Amor líquido en tiempos de paro y precariedad
El nuevo modelo laboral neoliberal puede estar alterando para siempre cómo vivimos el amor
Cristina Vallejo 31/10/2018
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“Mira esta gráfica, Ángela. Somos nosotros. Si el amor pudiera medirse, si pudiésemos contabilizar con alguna unidad de medida cuánto nos amamos, la representación gráfica de nuestro amor durante trece años sería algo así. Una línea continua y con aspecto de relieve montañoso, que sube o baja según el momento. El comienzo súbito al enamorarnos, el alza eufórica de los primeros años, casi vertical, cuando crees que ya no puedes amar más y sin embargo subes y subes (...) Hasta que empieza el descenso, ese rodar barranco abajo desamándonos (...) Es bastante fiel, ¿verdad? Somos nosotros, nuestra vida compartida. ¿Sabes qué es en realidad esa gráfica, de dónde la he sacado? Es la evolución de nuestro saldo bancario. El saldo medio mensual durante trece años”.
Es un fragmento de la novela de Isaac Rosa Feliz Final (Seix Barral), que cuenta la historia de una pareja planteando, entre otras cosas, lo importantes que son las condiciones materiales para que ésta se mantenga o se rompa, para que sobreviva o se marchite hasta morir. La historia propone muchas preguntas: si los chispeantes primeros momentos de una relación son más felices, si están ligados a una saneada cuenta corriente y al éxito en el trabajo; si que cuaje, continúe, es más fácil cuando la unidad económica que forma es próspera; y si el declive del amor coincide con y se alimenta de la bajada del sueldo, del cierre de la empresa y del empezar a vivir a salto de mata.
Los sociólogos, los abogados, los mediadores... ¿observan que la situación económica de una pareja puede contribuir a romperla?, ¿existen diferencias entre clases sociales?, ¿cómo afecta a nuestras relaciones la crisis, que no se ha superado y sigue enquistada en un mercado laboral en el que los bajos salarios, la temporalidad y la precariedad se han hecho crónicos?, ¿los amores de las clases trabajadoras se parecen cada vez más a su manera de sobrevivir en el mercado de trabajo?
“La cuestión económica, bien por los problemas sobrevenidos, bien por la diferente concepción que sobre la gestión del dinero pueden tener los miembros de la pareja, es un habitual foco de conflictos”, introduce Francisco Iglesias, de Fundación Atyme, entidad cuyo objetivo es promover entre la población la mediación para abordar los conflictos.
Luis Ayuso, profesor de Sociología de la Universidad de Málaga, señala que la cuestión económica forma parte de la negociación de la intimidad en la relación. Porque la pareja y la familia, en el fondo, también son unidades económicas.
Paro, sobreexplotación y precariedad
Iglesias se detiene en un momento traumático para ilustrar los conflictos que pueden surgir: cuando un miembro de la pareja se queda en el paro. Ello suele conllevar una reducción del poder adquisitivo y del nivel de vida; es posible que, ante ello, uno de los dos se adapte a la nueva situación marcada por la menor disponibilidad de recursos, y el otro se niegue a aceptar la realidad sobrevenida. Si la pareja no logra reestructurarse, la relación y su futuro tienen muy mal pronóstico.
También puede suceder que el desempleo se prolongue en el tiempo y lo que al principio no deterioró la relación, a la larga, acabe dañándola. Según continúa Iglesias, el paro prolongado mina la autoestima y cuando uno se siente mal consigo mismo, también está a disgusto con los demás. En esas ocasiones, la persona que conserva el empleo se suele convertir en el sostén de la relación, en la que tira del carro tanto emocional como económico. Y eso agota. Es común que la persona largamente desempleada caiga en una depresión paralizante, que le impide la más mínima actividad, incluso las domésticas más básicas. El miembro de la pareja que sigue trabajando, cuando llega a casa tras su jornada laboral, se encuentra todo manga por hombro, con la nevera vacía, la comida sin hacer, los cacharros sin fregar, todo sucio y desordenado y con su pareja en pijama tirada en el sofá. Ello, unido a los problemas económicos, contribuye al desgaste y alimenta conflictos.
