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Raíces y alas

Ocho claves para el patriotismo democrático que viene (II)

A propósito de democracia, soberanía y pueblo

Clara Ramas 28/09/2018

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Continuamos la serie iniciada en el anterior artículo, en la que proponemos algunas claves para un patriotismo democrático. Abordamos ahora los puntos Democracia, Soberanía, Pueblo(s); continuaremos con Feminismo, Inmigración, Ecologismo, Identidad, Conservación-progreso-reacción. 

1. Democracia

Si la democracia es la participación de un pueblo en su destino, entonces es claramente incompatible con el capitalismo y el libre mercado. 

Streeck, bajo el elocuente título “Mercados y pueblos”, argumenta que existe desde 1945 una contradicción fundamental entre los intereses del capital y los de los votantes; tensión que se ha ido desplazando sucesivamente mediante un insostenible “pedir prestado al futuro” –expresión también utilizada por Varoufakis-, hasta desembocar en el colapso de 2008. Grecia ha sido el caso evidente de este gobierno de tecnócratas y la imposición de una “coacción fáctica” [Sachzwang]. Nuestros Estados democráticos ya no susurran a oídos del pueblo, sino que escuchan el lenguaje arcano de “los mercados”, dice Streeck: “Dado que la confianza de los inversores es más importante ahora que la de los votantes, tanto la izquierda como la derecha ven la toma del poder por los confidentes del capital no como un problema, sino como la solución.

Esta contradicción fundamental entre capitalismo y democracia se traduce en una contradicción política: democracia y globocracia. ¿Reside el poder en los pueblos, o en élites transnacionales que extienden su poder a lo largo del globo? Las fuerzas democráticas hoy tienen que dar salida al reclamo generalizado de que la toma colectiva de decisiones no se sustituya por la obediencia al Diktat de Bruselas. 

2. Soberanía 

La tradición democrática republicana denomina “soberana” a la voluntad general constituida como sujeto político. De poco sirve en política apelar a un marco jurídico o legal sin considerar la voluntad política que lo sustenta. Kant distinguía entre la forma regiminis, por la que un Estado es de Derecho o no, y la forma imperii, que determina qué tipo de Estado es, esto es, quiéngobierna. Lo primero es ley, norma; lo segundo es soberanía, voluntad. En democracia, como se entiende desde Aristóteles, Cicerón, Rousseau o Robespierre, hay una voluntad general que reside en el conjunto de ciudadanos: mandan obedeciendo. El nombre moderno de este sujeto es la nación. 

En cambio, entender el cuerpo político como un mero conjunto de normas sin referencia a su sujeto unitario constituyente tiene como presupuesto que lo político consistiría en normas que regulan un conjunto previo e independiente de individuos “libres”: la esfera privada de la “sociedad civil”. 

Pero la sociedad no es esta suma de individuos: por eso ninguna Constitución es un mero sistema de normas aplicadas al individuo, sino que comienza en sus primeros artículos definiendo el sujeto colectivo de soberanía. En la actual, “el pueblo español” (art. 1); en la de 1931, “España es una República democrática de trabajadores de toda clase […]. Los poderes de todos sus órganos emanan del pueblo” (art. 1); en la de Cádiz de 1812: “La soberanía reside esencialmente en la Nación”, definida como “reunión de todos los españoles de ambos hemisferios” (arts. 1 y 3). O, de modo todavía más claro, en la actual Constitución alemana, recogiendo la formulación de la de Weimar de 1919: “El pueblo alemán […] se ha otorgado a sí mismo esta Constitución” (Preámbulo).

En resumen: la voluntad de democracia es la voluntad de autoconciencia política de un pueblo, que atañe a una determinada relación con sus élites y con una determinada capacidad de configurar su destino; y el modo en que esta conciencia política aparece en la modernidad es la de nación. No hay ciudadanía, reconocía Kant, sin comunidad que dé sentido a la voluntad general de un pueblo.

