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Reseña

Un debate abierto. ‘Lactancia Materna: Política e Identidad’

Beatriz Gimeno ubica la lactancia en un entramado de significaciones y mandatos que nos permite deconstruir el sentido común sobre el pecho y el amamantamiento

Sarah Babiker 10/07/2018

StockSnap

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Reconozco que no tenía gran interés en leer el último libro de Beatriz Gimeno Lactancia Materna: Política e Identidad. Entendía que en mis cuatro años de lactancia propia en dos entregas ya había tenido suficiente debate y cuestionamiento sobre mi decisión en torno a un hecho que solo constituía una parte de mi maternidad, siendo la maternidad solo una parte de mi identidad. También sentía cierto reparo a abordar públicamente uno de estos temas tan polarizados que inhiben la comprensión lectora de quienes, desde el titular o el primer párrafo, ya han etiquetado a su autora, y sobre esto van redactando mentalmente el comentario con el que apoyarán o criticarán, a veces con ferocidad, sea el contenido, sea a quien lo escribe.

La resistencia a leer el libro se venció rápido, sus 300 páginas se acaban haciendo cortas: el ensayo de Gimeno no habla de nuestras experiencias concretas, ni juzga nuestras razones particulares para amamantar o dejar de hacerlo, sino que ubica esta práctica en un contexto histórico y político, en un entramado de significaciones y mandatos que nos permite deconstruir el sentido común sobre el pecho/la leche materna. Deconstruir sentidos comunes es un ejercicio sano para el pensamiento. Respecto a los reparos para escribir sobre el tema, decir, que del mismo modo que tirar del hilo de la lactancia permite a Gimeno adentrarse en un exhaustivo análisis sobre los mandatos de la buena maternidad y sus contextos, abordar el debate en torno al pecho me permite a mi reflexionar, más modestamente, sobre las aristas que se dan en la discusión y las posibilidades de encuentro.

Pero vamos a empezar por el principio.

¿Es objetivo el carácter natural del amamantamiento o hay una construcción cultural que en este momento de la historia lo designa como más apropiado?

Sobre el libro

¿Qué es lo que hay detrás del consenso en que la leche materna es lo mejor para los bebés? ¿Cómo se consigue que tantísimas madres hagan todo lo posible por evitar alimentar a sus criaturas con la misma leche de fórmula con la que ellas mismas crecieron sanamente? ¿Es objetivo el carácter natural del amamantamiento o hay una construcción cultural que en este momento de la historia lo designa como más apropiado? ¿Qué rol ha cumplido el poder y la ciencia para consolidar este sentido común? ¿Hacia dónde estamos yendo?

A partir de una experiencia personal dolorosa –en el hospital en el que dio a luz, hace 30 años, Gimeno fue cruelmente presionada para amamantar y maltratada por mantenerse en su determinación de no hacerlo– y de la constatación de que la suya no era una vivencia casual perteneciente a épocas pasadas, sino la experiencia de muchas otras mujeres de generaciones posteriores, la autora comienza a hacerse preguntas sobre la lactancia materna. Comparte sus reflexiones en un articulo que, desde su publicación en la revista Píkara, allá por 2011, acumula medio millar de comentarios. Con el elocuente título “Estoy en contra de la Lactancia Materna” sus palabras tocan sensibles fibras. Hay quien le aplaude la valentía, hay quien le da la razón con matices, hay quien la ataca con saña. Habrá también mujeres que la contactarán para contarle historias similares a la suya: mujeres presionadas para amamantar contra su voluntad, contra su bienestar, o incluso contra su salud. Aquí, también, lo personal es político: detrás del maltrato emocional médico, de la condena social, pero también detrás de la intensa frustración que pueden sentir aquellas que quisieran amamantar y no pueden, hay un mandato social con un fuerte carácter disciplinador, intuye la autora.

