– BARCELONA, BARCELONA, BARCELONA. BCN, voy a toda leche a la Plaça de Joan Coromines. Lo que requiere varias explicaciones. Que igual van y te explican BCN. Ahí van. Joan Coromines fue un titán. Autor de los mejores diccionarios etimológicos para el castellano y el catalán. Se pasó la vida con un libro a un palmo de las narices. Se dice rápido. Fue hijo de Pere Coromines, uno de los anarquistas condenados a muerte por el atentado del Corpus de 1896, realizado por un colgado francés, pero por el que se arrestó a todo el catálogo del anarquismo BCN, muy amplio. Aquella ola de detenciones, torturas y condenas a muerte supuso la primera incorporación de BCN a la prensa internacional. En la Plaça Joan Coromines, por cierto, también hay un edificio raro. Es lo que queda del Teatre de la Santa Creu, edificado con licencia otorgada por Felipe II. Allí, con una diferencia de un par de meses respecto a Madrid, se representó todo el teatro castellano del Siglo de Oro. Fue una locura. En el XIX entra el romanticismo con una obra en la que el chico se casa con la chica, que es una madre soltera. También entra el anarquismo. En este teatro se dijo el palabro "anarquista" en una obra de 1835. En aquella época, era un insulto, pero el personaje lo utiliza de forma positiva. La plaza está detrás del MACBA. El edificio, diseñado por Maier, tuvo su número de visitas más alto cuando estaba vacío, y la gente iba a ver el edificio. Lo que puede ser una buena imagen del arte moderno. Y de BCN. A un lado del MACBA hay otra plaza repleta de skatersI+D y señores y señoras de todos los colores. Una ciudad es Babilonia. Incomprensible, inabarcable, divertida y, si te pones monoteísta, el pecado absoluto. Una ciudad es, de hecho, un punto de erosión de las ideas claras, de los dogmas. A diferencia de las naciones, de los Estados o de la Liga BBVA, una ciudad es algo concreto, en el que pasan cosas. En este momento, mientras voy a la Plaça Joan Coromines me pasa, por ejemplo, el Flowers. Flowers es un personaje de la BCN de los 70's. Antiguo fotógrafo de las estrellas del Soul, siempre que te lo cruzas intenta venderte una. Driblo con juego de piernas a Flowers. BCN, una ciudad cálida y fría, dura para comenzar o terminar, crea una ciudadanía dribladora. Por eso nos gusta Messi. Dios, cómo amo a Barcelona. Rayos, ya he llegado a la Plaça Coromines.

 LA BIENAL ES DE QUIÉN LA TRABAJA. Mi destino es, de hecho, uno de los actos de la Biennal de Pensament Ciutat Oberta. Se trata de un proyecto relacionado con otros proyectos similares, emitidos por ayuntamientos/municipi italianos. Italia, en contra de lo que pueda parecer, cuando echas un vistazo a Italia, mola. Tiene recursos y maneras que evitan la locura periódicamente. Por ahí sopla, por ejemplo, la Biennale de Torino, que gira en torno a la idea de democracia, esa rareza que solo fue posible en el Estado, pero que parece adquirir cuerpo, tensión, derechos nuevos y valores sexis en el municipio. Hay otras en otras ciudades. De Filosofía, por ejemplo. La gente va y habla. Lo que es una buena metáfora de una ciudad. Pero quizás el modelo barcelonés tira más a Torino. La Biennal Ciutat Oberta, en su primera edición, son más de cien actos en los que la gente, lo dicho, va y habla, y en los que vienen personas de la ciudad, de Catalunya, del Estado, del mundo mundial a hablar de pensamiento. O de lo que saben hacer. Los invitados, a su vez, dibujan un nuevo staff, una nueva selección de personas y temas, creados y gestionados en red, por algo parecido a una generación, pero que es algo más amplio que una generación. Es una época. Una época en la que el mundo mundial se ha dividido, en todos sus continentes, por una brecha tecnológica y cultural, fácil de percibir, pero difícil de calcular en sus repercusiones. Esa brecha marca generaciones, pero también culturas, temas, herramientas, actitudes. Lo que crea dos mundos, con dos relojes diferentes en la cabeza. La biennal es, tal vez, una oportunidad para mirar ese reloj nuevo. O para ponerlo en hora. Hoy, por ejemplo, en la Plaça Coromines habla Judith Butler. Otro reloj. Otra manera de ver el paso del tiempo. Es decir, lo que pasa. El título del acto: L'embolic del gènere.Per què els cossos importen? / El lío del género. ¿Por qué los cuerpos importan?

