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Análisis

Alerta naranja sobre la Europa azul-marrón

El compromiso histórico entre los gestores de carteras libres de impuestos y los difusores de la agresividad xenófoba parece cada día más sólido, y esto solo alarma a una porción muy reducida de ciudadanos europeos

Michel Feher 12/09/2018

<p>Emmanuel Macron, Angela Merkel y Donald Trump.</p>

Emmanuel Macron, Angela Merkel y Donald Trump.

Luis Grañena

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Determinado a hacer que el mundo entero pague por las heridas narcisistas de su electorado, Donald Trump amenaza con una guerra comercial en todos los frentes. Si tal posibilidad preocupa tanto a los dirigentes europeos, es sobre todo porque entra en contradicción con su proyecto de transformar el viejo continente en un asilo de ancianos fortificado para ahorradores autóctonos. 

Ecce Europa

La Europa azul-marrón está en marcha, unida incluso en la puesta en escena de las tensiones entre sus dirigentes. Estos prestan gran atención a sus desacuerdos sobre sus asuntos preferidos: mientras unos abogan al mismo tiempo por un reparto de la inhospitalidad y por el mantenimiento de las prerrogativas de la Unión Europea en materia de techo de déficit, otros solo contemplan conceder su adhesión a las limitaciones presupuestarias impuestas por Bruselas si es a cambio de una plena autonomía en la gestión de las devoluciones y deportaciones. Ahora bien, detrás de esta controversia protocolaria, los partidarios del multilateralismo y los paladines de las naciones soberanas sí se ponen de acuerdo sobre el fondo, por encima de los reproches que disfrutan intercambiando y que les consolidan sobre sus electorados respectivos.

Del lado azul,  aunque Angela Merkel no tiene ya ánimos para defender su sueño alemán de acogedora austeridad, Emmanuel Macron no duda en abogar por una sociedad abierta ni en censurar a dirigentes que han olvidado las consecuencias funestas que antaño produjeron los egoísmos nacionales. Ahora bien, pese a su vacuidad, tal retórica basta para reconfortar a los ahorradores entusiastas de humanismo que les han dado su voto, puesto que, en su opinión, un jefe de Estado que fustiga la lepra nacionalista no puede ser susceptible de propagarla en su beneficio. También le autorizan gustosos a llamar firmeza republicana a los abusos cometidos por las fuerzas del orden francesas –de Calais a Ventimiglia– y a hablar de ayuda al desarrollo para describir la externalización de los campos de detención de los exiliados en territorios sin ley.

Del lado marrón, la ofuscación fingida no resulta menos eficaz. El ministro del Interior italiano saca partido de las acusaciones de arrogancia e hipocresía que lanza contra el directorio franco-alemán de Europa con el fin de reforzar su postura como representante de los pueblos menospreciados por las élites globalizadas. A falta de ser más consistente que la oposición sobre la apertura al mundo y el repliegue sobre sí mismo, la polaridad abajo-arriba –los agravios hacia los más humildes ligados a la soberanía de su nación, frente a los poderosos que sacan provecho de las fronteras que se desdibujan– le permite hacer que la xenofobia pase por una forma de insurrección plebeya.

Una natalidad en declive, una hostilidad creciente hacia los extranjeros y una deflación crónica: la combinación de estos rasgos distintivos convertirá pronto a Europa en un asilo de ancianos fortificado

Como su pantomima les asegura apoyo por parte de sus respectivas bases, azules y marrones apuestan también por transacciones que acaban consintiendo para realzar su imagen de gobiernos responsables. Así pues, elevando el apaciguamiento de las fobias agitadas por los marrones al nivel de objetivo prioritario –incluso criminalizando el trabajo de organizaciones humanitarias, formando verdugos libios y comprando la asistencia de regímenes asesinos de Ankara o Jartum–, los azules buscan significar que estar a la escucha de los mercados financieros no impide escuchar las necesidades de la población.  En cuanto a los defensores de los perdedores de la globalización, su denuncia de la aplicación de las medidas más gravosas de sus programas económicos busca demostrar que vincularse a una Europa blanca, cristiana y cada vez más arrugada no excluye la preocupación por gestionar rigurosamente las cuentas públicas. 

En definitiva, ya sea sacando pecho o haciendo gala de pragmatismo, los detractores del populismo y los críticos del elitismo colaboran sin descanso en la legitimación de su acercamiento. Un régimen fundado sobre la valoración conjunta del capital financiero y del capital autóctono no cuenta todavía con la adhesión de todos los europeos. Debido a diversas razones, buena parte de sus potenciales opositores se resisten a considerarlo como una hidra de dos cabezas.  

¿Y la izquierda?

