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Análisis

¿Importan los liderazgos en la izquierda?

De la caída de Nicolás Redondo a la efervescencia socialista de Corbyn y la pujanza de las lideresas municipales

Cristina Vallejo 12/09/2018

<p>Marcelino Camacho, Nicolás Redondo, Felipe González, Carlos Ferrer Salat y Juan Jiménez Aguilar, en una reunión en La Moncloa, en octubre de 1983. </p>

Marcelino Camacho, Nicolás Redondo, Felipe González, Carlos Ferrer Salat y Juan Jiménez Aguilar, en una reunión en La Moncloa, en octubre de 1983. 

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¿Tuvo influencia en la izquierda española y en la evolución ideológica del país que en unos pocos años, en la década de los noventa, desaparecieran de la primera línea Marcelino Camacho, Julio Anguita y Nicolás Redondo y que Alfonso Guerra dejara de controlar el aparato del PSOE? ¿Se “derechizó”, se moderó la izquierda española con el fin de la vida política de estos líderes tan carismáticos que hundían, en algunos casos, sus raíces en la lucha contra el franquismo? ¿Es posible que ahora, por el contrario, con personas netamente de izquierdas, como Jeremy Corbyn al frente del Partido Laborista británico, o con un número creciente de candidatos que se reivindican como socialistas en las filas del Partido Demócrata, la izquierda global vire a posiciones más radicales? ¿Qué importancia tienen los liderazgos en política? ¿Las personas imprimen su sello en la dirección que toma un partido o una corriente ideológica a nivel nacional o incluso global? ¿Pueden algunos hasta llegar a superar a las organizaciones que les encumbraron, como Manuela Carmena, que parece que va a imponer sus reglas para la formación de su candidatura para las elecciones municipales de 2019 porque siempre ha sabido que el principal activo del actual Ahora Madrid es ella misma?

A finales de los setenta, el PSOE y el PCE, por influencia de sus dirigentes, Felipe González y Santiago Carrillo, abandonan el marxismo y el leninismo, respectivamente. A mediados de los ochenta, la izquierda a la izquierda del PSOE se reorganizó al calor de la campaña anti-OTAN y con la exigencia de que la sociedad participara en el reparto del crecimiento económico, algo que favoreció que Santiago Carrillo ya no apareciera como un “tapón”, según César Arenas, ligado al sector crítico de CC.OO. A continuación, se produce una secuencia de acontecimientos, quizás destinada a marcar su impronta. En noviembre de 1987 Marcelino Camacho deja la secretaría general de CC.OO. en manos de Antonio Gutiérrez y se convierte en su presidente honorífico, cargo que le quita luego el Congreso de 1996. En el PSOE, en marzo de 1994, en el 33º Congreso Federal, a Alfonso Guerra “le fueron arrebatadas las riendas del aparato del partido, que venía controlando desde el cónclave celebrado en 1976” (El País) en favor de los renovadores y de la línea de Solchaga. En abril de 1994 se despedía Nicolás Redondo de la secretaría general de UGT con un duro discurso contra el Ejecutivo socialista: “Creo no incurrir en ninguna descalificación si afirmo que el Gobierno surgido tras las elecciones del 6 de junio del año pasado hace hoy una política más descaradamente de derechas que el anterior. No sólo por el contenido de las medidas, sino por los argumentos con que las defiende”. Por último, en IU, la enfermedad apartaba a Julio Anguita de la coordinación general y de la candidatura a las elecciones de 2000 y aupó primero a Francisco Frutos para reemplazarle como cabeza de lista y a Gaspar Llamazares al frente de la coalición, ya en el otoño de 2000. Según Arenas, “la derrota de Anguita y de las posiciones de izquierda en los sindicatos van a ser una segunda derrota de la izquierda” tras la que cree que fue la de la Transición.

¿Fueron éstos de verdad pasos hacia la moderación de la izquierda española?, ¿cómo valoran algunos de los protagonistas de aquellos años lo que sucedió?

