Análisis
El sucesor antipopulista
En los próximos meses, Díaz-Canel se encontrará en una posición única desde la cual podrá promover reformas constitucionales
Gerardo Muñoz (EL ESTORNUDO) 25/04/2018
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Tal y como indicaban todos los pronósticos, Miguel Díaz-Canel recibió la nominación presidencial para convertirse en el nuevo sucesor de Raúl Castro. A diferencia del Colegio Electoral en los Estados Unidos o de los parlamentos en las democracias europeas, el proceso electoral cubano se circunscribe a una forma procedimental de la Asamblea General para elegir miembros del Consejo de Estado y de Ministros. Lo cierto es que la constitución de 1976, aunque enmendada en 1992 para liberalizar el modelo económico estatista, es un documento que ha sobrevivido de la época de la Guerra Fría, y específicamente del legalismo estalinista soviético.
Como han estudiado una serie de académicos en un importante libro reciente sobre el tema, el constitucionalismo cubano actual, de escasísima tradicional intelectual, ha sido diseñado estrictamente para proteger y empoderar el verticalismo del Partido Comunista en todas las decisiones políticas que se llevan a cabo en la isla [1]. Por mucho tiempo, este constitucionalismo ha obstruido cualquier ascenso de asociaciones políticas autónomas e irreducibles a las dinámicas del estado. Si hemos de tener alguna esperanza sobre la nueva fase que se inicia con la nominación de Díaz-Canel en Cuba, esta debe pensarse a partir de una necesaria reforma constitucional que debe comenzar el próximo año y profundizarse en el 2020. Si tal reforma constitucional se llevase a cabo, veríamos efectos profundos e importantes no solo en la isla, sino en la comunidad internacional, donde Cuba pudiera jugar un papel relevante.
Esta tarea cae sobre las manos de Miguel Díaz-Canel, el primer estadista que no pertenece a la generación histórica. Díaz-Canel ascendió en las últimas décadas en las filas del Partido Comunista hasta ser nominado a la vicepresidencia en el 2013 por el propio Raúl Castro. Ingeniero de profesión, Díaz Canel fue elegido a Secretario del Partido de Villa Clara en 1994. Sabemos que Díaz-Canel es percibido como un administrador apacible que sabe seguir órdenes. No posee ansiedades por llenar el vacío del poder carismático que hereda de un estado fuerte y personalista. Por esto, Díaz-Canel no sufrirá del síntoma del sucesor que tan bien ha escenificado Roberto Rossellini en La toma del poder de Luis XIV (1966).
En realidad, Díaz-Canel personifica un contraste pronunciado en el mapa de la política actual. Si lo comparamos con la ola de los populismos que están teniendo lugar tanto en Europa como en los Estados Unidos, encontramos una diferencia muy acentuada: Canel es una figura íntegramente antipopulista con pocas ambiciones personales y desgano en las movilizaciones populares. A diferencia del carisma autoritario de Fidel Castro, que a lo largo del proceso de la Revolución sistemáticamente desbordó las latencias de la democratización al interior de la sociedad, Díaz-Canel tiene en sus manos la posibilidad de una reforma constitucional por primera vez en la historia reciente de esa isla. Se nos dirá que nos estamos adelantando y que debemos conceder un poco de tiempo. No es así. El carisma (o la falta del mismo) pertenece al brillo del estilo político, y no al orden de los sucesos históricos o de las gramáticas institucionales. Por eso el carisma se posee o se padece.
El momento es ahora. Las democracias occidentales desde la década de los sesenta han experimentado lo que el constitucionalista de Yale Law School, Bruce Ackerman, ha llamado el constitucionalismo mundial [2]. Este nuevo constitucionalismo ha sido clave para renovar el contrato social entre el estado y la sociedad civil. Quizás es poco realista pedirle al estado cubano que lleve a cabo un proceso constituyente, pero lo cierto es que Díaz-Canel tendrá a su disposición el tejido constitucional heredado de la Revolución de 1959 que es hoy ya irreversible.
Una nueva generación de estudiosos, como el historiador Julio César Guanche, ha argumentado que la solución más deseable es la de una constituyente que deje atrás las constituciones de 1940 y del 1976 hoy ya caducas. La estudiosa de la Universidad de Princeton, Ingrid Brioso Rieumont, piensa que las expectativas reformistas del pueblo deben contraer un cambio sustancial en las formas políticas heredadas de la revolución que han dejado de ser vinculantes. Por otro lado, para el sociólogo Vincent Bloch, una de las claves de la realidad cubana a partir de la desintegración de la Unión Soviética, reside en entender “lucha” de las prácticas cotidianas que vuelven opacas las normas y los códigos legales de la vida social [3]. Pero en un proceso de más de cinco décadas, es importante localizar un punto excéntrico al interior del sistema para de esta manera producir una transformación constitucional. En realidad, sabemos que desde hace mucho tiempo diversos actores en la isla -desde asociaciones civiles a intelectuales católicos, desde la opinión publica alternativa a activistas del mundo del arte e incluso un ala moderada del Partido Comunista- han venido pidiendo tal cambio.