Si Gimeno dedica un libro a la lactancia materna, no es por desquitarse de una mala experiencia, no es para hacer campaña antilactancia, no es para embarcarse en una cruzada personal contra la crianza con apego, sino porque entiende que se trata de “uno de esos temas con capacidad para condensar en sí una compleja madeja de significantes políticos e ideológicos que van desde la construcción de identidades propia de la posmodernidad hasta las políticas de género alentadas por una agenda conservadora, pasando por las políticas neoliberales de recortes en servicios públicos...”

Lo que sigue es una rica investigación, bien documentada e inteligentemente estructurada. Recuperar la historia de la lactancia –ya en sí, un ejercicio necesario contra la desmemoria de las experiencias femeninas– le sirve a Gimeno para cuestionar la idea de que hay opciones más naturales que otras, recordando que las mujeres se adaptan al medio y en función de eso, ponen en práctica estrategias diversas que desbordan lo “presuntamente” instintivo. De hecho, la construcción de la lactancia prolongada como lo más natural y por tanto deseable es una construcción cultural reciente, que se aplica a espacios concretos y determinadas clases sociales, si bien se quiere hegemónica, alerta Gimeno. Siendo el mandato de maternidad una herramienta de control social sobre las mujeres, detecta una relación entre los momentos de aparente crisis de las relaciones de género patriarcales, y la intensificación de los discursos que identifican la buena maternidad con el amamantamiento.

Las tareas reproductivas en los primeros meses son numerosas y agotadoras, no porque los bebés mamen, si no porque son bebés. El reparto de todas estas tareas es la que refleja la regresión o no en la división sexual del trabajo

Así, tras un recorrido histórico en el que caben destetes tempranos, el uso de la leche animal –en ocasiones consumida directamente de sus ubres–, la explotación de esclavas y el contrato de nodrizas para amamantar a las crías de mujeres de clases más elevadas, la existencia en fin, de herramientas y prácticas que desligaban a la madre de la lactancia directa de sus bebés, apunta al establecimiento de esta práctica como imperativo moral hoy. Esto, así como la leche materna como alimento dotado de cualidades cuasi mágicas, son construcciones modernas que cumplen la función de distinguir entre buenas y malas madres, y que, por tanto, están atravesadas por intereses políticos que afectan tanto a las relaciones de género como a un proyecto de organización social que se sirve del esencialismo para devolver a las mujeres al espacio privado.  

El carácter regresivo, la funcionalidad para cierto horizonte social neoliberal, no estaría tanto en el acto en sí de amamantar, sino en el discurso que lo convierte en mandato, una determinada mística maternal centrada en el cuidado intensivo, la maternidad total, el amor como sacrificio –una transformación del amor romántico ahora dirigido a hijas e hijos– cuyo bienestar se convierte en ámbito de realización para las madres, principales responsables de él. Este proceso, que arrancaría según Gimeno en la segunda mitad del siglo XX –coincidiendo con el amplio uso del biberón y con una presencia de las mujeres en el ámbito público sin precedentes en determinados países– no se entendería sin la influencia del lactivismo y en particular, del rol de la Liga de la Leche. A la labor de lobby de esta organización  –que surgió en EEUU de la iniciativa de un grupo de madres católicas y que pronto se extendió internacionalmente– la autora atribuye que tanto la leche materna como el proceso de amamantar hayan suscitado un consenso científico, político y social, un mundo de blogs, un mercado de productos específicos y cuadros expertos, que la convierten en un mandato difícil de evadir, y al mismo tiempo difícil de cumplir, en el marco de una privatización de la responsabilidad y de dejación por parte del Estado.