CC.OO.: de la movilización a la negociación

Agustín Moreno, ex dirigente de CC.OO. y organizador del sector crítico que se enfrentó a Antonio Gutiérrez y a José María Fidalgo, comenta sobre Camacho: “Su liderazgo fue siempre prácticamente indiscutible en el franquismo, la transición y la democracia; sólo se atrevió a cuestionarlo el pequeño sector carrillista, justamente por su defensa de la independencia sindical. Su posición ideológica se basaba en la defensa de un sindicato de clase de nuevo tipo, independiente, democrático, unitario, sociopolítico, basado en la negociación y la movilización”. Según relata Moreno, desde 1987, cuando Camacho decide dejar la secretaría general, hasta 1994, “todo fue razonablemente bien”: “Había unidad con UGT, una posición a la ofensiva del movimiento sindical, se celebró la gran huelga general del 14-D (1988) y hubo una serie de resultados para los trabajadores”. Tras algún incidente que apuntaba a un cambio de estrategia desde la nueva secretaría general, el giro fue patente ante la última huelga contra el Gobierno de González (1994). Se manifestaron las discrepancias: un sector era renuente a la huelga y otro (el de Moreno), partidario, en coincidencia con la dirección de UGT. “La huelga se hizo, fue un éxito de participación, pero no tuvo continuidad: el debate era seguir con la presión o derivar la acción sindical contra el nuevo Estatuto de los Trabajadores a los convenios. Fue un fracaso luchar contra una ley desde los convenios colectivos y aquí empezaron las diferencias internas en CC.OO. sobre la estrategia”, rememora Moreno, que sigue: “La división interna cristalizó en el VI Congreso de 1996 con la defenestración de Marcelino Camacho de la presidencia del sindicato y la exclusión de responsabilidades y la represión del sector crítico”. La operación contra Camacho, dice Moreno, a través de una enmienda tramposa presentada directamente en el Congreso y sin ningún debate en la organización, lanzaba un mensaje intimidatorio a todo el sindicato: si se hace esto con el fundador, se podía hacer con cualquiera que discrepase.

“Siendo verdad que no se puede responsabilizar a los sindicatos de todo lo que ha conducido a la difícil situación que viven los trabajadores, claro que el cambio sindical de 1996 tuvo consecuencias políticas y laborales. No hay más que ver cómo está hoy la clase trabajadora en derechos laborales y sociales y en peso político”, concluye Moreno.

Jaime Pastor, uno de los organizadores de Espacio Alternativo, corriente de IU que luego se desgajaría de la coalición para convertirse en Izquierda Anticapitalista, ahora en Podemos, sintetiza el salto de CC.OO.: Camacho subordinaba la negociación a la movilización; Gutiérrez apostaba por la negociación y, sólo si no había más remedio, por la movilización. A los gobiernos del PSOE se le hicieron cuatro huelgas generales. Entre 1994 y 2002 no hubo ninguna.

UGT y la combatividad de Nicolás Redondo hasta el final

Nicolás Redondo reconstruye UGT desde 1971 y da su apoyo a Felipe González al frente del PSOE. Esa relación temprana llevó a una gran frustración entre los ugetistas una vez el PSOE llega al Gobierno y la política económica la dirigen Boyer, primero, y Solchaga, después, según Antonio García-Santesmases, portavoz entre 1987 y 2000 de Izquierda Socialista, corriente del PSOE. En este contexto, la UGT de Redondo optó por la unidad de acción con CC.OO. y la autonomía sindical respecto a su partido hermano. Si en 1980 Camacho había abandonado su escaño logrado en las listas del PCE, en 1987, Redondo hizo lo mismo con el suyo obtenido con las listas socialistas. Si en 1985, la primera huelga general contra el Gobierno la organizaría CC.OO. y UGT no se sumaría, la de 1988 la convocarían ya los dos sindicatos juntos.

