En estos momentos de mosqueo tras las elecciones andaluzas, es bueno ver lo bueno de lo malo. Es bueno, así, que la derecha española haya perdido su unidad. Es bueno que haya tres derechas españolas. Y es bueno que una de ellas se califique de extrema-derecha. Es bueno comparar esa extrema derecha con las derechas aparentemente no extremas. Tras la división de una derecha unificada por Aznar en los 90's, es bueno ver lo que une y separa a las tres derechas. Es bueno saber que es el léxico, no las políticas, no los mitos. Por lo demás, es bueno que exista el trade-mark extrema-derecha para poder compararla con otros nuevos movimientos aparecidos en la sala y en este momento de despiste, desesperación y crisis absoluta de Régimen. Es bueno ver cómo se presenta la nueva extrema derecha –se autodefine como transversal; no es nacionalista, sino “normal”, es decir, normaliza un nacionalismo esencialista que se ve a sí mismo como perseguido y agredido; es democrática, cree en el voto, y en poco más; tanto que el voto está por encima de la democracia, de manera que, con los suficientes votos, la ley no importa, es reinterpretable, o variable; reclama soberanía, esa cosa que no volverá en toda Europa sin que vuelvan otros objetos yuyus; aporta una revolución léxica que se chotea de una izquierda sin ideas y sustentada en un léxico chachi; propone liberación para nuevos sujetos oprimidos, como el hombre blanco con derecho a las armas y a la caza, perseguido non-stop por melenudos y mujeres que ni cazan ni tienen armas; ve la Nación, un ente espiritual que pasa a ser el mínimo común múltiple de la política y de la vida, como una realidad milenaria amenazada por minorías peligrosas, como la inmigración o el comunismo, esos colectivos que, al parecer, llenan las calles y nos impiden ir a la compra; es católica; une el concepto Nación al concepto catolicismo, de manera que Dios está con ellos; es revolucionaria, se presenta como una solución al R'78 gagá; quiere cambiar el mapa territorial, que no se parece al alma del territorio; es social; siempre lo es; Rudolf Rocket, el gran pensador anarquista alemán, explicaba en sus diarios que en muchas de las banderas nazis que veía en los desfiles se podía intuir el anterior bordado de una hoz y un martillo, pues pertenecían a comunistas que habían visto la luz; es tan social que emite críticas furibundas hacia arriba y hacia abajo, hacia a las élites financieras y políticas y hacia las minorías aludidas, el enemigo interior, los malos ciudadanos, ajenos al mensaje mágico de la Nación que se empeñan en no escuchar ni ver–. Y es bueno ver cómo se presenta porque en la península, antes de que Vox saliera del huevo andaluz, ya existía todo eso, y no se percibía a sí mismo como ultra-derecha. Es bueno que la extrema derecha española se llame a sí misma extrema derecha, y haya abandonado el concepto constitucionalismo, su anterior nombre artístico. Es bueno que sea nítida. Es bueno que sea problemática, pues la política debe ser problemática, y a la extrema derecha no se le puede contestar con lenguaje de unicornios, sino con voluntad de ser problemático. La política debe ser problemática o estamos perdidos. Es bueno que las izquierdas se rompan los cuernos en algo más que en difundir léxico y palabras. Es bueno que el 15M, que ya no existe, parara por un tiempo, zas, la posibilidad de una solución de extrema derecha ante la crisis. Es bueno leer los errores del post15M en la política, cuando decidió hacer política institucional. Es bueno abandonar los gestos, las políticas de gestos. Es bueno que el post15M vuelva a ser problemático y molesto. Es bueno no apostar por el mero cálculo electoral, sino por cálculo de cambios estructurales.

Es buena la contradicción que una extrema derecha supondrá en el resto de derechas. Sí, ahora se ríen con la boca llena de dientes. Pero en breve tendrán que decidir hacer lo que no hicieron las derechas francesas, por ejemplo. Gobernar con el FN. No es plásticamente fácil, ni siquiera por aquí abajo. Es bueno que, por ejemplo, C's, un partido ultranacionalsita, creado ante la reforma del Estatut de Maragall, un partido cuyo votante cat paradójicamente parece ser, según las encuestas, partidario del aumento del autogobierno y alejado de la extrema derecha, se alinee con la extrema derecha. Es bueno ver cómo C's tiene que elegir entre ser lo que ha podido ser –un partido cat– o lo que le pide el cuerpo –un partido imperial. Será bueno ver cómo decide lo segundo. Es bueno ver cómo se utiliza el tema cat para hacer –o, mejor, para omitir– políticas en Esp. Es bueno ver cómo los nacionalismos se retroalimentan. Es bueno ver, en tiempo real, cómo los nacionalismos son intrínsecamente peligrosos y excluyentes. Más si cuentan con un Estado, como es el caso. Es bueno ver que el rey no saldrá por la tele para enviar la caballería contra el nacionalismo de Estado. Es bueno ver cómo el R'78 evoluciona hacia formas no previstas en su vocabulario, de por sí extenso. Es bueno ver cómo un problema político no encauzado, no dialogado, ha repercutido en el aumento del voto por opciones esencialistas, sin propuestas sociales efectivas, sin lecturas del siglo XXI, tanto en Catalunya como en el resto del Estado o, más aún, en Andalucía. Lo que es un indicio de que la respuesta al problema catalán, como a cualquier otro, es diálogo e intensificación de la democracia, entendida como más derechos efectivos, como más herramientas de participación y defensa contra el abuso y la desigualdad, como más libertad, como mayor protección de las minorías, como un problema de solución europea. Es decir, como lo contrario al nacionalismo. Esa debería ser la prioridad y el epicentro de las izquierdas peninsulares. La derecha se ha puesto revolucionaria. Es un callejón eléctrico sin salida, apasionado, que conduce, como siempre, hacia un muro. Se necesita una izquierda desapasionada, analógica, divertida, efectiva, sexy, sin muros. No será por agenda ni por temas pendientes.