Para ud.,

No tengo nada que decir y lo estoy diciendo y esto es poesía como la que necesito

Bebé Rocamadour, dientecito de ajo, te quiero tanto, nariz de azúcar, arbolito, caballito de juguete...

(le) escribo rescatando el comienzo de un parlamento y el final de una carta. En el medio, en ese espacio entre, se dirime el combate de la correspondencia, la correspondance (la danza de la palabra), entre los saltos de un caballo en el tablero de ajedrez.

(le) balbuceo dadá:

Cuando pienso en la palabra dadá, pienso en los lenguajes secretos elaborados por los niños y por los amantes.

La belleza de Dadá radica, valga la paradoja, en su falta de raíz. Dadá es una palabra infantil, del in-fans, del que literalmente no habla, el que no está en el lenguaje. Dadá: caballito de juguete; dada, todavía más inaprensible: postura corporal (ir a caballito). Surgida de ese balbuceo articulado por los que están afuera del lenguaje, en este caso no tiene ni mamá ni papá, tan sólo un objeto o una forma tambaleante a los que apelar. De manera que, sin raigambre, sin deuda genealógica y sin ligaduras afectivas la palabra es propicia para dar asilo a cualquier cambio de sentido u orientación, para construir desde esa sin-raíz titubeante. Dadá se mueve mutable como los deícticos, esos términos cuya designación cambiante varía con el tiempo, el espacio, el sujeto: yo, ti, ud., tanto, aquello, ahora, así, tuya, tú m...

Dadá itera y se dobla (da es sí en ruso). Doblar implica también un giro o un pliegue en el lenguaje. Y el doblez se vuelve quizás más agudo si pensamos en un sí balbuceante, que tiembla al borde de los labios, desde la hendidura corporal por la que se abisma la palabra que, entrecortada, abre grietas y abre, por tanto, espacio.

El balbuceo sentido como ese intento que es de tocar más viva y frágilmente el lenguaje tiende sus hilos hacia otras de las reivindicaciones dadaístas: “reclamamos el haptismo y el olfatismo”. El tacto, el olfato y un cuerpo encaramado sobre otro cuerpo (a caballito) expulsan a dadá fuera de la jerarquía socialmente establecida de los sentidos y lo descabalga también del sometimiento identitario que imprime toda llegada al lenguaje. Huele y toca como un niño o como un amante intrigado. Porque los dadás, quienes fueran o sean, parece que amaban y aman justamente ese momento previo a la aparición de la domesticadora cultura, el que ama todo poeta; ese momento que ya hemos perdido, que Tamura lamentaba en su bello poema: nunca debí aprender palabra alguna...

Por ello, cuando pienso en la palabra dadá pienso en todos esos estruendosos poemas dadaificados, hechos a ruidos y murmullos, sin significantes adheridos a significados.

Por ello, cuando pienso en la palabra dadá, pienso en las cartas de amor. Dadá, arrebatadora: que nombra lo que no puede ser verbalizado, pero que está, y en ese sentido puede ser expresado, puede quizás ser rozado.

Dadá conversa:

El lenguaje es una piel, yo froto mi lenguaje contra el otro Es como si tuviera palabras a guisa de dedos, o dedos en la punta de mis palabras. Mi lenguaje tiembla...

Dadá reza: por ello, cuando pienso...

Por ello, cuando pienso en la palabra dadá la imagino como una digna habitante de ese discurso que Barthes fragmentó (el amoroso) y que desde entonces resulta más difícil imaginarlo sin que tiemble, balbucee, y baile, (a caballo) entre todos y nadas, sin nada que decir pero con la necesidad irrefrenable de seguir diciendo.

Por ello cuando pienso en la palabra dadá la imagino viva, moviéndose. Rara como la vida.

Dadá: puesto que no tengo nada que decir y lo estoy diciendo. Quizás solo repito (me muevo), itero, titubeo, rozo, froto y le recuerdo (re-cordis: vuelvo a pasar por el corazón) desde este texto sembrado de ecos (sí-sí): “las musas deben niñear, si la humanidad quiere sobrevivir”...

Amen (de amar)