Una fuerza que hoy se quiera heredera de esta tradición democrática y republicana tendrá que ser capaz de pensar más allá del reparto liberal que reduce la política a la gestión de la esfera pre-política de los intereses individuales. Ello implica una voluntad general popular capaz de dotarse a sí misma de su propio orden y que decida sobre sí misma: soberana. 

3. Pueblo(s)

Esta idea de voluntad soberana es el fundamento de la idea moderna de nación. Y ella no es necesariamente opresiva, sino la mejor herramienta para garantizar los derechos de quienes viven juntos y los más vulnerables. La pregunta es: ¿a favor de quién se ejerce la soberanía? El capitalismo es el primer destructor de fronteras. Adam Smith reconocía que el comerciante no tenía otra patria que aquella donde obtuviera el mayor beneficio, Marx, que los comunistas no pueden destruir la propiedad, la familia o la patria, porque para la mayoría ya los ha destruido el capital. Es decir, ha destruido las estructuras y los vínculos que permiten a los de abajo protegerse y tener bienestar. Para los que no se enriquecen especulando, sino que subsisten trabajando, una patria que les proteja no es un lujo del que puedan prescindir. Hoy por hoy, con una UE reducida a espacio tecnocrático de unión monetaria, y mientras no se vislumbre la posibilidad de constituirse como bloque continental con identidad política y capacidad de agregación, no se ha encontrado otra forma de articularla fuera de los espacios nacionales –sobre esto reflexionamos en Foro Res Publicacon Gallego-Díaz, Álvarez Junco, Martínez-Bascuñán, Franzé, Villacañas o Errejón entre otros.

Para las élites no hay ninguna duda: el neoliberalismo en lo económico ha de acompañarse del globalismo en lo político. Una opción popular no puede sino responder, hoy por hoy, desde lo nacional y sus posibles ulteriores alianzas interestatales. Construir una voluntad general es construir un pueblo: donde lo nacional y lo popular coinciden. Así lo ha pensado la tradición democrática y republicana. Para Sieyès, la nación se constituye cuando la clase potencialmente universal, el Tercer Estado, se constituye como totalidad mediante la exclusión de una clase particular, los privilegiados. Sólo fundan nación quienes logran encarnar y representar el todo social y el interés general. Los privilegiados son la quiebra del “orden común”, un reino dentro del reino, solo una sombra “que se esfuerza en vano en oprimir a una nación entera”. Los de abajo no deben constituir un nuevo orden en los Estados generales, sino una Asamblea Nacional. No son parte, son el todo. 

Una parte de la izquierda ha sido muy crítica con esto, como hemos comprobado en las pasadas semanas en este mismo medio, en forma de intervenciones a veces virulentas. Un texto más antiguo de Fernández Liria, en su obra sobre populismo, decía: “La lógica institucional de la Ilustración no genera pertenencia, sino, más bien, derecho a no pertenecer”. Defendía la prioridad de un “ser humano sin más”, previo a “de cualquier pertenencia tribal, cultural, histórica o social”. En nuestra opinión, esta comprensión de derechos humanos, de raigambre liberal anglosajona (se inicia en la Declaración de Virginia de 1776), nos deja muy desamparados. Algunos oídos se escandalizan con términos como seguridad, orden o pertenencia. Sin embargo, sería un grave error considerar que eso es entrar en el terreno de la derecha: bien al contrario, los más vulnerables son los primeros en sufrir la ley de los “poderes salvajes” de los mercados. No por casualidad el liberalismo se alió históricamente con el darwinismo social en la apología del libre mercado: para Treitschke y Rochau, Estados y regulaciones son lastres, la libertad individual prevalece y, quien quede atrás, es por debilidad y no merece. Es con la falta de orden con lo que la derecha se siente cómoda.

