N. de los T. (VII)
Tiresiada
En las cumbres nevadas de Olimpo, dos dioses discuten si es más perro y atroz corregir o si hacer traducciones
Pablo Moíño Sánchez 21/07/2018
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«Acercóseme el alma por fin de Tiresias tebano…»1
Canto I
Dame, Musa, el sereno valor, y más luz que otros días,
que hoy me toca narrar un relato que a muchos atañe.
¿O es que habrá quien ignore la historia del cadmio Tiresias,
el sutil trujamán que nació de la ninfa Cariclo?
Cierta tarde de un mes infernal, cuando el plazo expiraba
de un encargo espinoso (otro más) del laertiada Odiseo
–el mañero editor que tumbó las tarifas argivas
para hacerlas reptar por igual que en la triste Ilïón–,
recibió en su despacho la alada visita de Hermes,
portador de las pruebas de imprenta del último tocho,
un ensayo sin sal que el tebano ya había olvidado,
pues inmerso se hallaba en la brega con otro ladrillo.
Cuando el dios psicopompo salió del despacho coworking,
el divino Tiresias rasgó la fragante envoltura
que le daba al feroz mamotreto un aspecto apacible.
Y arrasó su visión un torrente de tinta rojiza:
baile aciago de rostros por caras, pedazos por trozos;
el quizá transformado en tal vez, el ocurre en sucede;
cada horror convertido en pavor, cada angustia en congoja;
regresar por volver y también, ¡maldición!, viceversa,
«sobre todo en las páginas limpias», gimió el desdichado.
«¿Qué se hicieron mis pobres gerundios, mis voces pasivas?
¿Ubi sunt mis adverbios en -mente, por Ares broncíneo?
¡Cuánto cambio de orden, qué afán por planchar la pelambre!
Y si así lo escribía mi autor, ¿yo qué culpa tendré?».
Catarata de espumas su boca, Tiresias decide
sabiamente salir a airearse y, pegando un portazo,
aprovecha que tiene muy cerca el complejo urbanístico
de sus suegros, con pádel, piscina y un parque a la vuelta
donde puede llorar a sus anchas y Eolo es salud.
No se olvida las llaves de casa; tampoco el cayado
de pastor que compró tras aquella lesión de rodilla.
Sale, pues, a pisar la foresta de Montecileno,
pero al cabo de media clepsidra, ya entrado en el soto,
interrumpe el paseo una estampa amorosa y salvaje:
como trenza que cubre el camino, dos sierpes copulan.
Yo no sé si fue rabia, reflejo o temor; mas la vara
hirió el aire y cayó sin piedad sobre el par de culebras,
que veloces se alejan de allí, cada cual por su lado.
Al momento, Tiresias advierte que ya no es el mismo:
el sutil trujamán ha mutado en sutil corrector.
Canto II
Siete años borrosos transcurren en Ítaca abrupta
y Tiresias corrige a Tiresias detrás del espejo;
consiguió convencer al patrón de que hablar con el otro
facilita las cosas, y ya siempre pide el e-mail
del autor responsable del texto que va a corregir,
para ver los problemas y dudas, criterios y fuentes,
y lo cierto es que en ese carteo hay debates fecundos
que mejoran el libro y a todos nos ponen felices.
Bueno, no; la verdad, esto solo pasó un par de días
y, si en otros hogares sucede, Tiresias lo ignora:
él apenas conoce del mar un escualo glotón.
Lo normal es que quiera Odiseo el trabajo anteayer,
y con tanto charlar se nos pasa la pascua troyana;
para colmo, el taimado no siempre devuelve las pruebas,
de manera que vete a saber qué le llega al vecino.
Él procura, eso sí, ser prudente en el gasto de tinta;
sugerir, preguntar, proponer sin cegar con el rojo
y sabiendo que ahí su labor es pescar resbalones,
no aplicar sus criterios de buen (o de mal) traductor.
Le entusiasma, además, cuando el otro se arriesga; y comprende
que lo espera: que espera el tachón, y por eso él no tacha.
Si corrige, corrige sin más; otro día que quiera
traducir, se va al monte a buscar dos serpientes en celo.
Ese viaje lo haría cualquiera sin tantas alforjas,
es verdad, pero a él le sirvió dar aquel bastonazo.
Canto III
En las cumbres nevadas de Olimpo, dos dioses discuten
si es más perro y atroz corregir o si hacer traducciones.
¿Quién se queja con menos razón? ¿Quién se pasa tres pueblos?
En los juegos del ego mundial, ¿de quién es la plusmarca?
¿A quién sale peor trabajar, calculándolo en horas?
¿Cuántos litros de lágrimas vierten por término medio?
¿Duele más padecer un desmán y que crean que es tuyo
o arreglar un desmán sin que nadie sospeche que existes?
¿Ejercer el papel de enemigo y de mal necesario?
¿De enemigo y de mal necesario ejercer el papel?
«Preguntemos al cadmio Tiresias: él hizo ambas cosas,
y sin duda sufrió tropelías en esos dos gremios»,
se sonríen los crueles y, ociosos, se frotan las zarpas.
Llaman pues al tebano y lo encuentran de guardia (es domingo),
y le exponen sus dudas, e imploran su justo arbitraje.
Mas Tiresias es zorro y versado en los mitos añejos,
y no ignora que aquello que exponga ante el pérfido dúo
supondrá para él de regalo una hermosa ceguera
–suavizada tal vez con los dones de la profecía,
cosa que, francamente, a Tiresias le importa un pimiento–;
solo cabe apostar de qué dedo saldrán los chispazos
que vacíen sus míseras cuencas de buen colegial.
Dado que necesita los ojos, los dos, y que goza
de una cierta conciencia de clase, él se va por las ramas:
«¡Venerables olímpicos, qué delicada consulta!
Bien decís que yo vi la corriente desde ambas orillas,
y no siempre fue fácil llegar al extremo contrario;
pero, ¡ay!, ¿qué otra cosa podré contestar que "depende"?
En verdad, los oficios humanos que veo en mi entorno
tienen todos su forma de estar ciertamente jodidos
(con perdón de la mesa divina) estos días inciertos.
Ahora bien: si ser hombre es difícil, ¡oh, claras deidades!,
¡cuánto más complicado ha de ser, imagino, ser dios!».
Esto dijo el tebano valiente y se dio media vuelta.
Era tarde y quedaban aún muchas cosas que hacer.
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Pablo Moíño Sánchez sufre escribiendo, traduciendo y corrigiendo; pero a este su dolor, que así se ha enseñoreado en lo mejor de su cuerpo, llámanlo amor dulce. Su animal tutelar es la tortuga.
Notas
Homero, Odisea, XI, 90, trad. de J. M. Pabón, Madrid, Gredos, 2006, como banda sonora.
«Acercóseme el alma por fin de Tiresias tebano…»1
Canto I
Dame, Musa, el sereno valor, y más luz que otros días,
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Pablo Moíño Sánchez
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