Algunos, si bien alardean de no transigir jamás en relación con las libertades fundamentales, siguen confiando su protección a los defensores autoproclamados del ideal europeo: en lugar de impedir el estallido del odio xenófobo, agradecen a los electos de filtro azul su expresión y, de este modo facilitan la aclimatación de las almas sensibles a la nueva situación. Otros, indignados sobre todo por el aumento de las desigualdades, siguen convencidos de que los electores de los partidos marrones son buenas personas cuya sana ira debe ser redirigida hacia los creadores de liquidez y sus aliados políticos. También se cuidan de elevar demasiado la voz contra las persecuciones de migrantes –por miedo a ofender a los patriotas de abajo que las ven con regocijo–, y reservan sus diatribas más bien a la libre circulación de mercancías y capitales.

Apremiada por las distinciones ficticias –firmeza y cerrazón– y por las confusiones perjudiciales –entre rebeldía y rencor–, la consolidación de la Europa azul-castaña se topa únicamente con una resistencia tan admirable como ética. Más allá de una pequeña minoría de ediles y militantes, el acuerdo tácito entre los ángeles guardianes de los “primeros de cordada” y los emprendedores del resentimiento identitario se asienta sin crear demasiado revuelo. Peor aún, las crueldades propiamente sin sentido que desencadena suscitan una tolerancia revestida de gratitud hacia los que debieran ser proveedores de asistencia y la deniegan: particularmente valorados en este registro son los liberales, antes sensibles a la suerte de los ‘sin papeles’ pero que hoy en día argumentan que solo una represión intransigente de la “inmigración ilegal” preservará a Europa de los nacionalismos; así como los populistas que provienen de la izquierda y que apoyan sin reírse que el combate contra la extrema derecha pasa por evitar la confrontación con sus temas predilectos.

gracias a Trump, los defensores del librecambio y del rigor presupuestario parecen civilizados, mientras los pequeños granujas neofascistas se sienten empujados por el viento de la historia

Una natalidad en declive, una hostilidad creciente hacia los extranjeros y una deflación crónica: la combinación de estos rasgos distintivos convertirá pronto a Europa en un asilo de ancianos fortificado donde, según sus recursos, los residentes achacosos podrán consagrar el tiempo que les queda a gestionar sus carteras o a exaltar sus raíces. ¿Sigue siendo posible contemplar otra salida? Para que fuera posible, sería sin duda necesario que renaciese una izquierda tan reacia tanto a la apología del mundo abierto a los intercambios como al elogio de la virtud de las personas de abajo –la primera porque se limita a condenar el proteccionismo económico, el segundo porque confunde posición social y orientación política. Altamente improbable hoy en día, tal eventualidad podría beneficiarse de la guerra comercial que Donald Trump promete librar contra el mundo entero –y contra la Unión Europea en particular.

Que sea la figura de proa naranja de la América blanca de la que acabe dependiendo evitar un destino azul-marrón de los europeos resulta bastante sorprendente. Personificación de la imprudencia plutocrática y vector del racismo vengativo que inerva las sociedades desarrolladas, Donald Trump ha servido hasta ahora a los intereses de los dos tipos de formación que dirigen Europa: gracias a él, los defensores del librecambio y del rigor presupuestario parecen civilizados, mientras los pequeños granujas neofascistas se sienten empujados por el viento de la historia. Falta que al ejecutar su amenaza de gravar la importación de vehículos alemanes, el presidente americano pudiera llegar a socavar los fundamentos económicos del compromiso entre las derechas y las extremas derechas europeas.

Etapas y circunstancias de un acercamiento

Para apreciar la potencial incidencia del proteccionismo de Washington sobre la suerte del viejo continente, conviene fijarse en las premisas de la “brutalización”, de las que Europa es presa de nuevo [1]. A ese respecto, un primer impulso se llevó a cabo con la firma del Acto Único europeo de 1986, texto que impuso las prioridades neoliberales al conjunto de miembros de la Unión: la búsqueda del pleno empleo se encuentra desde entonces subordinada al mantenimiento de la estabilidad de los precios, mientras que el crecimiento económico depende de la estimulación de la oferta y no tanto de un apoyo a la demanda. Sin embargo, fue la caída del muro de Berlín la que aseguró el apogeo de un modelo de desarrollo inaudito. A través de la deslocalización de sus cadenas de montaje en los antiguos satélites de la URSS –ya sea en países donde la mano de obra está bien formada y poco retribuida–, las industrias del norte, ya sin rivales en el ámbito de la calidad, consiguieron además reducir sus precios de forma considerable.

El euro del norte

El tejido industrial de Europa del sur resistió mientras la devaluación de las divisas seguía siendo una opción, pero desde el principio de los 2000 la creación de la zona euro lo descompuso rápidamente. Un nuevo orden económico se puso entonces en marcha, fundado paralelamente sobre las exportaciones de las potencias septentrionales, el endeudamiento de sus adversarios meridionales y la explotación de los trabajadores de Europa central y oriental. En lugar de invertir en el conjunto del territorio europeo, los países del norte se decantaron por subvencionar la adquisición de sus productos –fabricados en gran medida en su hinterland post-soviético–prestando sumas considerables a las naciones mediterráneas en vías de desindustrialización.

