nos explicaba la denuncia que interpuso por las supuestas irregularidades dentro del PP gallego para nombrar a los compromisarios del congreso nacional de ese año). Actualmente miembro de la junta directiva y del comité ejecutivo del PP gallego, se declaraba afín a Feijóo, de quien esperaba que se presentase aunque, decía, es “bastante hermético para estas cosas”. Y añadía algo interesante, en la línea del runrún general: no le hubiera importado que María Dolores Cospedal confluyera en esa candidatura: “Podrían hacer un buen equipo”.
casi todos, o la mayoría, esperaban a Feijóo. Por su proyección política pero también, o sobre todo, porque con él se instauraría la pax interna (paliativo del “estado de shock” del que muchos en el partido hablaban), al menos entre los pesos pesados
“...Si te soy sincero”, se despedía Robleda, “estamos todos sin saber lo que va a pasar, desde el despacho más alto a los que pegan carteles. No hay nada claro”. Pero casi todos, o la mayoría, esperaban a Feijóo. Por su proyección política pero también, o sobre todo, porque con él se instauraría la pax interna (paliativo del “estado de shock” del que muchos en el partido hablaban), al menos entre los pesos pesados: se daba por hecho que ni Cospedal ni Soraya Sáenz de Santamaría entrarían ya a competir. Como consecuencia, entonces, tampoco lo haría el exministro García Margallo, el único que había declarado abiertamente la posibilidad de concurrir, con un argumento insólito, por bélico y anormal cara a la galería: lo haría sólo por hacer frente a Sáenz de Santamaría en caso de que ésta se presentara (como el que va a una fiesta sin ganas sólo por fastidiársela a otro). Los otros nombres ya en liza, el expresidente mallorquín y actual senador José Ramón Bauzá, el responsable de Relaciones Internacionales del partido, José Ramón García Hernández, y José Luis Bayo, no iban a ser, a priori, rivales peligrosos; sobre todo por lo ya expuesto sobre el funcionamiento de las primarias con vuelta y el voto decisivo de los compromisarios.
Pero llegó el lunes 18 –a falta de dos días para el cierre del plazo de pre-inscripciones– y Feijóo anunció que no concurría a nada, que se queda en Galicia, en lo que podría llamarse el segundo shock en el partido tras la salida del Gobierno y la consiguiente despedida de su paisano Rajoy. Esto fue muy poco después de que Pablo Casado, vicesecretario de Comunicación del partido, irrumpiese contra pronóstico en escena, abanderando en su candidatura al PP “del futuro”, ante el silencio, hasta aquel momento, de los ‘mayores’. Nadie, sin embargo, pareció relacionar el movimiento de uno con el del otro.
Lágrimas de tiburón
Y lo cierto es que sí había relación, al parecer. Fuentes internas del PP sostienen que la a priori irrelevante postulación de Casado vino a romper la baraja. Que, al enterarse de aquello, Alberto Núñez Feijóo habría manifestado algo parecido a: “Yo no me presento si no tengo seguro que voy a ganar”.
“Se acobardó”, viene a ser el resumen de la decisión del presidente gallego. Éste no veía peligro alguno en los candidatos ya mencionados, sin mayor peso orgánico. Pero Casado supondría para él otra historia: un rival imprevisto e imprevisible que cuenta con algunos activos considerables. Es joven y puede poner rostro a esa renovación interna y de imagen que muchos querrían –pero casi nadie ha admitido en voz alta– en el partido. Es conocido y cuenta con apoyos territoriales como Murcia y Castilla León. Ha ostentado cargos en el PP pero ninguno de relevancia: no está quemado.
Quien sí podía quemarse en un duelo más correoso del augurado era Feijóo. El gallego esperaría, según esto, alfombra roja y paseo militar hasta Madrid, no complicaciones de última hora que, quizás, en su mapa mental alteraban de paso otras variables. Aunque improbable, podría darse para él un escenario nuevo: que se frustrara su salto a la cúpula del partido, y que luego tuviera que volver a Galicia con el rabo entre las piernas, teniendo entonces que defender la reválida a la presidencia de su tierra, en las autonómicas de 2020, con la mancha en su (hasta ahora impoluto) expediente de haber preferido Madrid a los suyos. Se arriesgaba, según esta cábala, a acabar sentado en el suelo en el juego de las sillas, o del trono.