Frente a ello, patria democrática es orden que protege, institucionalidad de un destino común. El liberalismo, esto no es nuevo, tratará de estigmatizar toda posición estatalista, institucionalista o republicana como fascista –antes fue como estalinista o socialista–. Pero no se sostiene: parte del voto a Trump migró desde voto de Obama, desde Brexit a Corbyn, desde Le Pen a Mélenchon. ¿Son Obama. Corbyn o Mélenchon “fascistas”? O, aún más, ¿lo es Nancy Fraser (!)? Obviamente no. De poco sirve apelar a supuestos “engaños”: en política no hay falsa conciencia. Lo que ocurre es que mucha población demanda una opción que ofrezca seguridad, solidaridad, protección, garantía de derechos y comunidad con un horizonte de trascendencia por encima de la economía y el libre mercado; esto, más allá de fobias o provocaciones varias, era el fondo relevante de la polémica abierta con los artículos de Monereo, Anguita e Illueca. 

En el caso de España, hay dos dificultades principales para su construcción popular como patria. En primer lugar, la usurpación de la bandera y la identidad nacional por la dictadura franquista, régimen violento e impotente que tuvo que masacrar y expulsar como “anti-España” a la mitad del país real que no era capaz de integrar. La resistencia, recogiendo hilos de la historia española de levantamientos populares, fue a la vez democrática y patriótica, nacional y popular, contra la considerada invasión extranjera alemana e italiana. Como explica el reputado historiador José Luis Martín Ramos, la noción de patria soberana en España se construye como reacción popular a la ocupación francesa; afirmar que el término “patria” es propiedad del franquismo o el centralismo denota la más abyecta subordinación cultural a los mismos y la impotente incapacidad de proponer un horizonte emancipador. 

En segundo lugar, la insoslayable plurinacionalidad de España, como subrayábamos en la sesión del Foro Res Publica enlazada arriba. Quien no comprenda esto no tiene un problema con Cataluña o con País Vasco, lo tiene con España: un país cuya diversidad es una riqueza incalculable, expresada en instituciones locales y autonómicas, lenguas y tradiciones populares vivas, que pujan por existir como identidad propia. Nuestra mejor tradición democrática, plural y federal jamás ha olvidado este punto sin dejar de ser, aún más, por ello siendo, patriota.

No será, pues, posible construir un patriotismo democrático en España sin atender a las distintas identidades nacionales que la conforman y a las experiencias históricas que se expresaron como reivindicación de una patria democrática y popular. 

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Clara Ramas es doctora Europea en Filosofía (UCM). Investigadora post-doc en UCM y UCV. Tratando de pensar lo político hoy desde un verso de Juan Ramón Jiménez: “Raíces y alas. Pero que las alas arraiguen y las raíces vuelen”. @clararamassm

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Clara Ramas

es doctora Europea en Filosofía (UCM). Investigadora post-doc en UCM y UCV. Tratando de pensar lo político hoy desde un verso de Juan Ramón Jiménez: “Raíces y alas. Pero que las alas arraiguen y las raíces vuelen”.

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13 comentario(s)

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  1. BLA BLA BLA PALABRAS BLA BLA BLA REVISIONISMO BLA BLA BLA SEIS MIL EUROS AL MES BLA BLA BLA UNIDOS P

    - Buenas tardes, mire usted, es que me estoy muriendo de hambre - No se preocupe, le voy a dar todas estas palabras - Quizá no me he explicado bien... es que tengo hambre y necesito comer - Qué pesado es usted: tome usted este tochazo sobre hegemonía cultural y cállese de una vez ya, que así no puede hacer uno la revolución tranquilo