Algo enmascaradas por el acceso del crédito del Sur –tanto para gobernados como para gobernantes– y también por la moderación salarial que los Estados del norte infligen a sus ciudadanos –por miedo a que la inflación perjudique la competitividad de sus industrias exportadoras–, las disparidades sociales y regionales acrecentadas por préstamos y subcontrataciones que forman la trama económica de la Unión Europea se ponen al descubierto tras el crack de 2008. Si el ansia de los Estados por intervenir –para salvar al sector bancario de la bancarrota– hace pensar en un primer momento en un resurgimiento del keynesianismo, los dirigentes europeos no tardarán, bajo los auspicios de Alemania, en adoptar el camino opuesto transfiriendo el coste del rescate de las instituciones financieras hacia sus propios conciudadanos.

Austeridad y fuga de cerebros

Desde el invierno de 2010, a través de la contracción de los presupuestos sociales y la reducción de los costes de trabajo, los poderes públicos se esfuerzan por restaurar la confianza de los mercados de renta fija en su propia deuda. Ya golpeados de lleno por la Gran Recesión de 2009, los países de Europa meridional serán propiamente devastados por las medidas destinadas a restaurar su atractivo a ojos de los inversores. 

Su empobrecimiento ha impedido sin duda a los europeos del sur cumplir con la función de importadores de productos del norte que les había sido asignada hasta el momento. Por ello, el gobierno de Berlín y sus secuaces dentro de las instituciones europeas no dudaron en sacrificar el poder de compra de sus antiguos clientes. Antes incluso del inicio de la crisis financiera, los exportadores alemanes ya se habían desplegado hacia China y los Estados Unidos. Liberados de su dependencia respecto del mercado interior de la UE, se beneficiaron además del desempleo creado por las políticas de austeridad: estas les permitieron contratar los servicios de jóvenes licenciados españoles, italianos, griegos y portugueses abocados al exilio por falta de perspectivas en sus lugares de origen.

Los exportadores alemanes liberados de su dependencia respecto del mercado interior de la UE, se beneficiaron además del desempleo creado por las políticas de austeridad

Los programas de consolidación presupuestaria impuestos por los dirigentes del norte –gracias al apoyo de sus colegas del este y a la diligencia de los “gobiernos de expertos” del sur– no olvidaron diseminar el odio y el despecho entre las poblaciones afectadas. Preocupados por orientar los reproches hacia objetivos menos inconvenientes que los proveedores de fondos cuyos deseos satisfacen, los electos europeos se esfuerzan entonces por promover los temas favoritos de la extrema derecha –el coste pretendidamente exorbitante de la inmigración y el odio del que han sido objeto aquellas personas ordinarias que se han quejado–, sin olvidar amonestar a los partidos populistas por propugnar soluciones excesivas para el “malestar identitario” del que se hacen eco.

Bashar al-Asad

Elevada ya la voz del peligro migratorio antes de la crisis financiera de 2008 –aunque ninguna cifra le daba soporte– se eleva aún más la apuesta hasta convertirla en preocupación primordial cuando los occidentales permiten a los tutores rusos e iraníes de Bashar al-Asad aplastar la revolución siria y dejan a Libia en el caos por motivos inconfesable. El flujo de víctimas de la represión o de la perversión de las “primaveras árabes” –flujo que es de hecho moderado en Europa en comparación con el número de refugiados acogidos por los países limítrofes– se ve no solo asociado al riesgo terrorista, sino también exagerado artificialmente, gracias al efecto lupa del confinamiento de los exiliados en campos donde se les obliga a amontonarse para solicitar asilo.

Dando crédito a las fobias azuzadas por las formaciones nacionalistas, los dirigentes europeos no han dejado de perseguir un objetivo doble: se trataba de debilitar la oposición a sus recetas económicas, incitando a los electores de indignación nostálgica a dejarse seducir por auténticos reaccionarios, y al mismo tiempo de convencer a los ciudadanos indignados por un resurgir de una derecha abiertamente racista para actuar de barrera, otorgando sus votos a los defensores del statu quo.