Y precisamente por eso, quizás, el aria triste que entonó en la rueda de prensa del lunes tuvo como argumento principal, lágrimas mediante, que él se debía a los gallegos: “Mi único pacto ha sido con los gallegos [hasta 2020]. Sin haber completado mi compromiso, no puedo fallar a los gallegos, porque sería también, además, fallarme a mí mismo”. Fue justo acabando esta frase cuando casi le ahoga el nudo de las lágrimas. A nadie pareció llamar aquello la atención tampoco, en un hombre tan generalmente “hermético”. Podríamos preguntarnos ahora por qué tal emoción, tal tristeza: qué clase de batalla se libraba en su interior para que aquella determinación tan supuestamente antigua para con su tierra fuera anunciada de forma tan trascendente: cuál era el sacrificio. ¿Se emocionaba desbordado de amor a su tierra; se daba ahora cuenta de lo mucho que los quiere, purgando en secreto la tentación de pecar; o se lamentaba por haber perdido en el último momento una oportunidad única en su carrera política?
Las fuentes consultadas apuntan sin embargo a que no todo estaría perdido para él: “Haciendo como está haciendo las cosas” –y más con esto de deberse a los gallegos–, “conseguirá su cuarta mayoría absoluta” en Galicia en 2020 si no hay ulteriores sorpresas. Después de eso, “quién sabe cómo estará el partido”. Quizás entonces, o para las generales de 2024 (rondaría los 62 años), si no antes, llegaría igual o mejor colocado para tomar ya todo el poder interno, tras cuatro victorias autonómicas y mayor influencia acumulada. Quizás para entonces sea de los pocos varones territoriales que queden del PP en todo el mapa nacional.
En lo que respecta a Casado, todo apunta a que su jugada ha sido un acierto: ese aparente riesgo presentándose, adelantándose además a cualquiera de los pesos pesados, no debiera causarle perjuicio alguno; al contrario. Tiene tiempo de sobra por delante y pocas hipotecas; podría acabar convergiendo con el candidato ganador, fuera quien fuese. Seguir escalando poco a poco (si es que la investigación judicial sobre su presunto máster en Harvard, o Aravaca, no lo impide). Incluso presentarse, llegado el momento, como el elemento conciliador entre los contendientes más duros. Las contendientes.
“...El día que pierdan el poder en España ríete tú de la situación que tiene el PSOE ahora. Lo vamos a ver... Empezarán las filtraciones, y se matarán entre ellos, porque cuando entras en un proceso de descomposición así, sólo queda sobrevivir. Podría pasar cualquier cosa”. Eso es lo que nos contaba hace un año José Luis Bayo. Una posibilidad que se intuía improbable... hasta la declaración de Feijóo.
Ese escenario de cuchillos volando; esa estampa, no de delfines heráldicos, sino de tiburones tratando de devorarse unos a otros en un acuario a la luz pública, era (es) con seguridad el más temido para un partido tan acostumbrado a la “normalidad”
Ese escenario de cuchillos volando; esa estampa, no de delfines heráldicos, sino de tiburones tratando de devorarse unos a otros en un acuario a la luz pública, era (es) con seguridad el más temido para un partido tan acostumbrado a la “normalidad”, a que nadie se mueva un pelo, mucho menos al escándalo de los trapos sucios lavándose en la fuente de la plaza. Porque, en esa hipótesis, quién sabe hasta dónde estarían dispuestos a llegar los contendientes. Sobre todo los más claramente confrontados, que son también quienes más poder han tocado a nivel nacional y de partido, y quienes más opciones tendrían, en el nuevo panorama, de alzarse con el sillón: Cospedal y Sáenz de Santamaría.
En la mañana del martes 19, y ante la junta directiva del PP de Castilla-La Mancha (su partido), en Toledo, Cospedal anunciaba su intención de ser “la primera mujer que presida el PP y el Gobierno de España”. Hora y media después, y ante una nube de medios de comunicación junto a la escalinata del Congreso de los Diputados (su territorio durante los últimos 14 años), Soraya S. de Santamaría anunciaba lo propio ofreciendo “un proyecto abierto y en positivo para la sociedad; escuchando, cooperando e integrando”. Hubo ya alguna velada alusión, por parte de ambas, a sus respectivas virtudes en implícito detrimento de las de otro/as, pero sin duda lo más destacable de la mañana fue el conato de lágrimas de Cospedal (otra anomalía histórica), recogiendo el testigo de Feijóo.