Si el paro tiene la capacidad de afectar de ese modo en una relación de pareja, ¿cómo puede impactar la actividad laboral inestable, precaria y con baja retribución?, ¿se puede llegar a reproducir en la vida íntima una dinámica que responda a esos mismos adjetivos?
Fernando Vidal, doctor en Sociología y director del Instituto Universitario de la Familia (Universidad Pontificia de Comillas), explica: "Las encuestas del Informe Familia demuestran que la precariedad social y laboral impacta de forma muy negativa en las relaciones de pareja y familiares. Por un lado, reduce la convivencia por las largas jornadas en las que se sobreexplota a los trabajadores. Por otro lado, las encuestas muestran que la gente llega demasiado cansada al hogar como para conversar o hacer actividades con los hijos e incluso con la propia pareja. Con mayor profundidad, la precarización y el desempleo minan la identidad de las personas –tan ligada a la carrera profesional– y eso hace que se encuentre menor sentido a todas las cosas de la vida. Finalmente, los conflictos aumentan y quizás sean provocados por la intensificación del estrés que produce la carencia de medios para sostener el hogar y una vida digna".
Ello se une, según Iglesias, al cambio de mentalidad sobre la pareja: la relación dura en tanto en cuanto sea satisfactoria, porque ya no hay valores inculcados con los que se tenga que romper para acabar con la relación. La separación ya no imprime un estigma.
"La familia es una unidad económica, pero en sus dinámicas influyen factores más macro sobre las nuevas formas de emparejamiento y desemparejamiento", sintetiza Ayuso.
Isaac Rosa, en su novela y en entrevistas que ha concedido, lanza la hipótesis de que la dinámica de las relaciones afectivas esté imbuida ya de la lógica capitalista: pensar en lo que te estás perdiendo mientras (no) disfrutas lo que tienes (el coste de oportunidad del que se habla en economía); plantearse la relación midiendo costes y beneficios, intentando minimizar los primeros y maximizar los segundos; contaminar las relaciones humanas de obsolescencia programada y consumo rápido; forzarse a la seducción constante como rápido y eficaz modo de medir nuestro valor de mercado; y extender también a este ámbito más íntimo la confusión y redefinición que se da en otros de lo liberal, lo progre y lo conservador.
La clase importa
Anna Garriga Alsina, investigadora en la Universidad Pompeu Fabra, da un paso más con su hincapié en la desigualdad de clase: “Si las personas que se empezaron a separar fueron las de clases altas, las que se lo podían permitir, ahora esto ha cambiado y se observa que cuanto menor es el nivel educativo, más frecuentes son las separaciones. Es un fenómeno al que asistimos en Suecia, en EE.UU., en España y en otros países europeos", explica Garriga Alsina. "Observamos que, a menor nivel educativo, más improbable es la estabilidad sentimental, porque son más frecuentes las separaciones", añade. Asimismo, señala que a más trabajo precario y a menor nivel educativo, más cohabitación, menos matrimonios y mayor monoparentalidad.
"Aquí es donde nos encontramos: en la constatación de estas nuevas realidades. Aún estamos estudiando las posibles causas que aún no conocemos. Podemos establecer algunas hipótesis: el cambio cultural, que es muy amplio, o el aumento de la desigualdad que se está produciendo desde los años ochenta", explica Garriga Alsina. Sobre esta última cuestión se extiende un poco más: "Antes, por ejemplo, el trabajador de Seat tenía un empleo estable con un salario digno y no tenía que estar pendiente de ver dónde se podía poner a trabajar al finalizar su contrato. En la actualidad, la temporalidad y la precariedad provocan una tensión permanente".