El uso de la extrema derecha tanto como vía de salida a las frustraciones suscitadas por el sometimiento de los elegidos a sus acreedores, como a modo de repelente en cada cita electoral, fue eficaz hasta el invierno de 2015. Desde entonces, hay que hacer frente a dos desafíos imprevistos: por un lado la victoria en Grecia de una izquierda hostil a los dictados de Berlín –cuando el miedo a los fascistas de Amanecer Dorado debía asegurar el mantenimiento del poder a la coalición de derechas– y, por otro, la decisión de Angela Merkel de abrir las fronteras de Alemania a  los refugiados sirios –cuando un año más tarde el abandono de la operación italiana Mare Nostrum, consagrada al rescate de los barcos de migrantes a la deriva, señalaba que en Europa “humanitario” ya solo rimaba con “efecto llamada”.

Socialdemocracia y papelera

las formaciones socialdemócratas europeas: tan poco dispuestas a enfrentarse a Alemania como a demostrar la solidaridad aprovecharon bien el verano de 2015 para darse un último y desgraciado chapuzón en las papeleras de la historia

En cada ocasión, el régimen europeo de austeridad inhospitalaria sale vencedor de la prueba: a pesar del apoyo de una amplia mayoría de los griegos para que resistiera, el gobierno de Atenas acabó por ceder a las presiones de sus acreedores –la troika formada por la CE, el BCE y el FMI–, mientras que el recelo combinado de sus socios europeos y de su propio partido obligará a la canciller alemana a hacer el duelo de su proyecto de ordoliberalismo con rostro humano –proyecto podrido por sus propias convicciones, pero también por el deseo de mejorar la imagen de Alemania tras la crisis griega y por el reconocimiento de los beneficios económicos que aporta una apertura de las fronteras de Europa.

Tanto para comprender la rendición de Alexis Tsipras como para rendir cuentas del fracaso de Angela Merkel, es importante destacar el rol determinante de las formaciones socialdemócratas europeas: tan poco dispuestas a enfrentarse a Alemania, en el primer caso, como a demostrar la solidaridad en el segundo, aprovecharon bien el verano de 2015 para darse un último y desgraciado chapuzón en las papeleras de la historia.

Intransigentes en su voluntad de ahogar los últimos impulsos de generosidad que han atravesado el continente, los dirigentes europeos, al contrario, se han mostrado complacientes frente a las erupciones pestilentes, cuyas manifestaciones más estridentes han sido la campaña de los partidarios del Brexit y de Donald Trump. Si el trampantojo que ha constituido la victoria de Emmanuel Macron sobre Marine Le Pen pudo momentáneamente crear ilusiones, a partir de 2017 la estrategia consistente en integrar los discursos y prácticas de la extrema derecha y, al mismo tiempo, usar a sus representantes a modo de espantapájaros, ha dado lugar a un proceso de alianzas más o menos formalizado.

A la participación o apoyo de los partidos marrones a los Gobiernos italiano, austriaco, finlandés, belga, búlgaro, eslovaco y danés, se ha sumado la aprobación de Angela Merkel a la derecha bávara en su creación de un “eje” (sic) entre Berlín, Roma y Viena destinado a luchar contra la inmigración ilegal y las concesiones sin fin de las instituciones comunitarias hacia los grotescos impulsores del “Grupo Visegrad”. Puede también destacarse el dispositivo inspirado en el Retrato de Dorian Gray, en Francia, donde la verdad política del yerno ideal del Eliseo se inscribe en una máscara haciendo una mueca, que sirve de rostro a su ministro del Interior.

De un suicidio a otro

El color azul-marrón de la Europa actual debería facilitar su entendimiento con los Estados Unidos de Donald Trump. Pese a su desacuerdo respecto a la cuestión de la desregulación climática –que la administración republicana niega mientras la Comisión de Bruselas se jacta de llevar a cabo un combate compatible con el mantenimiento del valor accionarial de las empresas contaminantes–, los aires de convergencia abundan: en el ámbito del dumping fiscal –donde Irlanda, Luxemburgo o los Países Bajos tienen los mandos–; de la desregulación financiera –donde, en respuesta al desmantelamiento del dispositivo Dodd-Frank, los bancos europeos han obtenido el derecho de calcular a su antojo la exposición al riesgo de sus activos–, y por último en el de la fobia migratoria, los dirigentes de la UE no tienen en efecto nada que envidiar a sus homólogos de Washington. Por otra parte, pese a la determinación común de dejar circular el capital y cerrar el paso a los seres humanos, el jefe del Ejecutivo americano no puede evitar buscar pelea con sus colegas europeos.  

pese a la determinación común de dejar circular el capital y cerrar el paso a los seres humanos, el jefe del Ejecutivo americano no puede evitar buscar pelea con sus colegas europeos

Su agresividad revela cierta estética de aislamiento restaurador: incluso si las reticencias de una parte de sus consejeros le conducen a tergiversar –como evidencian sus declaraciones conciliadoras durante su encuentro con Jean-Claude Juncker el pasado 25 de julio–, Donald Trump arde en deseos de sumar las barreras arancelarias a los muros de hormigón. En las antípodas de la ideología neoconservadora de tiempos de George W. Bush, la doctrina que puede atribuírsele no consiste de ninguna manera en emplear la potencia de fuego de los Estados Unidos para irradiar sus valores y emblemas de su “modo de vida”: la grandeza que se atribuye le conduce a movilizar a la policía aduanera y fronteriza para prometer a sus propios seguidores el renacimiento de un país desprovisto de vehículos alemanes, de microprocesadores chinos, de trabajadores mexicanos o refugiados musulmanes.