José Antonio Pérez Tapias, presidente de la asociación Socialismo y República y portavoz de Izquierda Socialista hasta 2014, resalta que el liderazgo de Redondo “se vio reforzado por su defensa de la autonomía del sindicato en relación al PSOE, la cual tuvo su momento más importante en la huelga general de 1988”. “Cuando Nicolás Redondo deja paso a Cándido Méndez eso se ve como un relevo sin traumas, a diferencia de los tonos de desgarro que transmitió la dimisión de Alfonso Guerra (de la vicepresidencia del Gobierno)”, comenta Pérez Tapias. Pero Moreno no ve ese escenario sin traumas: “Nicolás Redondo y su comisión ejecutiva de UGT fue un brillante equipo que priorizó la defensa de los trabajadores frente a las políticas neoliberales del Gobierno de Felipe González. La ruptura de la familia socialista fue muy traumática y se expresó especialmente el 14-D (1988). La operación de desmontaje de esta dirección utilizando los problemas de financiación de la cooperativa PSV fue muy clara. La cooperativa tenía decenas de miles de socios, suelo, licencias de construcción, y necesidades de financiación para arrancar. Se intentó chantajear a UGT a cambio de ayuda; ante su rechazo, se la dejó caer y se llevó por delante a Nicolás Redondo”.

Nadie pudo hacerle sombra a Felipe en el PSOE

Mientras la UGT de Redondo se convierte en fuerza de oposición del Gobierno socialista, en las filas del PSOE hay disputas. Existen dos corrientes que discuten la línea del Gobierno: los guerristas e Izquierda Socialista. García-Santesmases, sobre Alfonso Guerra, comenta que si bien ante la huelga de 1988 defendió al Ejecutivo, ante el éxito de la convocatoria sindical, recomendó a González que se desprendiera de la línea de Solchaga. Pero el que cayó fue Guerra, que dimitió en 1991 como vicepresidente del Gobierno, “con su imagen pública acusando el impacto de los impresentables avatares de su hermano Juan”, recuerda Pérez Tapias, que añade: “con esta dimisión, el sector socioliberal, no sólo del Gobierno, sino del PSOE en su conjunto, se vio más consolidado”. Pastor ve en paralelo la caída de Redondo y de Guerra (que perdería el control del partido más adelante): el movimiento buscaba la recuperación del control del sindicato y la depuración del partido para convertirlo en un instrumento al servicio del Gobierno.

Según Pérez Tapias, “las protestas del guerrismo en relación a las políticas en las que se acusaba el influjo del neoliberalismo en alza no pasaron de críticas informales. No llegaron a dar lugar a alternativas consistentes que se presentaran, por ejemplo, en los congresos del partido. La fuerza del guerrismo estuvo en la organización, en el control del aparato y en el ‘aire de familia’ que se mantenía en torno a Alfonso Guerra como líder de un sector del partido que se reivindicaba como ‘obrerista’, pero sin cuestionar el liderazgo mayor de Felipe González”. Pérez Tapias opina que si ninguna corriente le pudo hacer sombra a González fue por su liderazgo: “Es apreciación generalizada que el PSOE se ‘modernizó’ con Felipe González como secretario general, propiciando con ello su puesta a punto electoral hasta llegar a la impresionante mayoría absoluta de 1982”. “Por su trayectoria personal, su formación, su estilo, la estructura de su pensamiento político y una capacidad como comunicador por todos reconocida, Felipe González fue aupado al liderazgo del PSOE hasta el punto de ejercerlo durante dos décadas de forma prácticamente incontestable. Eso le permitió plantear cuestiones tales como la renuncia al marxismo como ‘doctrina oficial’ del partido y acometer el volver del revés el planteamiento del PSOE respecto a la OTAN”. Lo primero, dice Pérez-Tapias, llevó consigo que el partido se quedara en estado de “gravísimo ayuno” teórico en el marco de la tradición socialista, “lo que facilitó la posterior escasa resistencia frente al neoliberalismo”, mientras que lo segundo supuso poner a España en una situación supeditada a los intereses de Estados Unidos. “En el reposicionamiento ideológico del PSOE y en su alineamiento político pesó decisivamente el liderazgo de Felipe González”, remata Pérez Tapias.

García-Santesmases defiende que lo sucedido en los noventa no llevó a que el PSOE se moderara: argumenta que los medios tacharon a Zapatero de radical, de estar a la izquierda de González, como ocurre ahora con Sánchez, del que se dice que hereda la tradición de Zapatero y no la de González. Añade que en ciertas cuestiones la agenda de Zapatero estuvo a la izquierda de la de González: la retirada de las tropas de Irak, el matrimonio homosexual, la ley de memoria histórica o el estatuto catalán. Aunque García-Santesmases admite que en política económica, todos los Gobiernos socialistas han sido parecidos. “El Gobierno de Zapatero fue más radical que el de González en lo ideológico-cultural, pero no en lo económico-laboral, donde hubo más continuidad”, aclara. Con un matiz: “Zapatero quiso una política de continuidad económica, pero sin romper con los sindicatos”. A ello ayudó la menor beligerancia que también mostraban estos últimos.