Una de las causas de mayores rupturas en las clases bajas puede obedecer a los problemas de empleabilidad de los varones de clase trabajadora en las economías postindustriales. Garriga Alsina dice que las mujeres de clases altas podrían tener más capacidad de elección de pareja con la que estar y tener hijos; mientras que a las de clase baja les podría ser más difícil encontrar a alguien que responda a sus expectativas: que tenga trabajo e ingresos estables. Apunta que se ha estudiado que en algunos barrios periféricos de ciudades estadounidenses abundan los hogares monomarentales quizás por esta razón.
Una de las razones por las que las clases altas se casan más y se separan menos, según Garriga Alsina, podría estar en cómo entienden la forma de lograr que sus hijos tengan éxito: creen que para ellos es mejor que la pareja esté junta y, además, muy encima, lo que implica la necesidad de una gran inversión de recursos económicos y de todo tipo.
Desigualdad económica y desigualdad familiar
Estos factores, según Garriga Alsina, hacen pensar en que la creciente desigualdad socioeconómica está derivando en una creciente desigualdad familiar: en las clases altas hay una mayor estabilidad de las parejas que en las bajas. Así, plantea la posibilidad de que las dinámicas del mercado de trabajo se lleguen a reproducir en el ámbito de lo privado; que ir encadenando sistemáticamente trabajos precarios lleve aparejado precariedad en las relaciones para las clases sociales que sufren esa dinámica laboral.
Vidal explica: "Los noviazgos en la actualidad se prolongan más que durante la Guerra Civil. Las parejas carecen de medios mínimos para poder sostener una vivienda común y la imprevisibilidad del futuro económico conduce a que sea más difícil hacer planes. Sin duda la volatilidad económica y el riesgo social acaban extendiendo la cultura de la provisionalidad a las relaciones más íntimas. Resistir contra el utilitarismo individualista requiere reforzar el tejido comunitario de parejas, familias, vecindarios y sociedad civil".
"Si tener una relación constructiva y a largo plazo se considera algo bueno, si la mayoría de la gente, en general, aspira a ello, si sabemos que puede ser positivo para los hijos, ¿por qué ha de depender de las condiciones económicas que ese deseo se haga realidad y que dure?, ¿por qué tiene que depender de la clase social?", se plantea Garriga Alsina.
Lucía Martínez Virto, profesora de Sociología en la Universidad Pública de Navarra, trabaja en las consecuencias de la crisis en términos de exclusión y en la población más vulnerable y explica: "La crisis ha cambiado la vida de las familias, sobre todo de aquellas con vidas más precarias donde la capacidad de autonomía de las personas se ha visto deteriorada. Si a esto le añades convivencias no deseadas por esa razón, el conflicto y la tensión están garantizados en las familias". "Desde los primeros análisis de la crisis vi que las estrategias que las familias adoptaban para enfrentar las dificultades económicas tenían costes. Dentro de estas estrategias había algunas vinculadas al ajuste de presupuestos, otras que modificaban las formas de convivencia o algunas que inducían al aislamiento social. Algunas de las estrategias vinculadas a la vivienda han derivado en reagrupaciones familiares, compartir piso con otras familias... En general, cuando estas estrategias tienen un motor económico o necesidad detrás dejan de ser soluciones deseadas y son forzosas y, por tanto, pueden incrementar poco a poco el malestar, el conflicto o la violencia en los casos más extremos. La crisis que afecta a los hogares y se alarga más de lo previsto acaba haciéndole daño, y no sólo económicamente, sino emocionalmente, a cada uno de sus miembros. La pérdida de autoestima, depresión y otros sentimientos de frustración incrementan la tensión en las familias".
Las estrategias de las que habla Martínez Virto tienen mucho que ver con la vivienda. Porque, como señala Vidal, "la crisis ha puesto en primer plano los graves problemas de la vivienda, que actualmente es, junto al empleo, una de las políticas más importantes para la familia. Los desahucios y los procesos de expulsión de los vecinos por la burbuja especulativa de alquileres han hecho tomar conciencia de que el principal desafío de una pareja es poder encontrar techo y mantenerlo. En estos momentos, la crisis de vivienda es el factor de impacto más pernicioso sobre la pareja media".