    Hace 5 años 9 meses

  2. Mascarilla nasal

    Cayetano, en primer lugar decirte que reivindico una República para eso que llaman España (desgraciadamente Reino). Y la situación catalana actual es una ocasión de oro para lograrlo si la izquierda española espabila. Pero, quizá convendría empezar por diferenciar nacionalismo de independentismo, el independentismo no necesariamente es nacionalista como la timorata izquierda española se empeña en hacer creer. No entender que, muchos catalanes -sin ser nacionalistas ni patriotas- quieren la independencia de Cataluña simplemente para poder mejorar sus condiciones materiales de vida en un marco democrático como una República, al margen de un Reino retrógrado derechón como el español que lo impide, es no entender nada. Intentar ventilar el asunto aduciendo que todo es nacionalismo “egoísta” aplicando con calzador viejos esquemas obsoletos del siglo XIX no sirve para explicar la realidad catalana. Quien quiera que la patria española (Reino según la “carta magna”) huela a otra cosa que no sea franquismo tendría que empezar por defender y exigir el democrático derecho de autodeterminación y de decisión de los catalanes que quieran, si esa es la voluntad mayoritaria, constituirse en República. Posibilitando únicamente eso abriríamos una brecha nada desdeñable en las estructuras estatales reaccionarias precintadas en el Régimen del 78 para sacudirnos de una vez a la monarquía española. Condición sine qua non si lo que se pretende es que esa patria española pestilente pueda empezar a “resignificarse”. Pero, insisto, mientras persista la monarquía, la bandera rojigualda y la represión a todo aquel que ose decidir su futuro democráticamente, la patria española seguirá siendo lo que es. Un baluarte de la derecha y de los vencedores de la guerra a la que se suman obispos y algún “excomunista” resentido que supura ultranacionalismo por los cuatro costados como Francisco Frutos. Marear la perdiz sacando a pasear el concepto “patria” como si cambiando únicamente su significado vamos a aglutinar a no sé qué clases populares, sin tocar todo su contenido reaccionario actual, real y tangible, es engañarse una vez más. O empezar la casa por el tejado.

    Hace 5 años 9 meses

  3. Mascarilla nasal

    Cayetano, en Cataluña que yo sepa es República, no patria. Mejor sería también que en España se luchara por una República y dejarse de rollos patrióticos y resignificaciones absurdas. Menos marear la perdiz, República ya!

    Hace 5 años 9 meses

  4. cayetano

    A Mascarilla nasal, si la patría es catalana, pregunto ¿no atufa? ¿es posibler resignificarla o esta significada de serie? Un cordial saludo.

    Hace 5 años 9 meses

  5. Mascarilla nasal

    Sugerencia para que Clara Ramas la tenga en cuenta a la hora de modelar esa patria que pretende configurar: La actual patria española tiene un tufo franquista pestilente. Dudo mucho de que, por mucha “batalla cultural” que se de tal significante pueda resignificarse sin previamente democratizar el Reino de España. Para eso en primer lugar habría que instaurar una República, cambiar de bandera y permitir el derecho a decidir. A partir de aquí, podríamos seguir pero respecto a lo citado anteriormente cabría señalar que el independentismo catalán (Puigdemont y Torra incluidos) ha hecho más por democratizar España que la timorata izquierda española en 40 años. Defender y posibilitar que Cataluña ejerza su democrático derecho a la autodeterminación supondría una ocasión de oro -que no convendría desaprovechar- para cambiar un Estado anquilosado en el régimen del 78. La izquierda española y sus actores (el mediático José Sacristán entre otros convertidos en referentes “intelectuales”) debería espabilar y exigir sin complejos un referéndum de autodeterminación en Cataluña no ya por el bien de los catalanes sino por el de los propios españoles que aspiran a vivir en una “patria” que no de vergüenza como la de ahora. Aunque sinceramente, pediría a la autora algo más de originalidad a la hora de denominar las cosas porque la marca “patria” atufa hasta con mascarilla puesta.