Sobre el debate

“Este no es un libro contra la lactancia materna (aunque me temo que se leerá así) ni tampoco contra una manera concreta de ejercer la maternidad, sino que es un trabajo que pretende analizar críticamente lo que considero que es una práctica biosocial, una potente ortodoxia basada en el dogma el pecho es mejor a toda costa...” afirma preventivamente Gimeno en la introducción. Aunque la autora aclara en varias ocasiones que no está valorando ni atacando determinadas maneras de criar, en mi opinión hay una cierta sobredimensión de lo que supone la lactancia materna en términos de sacrificio, de pérdida de independencia de las madres, y de división sexual del trabajo. En definitiva, y volviendo a las experiencias, como afirma la misma autora, cualquier análisis de la maternidad suele provenir de vivencias situadas, en mi experiencia y la de muchas mujeres de mi entorno, no hay una relación tan clara entre el amamantamiento y la profundización de la división sexual del trabajo, ni dar el pecho supone una gran diferencia en términos de sacrificio o cansancio respecto a dar el biberón. Tampoco prolongar la lactancia, incluso varios años, implica per se pasar más tiempo que otras madres con los hijos. Los seis primeros meses de lactancia exclusiva son duros con teta o biberón, y requieren de una presencia continua de las personas cuidadoras independientemente de cómo se alimente el bebé. Las tareas reproductivas en los primeros meses son numerosas y agotadoras, no porque los bebés mamen, si no porque son bebés. El reparto de todas estas tareas (incluida la de quién prepara el biberón) es la que refleja la regresión o no en la división sexual del trabajo, por lo que aislar la lactancia materna como un indicador tan crucial del reparto de tareas en la crianza, podría verse como una simplificación desde las experiencias de muchas mujeres. Pareciera deducirse que el uso del biberón por sí solo produce prácticas de crianza más igualitarias. Más que el biberón, serían los permisos igualitarios e intransferibles, o mejor, la disminución de las jornadas laborales para todas y todos las que permitirían crianzas más igualitarias. Además, a veces el término lactancia prolongada parece equivaler a una larga cadena de dependencia entre madres e hijos, cuando en general, quien da de mamar a los cuatro años, lo hace con poca frecuencia. A pesar de las recomendaciones de amamantar hasta los dos años, también hay cierto mandato social que considera aberrante dar la teta más allá del año. Lo mires por donde lo mires, la maternidad está llena de mandatos, juicios ajenos y cuestionamiento de la agencia de las madres, en todos los ámbitos.

Por otro lado, cabría preguntarse si era más igualitario el reparto de las tareas reproductivas en las generaciones que criaron con biberón, que en las que ahora se decantan por la lactancia materna, y si el hecho de que se amamante o no, es un factor definitivo para evaluar la mayor o menor implicación de los varones. El rol paterno también ha ido cambiando en las últimas décadas, y aunque lamentablemente la crianza sigue siendo una cuestión femenina –basta ver la mamisfera a la que se refiere la autora, o las reuniones en los colegios– no creo que se pueda afirmar que la implicación masculina sea menor que antes. Por otro lado, se establece un nexo muy fuerte entre la lactancia y la permanencia en el espacio privado. Sin embargo, uno de los frentes del lactivismo consiste en normalizar el amamantamiento en el espacio público. Difuminar la barrera entre el espacio público y el privado es otra forma de resistirse a la tendencia a la privatización de los cuidados. No es lo mismo dar el biberón o la teta sola en tu casa, que con otras personas, en una asamblea feminista o en un aula. Se puede dar la teta y leer a Gimeno y otras autoras feministas al mismo tiempo. Doy fe de ello.

Se puede dar la teta y leer a Gimeno y otras autoras feministas al mismo tiempo. Doy fe de ello.

Por último, conceptualizar la crianza como carga, y la participación en el mercado laboral como sinónimo de emancipación, tiene también una dimensión de clase. Realizarse a través del trabajo, o incluso emanciparse económicamente, cada vez está al alcance de menos mujeres. Muchas trabajadoras se dedican al trabajo de cuidados mal remunerado, otras desempeñan trabajos alienantes y precarios.