Diego López Garrido, que de IU pasó al PSOE a finales de los 90 en un proceso que contaremos luego, coincide: “Cosas que plantearon Almunia o Zapatero están a la izquierda de las que se hicieron en la época de Felipe que, de hecho, fue más moderada que las posteriores”. Recuerda cómo Almunia, para las elecciones de 2000, firmó un acuerdo preelectoral con la IU de Frutos. Pero también que con González se construyó la Hacienda Pública, se elevó la presión fiscal y se construyó el Estado del Bienestar.

Aunque, como explica García-Santesmases, cuando se eligen líderes por primarias, las corrientes se difuminan, éstas tuvieron un papel relevante en la segunda elección de Pedro Sánchez y guerristas como José Félix Tezanos (ahora presidente del CIS) y personas de Izquierda Socialista como Andrés Perelló (nuevo embajador en la Unesco) formaron parte de sus apoyos. Quizás, con esos nombramientos, Sánchez lance un mensaje sobre su posición política, aunque no haya incorporado a muchas personas de estas sensibilidades a su Gobierno.

Anguita: el último líder carismático crítico con el régimen

Julio Anguita fue el último de estos líderes en desaparecer de la primera línea. Una operación a corazón abierto en diciembre de 1999 lo retiró de la carrera hacia las elecciones de 2000. García-Santesmases cuenta que la IU de Anguita había recogido el malestar de la huelga general de 1988 y la impugnación a la política del gobierno socialista. Pastor señala que entre 1988 y 1993 se observó al mismo tiempo a unos sindicatos que se enfrentaban al PSOE y a una IU que crecía en apoyos electorales. García-Santesmases añade que la cultura de la resistencia de Redondo y que Anguita trasladaba al Parlamento se fue perdiendo con la marcha de ambos. Pastor ve en Anguita “al último líder carismático crítico con el régimen y crítico con el pacto de la Transición”. 

La corriente que encabezaba Pastor dentro de IU, Espacio Alternativo, discrepaba de Anguita, en especial por la “cuestión nacional”, además porque defendía un modelo de partido más pluralista y porque insistía más en “el rojo, el verde y el violeta”. Pero con Anguita al frente, continuaba con la esperanza de una evolución a la izquierda de la formación. Ello se rompió, dice, con el pacto de Frutos con Almunia ante las elecciones de 2000, y cuando llega Llamazares, con el que observa una tendencia creciente de convertir a IU en una fuerza subalterna del PSOE. Por ello, en 2008 Espacio Alternativo rompió con IU y se constituyó como partido: Izquierda Anticapitalista.

López Garrido lideró otro partido dentro de la coalición IU, Nueva Izquierda (NI), al que Anguita expulsó en 1997. “NI surge como partido político dentro de IU. Se crea cuando se produce un giro en la política de IU en dos cuestiones: Europa, porque IU comienza a ser crítica con la UE y el euro; y las relaciones con el PSOE: IU se vuelve muy antisocialista. En NI teníamos una visión diferente de las cosas: éramos europeístas y éramos partidarios de acuerdos con el PSOE. Había discrepancias de fondo. La situación era insostenible”. Una vez fuera de IU, Nueva Izquierda, con vistas a las elecciones del año 2000, llega a un pacto con el PSOE y se integra en sus listas.

Los años de Anguita al frente de IU, como ponen de manifiesto estos testimonios, fueron de gran división. Cuando Frutos lo sustituye hubo un giro inmediato, como lo muestra el temprano pacto preelectoral con el PSOE. Esa nueva relación de cercanía y tratando de influir en los socialistas se afianzaría con Llamazares. Quizás ayudara que ambas fuerzas estuvieran en la oposición a Aznar y que sus bases se manifestaran juntas, por ejemplo, contra la guerra de Irak. Pero si las posiciones de Anguita expulsaron a una formación de la coalición, la dirección de los nuevos líderes también provocaría fugas y disputas.