Fue decisiva en la campaña de 2016 la invocación de un proteccionismo regenerador, ciertamente artificial –sobre todo porque excluye los flujos financieros– y políticamente arriesgada –dado que las medidas de retorsión impuestas por los países apuntados afectarán principalmente a los electores de Donald Trump. Sin embargo, este último es poco susceptible de cesar en su empeño, dado que la agitación creada por sus aplazamientos es el principal carburante de su administración. 

La América blanca que vibra con los tuits de su presidente ya no sueña con conquistas y pasa de cuentos en torno al “destino manifiesto” del país de bandera estrellada y de la Estatua de la libertad [2]. Colocada de opioides y colesterol malo, sabe que los días de su hegemonía están contados, tanto en el interior de sus fronteras como en el exterior. Solo cuenta ya con su poder para hacer daño –a minorías que pronto dejarán de serlo, a extranjeros sin los cuales no podría sobrevivir, a las normas que rigen la diplomacia y el comercio internacional e incluso a sus socios más próximos.

La América blanca que vibra con los tuits de su presidente ya no sueña con conquistas y pasa de cuentos en torno al “destino manifiesto” del país de bandera estrellada y de la Estatua de la libertad

De forma más profunda, aquello que anima a los electores de Donald Trump es una impaciencia inconfesable, una aspiración a desaparecer arrastrando con ellos un mundo que ya no son capaces de dominar. Este vértigo suicida recuerda a los fascismos de antaño, mientras que el carácter grotesco de su aguijón naranja hace pensar en el delirio de Jack D. Ripper en ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú, de Stanley Kubrick. Convencido de que un envenenamiento del agua americana por parte de la Unión Soviética era el responsable de su disforia post-coital, el general interpretado por Sterling Hayden se decide a desencadenar un apocalipsis nuclear para acabar definitivamente con su sensación de agotamiento.

Y Putin

Por su parte, el inquilino de la Casa Blanca evita imputar la mínima maldad a su padrino ruso. De manera más general, tanto su ineptitud para la concentración como su atracción irresistible hacia todos aquellos potentados cuya existencia descubre, invitan a no situarlo entre los belicistas. Más bien, pretende saciar la sed de aniquilación que tienen sus partidarios a través de una acumulación errática de aranceles y subvenciones, de una crisis financiera precipitada por desregulaciones y bajadas de impuestos y, sobre todo de un saqueo acelerado del planeta.

Motor de la administración Trump, esa pulsión de muerte guía de igual forma la política de la Europa azul-marrón. Más aún cuando tiene más edad y la población blanca que se reconoce en las orientaciones de sus dirigentes es proporcionalmente más numerosa que en los Estados Unidos, y sueña con otro tipo de crepúsculo: más que propagar un sentimiento de impotencia que la corroe devastando la tierra entera, esta sueña con vivir en un asilo protegido por alambradas donde los suyos puedan marchitarse juntos, con ojos llenos de arrugas y resguardados de miradas indiscretas.

Si a ambos lados del Atlántico los imaginarios conducidos por los equipos en el poder resultan igualmente morbosos, los refractarios de Europa solo pueden fundar alguna esperanza sobre aquello que los distingue. Cuando desembocan en medidas proteccionistas consecuentes, las recriminaciones cotidianas contra los especuladores extranjeros a través de las que Donald Trump gratifica a su electorado pueden modificar profundamente las prioridades de los gobiernos europeos. 

Así pues, podemos conjeturar que, para movilizar las tropas de cara a las elecciones de mitad de mandato, el presidente norteamericano acabará por ejecutar la amenaza que agita desde hace meses, imponiendo aranceles a la importación de vehículos alemanes en el territorio de los Estados Unidos. De inmediato, Angela Merkel, que mantiene relaciones execrables con Donald Trump, meterá prisa a su fiel Jean-Claude Juncker para que defienda su causa y, sobre todo, para que convenza al sátrapa de Washington de que reserve su odio proteccionista para China. No se excluye que el presidente de la Comisión consiga sus objetivos; puede también imaginarse que, en lugar de convencer a su interlocutor, solo consiga irritar a Pekín hasta el punto de llevar a Xi Jinping a cerrar todavía más su mercado nacional a las mercancías europeas.

la administración Trump sueña con vivir en un asilo protegido por alambradas donde los suyos puedan marchitarse juntos, con ojos llenos de arrugas y resguardados de miradas indiscretas