La complejidad de la sociedad cubana hoy no es lo que era en las décadas del sesenta, donde Estados Unidos era un enemigo existencial y la movilización y el aparato estatal homogeneizaba el espacio social. El ascenso de una nueva ciudadanía se encuentra en condiciones de pedir un marco legal que les garantice derechos fundamentales, movilidad económica, y expansión de libertades dentro y fuera de la isla. En los próximos meses, Díaz-Canel se encontrará en un posición única desde la cual podrá promover reformas constitucionales que dotarían de un nuevo pacto a las relaciones entre estado y sociedad.
Hemos aprendido de Elena Kagan y Woodrow Wilson que el carisma presidencial no solo consigue atraer seguidores y construir unidad política, sino que también es un mecanismo para domesticar las instituciones administrativas y otras ramas del gobierno. El carisma político divide la concentración del poder, mientras que el anticarisma del administrador tiende a neutralizar la política. De ahí que el déficit carismático de Díaz-Canel pudiera frenar las latencias reformistas. Esto quedó muy claro en el discurso de Raúl Castro al insinuar que los errores del pasado se debieron a la nominación de ciertos jóvenes que “aceleraban el proceso”. Una referencia solapada a los defenestrados Roberto Robaina y Felipe Pérez Roque. El carisma antipopulista de Díaz-Canel es la imagen invertida de aquellos jóvenes cuyos protagonismos podían tendencialmente desbordar el armazón institucional. Para el raulismo, Díaz-Canel representa la consolidación del sistema institucional capaz de neutralizar todas las latencias democráticas.
Serán al menos tres los retos que Díaz-Canel enflatará en este nuevo ciclo político. Primero, veremos si podrá darle una solución solvente a la unificación de la moneda que durante la última década ha sido un obstáculo para generar independencia económica. Segundo, Díaz-Canel verá si le será posible mejorar las relaciones diplomáticas con la administración Trump luego de los misteriosos ataques sónicos perpetrados contra las familias de diplomáticos norteamericanos en La Habana. Finalmente, Díaz-Canel podrá impulsar una reforma constitucional para un nuevo contrato social. Contra la catéxis hegemónica del líder y la neutralización antipopulista del administrador, las reformas constituciones son la tercera opción para un avance sustancial de las mediaciones entre estado y sociedad. Este pedido no se reduce a una postura ideológica, sino que busca ampliar el tablero de juego para un nuevo contrato social [4].
Es muy probable que cualquier impulso a la reforma será recibido por el ala ortodoxa de partido con escepticismo o abierto rechazo. Pero más allá de como se desenvuelvan los sucesos en los próximos dos años, Díaz-Canel será el actor central de un drama que esta vez está en condiciones de sanar la sociedad y construir horizontes para las nuevas generaciones.
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Autor: Gerardo Muñoz (Profesor adjunto de Lehigh University. Su ultima publicación es el libro Alberto Lamar Schweyer: ensayos sobre poética y política (Bokeh, 2018). @GerardoMunoz87)
Notas
(1) Armando Chaguaceda, Cecilia Bobes, & Rafael Rojas. El cambio constitucional en Cuba (Fondo de Cultura Económica, 2017).
(2) Bruce Ackerman. “The Rise of World Constitutionalism” (1997).
(3) Julio César Guanche. “La Constitución de 1940: una reinterpretación”. https://law.yale.edu/system/files/area/center/kamel/sela16_guanche_cv_sp_20160425.pdf Véase el importante nuevo libro de Vincent Bloch, La Lutte: Cuba Après L’Effondrement de L’URSS (Vendemiare, 2018). Conversación personal con Brioso-Rieumont.
(4) La reforma del sistema político no es solo un pedido por estudiosos liberales o católicos. Incluso en la izquierda española hemos escuchado recientemente a Pablo Iglesias y Manolo Monereo argumentado por un cambio pluralista en la isla. Véase el programa Fort Apeche “Cuba sin Castros”, del 14 de abril: https://www.youtube.com/watch?v=GrVnnOuQgag
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