    Hace 5 años 9 meses

  6. cayetano

    Partiendo de Ozewi, sí, hay razón en lo que dice. Pero cae en la cuenta de que requieres articular una mayoría social, y paradójicamente el marco estatal es clave para ello. El Estado es elemento fundamental en el desarrollo del capitalismo, de un lado como hacedor y al tiempo como resultado de equilibrios políticos, sociales, económicos, culturales… Al punto, que el Estado acaba por ser espacio de desarrollo de un concreto modelo social, económico…, en cuyo marco bullen las contradicciones comunes a su colectividad, y desde esas concretas contradicciones comunes debemos dar respuesta y articular sujetos, mayorías sociales. Y ello porque no podemos sólo pretender dar respuesta ideológica, futurible, sino inmediata a dichas contradicciones y efectos que son concretos-espaciales constitutivos de una comunidad (diversa pero comunidad), no intemporales y universales, con propuestas políticas para hoy, no con infantilismo izquierdista. Cuando dices que no hay solución a escala nacional, planteas acaso la revolución internacional. Igualmente cabría preguntarle sobre dicha revolución a Julio Anguita cuando habla de no aceptar la Dictadura de los Mercados (aunque más parece que la usa como símil de UE, en cuyo caso, debiera especificar). Y bien dices, cuando indicias que dicha dictadura de los mercados, existe con y sin UE, la contestemos desde donde sea. Pero paradójicamente, la articulación social del sujeto político ha de ser prioritariamente estatal. Algunos compañeros han hablado de contestaciones laborales supraestatales en algunas empresas “extremas”, que llegan a desnacionalizar los puestos de trabajo usando argucias legales, para explotarlos. Pero de momento, dichas realidades son marginales; aunque si hay condiciones de sojuzgación ante iguales instituciones y dinámicas, pero sin efectos semejantes. Y aunque dichas condiciones extremas ocurrieran y provocaran una reacción, la base de las mismas sería estatal o con mirada de globo, local. Así ocurrió por ejemplo con las revoluciones nacionalistas de 1820 al 30 en Europa, precursoras del Estado Moderno y la consolidación del capitalismo. Igualmente con las revoluciones obreras de 1848, tras la Crisis agraria y financiero-industrial del 47. Ahora bien, que el sujeto político haya de articularse en el marco del Estado (por posibilidad), y sus concretas capacidades de respuesta de cada uno, no infiere inconsciencia frente a los retos globales. Entre ellos, la contradicción entre Mercado y Democracia, o el Cambio Climático. Y es que estamos en un debate deslavazado y cacofónico. Por un lado pretendemos articular respuesta a diversas contradicciones, mezclando realidad con fenómenos y planos diferentes de análisis y propositivos. En un gazpacho de ideología, política, ética, principios, conceptos, conclusiones procesos y argumentos. Más que un debate parece un pandemónium de nuestros propios miedos y/o recelos, en que nadie intenta eliminar ruido para escuchar, sólo vociferar sus miedos respecto al otro (y todavía hay quien no mira cara a cara y reconoce a la emoción en el discurso político). Organizar este debate con el interés de abrirlo, no de ganarlo, es lo que toca ahora mismo, tener una perspectiva abierta para discutir de contenidos. En España, todavía podemos hacerlo, las ondas del 15M y la coyuntura de Unidos Podemos, así como el gobierno de Pedro Sánchez lo posibilitan. Intentemos desbrozar el camino de ruido, vayamos a lo sustancial desde la comprensión y confianza, sin adelantar la diversidad y diferencia que es sana. A estas alturas las resistencias numantinas a innovar la respuesta ante la ultraderecha, ha quedado invalidada por su avance, realicemos un debate abierto, intentando comprender y entendernos, antes de adolecer al compañer@, preguntemos por el sentido de los planteamientos, pidamos aclaraciones. A veces es tan tragicómico el “espectáculo”, que podríamos jugar con el Título de “No me chilles que no te veo” Un cordial saludo.