Desprovistos de repente de los mercados que les permitían pasar de los consumidores del sur de Europa, Berlín y sus aliados se arriesgan a tener que renunciar a su primacía en la consolidación presupuestaria que no han cesado de imponer a sus socios de la UE. Obligados a reconstituir un mercado europeo vigoroso para colocar sus productos, los países exportadores de Europa septentrional deberán no solo rescatar sus propias políticas de moderación salarial –con el fin de estimular su demanda interna–, sino también invertir masivamente en sus vecinos meridionales –dado que estos se encuentran lejos de haberse convertido en prestatarios suficientemente solventes para plantearse una vuelta al dispositivo de endeudamiento de principios de los años 2000.

A partir del momento en que una actividad económica digna de tal nombre sea lanzada en los países mediterráneos –es decir, en la región de Europa más propicia al desarrollo de la energía solar y de forma más general a las tecnologías necesarias para la transición energética–, numerosos ciudadanos empujados hacia el norte por la Gran Recesión y las políticas de austeridad que la siguieron, estarán inclinados a volver a sus hogares. Por último, dado que la partida de los europeos del sur evidenciará los problemas demográficos de sus antiguos anfitriones, estos tendrán pronto dificultades para defender el fundamento de su hostilidad hacia la inmigración extraeuropea.

Magnificada por el juego de las anticipaciones y el nerviosismo legendario de los inversores, una ligera alza del precio de los Volkswagen y los Mercedes en el mercado americano bastaría pues para invertir el curso de la política europea. Además, una vez introducida la nueva dinámica, ciertos liberales se acordarán de repente de que el respeto de los derechos humanos forma parte de su doctrina, mientras que a la izquierda, la estela de los aprendices de alquimistas anunciando la transmutación inminente del marrón en rojo no tardará en producirse.

¿Son factibles tales giros? Dado que el compromiso histórico entre los gestores de carteras libres de impuestos y los difusores de agresividad xenófoba parece cada día más sólido, y dado que esto no alarma sino a una porción muy reducida de ciudadanos europeos, esperar que la salvación venga por la guerra comercial que Donald Trump promete ofrecer a sus bases, supone hacer gala de un optimismo inconsiderado. Hoy en día, de todas formas, el crepitar del nihilismo del otro lado del Atlántico –por retomar el juicioso diagnóstico de Wendy Brown [3]– constituye el único antídoto frente a la pesadilla azul-marrón que se expande en Europa.

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Este artículo se publicó originalmente en francés en Aoc.media

Traducción de Andrea Sancho Torrico

Notas:

[1] Brutalización es el término acuñado por el historiador George L. Mosse para describir el impacto de los traumatismos causados por el primer conflicto mundial sobre el clima político de Europa y el estado físico de su población entre guerras. Ver George L. Mosse, De la Grande Guerre au totalitarisme : la brutalisation des sociétés européennes (Paris, Hachette littérature, 1999).

[2] Ver Christian Salmon, Fini le storytelling, bienvenue dans l’ère du clash, Mediapart, 17 mars 2018, https://www.mediapart.fr/journal/france /170318/fini-le-storytelling-bienvenue-dans-l-ere-du-clash?onglet=full

[3] La politóloga americana, cuya última obra (Défaire le démos. Le néolibéralisme, une révolution furtive) será publicada en francés por la editorial Amsterdam este otoño, estudia las características de la doctrina neoliberal que explican su permeabilidad a la rabia nihilista que ha caracterizado el éxito de la administración Trump. Ver especialmente Where the Fires Are, entrevista a  Wendy Brown, Neoliberalism’s Frankenstein: Authoritarian Freedom in Twenty-First Century ‘Democracies.

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Autor >

Michel Feher

es filósofo, cofundador de zone books, NY and Cette France-là, Paris; actualmente enseña en la University of London, Goldsmiths.

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2 comentario(s)