Ayuso constata que las relaciones ahora, en general, son más volátiles (estamos en el tiempo del "amor líquido" del que hablaba Bauman) y, en ocasiones, no determinadas por el mercado de trabajo: la vida sentimental, dice Ayuso, es incluso más inestable que la laboral. Este sociólogo huye de visiones economicistas y señala el gran proceso de transformación que se ha observado y que no está completamente determinado por las circunstancias económicas sino que puede tener una raíz más honda. Las vidas humanas ya no están tan estructuradas como antes, ya no son predecibles: "Se ha roto la linealidad, ahora hay una mayor flexibilidad y, quizás, también más precariedad tanto a nivel económico como a nivel emocional".
Ayuso admite: "El trabajo cada vez está más presente en la familia", quizás de manera interclasista. Y continúa: "Antes, con un sueldo se mantenía una familia con tres hijos. Ahora no se llega a casi a pagar el alquiler aunque se cuente con dos sueldos. El segundo salario en la familia es necesario. Y cuando nace el primer hijo, la inestabilidad aumenta, porque si ella trabaja, él también y el niño es de los dos, hay que gestionar los tiempos, el trabajo en la esfera pública, en el ámbito privado, el ocio, con qué ayuda se cuenta... Los hombres tienen que meter un pie dentro de casa porque las mujeres lo han puesto fuera. Ello es un foco de conflicto. En general, en las relaciones sociales, cuando se pasa de dos a tres personas (sea un hijo, sea un suegro, por no hablar de un amante...), se tienen que producir reajustes, renegociaciones".
Cuestiones de género
En las cuestiones de género incide Paula Rodríguez Modroño, profesora de Economía de la Universidad Pablo Olavide de Sevilla: "La crisis ha provocado una profunda destrucción de empleo, que ha afectado de manera especial a los hombres por el estallido de la burbuja inmobiliaria y a los trabajadores menos cualificados. Esta grave destrucción de empleos masculinos, sobre todo en el periodo inicial de la crisis, estimuló el efecto del trabajador añadido para las mujeres. El efecto del trabajador añadido hace referencia al paso desde la inactividad a la actividad de un miembro de la pareja cuando el otro queda en desempleo. En España, la tasa de actividad de los hombres se redujo en tres puntos porcentuales de 2007 a 2013, mientras que la de las mujeres se elevó 4,4 puntos. Este aumento ha sido más pronunciado para las mujeres de 45-54 años de edad (subió de los 63,5 puntos a los 76,8). Bajo estas circunstancias de falta de empleo o de inestabilidad de sus maridos o compañeros y de reducción de los ingresos, el empleo de las mujeres se ha vuelto más relevante. La contribución de las mujeres se ha convertido en la única fuente de ingresos en una parte de los hogares, mientras que en otros casos los ingresos de las mujeres son superiores a los de los hombres".
De este proceso, según Rodríguez Modroño, se pueden derivar dos efectos: por un lado, que se acelere la progresión hacia una división más igualitaria del trabajo doméstico, aunque todavía las mujeres soporten una carga desproporcionada de éste y los hogares sigan caracterizándose por comportamientos tradicionales en el reparto de las tareas del hogar; por otro lado, la mayor relevancia del empleo femenino también puede generar problemas de autoestima en los hombres y acentuar las situaciones de conflicto y violencia, particularmente en los hogares con más dificultades para llegar a fin de mes y, sobre todo, dependiendo de la duración del desempleo y expectativas de encontrarlo.
Ello enlaza con lo que aporta Vidal: "Si la identidad masculina es más dependiente de la profesión -como parece ser, ya que la mujer tiene focos de interés más plurales-, el dolor se multiplicará en el interior del hogar en mayor medida (si el paro afecta al varón y la mujer trabaja). Pero, a su vez, también podemos estar asistiendo a una reorganización de roles que puede hacer ganar conciencia sobre la equidad".
Ayuso cree que este fenómeno no ha favorecido un más democrático reparto de las tareas del hogar: el varón ha continuado con su rol, aunque no tuviera empleo, y la mujer ha mantenido su papel tradicional, pese a contar con trabajo fuera de casa.