    Hace 5 años 9 meses

  7. Federico Soto

    Arroparse en los historiadores no sirve (Martín Ramos,en este caso; pero también lo hacía lo propio Cesar Rendueles: “El otro día un historiador me explicaba que la construcción colectiva de la idea de España había sido exitosa hasta principios del siglo XX”). Un eminente –sin duda– historiador, Álvarez Junco, defendía que “El Estado español moderno —radicalmente distinto a la monarquía imperial de los siglos XVI a XVIII— había nacido en Cádiz, en 1812”. Es una tesis disparatada, como las fantasías que pretenden soslayar la dificultad que el patriotismo españolista representa, no ya para la izquierda, sino para la democracia. La Constitución de 1812 (la Pepa, como la quiso motejar la reacción) fue un pastiche sin pies ni cabeza, que no sobrevivió al fuego cruzado de la lucha por la independencia de los "españoles" americanos, por una parte, y, por otra, de la reacción frailuna, que consiguió del rey felón, Fernando VII, la abolición de esa Constitución y, de paso, la restauración de la Inquisición (1814; menos de dos años "oficiales" de vigencia). La impotencia de aquellos constituyentes, no emancipados de sus dependencias ideológicas (católicos), políticas (monárquicos), económicas (imperiales, sobre América), etc. es obvia a lo largo de todo el texto; la “nación” que pretendieron nunca pasó de ser una “nación moribunda” como se la diagnosticó el Parlamento británico en los debates sobre la guerra de Cuba (1898). Finalizada la guerra librada en la Península Ibérica entre Inglaterra y Francia (que el patriotismo españolista conoce como de la Independencia) el Marqués de Sargadelos (pionero de la industrialización) es asesinado por las turbas gremiales, atizadas por el clero medieval; Francisco de Goya se refugia de la reacción borbónica en Burdeos (donde, pese a su avanzada edad aprende la técnica del gravado: los Toros de Burdeos, los Caprichos o los Desastres de la guerra que salen de su pluma desmienten la tesis del nacimiento de España en esa fecha. Asumo la condición de “abyecto subordinado cultural”, nada menos que del franquismo; pero afirmo que España es el proyecto político de la Generación del 98; que la IIª República fue el primer intento fracasado y que el segundo intento es el de Franco: España es la obra de este asesino. Su éxito lo ilustra la anécdota sucedida en el Mayo del 68, en París, que Juan Goytisolo relata: “La misma desconfianza y pánico atenazaban a nuestros compatriotas. Recuerdo la reacción inesperada de la asistenta ante los gritos de los manifestantes que desfilaban junto a casa mientras proferían gritos contra el General [De Gaulle]: «¡No sería nuestro Franco quien se dejaría insultar así!». Por esas fechas presencié igualmente con desaliento la cola bulliciosa formada en la acera de una sucursal bancaria española de la avenida de la Ópera: había corrido la voz de que el franco francés se hundía y los inmigrantes se precipitaban a retirar de allí sus ahorros”. La pobre emigrante española sentía, allá por el Mayo del 68, en París, el orgullo patriótico de ser súbdita de "nuestro Franco" (súbdita, que no ciudadana); tal vez, hoy pertenezca a uno de esos partidos de izquierda que se sumaron a la manifestación reaccionaria en la que el actual Ministro de Asuntos Exteriores, José Borrell, hizo ondear en Barcelona la bandera rojigualda, codo con codo con el "leninista" Paco Frutos, rodeados y jaleados por todo el fascismo catalán.

    Hace 5 años 9 meses

  8. Ozewi

    Me parece un error grueso seguir insistiendo en el concepto de país-nación y tratar de pelear el concepto de "patriotismo". Es un concepto obsoleto, superado. Las personas abarcamos cada vez más mundo con la mirada. Las fronteras se difuminan y eso no es malo. Lo malo es que mucha gente de la izquierda no entiende que no hay solución a escala nacional. Hay que pensar a nivel planetario.