Según López Garrido, la estrategia de Anguita debilitó a la izquierda (“era irresponsable plantearse como alternativa con un 10% de los votos”) y fue una de las razones por las que luego el PP encadenó dos legislaturas en el Gobierno. También reconoce errores del PSOE, como la corrupción o el acusado ascenso del desempleo. Pastor defiende otra posición: fue la caída de los líderes más críticos y de izquierdas la que ayudó a la derechización de la sociedad española.

¿Los líderes importan o no?

Quienes de una manera u otra fueron protagonistas de los hechos que narramos expresan opiniones diferentes sobre la repercusión de la marcha y reemplazo de los líderes de los que hablamos. ¿Qué dicen los politólogos?, ¿hasta qué punto son importantes los liderazgos?

El politólogo Pepe Fernández-Albertos contesta: “Es un debate abierto en la ciencia política y divide el enfoque académico del comentario político. En la disciplina, en parte porque las herramientas metodológicas empujan al análisis de las variables estructurales y es más difícil detectar los efectos de factores coyunturales, en parte por una diferente concepción (más materialista/estructuralista del mundo), tendemos a privilegiar las explicaciones de fondo y a menospreciar el papel de ‘agencia’ (el margen de acción de los actores políticos) como causante de los efectos que tratamos de explicar. Creo que una posición razonable es que los liderazgos no son irrelevantes, pero que su influencia es errática y cambia de caso a caso y de contexto a contexto”.

Luis Ramiro, profesor de Ciencias Políticas en la Uned, añade: “Con frecuencia asumimos que la estructura es lo más importante, pero hemos de reconocer que los líderes pueden afectar también a cómo se desenvuelven los factores estructurales o a cómo la población los percibe. Además, hay condiciones estructurales que pueden favorecer la aparición y la actuación (relevante, con consecuencias) de líderes influyentes, como las situaciones de crisis socioeconómica y política aguda”. Ramiro diferencia la capacidad de influencia de los dirigentes según el ámbito del que hablemos: el país, la agenda o su organización política. En la sociedad y en la agenda política ve limitaciones al papel de los líderes porque en la evolución de la primera intervienen muchos factores y algunos están fuera del control del dirigente y porque la segunda, en un mundo globalizado e interconectado, está cada vez más expuesta a sucesos internacionales imprevistos que impactan en la realidad. Pero en el caso de las organizaciones políticas sí considera que un nuevo líder (o la marcha de uno antiguo) modifica la orientación de la formación con mucha frecuencia: el relevo en el liderazgo se suele deber a un cambio interno en la organización o a un conflicto, o se impone la necesidad de cualquier nuevo líder de mostrar que el cambio y su llegada suponen algo diferente que los justifica.

Carolina Plaza Colodro, investigadora del área de Ciencia Política de la Universidad de Salamanca, explica, por su parte, los factores de contexto, estructurales, que quedan al margen de los liderazgos y que pueden imponerse a ellos: el cambio de las preferencias políticas debido al proceso de cambio social, algo que no puede ser controlado por los partidos, pero que sólo tiene consecuencias políticas cuando son movilizadas por las organizaciones políticas. En el periodo en que nos centramos, la Tercera Vía, formulada por el laborismo en la época de Tony Blair, transforma, según Plaza Colodro, todo el espacio de la izquierda: los partidos que defienden posiciones estatistas y proteccionistas pasan a ser considerados partidos de izquierda radical, mientras que los de la línea Blair, el grueso de la socialdemocracia europea, buscan combinar el apoyo al libre mercado con la preocupación por la justicia social. En este contexto tienen lugar los cambios de los que hablamos en la izquierda española: Tony Blair se convierte en primer ministro británico en 1997 con su social-liberalismo. Pudo ser un modelo de éxito a imitar. De fondo, Silvia Claveria, profesora de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid, ve la evolución de la situación económica motor principal: “A partir de los noventa, con un ciclo económico expansivo, donde la identificación con las clases sociales se diluía y la ideología se atenuaba (donde la mayor parte de los ciudadanos se identificaban con la clase media), los partidos querían ocupar posiciones ‘centrales’ para convencer al mayor número de gente y ganar las elecciones. Es decir, los partidos tradicionales de izquierdas y de derechas convergían en los planteamientos para acercarse a una posición de centro”.