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  1. cayetano

    El artículo es extenso, y quizás por ello, sólo tenga un comentario sucinto como un aplauso, pero las materias que aborda y su trascendencia, merecen un comentario extenso también. Comenzar por profundizar libremente sobre el subtítulo del artículo “El compromiso histórico entre los gestores de carteras libres de impuestos y los difusores de la agresividad xenófoba parece cada día más sólido, y esto solo alarma a una porción muy reducida de ciudadanos europeos”. Parecía que el autor daría o desarrollaría más el contenido de tal aserto, pero no fue así. Extendiéndonos en él, cabría hacerse las siguientes preguntas: ¿Qué autonomía tienen las Administraciones públicas estatales o supra, sobre los mercados financieros y sus instituciones? ¿Qué capacidad de intervención o regulación de la actividad financiera del Mercado y sus instituciones, tienen estados u organizaciones internacionales? Probablemente las respuestas nos lleven a contemplar el desequilibrio de poder que existen entre ambas, y no precisamente en favor de las depositarias de soberanía popular. Hablando de la experiencia Griega, cabría preguntarse por qué el Gobierno Syriza acepta los techos de gasto y resto de condiciones –expolio- para pagar la Deuda. Cabría pensar qué habrían hecho con Grecia los mercados e instituciones financieras. Podríamos acordar que Syriza se vio obligada a aceptar unas condiciones, para evitar un mal mayor o que fueron unos traidores a las esperanzas que portaban, que podían haber ganado la partida. Pero si pensamos que éste Mundo hoy día es un gigantesco Casino con apuestas a favor y en contra de Estados; y quién sabe sí de regiones enteras, como por ejemplo la zona €. Cabría la posibilidad de que algunos dirigentes europeos como Merkel u otr@s, aun siendo de derechas, izquierdas, populistas…, no sepan cómo ponerle el cascabel al gato. Cabría la posibilidad de qué este Mundo sea un Casino, y sea difícil ganarle a la banca, hacerla saltar a la comba con un ritmo diferente. Cabría la posibilidad de que este Mundo o sistema capitalista, no sólo sea un Casino financiarizado, sino que no tenga otro motor de crecimiento económico que las burbujas de la especulación financiera. Cabría la posibilidad de que además los cambios en las infraestructuras estuvieran multiplicando la productividad, hasta el punto de que se marginaliza al trabajo en la producción y el proceso sea de automatización cuasi-absoluta. Parece que en la UE llevan tiempo pretendiendo colocarle el cascabel fiscal a las digitales, pero no encuentran manera. Creemos que el negocio bancario, los mercados financieros, que son la banca del Casino, no son igualmente de sustancia digital por mucho que sus activos financieros puedan ser materiales. Quien se atreve a colocar el cascabel al gato, acaso se han solucionado los problemas señalados como causantes de la Gran Crisis. Acaso se ha reducido el volumen de la Banca en la Sombra, acaso se ha reducido el riesgo sistémico bancario (en España al contrario, hemos experimentado una concentración exponencial), acaso se ha hecho algo sobre las dinámicas de responsabilidad moral en sus prácticas, acaso está prohibido y han dejado de existir vehículos financieros para apostar contra –sacar beneficio directo e inmediato de la desgracia-, acaso… Ese es el núcleo dinámico, motor del capitalismo hoy, del Mundo. Y no es igual que ésta fuera la salida del sistema como apuntan Foster y Magdoff ante la baja Tasa de Ganancia productiva (tras los 30 dorados), a qué un incremento hipotético en su incremento implique volver a la situación anterior. Si además en la economía productiva la Tasa de Ganancia del Trabajo baja, porque la productividad sustituye trabajo marginalizándolo en el proceso de automatización. En ese estadio el capitalismo, como tal, no es viable al estar fundado en el valor de trabajo y su enajenación, valor que es moneda de cambio y organización de la relación social. Lo por venir será mejor o peor, o simplemente desapareceremos con el fin de la especie, pero el capitalismo no será posible. Decían en la época de Fukuyama que el capitalismo era el fin de la Historia, y quizá lo sea, pero en otro sentido diametralmente opuesto. Por tanto no estamos hablando de Ecce UE y/o Europa, sino de Ecce especie humana. La financiarización del Mundo es la estructura y motor del sistema, y los cambios en las infraestructuras la dinámica imparable de llegar el primero al beneficio, la posibilidad de monopolio en la oferta y controlar la demanda (que según Jeremy Rifkin –consultor de multinacionales en el tema- es una de las pocas estrategias a seguir). Pero volviendo al artículo, nos hablaba de la coincidencia de azules y marrones en defender el techo de gasto en Europa, mientras se distancian sobre el terreno de la inmigración. Las izquierdas, se distanciaban en la denuncia al techo de gasto; denuncia fatua si se queda ahí y no da alternativa creíble superadora de la experiencia Griega. Alternativa que ha de ser respecto de las instituciones UE y de los mercados financieros, y no sólo en las repercusiones al Estado en cuestión, sino a la zona €. Por ello, no basta la bandera de negar al € -zona-como símbolo de dependencia o a la UE, sino atender también a los mercados e instituciones financieras, nuestra mayor dependencia. Gran Bretaña no era zona €, y sufrió un ataque financiero –por cierto