Ayuso ya lo mostraba antes: la necesidad económica de dos salarios provoca reajustes en la familia, la necesidad de nuevos roles para hombres y mujeres y la posibilidad de choques culturales. Aunque este sociólogo señala que las clases medias o medias-altas tienen más fácil resolver los problemas de conciliación: compran la paz en el hogar contratando servicios fuera, por ejemplo, la ayuda doméstica, lo que reduce el estrés. Las clases bajas, añade, suelen acudir a la solidaridad familiar.
Cuando llega la ruptura
Iglesias comenta que en su firma, en los procesos de mediación, tratan con todo tipo de perfiles socioeconómicos y no percibe muchas diferencias por clases sociales. Añade que la resolución de un conflicto de pareja tiene más que ver con lo emocional que con lo material: "Hay gente con gran éxito social, con una formación extraordinaria, que emocionalmente gestiona muy mal los problemas, mientras que hay otras personas con menor formación e ingresos que tienen una gran inteligencia emocional", explica.
En cuanto una ruptura toma forma, sea por razones materiales o sea por otras que se han alimentado de éstas, la economía sigue estando presente. Iglesias señala que cuando se produce una separación entre parejas de grandes patrimonios, éstas suelen necesitar más sesiones, pero admite que cuando lo que hay a repartir es una deuda, también es muy difícil llegar a un arreglo. De todas maneras, señala: "El modo en el que se llegue a una solución no tiene que ver tanto con lo económico como con lo emocional. Si hay alguien que se siente víctima de la situación, tratará de pedir cuentas, mientras que si se siente culpable tratará de aliviar a aquél al que está haciendo daño". Pero lo fundamental, advierte Iglesias, es que la solución que se encuentre sea sólida y sostenible en el tiempo.
Desde el Colegio de la Abogacía de Barcelona, Joaquim de Miquel Sagnier describe los conflictos económicos que surgen cuando los familiares llegan a los juzgados: "Si no hay hijos, el conflicto económico tiene menos oportunidad de producirse. Excepto en casos de matrimonios de cierta duración (sin hijos) en el que uno de los cónyuges se ha dedicado al otro personalmente o le ha ayudado en su profesión o sus negocios".
Según De Miquel Sagnier, el principal conflicto es el de la vivienda familiar. Sobre todo en el caso de parejas que han vivido al límite, que están pagando una hipoteca, y que han continuar pagando, pero a medias, a partir de la separación. Además, continúa el abogado, la vivienda es un elemento más de roce y conflicto cuando, además de quedar hipoteca por pagar, se le da el uso al que le otorgan la custodia de los hijos. Entonces, quien tiene que salir de la casa ha de seguir pagando su mitad del crédito, puede que durante años, sin que pueda disfrutarla ni venderla.
Por estos problemas asociados y la precariedad económica de muchos colectivos, muchas personas no pueden permitirse una solución a la nueva situación. Entonces, aguantan, y una vez se resuelven las situaciones ligadas a la crisis económica, afloran nuevos divorcios.
Según señala el abogado, en los últimos años han aumentado los procesos en que se piden reducciones de las pensiones de alimentos o compensatorias, y esto, afirma, es consecuencia directa de la crisis.
La crisis económica ha ocasionado un shock en muchas relaciones humanas. El nuevo modelo laboral que se ha instalado como resultado del modo en que se ha gestionado puede estar alterando para siempre cómo vivimos el amor. Y, si una de las hipótesis que han aparecido en este texto se demuestra verdadera, la que apunta que la desigualdad económica está abriendo una brecha entre el modo en que se relacionan las clases altas y cómo lo hacen las clases bajas, es posible que tengamos que empezar a hablar de que las relaciones líquidas, que fue como las bautizó Bauman, no sean del todo deseadas por quienes las viven, sino lo contrario: una condena, como tantas otras, también ligadas a la escasez de recursos materiales.
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Autora >
Cristina Vallejo
Cristina Vallejo, periodista especializada en finanzas y socióloga.
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