La asesora política Imma Aguilar, por eso, señala que “los líderes están unidos a su tiempo mucho más que a sus ideologías”. Y añade que los que desaparecieron en los noventa en España “competían con menos ‘celebrities’ de la política, estaban menos fiscalizados y el mito en política tenía su momento”. Fernández-Albertos agrega: “Mi impresión es que en la historia de España reciente los liderazgos que surgieron en la transición fueron mucho más robustos que los que vinieron después, en parte por su edad, porque en las negociaciones de la llegada de la democracia se curtieron de una manera excepcional, lo que les hizo ‘inalcanzables’ para sus inmediatos sustitutos”. Pero dice: “No tengo la impresión de que estas ‘caídas’ tengan mucho que ver con la evolución de la izquierda”.

En esta línea, Ramiro sintetiza: “PSOE, CC.OO., UGT e IU enfrentaban desafíos, problemas y crisis que iban más allá de la actuación y capacidad de esos líderes u otros: la socialdemocracia, los sindicatos y la izquierda radical se enfrentaban a dificultades de redefinición de sus programas, prioridades y coaliciones sociales de apoyo en toda Europa, de modo estructural, que situaban en problemas a esas organizaciones y a esas familias políticas independientemente de quién fuera el líder de cada una de ellas”. Y continúa: “Quizás salvo en el caso bastante especial de Anguita, cuyo final de mandato coincide con una situación realmente muy mala para IU que su sucesor trató de superar, en el resto de casos los nuevos equipos no suponen un cambio radical respecto a las políticas aplicadas por otras organizaciones equivalentes en Europa”.

Corbyn y Sanders: ¿camino de convertirse en liderazgos globales?

Si Claveria apuntaba que la situación económica estaba en el fondo de, quizás, la transformación de los partidos en los años noventa, el giro a la izquierda del Laborismo de Jeremy Corbyn y el auge del ala socialista de los demócratas pueden hundir sus raíces en la última crisis y cómo se ha tratado de salir de ella: “Muchos ciudadanos se han vuelto a identificar con la clase trabajadora y reclaman soluciones de izquierdas. Pero no sólo eso: las nuevas generaciones tienen en cuenta otros ámbitos como el feminismo y el ecologismo y los consideran fundamentales en la configuración de sus ideales. La polarización económica de la sociedad ha podido propiciar una polarización política de los partidos y que en vez de intentar posicionarse en el centro, les interesa más sesgarse hacia los lados”, apunta Claveria. “La apertura y la duración de esta ventana de oportunidad para las izquierdas dependerá del mantenimiento de ciertos factores contextuales, junto a la existencia de liderazgos que logren mantener creíbles y relevantes este tipo de discursos en el debate político y les permitan ganar apoyo electoral frente a otros (como el identitario de la extrema derecha o el inmovilista –no hay alternativa– de los partidos mayoritarios)”, añade Plaza Colodro.

Fernández-Albertos apunta: “Es pronto para saber cuánto recorrido tendrán, pero creo que el discurso que articulan no es irrelevante y altera las coaliciones, percepciones y preferencias de la opinión pública. Los temas que han lanzado, las preocupaciones que ponen sobre la mesa y algunas de las soluciones y propuestas no van a desaparecer de la agenda a corto y medio plazo. Pero sigo teniendo la sensación de que enfrentan adversarios políticos muy grandes y no sé cuál es la capacidad de crecimiento social y electoral más allá de los sectores en los que ya han tenido éxito”.