injustificado- que reportó muchísimos más millones de pérdidas que los ganados por el operador que lo dirigió. Pero además dice el articulista, las izquierdas defienden con voz baja a l@s inmigrantxs. En España vemos que la falta de voz les ha valido la etiqueta o adjetivo de buenistas, vamos, que de buenos son tontos. Efectivamente hay que contestar no ya a la extrema derecha, hay que dar satisfacción a las inquietudes que tienen sectores del pueblo, también a las que versan sobre la inmigración. No, no podemos eludir dar respuesta inmediata a esas inquietudes, y por ello hemos de reconocer la realidad. Todo modelo de sociedad, de comunidad, corresponde entre otras cosas a un determinado número de miembros que varía, y cuyo cambio brusco provocaría a su vez cambios en el modelo de sociedad. Luego hay en sectores de la población –no hablo de ultraderecha- un sentimiento de miedo ante avalanchas de pobres, que hagan saltar nuestro sistema deteriorado de bienestar y que desequilibre nuestro mercado laboral perjudicando a los más pobres. ¿Pero ese es el punto de partida del debate? No, rotundamente no. La UE con crecimiento negativo como dice el articulista, requiere de la inmigración que la revitaliza y enriquece. En España según las estadísticas, los pobres inmigrantes suponen un gasto del 5,5% PIB y un ingreso del 6,5%. Hablar de inmigración en España, es hablar del control sobre los migrantes, pues muchísim@s foráne@s con independencia de su origen son miembros de nuestra comunidad. Por ello, el debate ha de ser sobre la realidad, un debate político que parte no de maximalismos, la inmigración para nuestra comunidad no es ni buena, ni mala per sé, y hasta la fecha ha sido muy enriquecedora. Contestar con cifras respecto a la migración que recibimos y recibíamos desde África, muestra como esta es una pequeña porción de la inmigración total, que a su vez se mueve en unos niveles proporcionalmente bajos respecto de la población. Cómo se puede pensar que una población inmigrante, proporcionalmente baja y mucho más joven que la española, es la causante del deterioro o la saturación de los servicios sanitarios. Pero intentar mantener debates en el limbo, de tipo maximalistas o estrictamente éticos, no sirven más que para alentar a la extrema derecha, es donde se mueven como pez en el agua, donde atemorizan. De otra parte Europa a de mirar África como oportunidad, los chinos ya han realizado su encuentro China-África, más de 50 estados africanos participaron con sus mandatarios en Pekin, y se han firmado inversiones en infraestructuras por 60.000 mill. € Casado del PP hablaba (con boca chica o grande) de Plan Marshall para África, Monereo, Anguita y otros de New Deal para África. Unos desde una óptica, otros desde otra, con intenciones distintas o diferentes, da igual, lo realmente importante es que como Soria, África exista. Cada cual puede tener sus preferencias, quien escribe también. Pero que exista África, que se desarrollen sus infraestructuras y pueda hablarse de Estados Africanos con todas las de la ley, es tremendamente importante para el desarrollo vital de sus poblaciones, con independencia de las diferencias políticas, económicas, intereses… Sin Estado Moderno no existe desarrollo, de ahí parte la importancia histórica de las aportaciones de Maquiavelo. Europa convive con su vecina de patio –mediterráneo- sea África u Oriente Próximo, y no podemos apostar por estados demolidos en el segundo y por fallidos en la primera. Y para ello, habremos de respetar los equilibrios estatales de cada país o región, sin medirlos desde nuestros patrones políticos o culturales, respetando su soberanía. De otro lado del artículo, Trump puede mover la dirección y velocidad del vehículo, pero lo que no puede es cambiar de vehículo, o el sillón de expulsión automática saltara, ya se lo están avisando. Lo que está claro, en las hipótesis que plantea al respecto el autor, es que de llegar a las próximas presidenciales, requerirá probablemente endurecer su discurso tensionando al Mundo, sean guerras comerciales o no, es lo que ha hecho hasta el momento para escabullirse de “sus líos”. Y otra cuestión que está clara, es que Trump ha trasladado su orden de prioridades de Europa a Asia, no es que se halla replegado Norteamérica, es que ha redirigido sus prioridades en el Planeta, y Europa ya no es la primera esposa citada en bis a bis. Proteccionismo o librecambio no es más que una ficción, un debate falso, nominalismo hueco. No hay relación comercial libre entre desiguales. Hasta ahora los Tratados de libre cambio han sido denunciados por sobreponer a la soberanía de los Estados las prácticas de las multinacionales, sea en materia laboral con sus emplead@s sin distinción en ningún país, sea en materia de calidad y protección del consumidor…; de otra parte son consensos de proteccionismo estableciendo aranceles de común acuerdo a las partes, y en alguna excepción que interese exención a las multinacionales.

    Hace 6 años

  2. c

    Los neoliberales al servicio de las multinacionales y viceversa crean exodos que ls ultra aprovechan para que gann los neoliberales al final apelando al humanismo cuando son igual de racistas solapadamente y peor economicamente Las multinacionales deberian pagar por los exodos que provocan y no pagan ni por los beneficios Alemania ha traicionado a la UE

    Hace 6 años

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