 – TIC-TAC. La plaza está repleta. No se cabe. Quizás hay más mujeres que hombres. Pero no es una proporción abrumadora. Tampoco hay un solo tipo de personas. Las personas, en fin, a la que nos descuidamos, somos tipos. Por ejemplo, diversos tipos de zapatos. Aquí, por ejemplo, hay zapato taconazo, plano y extra-plano, casi profundo. Lo que sí llama la atención es la brecha generacional/cultural, esa que les aludía en el anterior párrafo. El público, en fin, tiende a tener menos de 50 años y otro mundo en los corazones, o donde sea que uno lleva el mundo. Igual lo llevamos en los zapatos. Ni idea. Empieza la cosa. En un escenario, Marta Segarra, catedrática de Literatura Francesa y de Estudis de Gènere en la UB, presenta a las ponentes, o como se diga cuando no hay ponencias. Se trata de de Fina Birulés, catedrática de Filosofía en la UB, centrada en teoría feminista y en Hannah Arendt. A quien, por lo que sea, aquí abajo llamamos Annah Harendt. Eso debe de significar algo, si bien no sé qué significa. Y Judith Butler catedrática de Literatura Comparada en la Universidad de California, intelectual y activista que le ha dado un tute a la cosa género, ese concepto formulado tal vez por primera vez por Simone de Beauvoir, y que es una herramienta que va a toda pastilla en uno de los dos relojes disponibles en el planeta. A mi lado, una chica del reloj nuevo me explica Butler. “Es una activista y filósofa queer. Apoyada en el género, representa un feminismo amplio, que admite transexuales, hombres. Lo que me parece muy bien: hay que ampliar el sujeto. Hace poco fue a Brasil y los evangelistas le montaron una mani tocha contra ella”. Rayos, ya empiezan a hablar. El acto resulta una conversación Europa-USA sobre feminismo, esa cosa que, como todo el mundo, y entre otras variables y diferencias, posee dos relojes. Se habla del fenómeno del ulterior 8M, o la cosa #MeToo. De la tendencia creciente de las ideologías antigénero. De la necesidad de una resistencia y activismo transnacional. De la necesidad de un feminismo integrador –”un feminismo transfóbico no es feminismo”, dijo, Butler; aplausos–. Sobre violencia institucional. Sobre cómo combatir la violencia desde la no violencia. Sobre el concepto de vulnerabilidad”. Luego, turno de palabras. La primera palabra es para un hombre. Una amiga: “cuando llega el turno de palabras, en una reunión, siempre la primera la pide un hombre”, dice. Agrega: “son preguntas largas y complicadas. Luego vienen las de las mujeres, cortas y concretas. Eso explica un complejo. Pero no sé de quién”. Butler, o Birulés, que me he hecho un lío con las notas, aluden, en una respuesta, al hecho de que el feminismo tampoco es la panacea, que la libertad no es un problema individual, y que hay muchos más fenómenos de violencia y desigualdad en el mundo –un mundo, dos relojes– que no responden a una sola descripción.

 MAÑANA MÁS. Voy a cubrir la bienal. Ya nos iremos viendo. Por ejemplo, mañana. BCN, ciudades, relojes, etc.