Ramiro distingue los dos procesos que nos ocupan: “Lo que está ocurriendo en EE.UU., siendo muy interesante y relevante (por excepcional), no deja de ser un fenómeno aún minoritario dentro del Partido Demócrata. La mayor parte de políticos de este partido y de los candidatos elegidos en primarias en los últimos meses no se sitúan en la órbita de Sanders. Sí que es verdad que aun siendo un fenómeno minoritario parece estar influyendo de modo muy sensible en la agenda del Partido Demócrata y en el modo en que se están produciendo las primarias y la competición interna”. “En el caso británico hablamos de que el segundo partido por tamaño está dirigido por un líder situado muy a la izquierda de lo que es y ha sido tradicionalmente el Partido Laborista. En un sistema tan próximo al modelo bipartidista clásico como es el actual Reino Unido el comportamiento del segundo partido, del Laborista, afecta inevitablemente, casi haga lo que haga, para bien o para mal de su propio partido, ya sea porque en las últimas elecciones tuviera éxito al situar temas de política social en la agenda o porque se esté discutiendo sobre su antisemitismo desde hace meses sin que el liderazgo laborista sea capaz de zanjar el asunto”, continúa Ramiro.

En cuanto a la posibilidad de que los demócratas socialistas y los laboristas de Corbyn se conviertan en objeto de emulación por parte de las demás izquierdas, Pastor señala como caso más esperanzador el británico, aunque vería necesario su éxito electoral para que se convirtiera en ejemplo a imitar. Si bien considera que llegaría tarde para los principales partidos socialdemócratas europeos, podría servir de impulso para que otras fuerzas de la izquierda más novedosas sean más ambiciosas con sus propuestas. La potencia del ejemplo de Corbyn residiría, según Pastor, en que fuera del euro y de la UE, no estaría constreñido por la disciplina fiscal europea: podría mostrar que es posible otra política económica, algo en lo que falló la Syriza de Alexis Tsipras por deméritos propios y el difícil contexto comunitario. 

Pastor también advierte del riesgo de que la izquierda, en lugar de fijarse en Corbyn y en los demócratas socialistas de EE.UU., que han hecho bandera de la defensa de la diversidad, coja el ejemplo de En Pie, el movimiento nacional-obrerista que lidera Sahra Wagenknecht, de Die Linke, el partido a la izquierda del SPD alemán, y que apela al voto que se ha ido a la ultraderecha con argumentos compartidos con ella. Estos tics comienzan a verse en muchos sitios, también en España.

López Garrido añade que si Reagan y Thatcher fueron los espejos donde se miraron las fuerzas conservadoras en los ochenta, lo mismo puede suceder ahora con las progresistas, pero con Sanders y Corbyn. Si la socialdemocracia europea siguió la estela de Tony Blair, quizás pueda fijarse ahora en estos nuevos referentes.

Pero lo que falta, como apuntaba Pastor, es que haya victorias electorales. Y en ello insiste Luis Ramiro: “Las influencias, la difusión internacional de modelos y los impulsos para la emulación son bastante cíclicos en la izquierda. Como en otros ámbitos, las organizaciones tratan de emular modelos de éxito pero en los dos casos hay un problema similar. En el caso americano la izquierda tiene que demostrar aún su capacidad de éxito electoral y en el caso británico los laboristas con Corbyn aún tienen que demostrar que pueden ganar las elecciones al Partido Conservador. Los líderes de la izquierda estadounidense y británica tienen aún que mostrar algo que, en general, la izquierda radical y el centro-izquierda europeo tienen dificultades muy claras para lograr, salvo en muy pocos países: que son capaces de construir una coalición social de apoyo que les permita ganar las elecciones más allá de situaciones coyunturales o de alcanzar niveles de voto altos, es decir, mostrar que son capaces de reconstruir sus bases sociales de apoyo clásicas o construir otras nuevas apoyándose en otros grupos sociales. En este sentido, el papel de los líderes puede ser relevante precisamente porque pueden contribuir a que sus partidos y su programa superen los límites de audiencia o apoyo a los que podrían estar sometidos de otro modo. Pero no estoy seguro de que en EE.UU. se haya visto esto en la izquierda en el caso de Sanders ni que se esté viendo de un modo incontrovertible en el Reino Unido, en el caso del Laborismo de Corbyn”. 