En definitiva, deconstruir el instinto maternal, desespecializar a las mujeres en el cuidado, cuestionar nuestro destino manifiesto de madres, e impugnar la lógica del sacrificio como algo connatural al ser femenino es necesario y tenemos que agradecérselo al feminismo. Muchas no queremos someternos al esquema patriarcal que nos esencializa asociándonos como mujeres a lo natural, y a los hombres a la cultura. Pero también sentimos que al ocultar la dimensión biológica del ciclo reproductivo –experiencias encarnadas que atraviesan nuestros cuerpos– se produce una disonancia entre lo que muchas mujeres sienten y ciertos discursos. Discursos que, para desmontar el pernicioso eje que divide a las malas madres y a las buenas, acaban introduciendo otros que nos cuestiona sobre nuestra agencia o sobre nuestro feminismo.

Gimeno dio muestras de entender esta diversidad de perspectivas en otro artículo respecto el episodio en el que, a principios de 2016, Carolina Bescansa llevó a su bebé al hemiciclo. En este texto afirmaba: “Las feministas que criticaron el gesto de Bescansa pertenecen a otra tradición feminista que, en parte, está ligada también a otra generación (la mía, por cierto) que ha dado mucho al feminismo pero que si no mira alrededor con curiosidad y ganas de aprender y, sobre todo, de escuchar, corre el riesgo de quedarse completamente al margen.” Las ganas de escuchar, de escucharnos, debería de ser un mandato básico para cualquiera que se considere feminista. También de escuchar a Beatriz Gimeno, y a las feministas de su generación que nos recuerdan lo que ha costado pelearles el espacio a los varones en la esfera pública sin saltar rápidamente a la defensiva, o peor, al ataque.

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Autora >

Sarah Babiker

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3 comentario(s)

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  1. Ps

    Señora Gimeno, me parece que para escribir sobre un tema, primero hay que ser conocedora del mismo, y ya ni le cuento para escribir un libro entero. Con sus argumentos está tirando por tierra todos los estudios que demuestran los múltiples beneficios de la lactancia materna, tanto para la madre como para el recién nacido. No se puede generalizar en base a una mala experiencia propia, ni se puede tratar de politizar el tema de la lactancia. Como bien dices la madre es la que debe decir, es lo único coherente que leo en tus artículos, y los profesionales que atienden la las mujeres durante el embarazo y el postparto deben respetarla, y así lo hacen. Otra cosa es que promuevan la lactancia materna, que lo hacen por sus múltiples beneficios sobre la salud y no en base a ningún interés ni patriarcal ni machista, al igual que promueven el ejercicio físico y la alientación saludable. Precisamente, la lactancia artificial, que según su opinion, nació para liberar a la mujer, y la publicidad de estas multinacionales, es la causante de la falta de confianza de la mujer en su cuerpo. Si usted pregunta a cualquier madre embarazada sobre cómo ha pensado que va a alimentar a su bebé, le dirá que con lactancia materna, porque sabe que es lo mejor, y para hacer esta afirmación me baso en estadísticas. En cambio, las tasas de lactancia materna en España son bajas, y esta demostrado con estudios que el principal motivo es la falta de apoyo. No me invento nada, lo dicen las estadísticas, las mujeres prefieren la lactancia, pero el daño que hacen las campañas publicitarias de la leche artificial, se traduce en mujeres que piensan que sus pechos no son capaces de producir leche, que su hijo no crece porque su leche no le alimenta o que su leche no es de calidad. Por eso, los profesionales sanitarios en nuestro día a día trabajamos por empoderar a la mujer, por hacerla consciente de que está preparada para dar el pecho y que confíe en su cuerpo y en su naturaleza. Eso es feminismo señora, y no lo que usted defiende.

    Hace 4 años 8 meses

  2. h

    Cuando las multinacionales como Nestlé hace décadas, se dieron cuenta que podrían hacer negocio con la lactancia empezaron las campañas contra el amamantamiento. Por mucho que repita que no es una campaña contra el amamantamiento, la autora a la vez usa arguemntos anti-amamantamiento.

    Hace 6 años 2 meses

  3. B

    Hay una desconstruccion cultural que designa en este momento el amamantamiento como inapropiado. Como la hubo hace 40 años.

    Hace 6 años 2 meses

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