Ese duelo, tan improbable hasta hace dos telediarios, se presenta interesantísimo ya desde el punto de vista estratégico: tanto Soraya como Cospedal tienen el talón de Aquiles justo donde tendrían la fuerza. La primera fue reclutada por Rajoy sin vinculación previa con el partido: tendría más libertad de movimientos, a priori; ha sabido mantenerse lo más alejada posible de los escándalos con una imagen de tranquila solidez infrecuente en ese entorno, pero también (unas cosas llevan a otras) cuenta con menos arraigo, menos suelo fiel en la organización, y los enemigos inevitables por haber sido número 2 del ex presidente. La segunda sí cuenta con ese suelo, de granito en el caso de su comunidad autónoma, Castilla La Mancha, y para todos los que han visto en ella a la única mártir que “daba la cara” ante la luz pública por la sangría de la corrupción. Pero por su larga trayectoria y circunstancias cuenta con fobias igualmente sólidas: la de Juan Manuel Moreno, por ejemplo, el presidente del PP andaluz. [Al cierre de esta información, Cospedal había conseguido el apoyo del presidente en funciones de la Comunidad de Madrid, Ángel Garrido; Santamaría, de los ex ministros Íñigo de la Serna, Fátima Báñez y Álvaro Nadal].
Eso en lo que atañe al panorama interno, con sus infinitos juegos de ajedrez para buscar apoyos y hacerse finalmente con la presidencia del partido (para lo cual es necesario conseguir más del 50% de los votos y ser también el más votado en más de la mitad de las 60 circunscripciones, con 15 puntos de diferencia sobre el siguiente adversario. De no darse esto, pasan entonces los dos candidatos más votados a la segunda vuelta, votada sólo por los compromisarios). En este sentido, la aparición de Casado viene a su vez a abrir las aguas por un tercer afluente inesperado también hasta el momento; en teoría, la del ala más joven del PP, la que más formas “nuevas” de hacer las cosas echa en falta, y también la que más reclama la batalla ideológica, vindicar los orígenes liberales del partido: políticas de contenido que definan una visión de sociedad mucho más clara que la que planteó nunca Rajoy –y Aznar dibujó públicamente sólo de manera puntual–, porque, para muchos de ellos, las administraciones ultimas del PP son gestorías funcionariales de tinte conservador sin músculo de “principios y valores”. Los de una Margaret Thatcher por ejemplo.
Los programas, sin embargo, serán secundarios a la hora de reclamar el trono que Rajoy dejó sin delfín. La trama que ahora se abre es inédita en el partido, y también inesperadamente atractiva para el resto, expectantes por ver hasta qué punto, y de qué maneras, los contendientes estarán dispuestos a enseñarse los cuchillos, o los viejos trapos manchados de sangre, por debajo de la mesa. (“En la pelea por el trono se gana o se muere; no hay término medio”: Cercei Lannister).
Sobre todo, en el duelo estrella Cospedal-Santamaría. Enemigas cuasi declaradas durante la última década, quizás su mutua aversión tenga que ver también, lejanamente, con lo que estamos presenciando ahora: la una como mano derecha de Rajoy en el partido, la otra como lo mismo en el Gobierno (salomónico siempre, el registrador de la propiedad), no es descabellado pensar que ambas anduvieran cada vez más al acecho de ser proclamadas delfines por el último patriarca. Pero éste no quiso mojarse –tampoco– en esa tesitura. Y los delfines pueden ahora verse obligados a convertirse en tiburones.
Por cierto: ¿en qué estará pensando ahora mismo José María Aznar?
Queremos sacar a Guillem Martínez a ver mundo y a contarlo. Todos los meses hará dos viajes y dos grandes reportajes sobre el terreno. Ayúdanos a sufragar los gastos y sugiérenos temas
Autor >
Miguel Ángel Ortega Lucas
Escriba. Nómada. Experto aprendiz. Si no le gustan mis prejuicios, tengo otros en La vela y el vendaval (diario impúdico) y Pocavergüenza.
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