Manuela Carmena y Ada Colau: cuando los líderes se imponen sobre sus organizaciones

Posiblemente, esto último fue lo que consiguió Manuela Carmena en las elecciones municipales de 2015. Quizás fue eso lo que vio Podemos en ella para proponerla como candidata a la alcaldía de Madrid en los comicios pasados. A la vista de sus resultados electorales, es muy probable que por sí sola, con su sola imagen, lograra ampliar las bases sociales con las que de otro modo hubiera conectado la confluencia entre Podemos, parte de IU y el movimiento municipalista, es decir, con la izquierda a la izquierda del Partido Socialista. “Las teorías sobre la creciente personalización de la política consideran que los liderazgos cada vez son más importantes para el comportamiento electoral de la ciudadanía, ya que han perdido efectividad otros factores estructurales como la clase, la religión y la identificación partidista. También  consideran que el liderazgo de un partido político está situado en un lugar clave para atraer apoyo político y electoral, además de recursos organizativos clave dentro de los partidos. Por tanto, la elección de un determinado líder partidista puede tener efectos importantes sobre su capacidad de movilización, lo que es de vital importancia para las formaciones políticas”, explica Plaza Colodro.  El “efecto Manuela Carmena” en 2015 fue impresionante. Y Manuela Carmena ha sido consciente de ello durante estos tres últimos años, en los que se ha reforzado, realizando movimientos dentro de su equipo municipal que casi han llegado a fagocitar a Podemos, a IU y a Ganemos, para preservar la imagen de que la suya es una corporación municipal diferente a las anteriores, pero siempre “de orden” y que heterodoxias, las justas, por lo que medidas más ambiciosas, como las remunicipalizaciones, quedaron descartadas desde el primer momento. Ahora, con vistas a las próximas elecciones, siendo consciente de su fortaleza y de que es el principal activo con que cuenta Podemos, ha realizado un movimiento audaz para imponer sus reglas a las (al menos) tres organizaciones que la auparon. Ello, para dejar claro que será candidata, pero que sus compañeros de candidatura tendrán que ser de su elección o, al menos, de su gusto. 

Algo parecido, aunque quizás a una escala menor, sucede con Ada Colau, en Barcelona, cuyo liderazgo trasciende el de sus siglas. Aunque, también en su caso la llegada al Ayuntamiento implicó una moderación de sus primeras intenciones. Claveria comenta: “Su formación política prometía unos cambios que, posteriormente, no eran tan fáciles de implementar, ya que había muchas reglas institucionales que seguir o contratos previos que cumplir. También, los líderes siempre tienen un ojo puesto en las elecciones, y eso puede suavizar las estrategias planeadas. Sin embargo, no tenemos que quedarnos con la imagen de que todos los líderes son iguales, sino de que los cambios son mucho más lentos, y a largo plazo. Es como si quisiéramos virar un trasatlántico, se puede cambiar de rumbo, pero se va a percibir muy poco a poco”. La cuestión, en su caso, es si la ampliación de su base electoral jugando a una peligrosa ambigüedad en el “problema nacional” resultará ganadora, o no. 

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Autora >

Cristina Vallejo

Cristina Vallejo, periodista especializada en finanzas y socióloga.

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3 comentario(s)

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  1. Iñaki

    Oséase, que los madrileños tienen que votar a Carmena por la gracia de Dios... En fin. Que todavía haya quien considere de izquierdas a quienes no tienen como principio fundamental la superación de la democracia representativa hacia fomas democráticas asamblearias en donde cada ciudadano sea corresponsable de todas las leyes y acciones de gobierno del país, o es un inepto o es un ultraliberal.

    Hace 5 años 5 meses

  2. Madrileña

    Vaya ladrillo para acabar loando a la tránsfuga, ególatra, autoritaria y apoyada por chaqueteros y su corrupto sobrino Cueto, situada su familia en la elite gracias a los pelotazos urbanísticos, respaldada por el PSOE, pretende colar en SU lista participadaria* a tenebrosos colaterales de ese partido. Qú risa, la articulista lo considera izquierda tras ¡1974! ¡Alfonso Guerra es izquierda y Carmena es una inocente abuelita carismática!

    Hace 5 años 6 meses

  3. Mark

    Por cierto que hoy vemos a López Garrido diciendo que no se pueden anular los juicios del franquismo porque supondrísa desligitimar el régimen franquista y podría dar lugar a indemnizaciones (¿¿¿y???) y a Anguita firmando con Monereo un panfleto bolchepardo de apoyo a Salvini. Y de lo demás para qué hablar, vaya panorama.

    Hace 5 años 6 meses

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