    Hace 5 años 9 meses

  9. cayetano

    Reflexionando sobre la entrevista a Julio Anguita aquí en CTXT, aparece la idea de apropiación del Estado para poder contestar al Mercado. Apropiación como meta, pretendida desde un espacio concreto y una mayoría social concreta, a articular como sujeto desde la identificación con unos intereses transversales y patrióticos determinados, frente al Mercado Globalizado. Tiene sentido lógico, y es una razonamiento plausible, para dar respuesta al vacio que están cubriendo las ultraderechas en Europa, y que podría repetirse en España si las ondas del 15-M pasaran a quietud de charco. Aunque pudiera enmarcarse dentro de otro discurso supraestatal y soberano. En cualquier caso, sigue siendo una reflexión abierta, un debate por concluir que es necesario.

    Hace 5 años 9 meses

  10. Repartidor de pizzas

    Leyendo el artículo de Clara Ramas, me da la sensación de que estoy ante una nueva “fórmula magistral” caracterizada por algunas obviedades, ninguna concreción y sobre todo palabras, muchas palabras. Significantes, significados, definiciones, conceptos y términos, una especie de mini diccionario enciclopédico que vendría a dar cuerpo a ese gran descubrimiento que emerge en el nuevo significante estrella “patria”. Una palabra que, testificada en el postmoderno laboratorio de izquierda de Clara y asociados, urge resignificar y cuyas virtudes convendría no echar a perder porque si no a todos los que subsistimos trabajando solo nos queda el desamparo y probablemente la desnutrición. “Un lujo del que no podemos prescindir” según la autora. Se acabo eso de exigir garantizar las condiciones materiales básicas de las personas; con el potencial “protector” de la palabra “patria” nadie pedirá nunca más una Renta Básica Incondicional (RBU). Su capacidad “performativa” hará que pueda transformarse en alimento si es necesario y así podremos comer patria al horno, en salsa o con un poco de mayonesa. Marchando una de patria con bravas!

    Hace 5 años 9 meses

  11. Aramis

    DEMOCRACIA entendida como «participación de un pueblo en su destino», que conforma «la voluntad general que reside en el conjunto de ciudadanos: mandan obedeciendo», como definición de «nación», como «sujeto colectivo de soberanía», relacionada «con una determinada capacidad de configurar su destino»… es todo un ejemplo canónico de FALACIA DE CIRCULARIDAD en torno al concepto de EL DESTINO; toda vez que si hablamos de destino hablamos de una clase de determinismo teológico donde huelga la democracia. SOBERANIA; aquí la búsqueda del ¿quién? se pierde entre tanto transito teórico entre los de abajo y los de arriba, los de dentro y los de fuera, la parte y el todo, el orden y el desorden; binomios todos que la autora hace finalmente converger sobre su obsesión del «destino común» con una convicción idealista incontrastable cuando afirma arbitrariamente que; «patria democrática es orden». IDEALISMO CIEGO; toda vez que en España el problema es ESPAÑA, no una plurinacionalidad místicamente idealizada en categorías de supuestos «sujetos colectivos» de soberanías desagregadas. El idealismo ciego de Clara conculca los más mínimos parámetros de la realidad real toda vez que el independentismo catalán responde más bien a los intereses de la élite privilegiada catalana que manipula la autoconciencia política del supuesto categórico de nación catalana. Lamentablemente la autora levita en esta segunda entrega por la metafísica más confusa de la terrorífica idea de la España imperial como comunidad homogénea y uniforme de UNIDAD DE DESTINO UNIVERSAL. Pésimo camino para una izquierda de amanuenses de una raquítica universidad anti intelectual española.

    Hace 5 años 9 meses

  12. gracianito

    Y dale con la patria.... Si esta es la joven promesa de la filosofía española... apañaos vamos. Es más rancia que un savater...

    Hace 5 años 9 meses

  13. cayetano

    Compartiendo lo dicho, no se responde a la contradicción que se plantea entre mercado y democracia. Que se requiere democracia, soberanía, pueblo, patría, ..., no explica en modo alguno como resuelve la contradicción con Mercado. Renombrando la cuestión, no habla de los límites de la alternativa o de la voluntad general. Un cordial saludo.

    Hace 5 años 9 meses

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